Tomemos el pincel y las pinturas

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Suele ocurrir que despertemos con una sensación de indefinible desasosiego, con una pesadez en la cabeza o en todo el cuerpo, y a veces afectados por una suerte de inseguridad, física y metafísica. Me solía ocurrir con alguna frecuencia cuando en mis días de sometimiento a la alarma estridente en las mañanas, seguida del presentimiento de una jornada más, con frecuencia rutinaria y sin sentido.

Preferentemente me ocurría los lunes.

Uno de esos días encontré estos versos de Yalal-ad-Din Muhammad Rumi, el poeta místico persa del siglo XIII, uno de los grandes representantes de la espiritualidad sufi. Según él, en la medida que el hombre se desarrolla en la invención de cosas necesarias para alimentar su ego -ese puro fantasma- ansioso de poder, de riqueza, de fama, se aleja cada vez más de sí mismo y hace cada vez más densa la muralla que lo separa de lo Uno, de lo Absoluto, que no solo parece sino que es. 

Encuentro de Rumi con místicos persas

Encuentro de Rumi con místicos persas

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Sus palabras son las de un sabio entre los sabios:

Hoy día, como cualquiera otro,
despertamos vacíos y asustados.
Entonces, no nos afanemos. 
No abramos la puerta al estudio.
No empecemos a leer.
Tomemos mejor un instrumento musical.

Hoy día, como cualquiera otro,
despertamos vacíos y asustados.
No nos entreguemos entonces a nuestros afanes.
Tomemos el pincel y las pinturas.
Y que la belleza que amamos
sea lo que hacemos.

Hoy día como cualquier otro
despertamos vacíos y asustados.
Pero no nos apuremos.
Lancemos la red al pozo de los sueños.
Sintamos tan solo y escuchemos.
Hay mil formas de inclinarse a besar la tierra.

Y que sea lo que hacemos
la belleza que amamos.

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La versión que muestra el vídeo es del poeta estadounidense Coleman Barks, gran difusor de la poesía de Rumi en los países de habla inglesa. 

Rumi, sabio entre los sabios. Sabio de una sabiduría que no se basa en la pura razón del intelecto. El intelecto es un sentido más. Se apoya también entonces, su sabiduría, en el mensaje iluminado de los cinco restantes sentidos. Y, además, en la muy iluminada intuición, fuente de vera imaginatio. Un poco como todos los místicos. Que hallan en esos siete pilares el fundamento de la armonía.

 


© 2014
Lino Althaner

La canción de Kabir (The song of Kabir)

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Poco se sabe de la vida de Kabir (1440-1518), el poeta místico de la India. Se crió en un medio musulmán, pero luego se hizo discípulo del asceta hindú Ramananda. Tanto entre los sufis como entre los brahmines es considerado santo, y su influencia espiritual se mantiene el día de hoy. Su poesía, como la de tantos otros grandes místicos, suele volar por encima de las denominaciones y los cánones religiosos.

Brahma Vishnú Mahesh Trimurti

Brahma Vishnú Mahesh Trimurti


He aquí una de ellas:


Oh alma mía, que vas y que vienes

por las sendas del espacio y del tiempo.
En el juego inútil no hallarás el camino.
Fija tus metas y anda.

Entona un canto con toda tu alma
para que no tengas que cantar otra vez.
Ámalo a él con todo el corazón
para que no tengas que amar otra vez.

Oh alma mía…

Camina el sendero con total confianza
para que no tengas de nuevo que andar.
Entrégate a un tal Maestro
que no tengas que buscar otra vez.

Oh alma mía…

Eleva una oración con toda tu alma
para que no tengar que rezar otra vez.
Muere a la vida a los pies de Dios,
que no tengas que morir otra vez.

Oh alma mía…

Respira mi Amor
Respira mi Amor
en el inmóvil centro.

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Snatam Kaur es una cantante estadounidense especializada en la música devocional de la India. Es ella quien interpreta los versos de Kabir, hechos canción:
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Oh my Soul, you come and you go/ Through the paths of time and space./ In useless play you’ll not find the way/ 
So set your goals and go.// Sing such a song with all your life/ You will never have to sing again./ Love such a one with all your heart/ You will never need to love again.// Oh my Soul you come and you go… // Walk such a path with all your faith/ You will never have to wander again./ Give yourself to such a Guru/ You will never have to seek again.// my Soul … // Pray such a prayer with all your soul/ You will never have to pray again./ Die such a death at the feet of God/ You will never have to die again.// Breathe my Love/ Breathe my Love/ Breathe in the quiet centre.


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Otra hermosa expresión poética de este gran místico indio la hallamos en los siguientes versos. En ellos se manifiesta otro aspecto del sentimiento de absoluta negación del yo en aras de una entrega absoluta a un Dios innombrable.


No vendré

Ni iré
No viviré
ni moriré.

Seguiré murmurando
el nombre
y en él
me entregaré.

Soy la copa
Soy el plato
Soy el hombre
y la mujer.

Soy la dulce lima
y el pomelo.
Soy hindú
y musulmán.

Soy el pez
y soy la red
Soy el pescador
y el tiempo.

Yo soy nada
dice Kabir
yo no estoy entre los vivos
ni estoy entre los muertos.


I won’t come/ I won’t go/ I won’t live/ I won’t die// I’ll keep uttering/ The name/ And lose myself/ In it// I’m bowl/ And I’m platter/ I’m man// And I’m woman// I’m grapefruit/ And I’m sweet lime/ I’m Hindu/ And I’m Muslim// I’m fish/ And I’m net/ I’m fisherman/ And I’m time// I’m nothing/ Says Kabir/ I’m not among the living/ Or the dead.


© 2014
Lino Althaner

Música: ¿ciencia o arte?

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A partir del pensamiento griego, le es cada vez más fácil al hombre occidental interpretar los estados de la naturaleza externa de manera exclusivamente impersonal, casi matemática. En este ámbito, un impulso aparentemente imparable se despliega hacia la comprensión objetiva del mundo, exenta de todo elemento no cuantificable. Quedan muchas preguntas por responder en el ámbito de la comprensión del macrocosmos, tal vez las más importantes, tal vez suscitadoras de respuestas capaces de echar por tierra una buena parte de la inteligencia del universo que actualmente consideramos dogmática. Pero la tendencia es claramente esa, la de la comprensión de lo natural que se ubica fuera del ser humano por los caminos de la física, las matemáticas y la lógica.

Mirando hacia el interior de sí mismo, la visión del ser humano no es la misma. Hay territorios investigados conforme a parámetros científicos, tales como los que estudian la anatomía, la fisiología, la patología. Pero cuando se llega a los estados internos de la conciencia humana, allí se despliega un mundo que se resiste a los intentos de cuantificación. Lo supuestamente objetivo está aquí fuera de lugar. El pensamiento matemático, la lógica, aquí desesperan. Si hay algo que parece marcar los llamados intentos científicos, de la psicología y de la psiquiatría, por ejemplo, es la de no ser sino estructuras teóricas más o menos arbitrarias y marcadas constitutivamente por el elemento provisional. No podía ser de otro modo, ya que este es el reino, en el cual por sobre la racionalidad de la vigilia consciente, imperan la imaginación, la locura de los sueños, la poesía, la mística. Un territorio limítrofe, que podríamos llamar el reino de lo inimaginable, de lo indescriptible, de otro que allí recién comienza. Es el reino del arte.

 

Virgil Solis, Orpheus with lyre and animals (1563)

Virgil Solis, Orpheus with lyre and animals (1563)


A propósito, es que se pregunta Joscelyn Godwin, en un hermoso ensayo titulado «La cadena áurea de Orfeo» (Siruela, 2009) si la música es una ciencia o un arte. La respuesta de Godwin: ¡La música es ambas cosas a la vez!

«Desde el punto macrocósmico -señala- consiste en un fenómeno físico con principios cuantificables de ritmo y armonía. Y agrega que «en nuestros días, la interpretación completa de una sinfonía puede ser codificada mediante las fórmulas de una grabación digital, con todos sus detalles y matices.» Desde el punto de vista microcósmico, sin embargo, la misma sinfonía es «algo muy distinto; es un registro de los estados cambiantes de la psique. Consiste en las cualidades y no en las cantidades de la experiencia, que no pueden ser traducidas a ningún otro lenguaje.» 

Un registro de estados psíquicos, de sentimientos, de ideales estéticos, un registro armónico, expresivo, desesperado, de lo que ocurre en la mente del compositor. Que se vuelve, en su momento, en experiencia interpretativa y en pura audición de quien se entrega con todo su ser a la comprensión capaz de procurarle un goce sin igual.

La música es, según Godwin, «el punto en el cual se deshace la dicotomía entre la ciencia y el arte, donde cada cantidad es también una cualidad, y cada momento psíquico, físicamente demostrable.»

La música nos da un instrumento «para integrar la experiencia de las dos caras de Jano, reflejo de los mundos interno y externo.»

A la mayoría de nosotros, que carecemos de los dones que reciben el compositor o el intérprete, y que debemos atenernos a los goces de la audición, nos vienen bien estas palabras del místico iranio Al-Gazzali (1058-1111):

«La causa de esos estados que acontecen al corazón mediante la escucha de la música, es el secreto del Supremo Dios, consistente en la relación de la medida de los tonos con las almas, y el sometimiento de éstos a aquéllas, tanto como de las impresiones que les llegan: anhelo y gozo, tristeza, euforia o depresión. El conocimiento de por qué las almas reciben las impresiones a través de los sonidos pertenece a lo más sutil de la ciencia de las revelaciones, con la cual los sufíes son agraciados.»

 

© 2014
Lino Althaner

Maimónides y el Mesías, Jesús de Nazaret

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Conocida de los lectores de este blog es mi intuición de que existe una sabiduría -‘philosophia perennis’, la llamaba Aldous Huxley- que se manifiesta en la forma de creencias, principios y valores que son comunes a todo sentimiento religioso, y en una espiritualidad que se empina por sobre el dogmatismo estrecho que suele caracterizar a las religiones institucionalizadas. Aun cuando son múltiples los lazos que las unen, no siempre hay mucho interés en destacar su importancia: porque, puestos ellos de manifiesto, dejan de tener sentido las divisiones, fundamentadas a veces en aspectos secundarios. En todo caso, el sueño de unir a la humanidad en una espiritualidad que sea capaz de unificar las formas opuestas, sigue siendo válido. Tal vez más válido que nunca en estos días.

Con esa idea en la mente es que he reflexionado en torno a las religiones, pero sobre todo acerca de las tendencias de carácter místico que se revelan tanto en Oriente o en Occidente como dotadas de una fuerza y de una amplitud capaces de aglutinar en vez de dividir. Con ese espíritu he escrito tanto sobre la mística judía como sobre el sufismo de los musulmanes y la espiritualidad cristiana presente en  figuras tan universales como las del Maestro Eckhart, de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de  Ávila. Me he remontado también a las intuiciones del gnosticismo primitivo y, asimismo, por cierto, a los tesoros del el taoismo y el budismo.

Recientemente he estado ocupado en la lectura de Maimónides, el sabio judío, filósofo y maestro de la ley religiosa, nacido en España en el siglo XII y que escribió en árabe su famosa obra «Guía de Perplejos». Un maestro de la interpretación racional, que pone de manifiesto la insuficiencia del lenguaje para representar las cosas de Dios y que descubre la alegoría, la analogía y el espíritu que anima las palabras donde otros se quedan en la pura literalidad. Alguna huella de esos estudios ha quedado impresa en este sitio.

Dibujo por Elhanan Ben-Avraham (http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018) Elhanan Ben-Avraham: José y sus hermanos –    No podría acaso representar también a Jesús y sus discípulos
(http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018)

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Con motivo de tales investigaciones, me he topado con un artículo del estudioso D. Thomas Lancaster que analiza la manifestación de una tendencia judía que no debería parecernos tan extraña: la de considerar a Jesús de Nazaret como el verdadero Mesías. Digo que no me parece extraña por la evidencia de que Jesús de Nazaret era judío de tierra y de religión. Se expresa como judío, lee las Escrituras en las sinagogas  y una buena parte de su legado más preciado se encuentra de alguna manera ligada a enseñanzas ya expresadas, tal vez con menos fuerza, en la Torah, los Profetas y los Escritos, esto es, en los libros del Antiguo Testamento. Solemos olvidar lo que debería servirnos también para iluminar nuestros puntos de vista acerca de la religión judía. También olvidamos que los primeros creyentes en la mesianidad de Jesús se consideraban plenamente judíos.

He traducido dicho artículo del inglés. Se títula ‘¿Qué tienen en común Maimónides y Jesús de Nazaret?’ Se refiere a un rabino que creía en Jesús de Nazaret. Lo he hallado en el sitio First Fruits of Zion y lo pongo a disposición de mis lectores:

«Cuando Rabbi Isaac Lichtenstein, rabino distrital de la ciudad húngara Tapioszele, confesó abiertamente su fe en Jesús de Nazaret como el Mesías (Cristo) prometido, se desató una tormenta. Su hijo mayor, Emanuel Lichtenstein, escribió a su padre una afligida carta en la cual sometía su decisión a una serie de agudos cuestionamientos. Entre las objeciones expresadas por Emanuel a su querido padre estaba la concerniente al rechazo histórico formulado por el judaísmo a Jesús. ¿Porque, si Jesús fuera efectivamente el Mesías, cómo se podía explicar que las grandes luminarias del judaismo tradicional no solamente hubieran desconocido el hecho, sino que se opusieran activamente contra esa posibilidad? El siguiente es un pasaje de la respuesta de Rabbi Lichtenstein a su hijo, traducido al inglés por David Baron en su escrito «Las dos cartas, o Lo que yo opino».

Rabbi Isaac Lichtenstein

Rabbi Isaac Lichtenstein

«Esta es la respuesta de Rabbi Lichtenstein:

«Lejos esté de mí, hijo mío, desafiar ligeramente la voz del pueblo. Generalmente inclino humildemente la cabeza ante las luces de Israel, guardianes incansables de los muros de Sión, que afirman lo divino en la fe, iluminan la razón, perfeccionan los corazones, purifican la moral, y mantienen la verdad pura y no adulterada de la alianza.

«¿Sin embargo, fue la voz de Dios la expresada por el pueblo que rechazó a Jesús de Nazaret, un gran reformador en el ámbito del judaísmo, que no buscaba ciertamente destruir el judaismo, sino más bien renovar el antiguo templo de la religión, para que esta pudiera resistir mejor los huracanes de la historia?

«¿Fue la voz de Dios la que repudió a Moisés ben Maimón (Maimónides), cuyo código religioso se ha mantenido indiscutible por siglos, cuya autoridad es incontrovertida, invencible, y cuyos trece artículos de fe han adquirido el caracter de dogma en todo Israel? ¿Fue la voz de Dios la que se expresó cuando el pueblo persiguió y censuró a Maimónides, lo calificó de herético y de engañoso, de falso maestro, y quemó sus escritos y profanó su tranquila tumba, arrojando sobre ella barro y piedras? E incluso hubo grandes héroes del espíritus, luce excelsas de Israel, tales como Rabbi Abraham ben David, Rabbi Salomo of Montpellier, que excitaron entonces al pueblo a la desconfianza y a la furia.

«¿Fue la voz de Dios la que por medio del pueblo rechazó al mejor y más noble de los hombres, el más profundo talmudista de todos los tiempos, el gran hombre dotado de la visión propia de un águila y de una flexibilidad  intelectual poco usual, fue en verdad la voz de Dios la que anatematizó a Rabbi Jonathan Eibeschutz, de cuya mundialmente famosa escuela salieron miles de jóvenes que luego serían eminentes rabinos, y que todavía brilla en Israel como estrella de primera magnitud? ¿Fue verdaderamente la voz de Dios la que se expresó cuando Eibenschutz fue expulsado de la comunidad de Israel, privado de su oficio de rabino, sospechoso de ser cristiano de manera oculta y denunciado como seductor del pueblo, denostado e indicado con el dedo? E incluso hubo hombres renombrados y famosos, como Rabbi Jecheskiel Landau y Rabbi Jacob Emden, que encendieron contra él el fuego devorador del odio y la discordia y luego celosamente lo avivaron.

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«¿Y acaso, en fin, fue la voz de Dios la que se pronunció cuando el pueblo persiguió a aquel sabio de Dessau, Moisés Mendelssohn, con pasión fundamentalista, anatematizando así la vida de quien fue, hasta el autosacrificio, incansable y magnánimo servidor de su pueblo, y cuya obra por la liberación y renovación de Israel, fue tan duradera y exitosa que hasta el día de hoy, después del transcurso de una centuria, todo Israel lo proclama como suyo. Y fueron también hombres prudentes y razonables, escogidos, luces de Israel, quienes artificialmente crearon la reacción contra sus obras, especialmente contra su incomparable traducción de los cinco libros de Moisés.

«Me podría perder en el infinito si quisiera mencionar todos los hombres piadosos y buenos cuya existencia, sin embargo de haber consagrado sus vidas y capacidades a la santificación del Nombre Divino y a la salvación de Israel, fue amargada por la gran ingratitud de su pueblo, que solo empezó a acordarse de ellos, lamentarse y mostrarse arrepentido, cuando ya era demasiado tarde, mucho después que sus huesos se habían vuelto polvo. Sin embargo, no haré reproches a mi pueblo por este motivo, pues esta resistencia a todo lo novedoso, a lo nunca antes escuchado, es un planta venenosa, que estrepitosamente crece en la tierra empapada de sangre de todas las religiones.

«Prefiero decir en honor del judío que su sentido práctico y sobrio ha sabido, en alguna medida, hacer justicia a sus grandes y excelentes pero malentendidos y perseguidos benefactores, y ha tejido perfumadas coronas de flores alrededor de las mismas famosas cabezas otrora coronadas de espinas. Asimismo, estoy firmemente convencido que Jesús aparecerá en algún momento a los judíos como una gloriosa y radiante estrella, como el genio de la humanidad, el ancla que nos salva de las tormentas de la historia, el sol de la fe pura, que se renueva y se renovará definitivamente en la gloria celestial.

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Jesús Nazareno, rey de los judíos – Nótese que las primeras letras en hebreo corresponden a las del tetragrama (יהוה) con que se expresa el nombre impronunciable de Dios, según el judaísmo

«Pues derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquel a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito’ (Zacarías 12, 10-11). Y porque tal como explica un maestro del Talmud: ‘Llorarán amargamente al Mesías, el hijo de José, que fue ejecutado’ (Sukkah 52). Muros que parecen como una división poderosa entre judíos y cristianos, entre clases y razas, entre empleados y empleadores, entre amos y sirvientes, entre Dios y el hombre, caerán a su paso».

Muy extensamente podríase comentar acerca de este hermoso texto. En la imposibilidad de hacerlo a cabalidad, rescatemos a lo menos dos mensajes que nos deja, para a lo menos considerarlos.

El primero nos dice de ciertas cosas en las que no hay que confiar ciegamente cuando se trata del ámbito religioso y espiritual. Una de ellas, la voz del pueblo. En ella se apoyaron quienes mataron a Jesús. Tampoco debería, a mi juicio, acatarse ciegamente la voz de una tradición inflexible, por mucho que sea afirmada por sabios maestros, ya que su origen no siempre arranca de un pasado del todo cristalino.  En las cosas de Dios, el hombre ciertamente es ilustrado por las grandes enseñanzas, pero en definitiva es la luz del espíritu la que debe iluminar a su libre albedrío a la hora de ejercer una opción.

El otro mensaje se refiere a la hermandad religiosa. La hermandad es más que mera tolerancia, es comprensión de la chispa de verdad que brilla en la fe del otro. Es también aceptación de la relatividad de todo conocimiento humano en su acercamiento a lo sobrenatural y absoluto. Así, si la hermandad ha de ser predicada con respecto a judíos y cristianos, debe serlo también entre ellos y musulmanes, y ciertamente, asimismo, entre las tantas denominaciones que se manifiestan en cada uno de estos grandes monoteismos, cada una proclamando muchas veces la posesión absoluta de la verdad.

Y esto no debe afirmarse solo de las religiones que fluyen del tronco semita. También del budismo, del taoismo, del hinduismo, y de las demás, cuando se manifiestan como una búsqueda sincera, bien intencionada y no fundamentalista de lo divino.

© 2014
Lino Althaner

Amigo de Dios, amigo de los hombres

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De las religiones semíticas heredamos el concepto de un Dios terrible, legislador de rigurosos mandamientos y juez implacable, amante del rito, del sacrificio y de la venganza. ¿Era el dios que hacía falta para conducir al pueblo elegido por el camino elegido por sus gobernantes? Pues las sociedades jurídicamente estructuradas, esto es, los estados, o son ateas o suelen hacerse dioses a la medida de sus intereses. Para que las leyes estatales se cumplan es mejor que lleguen al pueblo revestidas de la autoridad divina. El dios iracundo, difícil de contentar, inclemente con quien se aparta del camino trazado, dice el decálogo que le dictan el rey y el sacerdote. Un decálogo que se multiplica en minucioso despliegue de normas, crecientemente invasivo de las libertades, de las privacidades, y de la misma divinidad.
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Cortezas concéntricas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Este concepto de Dios es, por cierto, bastante ajeno al espíritu de los místicos.  Por una sencilla razón: porque tal no es el Padre Bueno, el padre de Jesús. Y el Espíritu que anima a Jesús de Nazaret es el del amor incondicional que no es negado a ser humano alguno. Si tienen alguna duda al respecto, revisen los Evangelios, sobre todo el de San Juan.

Lo hemos visto en Juan de la Cruz. También en Rumi, el místico sufí. Y asimismo lo encontraremos en la mística judía. El místico tiende a desviarse del camino institucional. Tiende a la herejía. No puede sino tener problemas con los guardianes del dogma, instrumento para distinguir a ‘nuestro’ Dios del Dios de los demás, trazando inflexible y definitivamente su figura y sus circunstancias; las del inefable, el extraño, el desconocido. Esa pretensión, no la tienen los místicos.

No la tenía el Maestro Eckhart, que aprendió en la profunda meditación que el camino para alcanzar la redención supone, más que sujeción a los dogmas, las doctrinas y los preceptos, el anonadamiento de sí mismo en el amor divino, para hacer de sí mismo un intermediario y publicista de ese amor. Creía el maestro que Dios moraba en su intimidad y que a través de una disciplina basada en la entrega, en la  renuncia, en la oración y en la bienaventurada y amorosa aceptación de su vida, podía llegar a experimentar esa profunda presencia.
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Círculo con mariposas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Vaciarse de las cosas para llenarse de Dios. Esto lo desarrolla el maestro renano de diversas maneras, pero una de ellas llama la atención por su fuerza, por su audacia, por la convicción acerca de la cercanía de Dios, que revela. Para llenarse de Dios el hombre de Dios, nos dice, debe querer nada menos que la felicidad del mismo Dios. Cuando el hombre vive en el amor y en la pureza,  Dios retoza y se ríe, explicaba en hermosa metáfora. Lo que quería decir es que cuando Dios ríe en el alma del hombre, el hombre puede reir en Dios. Al reir el hombre en Dios, alcanza su plenitud.

No, ciertamente, en el Dios de los Ejércitos, el Jehová tremendo del Antiguo Testamento, el Dios asociado a la muerte más que a la vida, en el que se nos ha querido hacer creer. El Maestro Eckhart nos hace pensar más bien en un Dios que se ríe, que tiene buen humor, que no necesita imponerse sobre los hombres como legislador, juez o verdugo, que lo único que quiere es amar y ser correspondido. Pues el Dios de los místicos no se asocia en términos de exclusividad con pueblo o nación alguna, ni siquiera con una religión o institución religiosa en particular. Dios no es modelo para ejercer poder sobre los hombres, ni para dividir a los hombres. Es modelo para amar a los hombres, para unirlos, para borrar las diferencias que torpemente los separan.

Este es el Dios en que debe creer el ser humano.

Se cuenta de Meister Eckhart una anécdota que recuerda la atmósfera espiritual de un cuento jasídico. Relata que en uno de sus paseos por el jardín conventual, se habría encontrado con un niño desnudo:

¿De dónde vienes? le preguntó.

     Vengo de Dios, respondió el niño.
¿Dónde le encontraste?
     Allí donde abandoné todo lo demás.
¿Dónde lo pusiste?
     En los corazones virtuosos.
¿Y quién eres tú?
     Soy un rey.
¿Pues dónde está tu reino?
     En tu corazón.
Entonces, compadecido de su desnudez, el Maestro le habría ofrecido que tomara de su celda todo el abrigo que quisiera. Mas el niño le contestó:
     Con tu abrigo, dejaría de ser rey.
Y luego desapareció. Porque el niño era el mismo Dios, que había descendido a pasar un rato ameno con sus amigos.
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Planetoide tetraédrico – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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El niño, en sí mismo, es ya un símbolo de divinidad. La desnudez del niño se refiere, a mi entender, por lo menos a dos aspectos. Por una parte, simboliza la desnudez, la pureza y el anonadamiento del hombre que aspira a que su alma alcance la unión suprema, la meta sublime. Pero, además, la desnudez nos dice de un Dios carente de atributos e historias pensadas o inventadas por los hombres, de un Dios inefable, del que casi todo lo desconocemos, salvo su amor. 

Que tal fuera mi Dios, es lo que quisiera.
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© 2012 Lino Althaner 

Borrachos de buen amor

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No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
Rumi

El místico conoce la suprema realidad por experiencia. Sabe que es nacido de la Luz, que su destino es el de girar en torno a la Luz, que su viaje terrenal terminará con un regreso a la Luz.  Sabe, por si fuera poco, que su esencia es de alguna forma la misma Luz. Que es luz que no da sombra. Es luz que no se extingue.  Que ciega a las mundanas apariencias. Que da luz al amor más elevado.
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Es un amor que se concibe, estoy convencido, más alla de los dogmas religiosos y de las fronteras culturales. Así se puede advertir en la forma encendida en que, por ejemplo, expresan su sentimiento amoroso tanto San Juan de la Cruz como Yalal al-Din Rumi. El primero, nacido en España a mediados del siglo XVI (1542) en un ambiente cristiano y católico. El segundo, nacido más de tres siglos antes (1207) en un poblado de lo que es actualmente Afganistán, en un entorno cultural netamente musulmán y específicamente sufí. Grandes figuras espirituales, las de ambos. Ambos, además, grandes poetas.

Un ejemplo excelso de la poesía amorosa de San Juan de la Cruz se halla en su magnífico Cántico Espiritual, transcrito integramente en una entrada anterior de esta bitácora. Es un poema que admite un millón de lecturas, una tras otra, sin que se vea mermada su inagotable fuente de hermosura.

Pero ahora quiero mostrarles un ejemplo de Rumi, que he encontrado entre los tantísimos poemas seleccionados en una bella recopilación de Poemas sufíes (Hiperión, Madrid 1993).

El hombre de Dios está borracho sin vino,
el hombre de Dios está saciado sin carne.

El hombre de Dios está aturdido y perplejo,
el hombre de Dios no tiene comida ni sueño.

El hombre de Dios es un rey bajo un manto de derviche,
el hombre de Dios es un tesoro en una ruina.

El hombre de Dios no es del aire ni de la tierra,
el hombre de Dios no es del fuego ni del agua.

El hombre de Dios es un mar ilimitado,
el hombre de Dios llueve perlas sin una nube.

El hombre de Dios tiene cien lunas y cielos,
el hombre de Dios tiene cien soles.

El hombre de Dios es sabio a través de la Verdad,
el hombre de Dios no aprende con libros.

El hombre de Dios cabalgó lejos del No-ser;
el hombre de Dios está gloriosamente atendido.

El hombre de Dios está oculto, Shamsi Din;
¡busca y encuentra al hombre de Dios!

El amor es para ellos más grande que cualquier límite establecido por el hombre y que cualquiera mundana apariencia de dualidad. Es por ello que entienden al Dios a que se hallan amorosamente encadenados por encima de tales relatividades, desprovistas para ellos de mayor sentido. 

Su Dios no es, por lo tanto, uno que haya sido ideado, definido y limitado por el dogma. Es más bien un Dios del que hay que callar. Callar de él con la lengua, si ésta se empeña en querer dibujarlo. Callarlo con el apetito, si se pretende alcanzarlo no más que a costa de ganas o de livianos ejercicios, y no con una vida entera dedicada a su atención. Esto lo expresó claramente el santo patrono de los poetas en lengua española, el San Juan de los poetas:

‘La mayor necesidad que tenemos es de callar a este gran Dios con el apetito y con la lengua, cuyo lenguaje, que él oye sólo, es el callado del amor.’ Así lo dice en una carta dirigida a su discípula Ana de Jesús, datada el año 1587.

El hablar acerca de Dios surge del deseo de entenderlo. Pero suele devenir en impulso a describir sus rasgos y mostrar sus contornos; decir de sus cualidades, de sus potencias, de sus virtudes, de su forma de influir en la vida de los hombres. Es lo que hacen los dogmas, a veces con inconcebible minuciosidad. Por ese camino, no sólo limitan a Dios en su extensión tan inmensamente superior a todo concepto humano, también dividen a los hombres en grupos que se institucionalizan en torno a  dogmas distintos. Y que hasta se asesinan entre sí con el pretexto de hacer prevalecer su concepto de Dios. El concepto de Dios -el dogma- se institucionaliza, la institución suele contaminarse con el mundo, Dios puede así convertirse en pretexto. Cuando Dios se convierte en pretexto, es que podemos estar a las puertas de las mayores injusticias y atrocidades.

El místico prefiere callar. Sólo conoce la ley del amor, que lo lleva a entregarse, con entera confianza, a la divinidad que intuye en la naturaleza y en sí mismo. Que lo lleva a dejarse penetrar por el influjo misterioso de lo sublime. Por lo demás, él se reconoce un ignorante. En su amor y en su ignorancia se anonada. Pero en su anonadamiento supera todo condicionamiento, todo convencionalismo humano, toda contradicción. Se vuelve el ser humano por excelencia, que a todos los hombres abraza, que en todos se reconoce, pues en todos adivina la misma chispa que se esconde. La esencia que a todos los hombres vincula íntimamente con lo mismo, con el Uno. 

Con el Uno. Con el Todo. Con la Nada. Con lo inconcebible. 

Escuchemos a Rumi:

‘¿Qué puedo hacer musulmanes? Pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.

No soy de Oriente, ni de Occidente, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.

No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.

No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Khorasan.

No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni Rizwan.

Mi lugar es el Sinlugar, mi señal es la Sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.

He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno.
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.’
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Soñemos un poco en el hombre de futuro. Del hombre que ama a Dios, que lo ama en su tierra, en su contexto cultural, en su religión, pero que es capaz de sentirse, en su relación con Dios, más que un hombre de su tierra, de su cultura, de su religión:  como un hombre, simplemente. Tal es el hombre -cristiano, judío o musulmán- que sabe que por sobre tales denominaciones está la común raigambre espiritual, la esencia compartida, que debería juntarlos a todos en el mismo amor por el Dios inefable.  A todos los que, sea cual sea su nación, su civilización o su credo, aman a Dios sinceramente y de buena voluntad. ¿Y qué es un hombre de buena voluntad? Tal es el que no permite que Dios sea usado como pretexto para el enfrentamiento, para la injusticia, para la iniquidad. Como suele ocurrir todavía. Y demasiado.

Qué tremenda exigencia, entonces, la de ser un hombre de buena voluntad.
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© 2012 Lino Althaner

El tesoro a la puerta de tu casa

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Debemos guardarnos del deseo mal encaminado. Cualquiera que sea su objeto, es el origen del dolor, del sufrimiento. No sólo el deseo de cosas materiales, no sólo el de las cosas gratificantes para los sentidos. También, por ejemplo, el deseo de conocimientos puede ocasionar sufrimientos. También son ilusorios y pueden prepararnos trampas crueles. Así, por ejemplo, el deseo de unos conocimientos en los que se cifran expectativas desmesuradas. El saber en que nos empeñamos pues queremos encontrar en él la respuesta a las preguntas que creemos vitales, aquéllas en que todo está en juego. La respuesta que nunca encontramos enteramente.

Buscamos por medio del saber. Y en la búsqueda solemos excedernos. Por arriba, por abajo, por los cuatro puntos cardinales. En las estanterías de las bibliotecas soñamos que algún día hallaremos el conocimiento que por fin nos dará la respuesta integral, la que nos deje del todo satisfechos. 

Acumulamos conocimientos. Examinen, por ejemplo, la lista de materias de que trata este blog (las llamadas ‘etiquetas’). Cada palabra, cada nombre, es testimonio de una búsqueda que no ha terminado. De jardines a veces apenas explorados. De las flores encontradas en ellos, que son sólo unas cuantas. Cuyo aroma disfrutamos, que parecen de repente darnos una pista. Gozamos de nuestro gran empeño. Aunque también nos desvivimos en la búsqueda.

Y vemos de pronto, todo ese conjunto de datos, de filosofías, de espiritualidades, de verdades aparentes, de bellezas, como vinculados por una red invisible en la compleja trama que debería conducirnos, nos parece, al más simple conocimiento, el no alcanzado conocimiento de lo Uno que todo debiera explicarlo y a todo debiera darle sentido. Vemos todos los libros como partes de un solo Libro inmenso del cual sólo hemos leído, con todo nuestro esfuerzo, no más que unas cuantas páginas. Pues todos los escritos se relacionan entre sí, velada o abiertamente. Esto puede ser muy gratificante para el cazador de saberes y sabidurías.

Aunque puede ser también muy desolador. El deseo de un conocimiento no recompensado por certeza alguna, suele causar sufrimiento. Como cualquier deseo insatisfecho. Enfrentados a ello, podemos caer en gran desazón. 
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Basílica de Rumi en Konya, Turquía – image from i.peace.us

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Debemos guardarnos de estos deseos excesivos. Los sabios taoístas nos lo advierten, por ejemplo. La sabiduría está por encima de los saberes. Los saberes pueden ser contrarios a la sabiduría. Los sabios sufis insisten en lo mismo. Las siguientes son palabras del gran poeta, místico persa y teólogo musulmán Jalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273), más conocido simplemente como Rumi:

‘Tús búsquedas locas te herirán
y de tanto buscar
no verás el gran tesoro
que aguarda al otro lado de tu puerta.

‘El querer siempre más,
sólo proporciona esclavitud.
Buscar el Cielo más allá de tu puerta
en piedra volverá tu corazón.’

Lo que buscamos en los libros, lo que buscamos más allá de las estrellas, se encuentra junto a la puerta de nuestra casa. Se encuentra dentro de nosotros. Esto es, asimismo, sabiduría cristiana, evangélica.

Bella es la búsqueda de conocimiento, si no es mero afán de ostentar erudición. Pero debe ser emprendida con prudencia y con toda humildad, sin soberbia. La sabiduría de los libros es, toda ella, sabiduría humana. En la humana sabiduría no se encuentra el conocimiento de lo Absoluto. Sin embargo, se halla lo Absoluto junto a la puerta misma de nuestra morada interna, morada del espíritu, donde conectamos con la divinidad. Según me parece. Allí, en nuestro interior, alojamos al Reino de los Cielos.

Recordemos siempre estas otras palabras de Rumi:

El mucho saber obstaculiza el conocimiento total
y el pensamiento no trae la comprensión.

Pues, el conocimiento total sólo es posible obtener olvidando los conocimientos excesivos que hemos adquirido. Olvidando. Centrado la búsqueda en dentro de nosotros mismos.
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© 2012 Lino Althaner

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva

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Tenía casi listo para la edición el comentario sobre el capítulo III del Tao Te King, cuando fui invitado por unos amigos a salir a tomar té. La entrada aquella quedó, pues, postergada para mañana, pues no es algo que se pueda hacer a presión, una nota sobre ese libro, y particularmente si se refiere al capítulo III, que presenta dificultades especiales de interpretación. Sin embargo, me había autoimpuesto el deber de sacar hoy una entrada. Una que me fuera más fácil redondear.
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Bartolomé E. Murillo – San Agustín meditando – imagen de wikipainting.org

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Buscando párrafos marcados en los libros de mi biblioteca, me he topado con las Confesiones de San Agustín. Transcribo algunos trozos  destacados por su significación y su belleza literaria. Desde el punto de vista religioso, tienen para mí un sentido que claramente se extiende más allá del cristianismo. La apertura a la trascendencia y la añoranza de Dios es, a no dudarlo, un sentimiento común a los hombres de todos los rincones de la tierra.  Cuando estos sentimientos se hacen conscientes, son capaces de suscitar al ser humano palabras de la mayor sublimidad. Como las siguientes de Agustín:

‘Grande eres, Señor, y laudable sobremanera; grande tu poder y tu sabiduría no tiene número. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación … Sí, quiere alabarte el hombre … Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón estará sediento hasta que descanse en ti.’

O éstas, en las cuales hallamos una formulación, en términos de atracción amorosa, de la ley física de la gravedad:

‘En tu don descansamos: allí te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos levanta hacia él y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad … Nuestra paz está en tu buena voluntad. El cuerpo, por su peso, tiende a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su peso y tiende a su lugar … Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordénanse y descansan. Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado.’

En estas otras resuena una voz mística. Se trata del capítulo 27 del libro III, que tanto gusta de citar la religiosidad islámica. Y es que está escrito en un estilo que recuerda al de los misticos sufis, a Rumi tal vez o a Ibn el- Arabi de Murcia. También a Juan de la Cruz y a Teresa de Ávila:

‘¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz’.

Agustín era un neoplatónico, tal como Plotino. Estos párrafos también me traen a la memoria las inspiradas expresiones del autor de las Enéadas. A él hemos dedicado varias entradas en este sitio.

‘Hicístenos, Señor, para tí, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.’
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Lean y mediten sobre estas palabras antes de dormir. Casi les puedo asegurar que tendrán un buen sueño.
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© 2012 Lino Althaner

Religión universal – Religión eterna

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Este poema lo escribió un famoso poeta sufi nacido en España, Ibn el Arabi de Murcia (1165-1240):

‘Mi corazón se ha vuelto capaz de cualquier forma.
Es un prado para las gacelas
y es un convento para los cristianos.
Es un templo de ídolos
y es la Ka’ba del peregrino.
Es la ley de la Torá y es el Corán.
El Amor es mi credo: dondequiera vayan sus camellos
el Amor es mi credo y mi fe.’

Me imagino que en esos tiempos habrá sido mucho más difícil que ahora hablar de diálogo interreligioso o de superar las formas que los hombres se han dado para creer todos, sea cual sea la forma, en el mismo Dios. Sin embargo, el inspirado poeta, el sabio andaluz se atrevió, como muchos otros místicos musulmanes. Sus palabras siguen sonando en nuestros oídos, con su indesmentible belleza y verdad.

Otro poeta sufi, el persa Mahmud Shabistari (1288-1340) expresó lo mismo en un poema, del cual cito lo que viene:

‘Cuando se levanta el velo que hay ante ti,
no perduran ya las ataduras de sectas y creencias.
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¿Qué es entonces mezquita, qué es sinagoga, qué es templo del fuego.’

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Arte de la Abadía de Beuron – Ángel de pie

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Un apasionado creyente en la unidad trascendente de las religiones, Fritjof Schuon, en un ensayo titulado ‘Religio perennis’ (Light on the Ancient Worlds, p. 142, citado en Seyyed Hossein Nasr, Sufismo vivo, Herder, Barcelona 1985, p. 186) nos dice unas palabras que transcribiré a modo de glosa de tales versos místicos:

‘La inteligencia humana en general y la inteligencia humana en particular no pueden comprenderse sin el fenómeno religioso, que las caracteriza del modo más directo y más completo. Captando la naturaleza trascendente -no meramente psicológica– del ser humano, captamos la de la revelación: comprendemos su posibilidad, su necesidad, su verdad. Comprendiendo la religión, no en tal o cual forma, o según un determinado sentido literal, sino también en su esencia informal, comprendemos igualmente las religiones, es decir, el sentido de su pluralidad y diversidad. Ese es el plano de la gnosis, de la religión eterna –religio perennis-, en el que las antinomias extrínsecas de los dogmas se explican y se resuelven’.

Al individuo aislado suele serle fácil entender esta enseñanza, cuyo aprendizaje y cuya práctica son imprescindibles para que el hombre ascienda por fin un peldaño en la escala del auténtico progreso. A las instituciones suele serles bastante más difícil, pues el poder que ejercen se estructura alrededor de unas formas, de unos dogmas, de unos ritos necesarios para aglutinar a los hombres alrededor de una creencia oficial. Pero que, más o menos, no son sino solo símbolos o lejanas imágenes de aquello a lo que aluden: Dios.
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© 2012 Lino Althaner

Un cuento de Rumi

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De Dios nada se podría afirmar, del Uno que todo lo trasciende, de aquel a quien no se puede ver ni nombrar. Pues estaría muy por encima de toda palabra, pensamiento o atributo que quisiera asignarle la razón. Sólo se lo podría conocer mediante la docta ignorancia o el saber no sabiendo propio de los místicos; sólo se lo podría hallar en la nube del desconocimiento. Si alguno, viendo a Dios, comprende lo que ve – afirma Dionisio Areopagita, quien tomó esta doctrina de los filósofos neoplatónicos – no es a Dios a quien ha visto, sino algo cognoscible de su entorno.

Él sobrepasa todo ser y conocer.

Pues Dios es inaccesible, inefable, indescriptible, inconmensurable, infinito. Dios sería, pues, lo del todo distinto, lo Otro. En relación con el ser de las cosas del espacio y del tiempo , de los entes accesibles a nuestros sentidos y a nuestra inteligencia, Dios sería la Nada. La idea es heredada por muchos místicos cristianos, Eckhart y San Juan de la Cruz, entre muchos otros.

Un poeta persa, Rumi, expresa esta idea a través de los labios de un hombre privado de fortuna, casi un mendigo. El cuento tiene el encanto de la paradoja con que frecuentemente se expresan las cosas importantes. Dice más o menos así:

Se celebra un gran banquete en el palacio real. Mientras se aguarda la llegada del rey, cada uno de los invitados se instala en el lugar apropiado a su rango. El mayordomo vigila que cada cual quede ubicado en el lugar que le corresponde. De pronto ingresa un hombre en la sala un hombre de lo más humilde, de pobrísima vestimenta, y se sienta en el sitio más importante. Horrorizado por su desfachatez, se acerca a él el mayordomo: -¿Eres acaso un visir? -Mucho más que un visir,  replica el  desconocido.    -¿Entonces, un primer ministro? -Mi rango es muy superior. -¿Acaso pretendes ser el rey, tú pobre desventurado? -Estoy por encima de él. -¿Estás loco que pretendes ser un profeta? -Soy más que un profeta. -¿No me digas que estás del todo enajenado y te crees Dios? -Yo estoy sobre Dios. -Sobre Dios sólo está la nada. -Esa nada soy yo, le responde el mendigo, que es un sufi a no dudarlo, un místico consciente de su unión con la divinidad.

Este cuento no dice sólo acerca de la naturaleza de Dios sino que también acerca de la esencia divina del hombre.
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© 2011
Lino Althaner

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