Loa a la eficacia

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Una virtud enaltecida por la palabra de los políticos, los estadistas y los economistas, ensalzada asimismo por los gerentes de mercados y de usinas y por los hacedores de puentes, caminos y rascacielos. Una virtud, la de la EFICACIA, que ellos machacan en la mente y en las manos de sus siervos, para que cultiven la obediencia del robot, para que despierten del sueño de las constituciones igualitarias. No hay esclavo eficaz que trabaje preferentemente por su propio bienestar. 

El gran poeta que fue Henri Michaux (Namur 1899 – París 1984) escribió un poema acerca de la eficacia, tal como es entendida en nuestros días; una oda en homenaje del hombre que promueve la acción eficaz.
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Vasily Polenov – Las grandes pirámide de Cheops y Chephren (wikipaintings.org)

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Por mares y desiertos

Eficaz como el coito con una joven virgen
Eficaz
Eficaz como la ausencia de pozos en el desierto
Eficaz es mi acción
Eficaz.

Eficaz como el traidor que se mantiene apartado
     .rodeado de sus hombres dispuestos a matar
Eficaz como la noche para esconder los objetos
Eficaz como la cabra para producir cabritillos
Pequeños, pequeños, ya afligidos

Eficaz como la víbora
Eficaz como el cuchillo afilado para causar la herida
Como el orín y la orina para conservarla
Como los golpes, las caídas y las sacudidas para agrandarla
Eficaz es mi acción

Eficaz como la sonrisa de desprecio para levantar en el pecho
    .del despreciado un océano de odio, que nunca secará
Eficaz como el desierto para deshidratar los cuerpos
y fortalecer las almas
Eficaz como la mandíbulas de la hiena para masticar
     .los miembros mal defendidos de los cadáveres

EFICAZ

Eficaz es mi acción

(EFFICACE comme le coït avec une jeune fille vierge / Efficace / Efficace comme l’abscence de puits dans le desert / Efficace est mon action / Efficace // Efficace comme les traître qui se tient à l’écart entouré de ses hommes prêts a tuer / Efficace comme la nuit pour cacher les objets / Efficace comme la chèvre pour produire des chevreaux / Petits, petits, tous navrés dejà // Efficace comme la vipère / Efficace comme le couteau effilé pour faire la plaie / Comme la rouille et l’urine pour l’entretenir / Comme les chocs, les chutes et les secousses pour l’agrandir / Efficace est mon action // Efficace comme la sourire de mépris pour soulever dans la poitrine du méprisé un océan de haine, qui jamais ne sera asséché / Efficace comme le désert pour déshydrater le corps et affermir les âmes / Efficace comme les mâchoires de l’hyène pour mastiquer les membres mal défendus des cadavres // EFFICACE / Efficace est mon action).

La eficacia es una antigua virtud de los hombres. Ya existía, por ejemplo, entre los egipcios, hace cuarenta siglos. Entonces era instrumento imprescindible para construir pirámides.
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Paul Cézanne – Pirámide de calaveras (wikipaintings.org)

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La auténtica eficacia, tan distinta, del wu wei, la descubrieron los chinos taoístas, tan antiguos como las pirámides. Pero no es ésta la que les habrá servido para construir su afamada y estúpida muralla.

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© 2012 Lino Althaner

Vacío y plenitud 5

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El cielo da, la tierra recibe y hace crecer, el hombre lleva a cabo.
Dong Zhongshu

Sólo el hombre perfectamente acorde consigo mismo,
perfectamente sincero, puede llevar a cabo su naturaleza…
Llevar a cabo la naturaleza de los seres y de las cosas es unirse
 como tercero a la acción creadora y transformadora del cielo
y de la tierra.
Zhong Yong  (El libro del Justo Medio)

Hemos visto, en este recorrido del libro Vacío y Plenitud, de Francois Cheng, en la parte dedicada a la obra y a la teoría pictórica de Shitao, cómo la reflexión acerca del arte lo conduce a pensar en el mundo y en el hombre, vistos en la pintura china como una ‘totalidad: totalidad del hombre y totalidad el universo, solidarios, y siendo, en verdad, una sola cosa’. En tal forma, Shitao expresa unas ideas muy presentes en la filosofía china, inspirándose al hacerlo tanto en el taoísmo y en la espiritualidad del budismo chan -que los japoneses llamarían zen- como en elementos valiosos del confucianismo.
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Shitao – Pabellón cerca de una vertiente – http://www.wenshuancn.com

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La reflexión siguiente de Shitao, referida específicamente a la actividad pictórica, podría relacionarse tal vez con cualquiera otra actividad:

‘El cielo confiere al hombre la regla, mas no puede conferirle su cumplimiento; el cielo confiere al hombre la pintura, más no puede conferirle la creación pictórica. Si el hombre descuida la regla para ocuparse solamente de conquistar su realización, si el hombre descuida el principio de la pintura para dedicarse inmediatamente a crear, entonces el cielo ya no está con él; por mucho que caligrafíe y pinte, su obra no cuajará’ (Palabras sobre la pintura, capítulo XVII).

La idea es que la actividad del hombre tiene una meta mucho más alta que la del propio lucimiento, la cual debe alcanzarse por medios dignos de sí mismo y del arte u oficio que emprende. Para llegar a ser un creador, antes debe conocerse a sí mismo y conocer las reglas de su arte; cultivarse para alcanzar el auténtico equilibrio.

El arte, recién entonces empezará a mostrársele como poder humano capaz de formar y dar vida.
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Shitao – Paisaje (www.wenshuan.com)

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‘Pues si los montes, los ríos y lo infinito de las criaturas pueden revelar su alma al hombre es porque el hombre detenta el poder de formación y de vida; si no, ¿cómo sería posible sacar del pincel y de la tinta una realidad que tenga carne y hueso, expansión y unísono, sustancia y función, forma y dinamismo, inclinación y aplomo, recogimiento y salto, palpitación secreta y brote, elevación altiva, surgimiento abrupto, altura aguda, escarpadura fantástica y desplome vertiginoso, que expresa en cada detalle la totalidad de su alma y la plenitud de su espíritu’ (idem, capítulo V). 

Tal es la relación del hombre con la naturaleza, que para ser capaz de mostrarla en toda su verdad debe internarse en la naturaleza de los seres y de las cosas. Sólo así le estará permitido mostrar plenamente cómo la naturaleza se realiza en su pintura. Para internarse en la naturaleza de las cosas, la vía por excelencia, según Shitao, es la práctica de la pintura. Y más que un medio de expresión y de conocimiento, la pintura es una manera de ser, un camino de realización humana. La actividad pictórica y la plena realización del hombre se están retroalimentando permanentemente.

Se trata de un camino que exige receptividad. Una receptividad que no le es dada a cualquiera. Una receptividad que es apertura vocacional, anterior a todo conocimiento.

‘En lo que se refiere a la receptividad y al conocimiento, la receptividad precede y el conocimiento sigue; la receptividad que sea posterior al conocimiento no es verdadera receptividad. Desde la antigüedad hasta nuestros días, las mentes superiores siempre han empleado sus conocimientos para expresar sus percepciones, y se han esforzado por la intelección de sus percepciones para desarrollar sus conocimientos.’.
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Shitao – Paisaje (www.wenshuancn.com).
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No basta con lograr, a través de la debida percepción, una aptitud, un conocimiento parcial del arte.

‘Cuando una aptitud tan sólo puede aplicarse a un problema particular es porque aún sólo se fundamenta en una receptividad restringida y un conocimiento limitado; es importante, pues, que éstos se amplíen y se desarrollen antes de poder comprender el significado de la pincelada única. Porque la pincelada única, en efecto, abarca la universalidad de los seres; la pintura resulta de la recepción de la tinta; la tinta de la recepción del pincel; el pincel de la recepción de la mano; la mano de la recepción del espíritu: al igual que el proceso en que el cielo genera lo que la tierra luego lleva a cabo, todo es fruto de una recepción.’

Para que el hombre sea capaz de recibir plenamente el espíritu que conducirá a su mano en la pincelada, debe estar abierto al mundo en actitud de veneración.

‘Así, lo más importante para el hombre es saber venerar: pues aquel que no sea capaz de venerar los dones de sus percepciones se desperdicia a sí mismo sin provecho alguno, y, asimismo, quien ha recibido el don de la pintura, pero omite recrear, se reduce a la impotencia. ¡Oh, receptividad! Venéresela y consérvesela en la pintura, y hágasela obrar con todas sus fuerzas, sin falla y sin tregua. Como dice el Libro de las mutaciones: «imagen y semejanza de la marcha rigurosa y regular del cosmos, el hombre de bien obra por sí solo y sin descanso», y así se honrará verdaderamente la receptividad’ (idem, capítulo IV).

Absorbiéndose en su obra, alcanzándose y superándose en ella a sí mismo, el pintor participa en el perfeccionamiento del devenir. Si es que el espíritu se ha asentado con firmeza en la tinta, se puede esperar que la vida surja de la punta del pincel. Tendrá entonces lugar la metamorfosis. En el seno del caos se habrá instalado y brotado la luz. A partir de lo Uno surgirá la multiplicidad, susceptible de ser dominada. A partir de la multiplicidad, se revelará lo Uno. Tal como enseña el taoísmo.

Adquiere así el pintor su máxima dignidad. La adquiere también el hombre, cualquiera que sea su ocupación, siempre que sus actos se ajusten a una disciplina de la autencidad y conduzcan a una meta que encuentre en sí misma su fundamento y su sustancia.
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Shitao – Paisaje (www.wenshuancn.com

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Con la ayuda de Francois Cheng hemos examinado sucintamente algunos aspectos de la teoría de la pintura, contenida en la obra del pintor paisajista Shitao (1642-1707). Los artículos han sido ilustrados con pinturas del mismo Shitao, quien desarrolló su arte a principios de la dinastía Qing (1644-1911).

Francois Cheng, el autor de Vacío y plenitud (Siruela, Madrid 2005) es especialista en poesía y pintura china. Nació en China en 1929 y es miembro de la Academia francesa de 2002. Otra obra suya, importante, es La escritura poética china (Pre-Textos, Valencia 2007), que incluye interesantes reflexiones acerca de la relación de la pintura con la poesía y la caligrafía, como asimismo una estupenda antología de poesía china de la época Tang.
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© 2012 Lino Althaner

Expedición a la Eternidad

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¿Engaño o ensueño, vana esperanza sin fundamento? ¿Una posibilidad, entre tantas otras más bien nefastas?. ¿O bien intuición, figura con certeza imaginada por el artista iluminado? Ustedes decidan:

  Sí, la muerte acecha en esta empresa de la pesca ballenera, la caótica,
indeciblemente veloz expedición de un hombre en la  Eternidad.
¿Pero que importa esto?
Creo que nos hemos equivocado terriblemente en esto de la Vida y la Muerte.
Creo que lo que llamamos nuestra sombra, aquí, en la tierra, es nuestra sustancia verdadera.
Creo que al contemplar las cosas espirituales nos parecemos demasiado a ostras que observan el sol a través del agua,
y creen que esa agua tan densa es la más sutil de las atmósferas.
Creo que nuestro cuerpo no es sino las heces de nuestra mejor parte.
En suma: llévese mi cuerpo quien lo quiera, lléveselo, repito: no es mi yo.
Y por lo tanto …
Que venga un barco desfondado y se lleve mi cuerpo desfondado cuando se le antoje …
Porque desfondar mi alma, ni el propio Júpiter podrá hacerlo.
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Rockwell Kent – Ilustración para ‘Moby Dick’ – © Plattsburgh State Art Museum, N.Y.

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Este pasaje ¿es el credo del escritor estadounidense, que lo incluye al final del capítulo VI de la más lograda novela marinera de todos los tiempos? ¿O es solamente la convicción de Isaías, el personaje que hace de narrador de la epopeya del capitán Ahab a la caza de la ballena blanca, epopeya de humana sinrazón, pero también, como suele suceder con unos pocos hombres de especial nobleza, metafísicamente ansiosos, abiertos a lo sublime?

Que esta entrada sirva a lo menos, a los que no la han leído, para que se decidan por fin a tomarse el tiempo que sea necesario para disfrutar a fondo de la espléndida narración; a los que ya la han leído, para que vuelvan a leerla, una y diez veces más. Que la novela nunca se agota en las galas del lenguaje que describe genialmente aconteceres y personajes en camino a su trágica plenitud.

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© 2012 Lino Althaner

Vacío y plenitud 4

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El hombre de corazón se encanta con la montaña;
el hombre de inteligencia goza del agua.
Confucio

La mano del pintor paisajista moja al pincel en la tinta para luego concentrarse en la justa pincelada, la que ha de hacer perceptible en la obra  la forma en que las energías operantes en la transformación incesante del universo se despliegan y alcanzan su equilibrio. Ellas se expresan fundamentalmente, según dijera en la última entrada concerniente a la obra de Shitao, el pintor chino de principios de la dinastía Qing, en la relación del yang de la montaña con el yin del agua, que en la obra pictórica acabada se muestran  en armónica síntesis.

Además, hay que decir que esas fuerzas profundas, la montaña y el agua, tienen correspondencias que se revelan en la sensibilidad humana. Es decir que la esencia del hombre también está constituida por sus porciones de montaña (yang) y de agua (yin). Es así como la pincelada, junto con mostrar la esencia del paisaje en equilibrio, apunta también, de una forma misteriosa y por vías más bien inconscientes, a la esencia anímica del artista pintor.
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La naturaleza no es tan solo un marco externo. La naturaleza ‘tiende al hombre un espejo fraterno que le permite descubrirse y superarse’. Así, el hombre puede conocer en qué medida y de qué forma están presentes en él mismo las virtudes de la montaña y del agua; si alcanzan en él el deseado equilibrio. La pintura se vuelve símbolo del paisaje interno del ser humano, y las figuras se tornan representación de un mundo interior. Asociada a los ideales del espíritu chino se halla una concepción que motiva al ser humano a vivir la naturaleza con gran intensidad para luego interiorizarla, vivirla, y expresarla mediante los signos pictóricos. Entonces, no sólo la obra artística adquiere la perfección a través de la pincelada: también puede alcanzarla el hombre, que ejerciendo el arte de la pintura, aprende a conocerse a sí mismo y a mejorarse de sus defectos.

Intuyo que algo así podría plantearse con respecto a cualquiera otra actividad artística, sea de carácter plástico, literario o musical. Una verdadera mística del signo artístico. En el arte occidental, también encontramos, ciertamente, señales de esa mística. 

Pero vuelvo a lo que decía sobre la pintura china tradicional. Explica Francois Cheng en su libro que el paisaje no debe ser entendido tan solo ni como pintura naturalista, de la cual el hombre se halle ausente o se encuentre diluido; ni como pintura animista, que pretenda dar forma humana a las exterioridades del paisaje; ni menos se contenta con ser simple medio para mostrar vistas hermosas que admirar. Incluso cuando el hombre no aparece figurativamente en la pintura, incluso entonces ‘está eminentemente presente en los rasgos de la naturaleza que, vivida o soñada por el hombre, no es más que la proyección de su propia naturaleza profunda, habitada toda por una visión interior’, en que, por ejemplo, los valles están asociados a formas femeninas, receptáculos y vehículos del don, y las rocas dicen de atormentados gestos humanos.
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Así, pues, ‘pintar un paisaje es retratar al hombre, … un ser ligado a los movimientos fundamentales del universo. Se expresan -en él- la manera de ser del hombre: sus actitudes, su paso, su ritmo, su espíritu … Y los contrastes e interacciones entre los elementos visibles  del cuadro son los estados propios del hombre: sus temores, sus éxtasis, sus impulsos, sus contradicciones, sus deseos vividos o no saciados … ; el pintor chino, a partir de los siglos IX y X, privilegia el paisaje, que, a la par de revelar el misterio de la naturaleza, le parece adecuado para expresar a la vez los sueños y los rasgos profundos del hombre’.

En un párrafo especialmente hermoso desde el punto de vista literario, y elocuente para expresar su visión del arte pictórico, Shitao profundiza en el tema de las correspondencias cualitativas entre el hombre y la naturaleza:

‘En la montaña, las cualidades del cielo se revelan de manera infinita: la dignidad mediante la cual la montaña obtiene su masa; el espíritu mediante el cual la montaña manifiesta su alma; la creatividad mediante la cual la montaña realiza sus espejismos cambiantes; la virtud que forma la disciplina de la montaña; el silencio que guarda la montaña en su interior; la etiqueta que se expresa en las curvas y las pendientes de la montaña; la armonía que realiza la montaña con sus vueltas y sus recodos; la prudente reserva que encierra la montaña en sus caletas; la sabiduría que revela la montaña en su vacío animado; el refinamiento que se manifiesta en la gracia pura de la montaña; el arrojo que expresa la montaña en sus pliegues y desniveles; la audacia que muestra la montaña en sus terribles precipicios; la elevación con la cual la montaña domina altivamente; la inmensidad que revela la montaña en su caos macizo; la pequeñez que descubre la montaña en sus accesos diminutos …
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‘Si la montaña tiene tales cualidades, ¿cómo no las va a tener el agua? El agua no carece de acción ni de cualidades. En lo tocante al agua: por la virtud, forma la inmensidad de los océanos y la extensión de los lagos; por la rectitud, halla la humildad descendente y la conformidad a la etiqueta; por el tao, mueve sus mareas sin tregua; por la audacia, le abre paso a su marcha firme y a su impetuoso impulso; por la regla, sosiega sus remolinos al unísono; por la penetración, realiza su lejana plenitud y su universal alcance; por la bondad, realiza su brotar claro y su fresca pureza; por la constancia, lleva infaliblemente su curso hacia el este: Si el agua, cuyas cualidades se manifiestan así visiblemente en las olas del océano y en la profundidad de las bahías, no regulara su comportamiento por ellas, ¿cómo podría envolver todos los paisajes del mundo y traspasar la tierra con sus venas?

‘Aquel que sólo pueda obrar a partir de la montaña y no del agua se hallaría como sumergido en medio del océano sin conocer la orilla, o sería como la ribera que ignora la existencia del océano. Por ello, el hombre inteligente conoce la ribera al mismo tiempo que se deja llevar por el curso del agua; escucha los manantiales y se complace a orillas del agua.’
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El paisaje, así considerado, es capaz de mostrar los aspectos del ser humano que tienden a la perfección como asimismo los que conducen al error y al defecto. El hombre, como parte integrante de la naturaleza, encuentra en la pintura del paisaje, a juicio de Shitao, indicios de sí mismo.  Especialmente el artista pintor, ha de encontrar en ella el espejo que,  según dijiera más arriba, la naturaleza le tiende con el fin de reflejar en la obra pictórica el retrato misterioso de sí mismo
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© 2012 Lino Althaner

La muerte de Virgilio

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La vida del hombre es un vestido prestado
Al-Áfuah Al-Audi (s.VI)

¿Hay algo verdadero que se oculte bajo nuestras apariencias?

¿Qué valor atribuir a la vestidura de que nos hemos ido cubriendo a lo largo de los años, para halagarnos mentirosamente, para impresionar a nuestro ego y a nuestro entorno, para defendernos? ¿Atributos, por otra parte, etiquetas adheridas al rol que nos ha impuesto la sociedad,  cifras, análogas a las de un código de barras, con que el estado nos encasilla, ordenándonos a su gusto, y nos ubica, nos requiere, nos obliga a su antojo cuando nos necesita? ¿Detrás de todo ese entramado de oficios, de títulos, no hay algo más, acaso, que quisiera de pronto salir a la luz, detrás del lugar que ocupamos en las estadísticas , más allá de las taxonomías a que estamos sometidos?
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Por cierto que sí. Olvidada allí, disimulada, invisible a nuestra propia mirada, allí suele languidecer nuestra verdadera identidad, con frecuencia tan distinta a la que ostentamos públicamente, a lo que parecemos; allí suele yacer desatendida y deteriorada, nuestra auténtica condición humana.

Se nos vuelve ajeno nuestro nombre. Pues él de repente no refleja más que una categoría social, una lejanía de la vida; una ubicación; cosas y números con más o menos ceros a la derecha; sujeción a valores engañosos, a requerimientos productivos; una profesión, una dirección de correo electrónico. Nos identificamos con lo que no somos. Y en ello solemos quedarnos, en la pura apariencia, en la laboriosidad, en el conflicto, en la urgencia, en el sueño del que no llegamos a despertar. Dejamos entonces de ser nosotros mismos. Nos quedamos en el disfraz que nos oculta, en un vestido que en verdad no es el nuestro.
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En esa magnífica novela que es La muerte de Virgilio, el escritor austríaco Hermann Broch (1886-1951) expresa algo parecido con verdad y hermosura. Dice en ella la voz del poeta latino al muchacho que lo acompaña, junto a su último lecho:

‘-El nombre es como un vestido que no nos pertenece, estamos desnudos bajo nuestro nombre, más desnudos aún que el niño que el padre ha levantado para darle el nombre. Y cuanto más llenamos de ser el nombre, tanto más ajeno se nos torna, tanto más independiente se vuelve de nosotros, tanto más abandonados resultamos nosotros mismos. Prestado es el nombre que llevamos, prestado el pan que comemos, prestados nosotros mismos, suspendidos desnudos en lo extraño, y sólo aquel que se ha despojado de todo el prestado oropel, llega a ver la meta, es llamado a la meta, donde se une definitivamente con su nombre’.

A lo cual replica el joven: ‘-Tú eres Virgilio’.

Y responde el poeta: ‘-Lo fui una vez; tal vez vuelva a serlo.’

El poeta siente que a lo largo de su vida, y justo en la medida en que lo han capturado la gloria mundana, la fama y la riqueza a que ha abierto las puertas el reconocimiento del César, justo en la medida en que se ha realizado como personalidad de su tiempo, se ha ido alejando progresivamente de su centro, olvidándose de sí mismo, de su auténtica persona, escondida tras el aparente brillo de las circunstancias. Su íntimo anhelo de espiritualidad, de sabiduría trascendental, ha quedado pendiente, ha sido sacrificado a ‘todo el prestado oropel’ que le hado su fama de poeta laureado. Debería vaciarse de él para emprender su auténtico camino, no el de las apariencias, por mucho que éstas lo dejen inscrito en la memoria de los hombres para siempre. Pero teme, el Virgilio de Broch, no ser ya capaz de lograr en vida ese retorno a sí mismo. Y tal vez reflexiona en lo insignificante que resulta para el espíritu que trasciende la memoria de los hombres.

Virgilio es por cierto un pretexto de Broch para meditar sobre sí mismo, sobre el hombre.
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William Blake – Dante y Virgilio a las puertas del infierno (wikipaintings.org)

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Pero suele ocurrirle al hombre lo que al Virgilio de Hermann Broch. Que por no asumir a tiempo las consecuencias del conocerse a sí mismo, debe al final admitir que se ha sacrificado por la opción equivocada: la opción de la acción desenfrenada, la opción del sinsentido, del ganar posiciones para gozar de materiales prerrogativas, a las cuales sacrifica los deseos más caros de su corazón. Que por no conocerse a tiempo, se topa consigo demasiado tarde. 

Una tragedia más, entre las tantas que afligen al género humano. Alejarnos de esta vida con un nombre que no somos de verdad. Con un nombre que es pura investidura o ilusoria condecoración, que para lo que comienza a importar, no vale tal vez ni un centavo.
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© 2012 Lino Althaner

Vacío y plenitud 3

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La pincelada -pincel y tinta- está asociada a la noción que ve en la existencia la incesante presencia del yin y del yang como fuerzas, más que opuestas, equilibrantes. En la pincelada, mientras la tinta expresa la energía más bien pasiva del yin, el pincel representa la fuerza del  yang, impulsada por la mano del artista. Así como el yin sin el yang, el pincel sin la tinta carece de sentido. Y a la inversa. Entonces, el juego del pincel con la tinta sirve al artista para expresar las incontables particularidades del mundo, manifestaciones todas del mismo principio.
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Pero el pincel y la tinta tienen todavía un significado adicional, que se revela en la pintura del paisaje. La pincelada es el aliento que surge del caos para expresar el equilibrio entre la montaña (yang) y el agua (yin), que ya en el Libro de los Cambios (I Ching) aparecen destacadas en su contrastante figuración. Si en el acto de pintar, la armonía del pincel y de la tinta están vinculados a la creación del universo en devenir, es del todo natural que en el paisaje esa armonía se revele como equilibrio entre montaña y agua, que aparecen entonces como elementos importantes del paisajismo, en la teoría de Shitao. Aunque no haya un río o un lago en el paisaje, al agua ha de estar allí. Aunque no haya una montaña, la montaña como yang se hace presente.

La pintura expresa la gran regla de las metamorfosis del mundo, la belleza esencial de los montes y de los ríos en su forma y su impulso, la actividad perpetua del creador, el influjo del aliento yin-yang; por medio del pincel y de la tinta, aprehendo todas las criaturas del universo y canta en mí su júbilo’ (Shitao, Palabras sobre la pintura, capítulo III).
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El océano de la tinta armoniza con la montaña del pincel:

‘Desde siempre, los grandes pintores han percibido exactamente lo siguiente: hay que hacer que el océano de la tinta abarque y lleve, que la montaña del pincel se erija y domine; luego hay que extender ampliamente su uso hasta expresar las ocho orientaciones, los aspectos variados de los nueve distritos de la tierra, la majestad de los cinco montes, la inmensidad de los cuatro mares, desarrollándose hasta incluir lo infinitamente grande, atenuándose hasta recoger lo infinitamente pequeño’ (idem, capítulo XVII).

En el océano (agua) y la tinta coinciden el yin. En la montaña y el pincel, el yang.

El mar posee el desencadenamiento inmenso, la montaña posee el encierro latente. El mar engulle y vomita, la montaña se prosterna y se inclina. El mar puede manifestar un alma, la montaña puede transmitir un ritmo. La montaña, con sus cimas superpuestas, sus acantilados sucesivos, sus valles secretos y sus precipicios profundos, sus picachos elevados que despuntan bruscamente, sus vapores, sus nieblas y su rocío, su humo y sus nubes, hace pensar en el mar que rompe, traga salta; … son las cualidades del mar, de las cuales se adueña la montaña. El mar también puede adueñarse de la montaña: la inmensidad del mar, sus honduras, su risa salvaje, sus espejismos, sus ballenas que saltan y sus dragones que se yerguen, sus mareas en oleadas sucesivas como cimas, cosas con las cuales el mar se adueña de las cualidades de la montaña … Tales son las cualidades de que se adueñan mar y montaña, y el hombre tiene ojos para verlo. Pero quien sólo percibe el mar a costa de la montaña, o la montaña a costa del mar, ¡tiene en verdad una percepción obtusa!

‘¡Mas yo sí percibo! La montaña es el mar, y el mar es la montaña. Montaña y mar conocen la verdad de mi percepción: ¡todo reside en el hombre, por sólo impulso del pincel, de la tinta’ (idem, capítulo XIII).

Percibimos en estas palabras un sentido místico, que es por cierto el sentido de la pintura de Shitao y tal vez, de alguna forma a lo menos, el de buena parte de la pintura china tradicional. Me pregunto si no será acaso ese mismo significado, que tiene asimismo profundas connotaciones cosmológicas y filosóficas, un tanto distintas de las nuestras, occidentales, el que nos suele dificultar la aprehensión plena de su belleza. Una belleza en que contrastes internos como los señalados y devenires recíprocos desembocan en expresiones estéticas de unidad y de totalidad. Una belleza en que los elementos particulares son realzados sólo en la medida en que contribuyen a la armonía del conjunto. En que los opuestos se vuelven en la apariencia de sus contrarios. En que el vacío, ‘que circula no sólo entre los elementos sino en el seno de cada elemento, suscita un flujo invisible que lo arrastra todo en un movimiento vivificante de transformación’. Es el vacío totalizador, que une a los distintos elementos en una sola voz, que suele ser mezcla de angustia y de consolación. Vacío que interroga y que, aunque con cierta ambigüedad, parece dar respuesta.

También me pregunto si mucho de lo que dice Shitao no podría ser también aplicable al arte pictórico occidental.
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¿Qué es lo que, en suma, nos quiere decir? Que frente al paisaje, todo oposición y todo devenir, el hombre contempla, interpreta, y dice con la pincelada la palabra de su corazón, habitado también por el vacío. Y que al hacerlo, el hombre se compromete tan hondamente, que el paisaje se vuelve, ya lo veremos, en retrato de sí mismo.

Y entonces el artista asume la forma del paisaje, de la pintura.
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© 2012 Lino Althaner

Vacío y plenitud 2

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‘La tinta, al impregnar el pincel, lo dota de alma; el pincel, al utilizar la tinta, lo dota de espíritu. El hombre detenta el poder de formación y de vida; si no, ¿cómo sería posible extraer así del pincel y de la tinta una realidad que tenga carne y hueso’ .
(Shitao, Palabras sobre la pintura, capítulo V).

El espíritu creador fluye desde la mano al pincel. Al impregnarse del alma de la tinta, adquiere el pincel la capacidad de diferenciar la materia del caos, de darle forma y animarla. Alentados por la mano creadora, el yang del pincel y el yin de la tinta, en suma la pincelada, se vuelven dadores de vida.

A quien ande a la búsqueda de una reproducción realista del paisaje, esta forma de pintura le resultará tal vez desilusionante. Pues estamos en presencia de un arte que no busca tanto reproducir las formas exteriores, la apariencia, como captar la esencia del ente representado. Para de paso sugerir la forma en que, a través del arte pictórico, el caos del origen se ordena para dar paso a la vibración de las cosas, cada una marcada tanto por su propia individualidad como por su condición de integrante de un todo unitario. El todo y el uno que es el mundo y que es la obra de arte.
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Shitao – Ermita en la montaña

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Así, por ejemplo, en la pintura arriba representada, que podríamos calificar de intensamente expresionista, vibrante de pasión, de ansias de enseñar más que los flujos formales de la superficie para internarse en las corrientes vitales de las rocas. La pincelada es intensa y espontánea. Brota del interior del artista, una vez que se ha posesionado suficientemete de la esencia de las cosas que pinta.  Integrada entre las rocas, que se agitan en un torbellino vibrante, mora el hombre en su ermita. En medio de la naturaleza, el hombre reposa, como en el regazo del caos, que sigue presente en el orden, en la unidad. El hombre que aparece  como conciencia, como ‘ojo iluminado’ de la naturaleza. Que no intenta sentirse distinto de ella, pues en ella vive en paz, sino que espera nostálgico el regreso a la plena unidad, en el todo de que forma parte.

‘Más que la semejanza exterior, la pincelada busca discernir el li, la ‘línea interna´de las cosas. Al mismo tiempo, se carga de las pulsiones irresistibles del hombre. La pincelada trasciende así el conflicto entre dibujo y color, entre representación del volumen y del movimiento, y, por su sencillez misma, encarna a la vez lo uno y lo último, así como la ley de la transformación’. La pintura china es ‘un arte de la pincelada, porque ésta se halla en profunda concordancia con la concepción china del universo. Convencido de que en la naturaleza la corriente del tao recorre las colinas, las rocas, los árboles, los ríos, y de que las ‘venas de dragón’ ondean a través del paisaje, el pintor, a la par que dibuja las formas de la realidad, procura recrear las líneas invisibles y rítmicas que las enlazan y las animan. Al hacerlo, da rienda suelta a los influjos que animan su propio ser’ (Francois Cheng, Vacío y plenitud, p. 221 s.).
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Luego diré algo más acerca del valor atribuido a la pincelada en la pintura china y, especialmente, en la obra pictórica de Shitao, según es definida en su libro Palabras sobre la pintura y en el de Francois Cheng, que estoy resumiendo en parte y comentando.


© 2012 Lino Althaner

Vacío y plenitud

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El lugar supremo entre las artes, lo ocupa en China la pintura. La cultura china tradicional se inclina, en efecto, a creer que el arte pictórico tiene la potencia de revelar el misterio del universo. No sólo es capaz, la pintura, de representar a la naturaleza, expresiva de energías celestes, terrenas y humanas.  Incluso se aventura a repetir los gestos mismos de la creación. Bien puede ser calificada de práctica mística y sagrada.

Es expresión de una cosmología en que todos los seres y todos los fenómenos son producto de lo Uno, que en el juego de las oposiciones y de las transformaciones parece volverse múltiple, pero sólo para luego regresar al equilibrio, a la unidad que todo lo concilia. Cuando la pintura se une en la misma obra, como ocurre con tanta frecuencia, a la poesía y a la caligrafía, tiende a expresar una realidad que se halla asociada a lo más propio del espíritu de la China eterna.
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Tal es la materia del libro de Francois Cheng Vacío y plenitud –El lenguaje de la pintura china- (Siruela, Madrid 2005). Una interesante reflexión acerca de la esencia de la pintura china tradicional, respaldada por el pensamiento de Shitao (c. 1642-1707), quien junto con destacarse como pintor exquisito y muy original, fue asimismo un importante teórico del arte, conocido por su libro Palabras sobre la pintura. La filosofía china, fruto de ingredientes principalmente taoístas, confucianos y budistas, se expresa aquí como una teoría de la pintura en que la unidad del hombre y la unidad del mundo se revelan en el lienzo por medio de la acción espontánea y justa del pincel y de la tinta, para expresar el equilibrio entre el vacío y la plenitud.  

El hombre se encuentra con el universo por medio de la pintura. Para ello es preciso que sea capaz de aprehender la forma en que el aliento universal se expresa en las cosas. Una vez encontrado el aliento se expresa en la pincelada. Por medio del pincel y de la tinta el hombre comprueba la profundidad de su integración  en la naturaleza.  A través de la pincelada, el hombre separa la unidad de lo originalmente indiferenciado. Tal como en el origen del cosmos. Y no tan solo eso: separa el cielo de la tierra y se hace hombre, asimilando la esencia del universo.
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Shitao – Autorretrato

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‘La unión del pincel y de la tinta, que resulta de la pincelada, es análoga a la del yin y del yang. De la misma manera que la interacción del yin-yang genera todos los seres y promete las transformaciones, la pincelada única, por el juego del pincel-tinta, entraña todas las demás pinceladas, que, percibidas como transformaciones de la pincelada inicial, realizan paso a paso las figuras de lo real.’

Resuena en este párrafo la enseñanza del Tao Te King. Por lo tanto, la pintura no es entendida como ‘una simple descripción del espectáculo de la creación: ella misma es creación, microcosmos cuya esencia y funcionamiento son idénticos a los del macrocosmos’. Exteriormente, muestra el modo de la creación. Pero, interiormente, revela nada menos que la fuente misma que da vida al Cielo, a la Tierra y a la humanidad. Pues ya lo adelanté: la pintura expresa la permanente interacción de las fuerzas del yin y del yang que se muestran como opuestas para luego tender a equilibrarse armónicamente y regresar a la unidad. Insinúa el vacío en que se mueve todo lo existente. Que no es el vacío de la nada absoluta. Sino la indescriptible realidad que da sentido a todo lo existente.
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Shitao – Paisaje montañés

 

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En la próxima entrada, seguiré con el análisis de estos bellos de textos, de Francois Cheng, especialista en pintura y poesía china, y Shitao, pintor y teórico del arte de la dinastía Qing.
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© 2012 Lino Althaner

Iluminaciones

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Admirando el buen gusto para seleccionar a sus poetas y poemas preferidos, recorro las páginas de Versiones y Diversiones, obra del mejicano Octavio Paz, recopilación de traducciones suyas al español (Galaxia Gutenberg, Barcelona 2000). Allí me encuentro con estas dos sencillas experiencias de iluminación espiritual, dichas con la lengua de la poesía. La más propia tal vez para expresarlas.
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La primera es del irlandés William Butler Yeats (1865-1939). Una ráfaga de gracia inunda repentinamente al poeta, tranformándolo en fuego bendito, capaz de bendecir. Lo fulmina con la fuerza de lo obvio, de pronto hecho presente en el lugar menos pensado, de manera que recuerda al satori de los discípulos del Zen.
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Vacilación

Cincuenta años cumplidos y pasados.
Perdido entre el gentío de una tienda,
me senté, solitario, a una mesa,
un libro abierto sobre el mármol falso,
viendo sin ver las idas y venidas
del torrente. De pronto, una descarga
cayó sobre mi cuerpo, gracia rápida,
y por veinte minutos fui una llama:
ya bendito, podía bendecir.

(My fiftieth year had come and gone, / I sat a solitary man, / In a crowded London shop, / An open book and empty cup / on the marble table-top. / While in the shop and street I gazed / My body of a sudden blazed;/ And twenty minutes more or less / It seemed, so great my happiness, / That I was blessed and could bless.)

No es tan distinta la experiencia de Czeslaw Milosz (1911-2004), el gran poeta polaco de origen lituano.

Bienaventurado el receptor de dones como estos, hombre abierto a lo hondo e inefable, presente en lo cotidiano. Despegando de la miseria de nuestros egos, de pronto percibimos lo que somos en verdad, lejanos al conflicto y a la presunción. Por unos momentos, a lo menos.

El premio

Qué día feliz.
La tiniebla se disipó temprano.
Me puse a trabajar en el jardín.
Colibríes quietos sobre la madreselva.
Nada sobre la tierra que yo quisiese tener,
nadie sobre la tierra que yo pudiese envidiar.
Había olvidado todo lo que sufrí,
no tenía ya vergüenza del hombre que fui.
No me dolía el cuerpo.
Al enderezarme, vi el mar azul y las velas.

(A day so happy. / Fog lifted early, I worked in the garden. / Hummingbirds were stopping over honeysuckle flowers. /There was no thing on earth I wanted to possess. / I know no one worth my envying him. / Whatever evil I had suffered, I forgot. / To think that once I was the same man did not embarrass me. / In my body I felt no pain. / When straightning up, I saw the blue sea and sails.)

Ambos poemas nos dicen del hombre transfigurado por el súbito reconocimiento de la simple realidad. Del hombre olvidado de todo egoísmo, de todo temor. Del hombre invulnerable.

Todavía tengo un tercer ejemplo, esta vez del mismo Octavio Paz, tomado del hermoso poemario Hacia el comienzo, contenido a su vez en el libro Ladera este, Galaxia Gutenberg, Barcelona 1998). Dice de una vivencia frecuente en los hombres espirituales, la cual se experimenta simplemente Con los ojos cerrados

Con los ojos cerrados
te iluminas por dentro
eres la piedra ciega

Noche a noche te labro
con los ojos cerrados
eres la piedra franca

Nos volvemos inmensos
sólo por conocernos
con los ojos cerrados

El hombre piedra ciega, se vuelve piedra franca. La piedra franca, la empleaban los constructores medievales para alzar  catedrales. El hombre que se labra noche a noche, en la oscuridad, se transforma iluminado en piedra franca, capaz de conocer la inmensidad del templo que se erige en su interior.
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© 2012 Lino Althaner

Amigo de Dios, amigo de los hombres

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De las religiones semíticas heredamos el concepto de un Dios terrible, legislador de rigurosos mandamientos y juez implacable, amante del rito, del sacrificio y de la venganza. ¿Era el dios que hacía falta para conducir al pueblo elegido por el camino elegido por sus gobernantes? Pues las sociedades jurídicamente estructuradas, esto es, los estados, o son ateas o suelen hacerse dioses a la medida de sus intereses. Para que las leyes estatales se cumplan es mejor que lleguen al pueblo revestidas de la autoridad divina. El dios iracundo, difícil de contentar, inclemente con quien se aparta del camino trazado, dice el decálogo que le dictan el rey y el sacerdote. Un decálogo que se multiplica en minucioso despliegue de normas, crecientemente invasivo de las libertades, de las privacidades, y de la misma divinidad.
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Cortezas concéntricas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Este concepto de Dios es, por cierto, bastante ajeno al espíritu de los místicos.  Por una sencilla razón: porque tal no es el Padre Bueno, el padre de Jesús. Y el Espíritu que anima a Jesús de Nazaret es el del amor incondicional que no es negado a ser humano alguno. Si tienen alguna duda al respecto, revisen los Evangelios, sobre todo el de San Juan.

Lo hemos visto en Juan de la Cruz. También en Rumi, el místico sufí. Y asimismo lo encontraremos en la mística judía. El místico tiende a desviarse del camino institucional. Tiende a la herejía. No puede sino tener problemas con los guardianes del dogma, instrumento para distinguir a ‘nuestro’ Dios del Dios de los demás, trazando inflexible y definitivamente su figura y sus circunstancias; las del inefable, el extraño, el desconocido. Esa pretensión, no la tienen los místicos.

No la tenía el Maestro Eckhart, que aprendió en la profunda meditación que el camino para alcanzar la redención supone, más que sujeción a los dogmas, las doctrinas y los preceptos, el anonadamiento de sí mismo en el amor divino, para hacer de sí mismo un intermediario y publicista de ese amor. Creía el maestro que Dios moraba en su intimidad y que a través de una disciplina basada en la entrega, en la  renuncia, en la oración y en la bienaventurada y amorosa aceptación de su vida, podía llegar a experimentar esa profunda presencia.
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Círculo con mariposas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Vaciarse de las cosas para llenarse de Dios. Esto lo desarrolla el maestro renano de diversas maneras, pero una de ellas llama la atención por su fuerza, por su audacia, por la convicción acerca de la cercanía de Dios, que revela. Para llenarse de Dios el hombre de Dios, nos dice, debe querer nada menos que la felicidad del mismo Dios. Cuando el hombre vive en el amor y en la pureza,  Dios retoza y se ríe, explicaba en hermosa metáfora. Lo que quería decir es que cuando Dios ríe en el alma del hombre, el hombre puede reir en Dios. Al reir el hombre en Dios, alcanza su plenitud.

No, ciertamente, en el Dios de los Ejércitos, el Jehová tremendo del Antiguo Testamento, el Dios asociado a la muerte más que a la vida, en el que se nos ha querido hacer creer. El Maestro Eckhart nos hace pensar más bien en un Dios que se ríe, que tiene buen humor, que no necesita imponerse sobre los hombres como legislador, juez o verdugo, que lo único que quiere es amar y ser correspondido. Pues el Dios de los místicos no se asocia en términos de exclusividad con pueblo o nación alguna, ni siquiera con una religión o institución religiosa en particular. Dios no es modelo para ejercer poder sobre los hombres, ni para dividir a los hombres. Es modelo para amar a los hombres, para unirlos, para borrar las diferencias que torpemente los separan.

Este es el Dios en que debe creer el ser humano.

Se cuenta de Meister Eckhart una anécdota que recuerda la atmósfera espiritual de un cuento jasídico. Relata que en uno de sus paseos por el jardín conventual, se habría encontrado con un niño desnudo:

¿De dónde vienes? le preguntó.

     Vengo de Dios, respondió el niño.
¿Dónde le encontraste?
     Allí donde abandoné todo lo demás.
¿Dónde lo pusiste?
     En los corazones virtuosos.
¿Y quién eres tú?
     Soy un rey.
¿Pues dónde está tu reino?
     En tu corazón.
Entonces, compadecido de su desnudez, el Maestro le habría ofrecido que tomara de su celda todo el abrigo que quisiera. Mas el niño le contestó:
     Con tu abrigo, dejaría de ser rey.
Y luego desapareció. Porque el niño era el mismo Dios, que había descendido a pasar un rato ameno con sus amigos.
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Planetoide tetraédrico – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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El niño, en sí mismo, es ya un símbolo de divinidad. La desnudez del niño se refiere, a mi entender, por lo menos a dos aspectos. Por una parte, simboliza la desnudez, la pureza y el anonadamiento del hombre que aspira a que su alma alcance la unión suprema, la meta sublime. Pero, además, la desnudez nos dice de un Dios carente de atributos e historias pensadas o inventadas por los hombres, de un Dios inefable, del que casi todo lo desconocemos, salvo su amor. 

Que tal fuera mi Dios, es lo que quisiera.
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© 2012 Lino Althaner