Las visiones (5)

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Extraña visión, la de un orbe separado en cinco partes -correspondientes a los cuatro puntos cardinales y a una porción central- que se regulan mutuamente con sus cualidades originarias y se corresponden con los cinco sentidos del hombre.  El conjunto es susceptible de entenderse como la oportunidad que se da al ser humano, si no se encuentra en el número de los que desde ya se deleitan en la luz, para su perfeccionamiento y restauración a través del arrepentimiento y la penitencia.

Tal es el sentido de la vida terrenal, después de la caída de Adán.

 

Libro de las Obras Divinas - Segunda parte

Libro de las Obras Divinas – Segunda parte


Hacia el oriente -que en la imagen se muestra a la izquierda- se puede ver un globo rojo rodeado de un círculo de color zafiro, rodeado de dos alas que se despliegan, curvándose, hasta mirarse entre sí. Estas dos alas representan, en la visión de Hildegarda, la protección divina del hombre, que se manifiesta «en lo próspero y en lo adverso, es decir, en la dulce inspiración y en el duro reproche», En ese mismo extremo oriental se puede advertir un edificio en forma de castillo que asciende hacia el globo, figurando «la ciudad construida de piedras vivas bajo la protección divina,» esto es, la «civitas Dei», que «dirige su mirada hacia el juicio de Dios, glorificándolo.»

 

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El castillo, el globo rojo rodeado de zafiro, el camino, la estrella, circundados por las alas protectoras de Dios


El globo rojo rodeado de zafiro figura el juicio omnipresente de Dios sobre los hombres, en el cual prima la misericordia sobre el rigor. Desde allí, un camino se extiende y al cabo del mismo refulge una estrella brillante.

Y se representa así cómo, «desde los juicios del poder de Dios hasta la perfección de sus protecciones, se dirige una vía, sobre la cual florece la divinidad, donde aparece el Hijo encarnado de Dios, nacido de la Virgen; y le sigue con fuerza y con piadosa devoción una gran multitud que ama la virginidad y que acoge la perfección».

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Así como las alas superiores protegen el camino de las almas hacia lo alto, otro par de alas desciende hasta la mitad de la redondez de la tierra, «inclinándose hacia la plenitud de la buena voluntad de los hombres y poniéndola al amparo del verdadero amor».

En cuanto a la otra mitad del orbe, está ella circundada por un arco de color rojo rodeado de tinieblas. Es que, conforme a la visión de Hildegarda, «desde la perfección, con la que Dios favorece misericordiosamente a los que lo veneran, el fuego de su celo, a través de la venganza, con justa medida juzga a los que caminan fuera del ámbito de las buenas obras y a los que están fuera de la integridad de la verdadera fe».  Hacia el extremo inferior,  las horribles fauces de un dragón amenazan con devorar la tierra. Es el «antiguo enemigo», que «insiste ardientemente en contaminar al hombre con los horrores del odio, del homicidio, de la guerra, y de todos los crímenes imaginables.

Esta segunda parte del Libro de las Obras Divinas -que consta de una sola visión-  incluye también una interpretación de la historia humana basada en los cuatro caballos del Apocalipsis (6). El último caballo, de color pálido, cuyo jinete se llama Muerte, le sirve para representar «aquel tiempo -nuestro tiempo- en el que las cosas legales y plenas de la justicia de Dios serán consideradas en nada, como palidez, cuando los hombres digan: ‘No sabemos qué debemos hacer, y los que nos recomendaban hacer estas cosas, no saben qué decirnos’; y así, sin temor ni temblor del juicio de Dios, despreciarán estas cosas, y harán esto por persuasión diabólica».

Termina esta parte con un extenso comentario del capítulo primero del Génesis, que trata de la creación del mundo, en que se recurre a los diversos elementos interpretativos, el literal, el espiritual y el moral, para concluir que la maravilla de la creación, con todos sus perfectos componentes y ornamentos en el cielo y en la tierra, coronados el séptimo día por el santo descanso de Dios, «se cumplen alegóricamente en los hijos de la Iglesia y en los que están bajo la fe cristiana, a través de la Encarnación del Hijo de Dios y de la predicación del Evangelio y de la obra del Espíritu Santo». Y que «igualmente se cumplen tropológicamente estas mismas cosas en el progreso y la perfección de cada fiel».

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Se descubre también en esta visión la idea de que cayendo en el pecado ha destruido el hombre su estado de bondad original, arrastrando a las otras creaturas al sufrimiento. A a un estado de irredención que exigirá la acción de Dios. Sólo la encarnación de su Hijo es capaz de abrir al hombre el camino de la conversión hasta que llegue la plenitud de los tiempos. Este tiempo de plenitud llevará al mundo, tal como lo conocemos ahora, a su estado original de paz y permitirá contemplar a los elegidos formando parte del décimo coro de ángeles de Dios. 

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© 2014
Lino Althaner

Hijos divinos, hijos de la luz

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Para recordar en éstos días prenavideños.

De lo que se trata es de que Jesús de Nazaret llega al mundo para restaurar en él y en el hombre el reinado de la luz. Para restablecer el imperio que nos hace hijos de la luz. Esto es, hijos de Dios. Eso es lo que estamos por celebrar, conmemorándolo. En su evangelio y en su primera epistola Juan lo dice con palabras convincentes. Y tan hermosas.
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Giotto - Natividad (imagen de wikipaintings.org)

Giotto – Natividad (imagen de wikipaintings.org)

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‘Era la luz verdadera,
la que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo.

En el mundo estaba …
y el mundo no le conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no le recibieron.

Más a cuantos le recibieron,

a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hijos de Dios …
y habitó entre nosotros,
y contemplamos su gloria.’ 
(Jn 1, 9-14).

‘Todavía breve tiempo está la luz con vosotros.

Caminad mientras tenéis la luz,

para que las tinieblas no os sorprendan.
Y quien camina en las tinieblas no sabe a dónde va.

Mientras tenéis la luz,

creed en la luz,
para que seáis hijos de la luz.’
(Jn 12, 35-36)

Este es el comienzo del testimonio de Juan en su primera carta. ¡Magnífica elocuencia!

‘Lo que era desde el principio,
lo que hemos visto con nuestros ojos,
lo que contemplamos
y nuestras manos tocaron acerca del verbo de la vida
-y la vida se manifestó,
y la hemos visto,
y damos testimonio,
y os anunciamos la vida eterna,
la que estaba cabe el Padre,
y se manifestó a nosotros-,
lo que hemos visto y oído
os lo anunciamos también a vosotros,
para que también vosotros tengáis comunión con nosotros.
Y nuestra comunión es con el Padre
y con su Hijo Jesucristo.

Y este es el mensaje que hemos oído de él
y os anunciamos a vosotros:
que Dios es luz,
y no hay en el ninguna tiniebla.’
(1Jn, 1, 1-5)

Que luego continúa:

‘Mirad qué tal amor nos ha dado el Padre,
que seamos llamados hijos de Dios,
y lo somos.

Cuando se mostrare,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como es.
Y todo el que tiene esta esperanza en él,
se purifica a sí mismo,
como él es puro.’
(1Jn, 3, 1-3)
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Giotto - Natividad (imagen de wikipaintings.org)

Giotto – Natividad (imagen de wikipaintings.org)

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Palabras de Juan, el discípulo amado de Jesús de Nazaret. ¡Con qué apasionamiento, con qué insistencia da testimonio de lo que ha visto y escuchado y tocado con sus propias manos! Palabras que resuenan en lo más íntimo de nuestro interior con el eco de las voces verdaderas.

Dios se acerca al hombre, para restaurar el poder de la luz, por medio de su hijo Jesús. El poder de la luz nos hace hijos de la luz, esto es, hijos de Dios, nada menos.

Se nos pide tener fe en su mensaje y practicar su mandamiento, el único, el del amor. Es lo que se nos pide. Nada menos.

Pues también son de de la primera carta de Juan las siguientes palabras:

Si dijéramos que tenemos comunión con él y camináremos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad.
(1 Jn  1,6)

Pues: 

Quien dice que permanece en él, debe, como él caminó, también caminar así. (1Jn, 2, 6)

Quien dice estar en la luz y aborrece a su hermano, está en las tinieblas. (1Jn, 2, 10)

Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y sabéis que todo homicida no tiene vida eterna permanente en sí mismo. (1 Jn, 3, 15).

Dos exigencias para cambiar el mundo. Para ayudar a que la luz nos deslumbre. Para apurar la venida del Señor.
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© 2012 Lino Althaner

San Juan Evangelista (11): Sobre el conocimiento de Dios

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Pero llega la hora (ya estamos en ella)
en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
Dios es espíritu,
y los que le adoran,
deben adorar en espíritu y en verdad.

(Jn 4, 21-23)

Giovanni Segantini - Angel of Life (wikimedia commons)

Terminábamos nuestra entrega anterior (2.12.11) con las respuestas de Jesús acerca de la verdad o la esencia de la vida. Recordábamos que todas ellas -entre otras, aquellas en que el Revelador se nombra a sí mismo «la vid verdadera», «el buen pastor» o «el pan de vida»- no tienen otro sentido que el de expresar que en él se encuentra lo que el hombre busca, lo que hace que las apariencias de vida se vuelvan vida de verdad en la plenitud que sacia todo deseo. Pero ello solamente ocurre si el hombre intuye primero y luego acepta, con todas sus consecuencia, su dependencia del Dios que regala la vida.La cuestión que se plantea enseguida es de la mayor importancia, según se verá. ¿Basta que el hombre se acoja con sinceridad al alero de la religión cristiana y se sienta seguro en esa condición, para que se pueda dar por satisfecho? No es necesariamente así, afirma Rudolf Bultmann. Pues existe el riesgo de que el hombre haga de la exigencia y  de la promesa de Dios una propiedad, carente de toda flexibilidad y de toda apertura a lo por venir, en el entendido que se halla definida rigurosamente por la ley -las Escrituras- y por la tradición.  Se puede hacer presente, así, la inconfesable pretensión de condicionar la libertad del mismo Dios al dogma religioso definido de una vez y para siempre.

En diversas oportunidades, Jesús hubo de reprender a sus contemporáneos por tal motivo. Una y otra vez, en efecto, les reprochó el cerrar las puertas a su revelación con el fundamento de determinados textos o tradiciones de la religión judía, dejando en evidencia que tal apego riguroso a las normas no era revelador de sabiduría sino, por el contrario, de total ignorancia. Una y otra vez les dijo: a Dios Padre vosotros no lo conocéis. Les dijo:

Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que es veraz el que me ha enviado; pero vosotros no le conocéis (7, 28).

… vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros.

 ¿Qué quería decirles, en el fondo? – Él, mi Padre, está muy por encima de los textos y de las interpretaciones. Sed más humildes en vuestro acercamiento a la verdad última.  Y, no estéis tan seguros en vuestra religiosidad. Ella, que debería manteneros en la intranquilidad, abiertos al encuentro con Dios, os ha vuelto tan tranquilos como cerrados a su revelación. Vosotros no le conocéis. «Porque conocerle no significa concebir ideas … sobre él, sino reconocerle como creador y estar abiertos para el encuentro con él».

Giovanni Segantini - Fruto de amor (wikipedia.org)


Para eliminar la molestia que Jesús les significa, se amparan, los contemporáneos judíos de Jesús, en su ley. Pero «la ley no es una entidad unívoca que pueda conferir seguridad».  La ley se vuelve abuso cuando es empleada mañosamente para fines puramente humanos.  Lo que importa es indagar el sentido profundo y auténtico que encierra. No está sometida a las pretensiones de los hombres ni es propio de ella acomodarse a sus intereses.  Por encima de ella, el hombre debe guardar fidelidad y tener esperanza en la actuación de Dios, «la cual saca al hombre de sí mismo y lo sitúa mirando al futuro, al que debe permanecer abierto».

La esperanza en la actuación de Dios no puede tampoco transformarse en dogmática con respecto al futuro, como hacían precisamente los judíos del tiempo de Jesús para cerrarle las puertas, con fundamento en que el Salvador no encajaba en el dogma mesiánico que ellos suscribían. La revelación trata de cosas más divinas que humanas. Es pervertir el supuesto conocimiento de la revelación, imaginar a lo divino como fenómeno cuyas características puede comprobar el hombre en virtud de sus criterios. Precisa a este respecto Bultmann que el misterio de la revelación sólo puede ser entendido si el hombre se despoja de la seguridad por la que él piensa que puede juzgar lo divino como un fenómeno constatable, invocando para tal efecto razones, criterios y pruebas mundanas. La fe está por encima de todo ello, por la simple razón de que el conocimiento de Dios está por encima de toda posibilidad humana. Como Jesús reiteradamente lo afirma: – A mí me conocéis -como hombre-, pero a Dios nadie lo conoce sino yo.

Por lo demás, la salvación que trae Jesús es «la puesta en interrogante, la negación del mundo» y su aceptación exige «el abandono de todos los deseos concebidos a escala humana» con respecto, por ejemplo, a una vida trascendente o a un futuro «reino de los cielos». Las dudas sobre el particular no se encontrarán resueltas en los textos ni en las tradiciones o los comentarios, sino en el diálogo interno del ser humano con Dios.

¿Qué significa honrar a Dios? Antes que nada, según Bultmann, el reconocimiento por parte del hombre de su inseguridad y el consiguiente abandono de la falsa seguridad que el mismo se ha creado, para entregarse humildemente en las manos de Dios, sin pretensiones precisas de conocimiento. 

Estas verdades, que Jesús les decía a sus coterráneos, ¿no son también válidas para nosotros? ¿Cuando, de manera tan rigurosa, definimos circunstanciadamente las verdades divinas, reclamando poseer la verdad, no actuamos como pretenciosos ignorantes, similares a aquellos a quienes Jesús dirigía sus admoniciones? No es que con nuestras doctrinas e interpretaciones terminamos poniendo límites a la misma actuación de Dios en el mundo.

Giovanni Segantini - El amor es la fuente de la vida (wikimedia commons)

Las citas son del libro de Rudolf Bultmann Teología del Nuevo Testamento (Sígueme, Salamanca 2001).

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© Lino Althaner

San Juan Evangelista (10): la humildad del conocimiento de Dios

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Mientras termino de redactar la próxima entrega sobre los escritos de Juan Evangelista, les entrego un par de versículos de su Evangelio para que los mediten y se preparen para lo que viene, que es importante, pues concierne a la forma en que los cristianos solemos correr el riesgo de falsear nuestra religión. Estos son los textos:


Y el Padre, que me ha enviado,

es el que da testimonio de mí.
Vosotros no habéis oído nunca su voz,
ni habéis visto nunca su rostro … (5, 37).
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Me conocéis a mí
y sabéis de dónde soy.
Pero yo no he venido por mi cuenta;
sino que es veraz el que me ha enviado;
pero vosotros no le conocéis (7, 28).
*

No me conocéis ni a mí ni a mi Padre;
si me conociérais a mí, conoceríais también a mi Padre (8, 19).
*

… vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’,
y sin embargo no le conocéis,
yo sí que le conozco,
y si dijera que no le conozco,
sería un mentiroso como vosotros (8,55).
*

Y esto lo harán
porque no han conocido ni al Padre ni a mí (16,3).



Pero nosotros, ¿sí lo conocemos?  ¿Cuándo decimos que sí lo conocemos -a Dios- y en qué lo conocemos, si no somos humildes en reconocer nuestras enormes limitaciones, no podemos incurrir en el error de falsear nuestra religión y decir de Dios lo que no es? 

Meditemos acerca del significado de estas palabras.

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Los motivos ornamentales son del artista ruso (Art Nouveau) Iván Bilibin (1876-1942).

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© Lino Althaner

San Juan Evangelista (9) La opción por la vida

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En el pasado artículo de la serie sobre Juan Evangelista -también llamado Juan el Teólogo- tratábamos de entender el lenguaje paradojal con que Jesús profundiza en los misterios del humana y su vacilación entre las tinieblas y la luz, calificando de ciegos a los que, viviendo en la ilusión de lo aparente, pretenden ver,  y ensalzando a quienes, reconociendo su ceguera, se entregan a la luz que les abre las puertas de la realidad. Es este un tema apasionante. La disyuntiva entre la verdad y la ilusión es el gran problema del hombre, no sólo a la luz del cristianismo, también a la de otras religiones, como por ejemplo el budismo, y también a la luz de la poesía, de la filosofía y de la experiencia de todos los días. Es un tema permanente de reflexión para TODO EL ORO DEL MUNDO, que ha aludido a esta cuestión -que es, en el fondo, la de la insuficiencia de los sentidos y de la mente para captar la esencia de la realidad- en varias oportunidades, y no sólo a propósito de los escritos de Juan, que no se refiere ciertamente a cualquiera realidad sino a la última, la verdad trascendental concerniente al ser humano.

Albrecht Dürer - San Jorge a caballo (wikipaintings.org)


El hombre, según San Juan, no está en principio ligado a la realidad. Sujeto como está al «poder de las tinieblas», que lo lleva a sentir, a pensar y a actuar en forma persistentemente errónea, está más bien determinado por la irrealidad, por la nada intrascendente. Brilló la luz, más los hombres sumidos en su vida ilusoria no la recibieron. Vino a los hombres, pero éstos se cerraron a su luminosidad e hicieron manifiesta su opción por las tinieblas. El hombre, en general, se encierra en sí mismo, se afirma en su autonomía, en su libertad, y se cierra a reconocer su dependencia de la luz. Sólo algunos reconocen estar ciegos y enredados en la trama del «príncipe de este mundo». Ellos acogen la luz que sana sus sentidos engañados y los acoge en la fe. Ellos pasan de la muerte a la vida. Del ámbito de la mentira pasan al de la verdad.

Tal como dice Juan en 1, 11-13:

Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron (la luz).
Pero a todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios,
a los que creen en su nombre:
los cuales no nacieron de sangre,
ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre
sino que nacieron de Dios.

Insistamos, pues, con Juan, que la venida de la luz del Redentor plantea al hombre la pregunta acerca de si quiere permanecer en la oscuridad, en la muerte. Así, le es dada la posibilidad de cambiar, de pasar de la nada al ser auténtico, de renacer. Como dice a propósito Rudolf Bultmann, el notable intérprete de Juan: «El ser del hombre se constituye definitivamente en la decisión a favor o en contra de la fe y a partir de ese momento su punto de partida comienza a ser claro».  Pero la opción a favor de la luz incluye el obedecimiento a la enseñanza de Jesús y permite, por lo tanto, la realización del mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros (1 Jn 3,11).

Por lo tanto,

En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del diablo:
todo el que no obra la justicia no es de Dios,
y quien no ama a su hermano, tampoco (1 Jn, 3,10).

Más claro, imposible. ¿Vale la pena recordar, quizás, que la justicia a que se refiere Juan en su primera Epístola no es aquella que se decide en los tribunales de este mundo?

Albrecht Dürer - La Sagrada Familia y dos ángeles músicos (wikipaintings.org)

Otra paradoja: el mismo mundo que rechaza la luz, el hombre que opta por las tinieblas, lo hacen en su ceguera, alimentada por el poder de lo oscuro, que es el diablo según Juan. El hombre puede equivocarse, pero a fin de cuentas, todo individuo de la especie anda en busca de la luz que le permita entender su origen, su importancia, su ser en el mundo. «La existencia humana sabe abierta o veladamente de su dependencia de aquello de lo que ella pueda vivir». Lo que busca, entonces, está simbólicamente representado por el pan que da vida, por el agua de la vida.

Y Jesús dice a los hombres: Dejen de buscar,

Yo soy el pan de vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (6, 35).

Albrecht Dürer - Cristophorus (wikipaintings.org)

Todas las frases en que Jesús se nombra a sí mismo como «yo soy», a que me he referido en artículos anteriores de esta serie, son respuestas a la pregunta acerca de la vida, o mejor, acerca de la verdad o la esencia de la vida. El sentido de todas ellas (en que Jesús se define como la vid vedadera, el buen pastor, la puerta, entre otras) no tienen otro sentido que el de expresar que en él se encuentra lo que el hombre busca, lo que hace que las apariencias de vida se vuelvan vida de verdad, la plenitud que sacia definitivamente todo deseo. Porque todo ello es lo que Jesús entrega al hombre que intuye de algún modo que en todo depende del que regala la vida.Una vez más recuerdo a los lectores que en estas notas acerca de Juan Evangelista sigo muy de cerca las explicaciones contenidas en el libro de Rudolf Bultmann Teología del Nuevo Testamento (Ediciones Sígueme, Salamanca 2001). .
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San Juan Evangelista (8): La llamada a decidirse

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Si alguien tiene sed, venga a mí
y beba quien cree en mí
(Jn. 7, 37).

El Greco - El expolio (Wikimedia Commons)

Vimos en el artículo anterior de esta serie (14.11.11) que el supuesto determinismo de Juan no es tal. No sólo unos cuantos, elegidos de antemano por Dios, son convocados a decidirse por la fe. El destino del hombre no está fijado desde fuera por un poder superior a él. No es un esclavo de su destino: su voluntad es libre para decidirse. Pues la humanidad toda es la que se encuentra sumida en la oscuridad y en la ceguera, también la llamada de la luz, de la verdad y de la vida, alcanza a todos sus integrantes. Es, entonces, cada hombre, cualquiera que sea su posición, su condición o su origen, cualesquiera que sean sus atributos físicos, intelectuales o morales, el interpelado por la palabra del Salvador con la pregunta de si desea permanecer en las tinieblas o si prefiere dar un paso hacia la luz y abrirse a la Palabra. La palabra de Jesús no es pura doctrina, es una llamada a la decisión y a una decisión que no debería traducirse en un puro sentimentalismo bien intencionado sino en una vida subordinada a la fe.

La llamada de Jesús suele contener una promesa y una condición para acceder a lo prometido. Las condiciones no pueden ser más claras, como se puede ver, por ejemplo, en los casos siguientes:

En verdad, en verdad os digo:
el que escucha mi palabra
y cree en el que me ha enviado,
tiene vida eterna y no incurre en juicio,
sino que ha pasado de la muerte a la vida (5,24).

El Greco - Santa Verónica (wikipaintings.org)

Yo soy el pan de vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (6,35).

Yo soy la luz del mundo;
el que me siga no caminará en la oscuridad,
sino que tendrá la luz de la vida (8, 12).

A veces, la respuesta equivocada a la llamada a decidirse es seguida por la especificación de la necesaria consecuencia:

Mi doctrina no es mía
sino del que me ha enviado.
Si alguno quiere cumplir su voluntad,
verá si mi doctrina es de Dios
o hablo por mi cuenta (7, 16 s).

El iGreco - San Juan Evangelista y San Francisco (wikipaintings.org)

Una forma más completa y sutil, en que la llamada se asocia a un promesa, la promesa a una condición y el incumplimiento de la condición -la decisión equivocada- a unas consecuencias, es la siguiente:

Yo, la luz, he venido al mundo
para que todo el que crea en mí
no siga en tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las guarda,
yo no le juzgo,
porque no he venido para juzgar al mundo,
sino para salvar al mundo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras,
ya tiene quien le juzgue … (12, 46-48).

Así, pues, tal como en Pablo, la fe no surge de un irresoluto y predeterminado dejarse arrastrar por la elección del Padre. Cada cual tiene la posibilidad, del todo libre, de dejarse atraer o de negarse. No obstante lo anterior, tampoco el creyente «puede entender su fe como la obra de su actuación siempre atinada» sino como una forma sutil de «la obra de Dios en él». Libertad sí, pero en un ámbito que no descarta la influencia del Espíritu en la llamada misma y en la decisión.

El Greco - Santa María Magdalena (wikipaintings.org)

La decisión, por lo demás, no es una cualquiera que se ejerce entre alternativas intramundanas, esto es, una en la cual, cualquiera que sea la elección, el hombre sigue siendo el mismo. Lo que aquí en cambio se le pregunta, nos dice Bultmann, es «si quiere o no permanecer siendo lo que era, es decir, permanecer en su viejo ser o no. Al decidirse por o en contra de la fe, escoge o su ser auténtico o se entrega de pies y manos a su ser de la nada». Así queda expresado en las palabras que siguen:

El que cree en el Hijo tiene vida eterna;
el que resiste al Hijo, no verá la vida
sino que la ira de Dios permanece sobre él (3,36).

Antes de la venida de la luz, todos ls hombres eran ciegos. Unos se imaginan que ven. Otros se saben en las tinieblas: a ellos les alcanza la luz. Con la venida de la luz se produce esta división entre «videntes» -que se imaginan ver- y quieren permanecer en su condición, y «ciegos», los que reconociendo su ceguera, desean ser liberados de ella. Así, los que creen ver están ciegos de verdad. En cambio, los que reconocen su ceguera son idóneos para ver en virtud del advenimiento de la luz.

El Greco - La Resurrección (wikipaintings.org)

Pues tal como afirma Jesús en Jn 9, 39.41:

He venido a este mundo …
para que los que no ven, vean;
y los que ven se vuelvan ciegos.

Si fuérais ciegos,
no tendríais pecado;
pero como decís ‘Vemos’,
vuestro pecado permanece.

Da testimonio de ello Juan, el Teólogo, el apóstol amado del Maestro, el Evangelista de la Luz.

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*Si pulsan sobre las imágenes, podrán aumentar su tamaño.

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