Extraña visión, la de un orbe separado en cinco partes -correspondientes a los cuatro puntos cardinales y a una porción central- que se regulan mutuamente con sus cualidades originarias y se corresponden con los cinco sentidos del hombre. El conjunto es susceptible de entenderse como la oportunidad que se da al ser humano, si no se encuentra en el número de los que desde ya se deleitan en la luz, para su perfeccionamiento y restauración a través del arrepentimiento y la penitencia.
Tal es el sentido de la vida terrenal, después de la caída de Adán.
Hacia el oriente -que en la imagen se muestra a la izquierda- se puede ver un globo rojo rodeado de un círculo de color zafiro, rodeado de dos alas que se despliegan, curvándose, hasta mirarse entre sí. Estas dos alas representan, en la visión de Hildegarda, la protección divina del hombre, que se manifiesta «en lo próspero y en lo adverso, es decir, en la dulce inspiración y en el duro reproche», En ese mismo extremo oriental se puede advertir un edificio en forma de castillo que asciende hacia el globo, figurando «la ciudad construida de piedras vivas bajo la protección divina,» esto es, la «civitas Dei», que «dirige su mirada hacia el juicio de Dios, glorificándolo.»

El castillo, el globo rojo rodeado de zafiro, el camino, la estrella, circundados por las alas protectoras de Dios
El globo rojo rodeado de zafiro figura el juicio omnipresente de Dios sobre los hombres, en el cual prima la misericordia sobre el rigor. Desde allí, un camino se extiende y al cabo del mismo refulge una estrella brillante.
Y se representa así cómo, «desde los juicios del poder de Dios hasta la perfección de sus protecciones, se dirige una vía, sobre la cual florece la divinidad, donde aparece el Hijo encarnado de Dios, nacido de la Virgen; y le sigue con fuerza y con piadosa devoción una gran multitud que ama la virginidad y que acoge la perfección».
Así como las alas superiores protegen el camino de las almas hacia lo alto, otro par de alas desciende hasta la mitad de la redondez de la tierra, «inclinándose hacia la plenitud de la buena voluntad de los hombres y poniéndola al amparo del verdadero amor».
En cuanto a la otra mitad del orbe, está ella circundada por un arco de color rojo rodeado de tinieblas. Es que, conforme a la visión de Hildegarda, «desde la perfección, con la que Dios favorece misericordiosamente a los que lo veneran, el fuego de su celo, a través de la venganza, con justa medida juzga a los que caminan fuera del ámbito de las buenas obras y a los que están fuera de la integridad de la verdadera fe». Hacia el extremo inferior, las horribles fauces de un dragón amenazan con devorar la tierra. Es el «antiguo enemigo», que «insiste ardientemente en contaminar al hombre con los horrores del odio, del homicidio, de la guerra, y de todos los crímenes imaginables.
Esta segunda parte del Libro de las Obras Divinas -que consta de una sola visión- incluye también una interpretación de la historia humana basada en los cuatro caballos del Apocalipsis (6). El último caballo, de color pálido, cuyo jinete se llama Muerte, le sirve para representar «aquel tiempo -nuestro tiempo- en el que las cosas legales y plenas de la justicia de Dios serán consideradas en nada, como palidez, cuando los hombres digan: ‘No sabemos qué debemos hacer, y los que nos recomendaban hacer estas cosas, no saben qué decirnos’; y así, sin temor ni temblor del juicio de Dios, despreciarán estas cosas, y harán esto por persuasión diabólica».
Termina esta parte con un extenso comentario del capítulo primero del Génesis, que trata de la creación del mundo, en que se recurre a los diversos elementos interpretativos, el literal, el espiritual y el moral, para concluir que la maravilla de la creación, con todos sus perfectos componentes y ornamentos en el cielo y en la tierra, coronados el séptimo día por el santo descanso de Dios, «se cumplen alegóricamente en los hijos de la Iglesia y en los que están bajo la fe cristiana, a través de la Encarnación del Hijo de Dios y de la predicación del Evangelio y de la obra del Espíritu Santo». Y que «igualmente se cumplen tropológicamente estas mismas cosas en el progreso y la perfección de cada fiel».
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Se descubre también en esta visión la idea de que cayendo en el pecado ha destruido el hombre su estado de bondad original, arrastrando a las otras creaturas al sufrimiento. A a un estado de irredención que exigirá la acción de Dios. Sólo la encarnación de su Hijo es capaz de abrir al hombre el camino de la conversión hasta que llegue la plenitud de los tiempos. Este tiempo de plenitud llevará al mundo, tal como lo conocemos ahora, a su estado original de paz y permitirá contemplar a los elegidos formando parte del décimo coro de ángeles de Dios.
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© 2014
Lino Althaner