Las visiones (6)

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En las cinco visiones de la tercera parte del Libro de las Obras Divinas se trata de la ciudad de Dios, de la acción de la Sabiduría y la Caridad en la historia, y de las edades del mundo anterior al fin de los tiempos.

La primera, de que ahora me ocupo, es como una introducción a la serie de cinco. Es objeto de una interpretación bastante sucinta y general por parte de Hildegarda. Su carácter misterioso la hace estar abierta a la interpretación complementaria del lector estudioso, si se halla iluminado por el buen espíritu.

Así titula Santa Hildegarda el primer acápite de esta primera visión de la tercera parte: Visión mística de un edificio mostrado a modo de ciudad; también un monte y de un espejo que resplandece en él; de la nube que es arriba blanca y abajo negra; y de las demás cosas que aparecen en esta visión.

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Hildegarda de Bingen – Libro de las Obras Divinas – Primera visión de la tercera parte

La serie de edificaciones incluidas en una ciudad amurallada podrían representar el orden de Dios puesto de manifiesto en la estabilidad y solidez de sus obras. El monte situado hacia el oriente (a la izquierda de la imagen) sería el poder de Dios y la roca que protege a su obra del asedio maligno.  Este monte reafirma ciertamente la idea de magnífica fortaleza.

El espejo resplandesciente ubicado por encima del monte significaría tanto la presciencia divina, que conoce de antemano las cosas desde la eternidad, como el poder del que crea todas las cosas en el tiempo y examina las obras de la creatura racional con juicio estricto. La paloma que aparece en el espejo con alas extendidas, como preparada para volar, se refiere a la sabiduría de Dios, pues

como los pájaros tienen dos alas para volar y, posados en el monte, consideran en qué dirección alzar el vuelo, así el orden divino, que tiene dos alas en los ángeles y en los hombres, está sentado en su poder como en un monte, ordenando todas las cosas, como un hombre callado que ordena todas las cosas que quiere; y fortificando al hombre en los sitiales de los ángeles, le dio alas para volar con la voluntad y la obra… Y todos se mueven como lámparas ardientes, agitadas por un fuerte viento, porque el espíritu de Dios, que vive y arde en la verdad, mueve a éstos espíritus angélicos hacia su celo, contra sus enemigos.

Liber divinorum operum, manuscrito iluminado (s. XIII) Biblioteca estatal de Lucca

Liber divinorum operum, manuscrito iluminado (s. XIII) Biblioteca estatal de Lucca


La nube blanca por arriba y por abajo negra se refiere a las fuerzas del bien y del mal arquetípicamente enfrentadas en la lucha que libran los ángeles bienaventurados para repeler y suprimir la presunción de los ángeles réprobos. Figurados los primeros en incansable sinfonía de alabanza, inestimable más allá del intelecto de los hombres, que inspira a éstos una siempre renovada admiración. 

Pues las multitudes de los ángeles buenos miran hacia Dios y lo reconocen en toda la sinfonía de las alabanzas; y alaban con admirable singularidad sus misterios, que siempre estuvieron y están en El; y no pueden omitir esto, porque no son oprimidos por el peso de ningún cuerpo terrenal.

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Los ángeles cantan a la divinidad con los sonidos vivientes de las más excelsas voces, que son más numerosas que las arenas del mar… Pero en todas estas voces de sus alabanzas los espíritus bienaventurados no pueden aprehender la divinidad sin algún limite. Por este se renuevan siempre de nuevo en sus voces… y ascienden de alabanza en alabanza, de gloria en gloria; y así siempre se renuevan, sin alcanzar nunca término. Ellos han sido creados por Dios como espíritu y vida. Por ello no se agotan en las alabanzas divinas y siempre guardan la claridad ígnea de Dios y resplandecen por la claridad de la divinidad como una llama.

Visión primera de la tercera parte (detalle)

Visión primera de la tercera parte (detalle)

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No obstante, se mantienen en su humildad, en la cercanía de Dios. Y aparecen también ante los hombres, cuando es necesario, para  motivarlos a no buscar su propia gloria sino la de su Creador.

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El canto de alabanza a la Trinidad es una adaptación realizada para el filme Visión, de Margarette von Trotta.


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Lino Althaner

La búsqueda de la Armonía

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El siglo XII es un siglo casi milagroso. Uno de los fundamentos de tal milagro se encuentra en la alianza del cristianismo con las doctrinas del neoplatonismo, que hicieron a las gentes ilustradas de la época especialmente susceptibles a las armonías del universo.  Uno de los centros del consiguiente movimiento espiritual estuvo en la ciudad de Chartres, a unos cien kilómetros al sudeste de París.  Él fue capaz de idear un completo sistema metafísico y una piedad religiosa cuyos resultados siguen constituyendo un modelo inigualado de civilización cristiana. 

El Cordero, los ángeles y los cuatro vivientes, con los santos y los elegidos - Apocalipsis de la Reina María (British Library)

El Cordero, los ángeles y los cuatro vivientes, con los santos y los elegidos – Apocalipsis de la Reina María (British Library)


Entre las personalidades que hay que destacar como cimentadoras de tal realidad está ciertamente la de Juan Escoto Erígena (815-877), que difundió entre los europeos doctos de la Edad Media las ideas de Dionisio Areopagita -actualmente conocido como el Pseudo Dionisio, para dejar sentado que no se trata del personaje homónimo mencionado en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (17,34). Las obras de este autor, probablemente un teólogo bizantino del siglo V o del VI marcado a fuego por las ideas neoplatónicas, dejaría su huella en el pensamiento, en la cultura y en el arte medieval y tendría una particular importancia en la mística, pareciera que no solamente en la cristiana. Pues también la obra del Pseudo Dionisio habría llegado a los medios musulmanes y judíos de la temprana Edad Media. Cabalistas y sufíes la habrían recibido.

Catedral de Chartres, rosetón norte

Catedral de Chartres, rosetón norte


Quisiera poner esto en contexto con lo que he dicho en otros artículos recientes de este blog acerca de las relaciones entre la música terrenal y la música de los mundos superiores, (V.  Música de las esferasCasa de Dios y Puerta del CieloEl ascenso del almaMúsica ¿ciencia o arte?) para reflexionar acerca de la relación existente entre los conceptos teológicos, cosmológicos y metafísicos propios de la humanidad del Medioevo europeo y el espíritu que impregna a la generalidad de las soberbias obras culturales de esa época. No solamente a las musicales. 

Hay que recordar, por ejemplo, que de la obra del Pseudo Dionisio Areopagita proviene la idea de los órdenes angélicos con sus tres coros ordenados en nueve jerarquías (serafines, querubines, tronos; dominaciones, virtudes, potestades; principados, arcángeles y ángeles), imaginados todos ellos como celestes conjuntos musicales que, reunidos conforme a una armonía perfecta y a una áurea proporción, cantan su alabanza al Creador en un eterno Te Deum. Se comprende entonces que Hildegarda de Bingen, a mediados del siglo XII, haya visto a los nueve órdenes de ángeles cantando indescriptibles cantos de alabanza.

La pregunta es entonces: ¿No revelan acaso las imágenes que aquí muestro, manuscritos, vidrieras, portales y sagradas geometrías, algo parecido; un afán de reconocimiento de la maravillosa arquitectura del universo, de su belleza natural, y un inspiradísimo empeño de agradecer al Creador con unas creaciones humanas dignas de tal fin?

Catedral de Chartres - transepto sur, portal central, tímpano

Catedral de Chartres, construida entre el siglo XII y el XIII – transepto sur, portal central, tímpano


Juan Escoto, en armonía con el pensamiento de Dionisio Areopagita, define a la música como «una disciplina que gracias a la luz de la razón recibe la armonía de todas las cosas que, en virtud de las proporciones naturales, están en un movimiento cognoscible». Tal armonía no es precisamente la música de los coros celestiales, sino la del cosmos, la de las esferas, y preferentemente de aquella región, situada entre la Luna y las estrellas fijas, que en su opinión es «la más serena, y está siempre en eterno silencio, salvo por la armónica sinfonía de los planetas», que sobrepasa todo lo conocido sobre la tierra.

La música de los hombres es un receptáculo de la armonía universal.  Pero, además, le parece un símbolo de la reconciliación de los contrarios a partir de los cuales fue creado el universo y que siguen conviviendo en él. A lo que no cabe sino afirmar que, en efecto, pareciera indiscutible que la música es un ejemplo más de armonía universal. Y también que los elementos aparentemente inconciliables se dan en ella la mano para dar origen a una armonía conjunta, a una sin-fonía.

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La música, como ciencia y como arte, es incluso más que eso. Mejor dicho, puede serlo. Sí, la música compuesta, interpretada y escuchada por los hombres, siempre que estos cuiden de hacer honor a su digna descendencia de las Musas, es para mí un intento de aproximación y de imitación. Pero su intento no tiene solamente como ideal la música de las esferas. Es que quisiera acercarse a la armonía impenetrable que sustenta al universo entero. A la música de los coros angélicos.

Pero insisto en preguntar: ¿son acaso esos intentos de reconciliación, esos simbolismos de armonía universal, esos intentos de acercamiento a la suprema armonía, algo exclusivo de la música medieval?

Catedral de Chartres - Geometría sagrada, proporción áureas, música de las esferas

Catedral de Chartres – Geometría sagrada, proporción áureas, música de las esferas


Un antecedente para la respuesta que se impone: «las catedrales góticas y románicas -afirma Joscelyn Godwin en La cadena áurea de Orfeo– fueron contempladas como imágenes de la Jerusalén Celestial, o en el nivel complementario ‘pitagórico’, manifiesto en la Catedral de Chartres y sus sucesoras, como encarnación de la inteligencia matemática, de acuerdo con la cual incluso las ciudades celestiales han de estar construidas».

Los ejemplos en otras áreas del quehacer humano se multiplican. Y fácilmente se llega a la conclusión de que es propia del espíritu de la época la especial sensibilidad para captar tales armonías y sus efectos en las distintas áreas del conocimiento, como también la enorme energía necesaria para transformar tales armonías en obra visible, hecha palabra, piedra, color y sonido. Y que el intento aquel de alcanzar la más sublime de las armonías se reflejó no solamente en la música sino que también en la arquitectura, en la poesía, en la pintura, en la escultura, y en fin, en todos las obras que definen ae ese mundo.

No solo el arte, sino también las ciencias, todo el trivium y el quadrivium, la espiritualidad y la disciplina religiosa, la cultura en su conjunto, sin perjuicio de la humana deficiencia propia de toda edad, habría sido en aquélla como un intento por reconocer y simbolizar la armonía inefable del más allá, por reflejarla, por imitarla y por agradecerla.

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Lino Althaner

Las visiones (5)

Comentarios desactivados en Las visiones (5)

Extraña visión, la de un orbe separado en cinco partes -correspondientes a los cuatro puntos cardinales y a una porción central- que se regulan mutuamente con sus cualidades originarias y se corresponden con los cinco sentidos del hombre.  El conjunto es susceptible de entenderse como la oportunidad que se da al ser humano, si no se encuentra en el número de los que desde ya se deleitan en la luz, para su perfeccionamiento y restauración a través del arrepentimiento y la penitencia.

Tal es el sentido de la vida terrenal, después de la caída de Adán.

 

Libro de las Obras Divinas - Segunda parte

Libro de las Obras Divinas – Segunda parte


Hacia el oriente -que en la imagen se muestra a la izquierda- se puede ver un globo rojo rodeado de un círculo de color zafiro, rodeado de dos alas que se despliegan, curvándose, hasta mirarse entre sí. Estas dos alas representan, en la visión de Hildegarda, la protección divina del hombre, que se manifiesta «en lo próspero y en lo adverso, es decir, en la dulce inspiración y en el duro reproche», En ese mismo extremo oriental se puede advertir un edificio en forma de castillo que asciende hacia el globo, figurando «la ciudad construida de piedras vivas bajo la protección divina,» esto es, la «civitas Dei», que «dirige su mirada hacia el juicio de Dios, glorificándolo.»

 

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El castillo, el globo rojo rodeado de zafiro, el camino, la estrella, circundados por las alas protectoras de Dios


El globo rojo rodeado de zafiro figura el juicio omnipresente de Dios sobre los hombres, en el cual prima la misericordia sobre el rigor. Desde allí, un camino se extiende y al cabo del mismo refulge una estrella brillante.

Y se representa así cómo, «desde los juicios del poder de Dios hasta la perfección de sus protecciones, se dirige una vía, sobre la cual florece la divinidad, donde aparece el Hijo encarnado de Dios, nacido de la Virgen; y le sigue con fuerza y con piadosa devoción una gran multitud que ama la virginidad y que acoge la perfección».

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Así como las alas superiores protegen el camino de las almas hacia lo alto, otro par de alas desciende hasta la mitad de la redondez de la tierra, «inclinándose hacia la plenitud de la buena voluntad de los hombres y poniéndola al amparo del verdadero amor».

En cuanto a la otra mitad del orbe, está ella circundada por un arco de color rojo rodeado de tinieblas. Es que, conforme a la visión de Hildegarda, «desde la perfección, con la que Dios favorece misericordiosamente a los que lo veneran, el fuego de su celo, a través de la venganza, con justa medida juzga a los que caminan fuera del ámbito de las buenas obras y a los que están fuera de la integridad de la verdadera fe».  Hacia el extremo inferior,  las horribles fauces de un dragón amenazan con devorar la tierra. Es el «antiguo enemigo», que «insiste ardientemente en contaminar al hombre con los horrores del odio, del homicidio, de la guerra, y de todos los crímenes imaginables.

Esta segunda parte del Libro de las Obras Divinas -que consta de una sola visión-  incluye también una interpretación de la historia humana basada en los cuatro caballos del Apocalipsis (6). El último caballo, de color pálido, cuyo jinete se llama Muerte, le sirve para representar «aquel tiempo -nuestro tiempo- en el que las cosas legales y plenas de la justicia de Dios serán consideradas en nada, como palidez, cuando los hombres digan: ‘No sabemos qué debemos hacer, y los que nos recomendaban hacer estas cosas, no saben qué decirnos’; y así, sin temor ni temblor del juicio de Dios, despreciarán estas cosas, y harán esto por persuasión diabólica».

Termina esta parte con un extenso comentario del capítulo primero del Génesis, que trata de la creación del mundo, en que se recurre a los diversos elementos interpretativos, el literal, el espiritual y el moral, para concluir que la maravilla de la creación, con todos sus perfectos componentes y ornamentos en el cielo y en la tierra, coronados el séptimo día por el santo descanso de Dios, «se cumplen alegóricamente en los hijos de la Iglesia y en los que están bajo la fe cristiana, a través de la Encarnación del Hijo de Dios y de la predicación del Evangelio y de la obra del Espíritu Santo». Y que «igualmente se cumplen tropológicamente estas mismas cosas en el progreso y la perfección de cada fiel».

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Se descubre también en esta visión la idea de que cayendo en el pecado ha destruido el hombre su estado de bondad original, arrastrando a las otras creaturas al sufrimiento. A a un estado de irredención que exigirá la acción de Dios. Sólo la encarnación de su Hijo es capaz de abrir al hombre el camino de la conversión hasta que llegue la plenitud de los tiempos. Este tiempo de plenitud llevará al mundo, tal como lo conocemos ahora, a su estado original de paz y permitirá contemplar a los elegidos formando parte del décimo coro de ángeles de Dios. 

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Lino Althaner

El ascenso del alma

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En el artículo anterior hice una referencia al Poimandres, atribuido a Hermes Trismegisto, un texto al que debería dedicarme más a fondo en este espacio. Tal vez, luego de terminar el ciclo sobre Hildegarda de Bingen y las visiones del Libro de las Obras Divinas.

La temática del Poimandres trata del mito gnóstico que gira en torno a la figura divina del Hombre Primordial y su caída en la naturaleza terrenal, y que culmina en la posibilidad de redención que es brindada al alma capaz de superar, después de la muerte, las pruebas que se interponen en su camino ascensional. Para ello, debe atravesar las siete esferas planetarias del universo geocéntrico de Ptolomeo (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno), cada una de ellas custodiada por celosos guardianes que tratarán de impedírselo, y llegar a la octava esfera -la Ogdóada- de las estrellas fijas, la cual lo ubica ya en el umbral mismo de la morada del Padre Dios. Es una historia bellísima.

 

Ramón Llull - De nova logica, 1512

Ramón Llull – De nova logica, 1512 – Las siete esferas están aquí figuradas por los siete peldaños del reino mineral, el fuego, las plantas, las bestias, el hombre, el cielo y los ángeles. En el octavo y divino peldaño, la Sabiduría ha construido su morada (Alexander Roob, Alquimia y Mística, Taschen 1997)

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Según Sinesio de Cirene (370-c.314), filósofo neoplatónico y a su vez sacerdote cristiano, obispo de Ptolemaida, el ascenso que debe superar toda alma humana para recuperar su esencia primordial y morar en la Casa de Dios, ni el mismo Jesús el Mesías puede evitarlo. Así se manifiesta en este hermoso himno de su autoría:


Durante la Ascensión, ¡oh, Señor!,

temblaron los demonios del aire.
El coro de las estrellas inmortales
enmudeció de asombro.
El sonriente éter, sabio
generador de armonía,
tañó la lira de siete cuerdas
e interpretó un aire triunfal.
Mas Tú, con alas extendidas,
irrumpiste a través de la azulada bóveda
y reposaste en las esferas
de pura Inteligencia:
fuente de todo lo que es bueno,
el cielo se llenó de Silencio.


Suenan los sones de la lira de siete cuerdas. Siete notas, siete cuerdas, siete planetas, siete esferas. Sin embargo, en el momento culminante, el gozo que inunda a todo el cosmos y al reino de los cielos es tan inmenso, que solo el Silencio es capaz de expresarlo.
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Arvo Pärt nos brinda una recreación musical del silencio. Parecido tal vez a aquel Silencio.


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Lino Althaner

Las visiones (4)

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Pues Dios dio forma al hombre según el firmamento…
Hildegarda de Bingen


Esta cuarta visión de la primera parte del Libro de las Obras Divinas de Hildegarda de Bingen insiste en afirmar la analogía existente entre el cuerpo del hombre y las capacidades y funciones de sus distintas partes (el microcosmos) con el universo y las potencias que en él se despliegan (macrocosmos). Miembros, órganos, humores y alma se relacionan entre sí en el cuerpo humano. Pero, además, todos ellos, además, se dejan influir por los elementos -el fuego, el aire, el agua, la tierra-, por las nubes y los vientos, los planetas y las estrellas, las luces y las tinieblas, que tienen, cada uno de estos cuerpos y fuerzas, un significado material acompañado de otro, muy significativo, de orden espiritual. Así, por ejemplo, los siete planetas -que tienen una equivalencia con las partes de la cabeza humana- tienen una relación con los siete dones del espíritu santo.

Alrededor de esta estructura fundamental se desarrolla la extensa y muy minuciosa interpretación de la visión revelada a Hildegarda. Se intercalan en el desarrollo temas como la caída de Lucifer y la creación del hombre; asimismo algunos comentarios de textos bíblicos, por ejemplo, del libro de Job, del de los Salmos y del Apocalipsis. Termina la primera parte del Liber Divinorum Operum con un comentario del capítulo primero del Evangelio de San Juan.

La imagen es hermosísima. El áureo esplendor del reino de los cielos contrasta armónicamente con el rojo del fuego que rodea, como primer círculo, a toda la creación. Luego el fuego rojo y negro, el éter, las aguas celestes, y el ámbito del aire en que se muestra la tierra, alimentada por las potencias cósmicas. Los vientos soplan. Brillan las estrellas. Se muestran los planetas. Las estaciones se suceden y a su tiempo aparecen frutos abundantes. El hombre es ciertamente el personaje principal, alternando el trabajo con el reposo.


Liber Divinorum Operum - Primera parte, cuarta visión


La creación del hombre: 

«Y en su antiguo designio, que siempre estuvo en Él, dispuso (Dios) de qué modo se realizase aquella obra, y formó al hombre de la tierra enlodada, como había dispuesto su forma antes de los tiempos, al igual que el corazón del hombre encierra la racionalidad y dispone las palabras que formula y luego expresa. Así lo hizo Dios en su Palabra, cuando hubo creado todas las cosas, pues la Palabra, que es el Hijo, estaba oculta en el Padre, como el corazón se oculta en el hombre. Y Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza, porque quiso en su forma preservar la santa divinidad…

«Por consiguiente, en la cabeza del hombre, es decir, en la rueda giratoria del cerebro, está la coronilla, junto a la que hay una escalera con peldaños de subida, esto es, con ojos para ver, oídos para oír, nariz para oler, boca para hablar; y con ellos el hombre ve, conoce discierne, divide y nombra a todas las creaturas. Pues Dios formó al hombre y lo vivificó con un aliento viviente, que es el alma; también lo formó de carne y de sangre y lo afirmó robustecido de huesos, como la tierra ha sido afirmada por piedras; porque, como la tierra no existe sin piedras, tampoco el hombre podría existir sin huesos.»


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El aire y la tierra, el alma y el cuerpo:

«La tierra ha sido dispuesta en el medio del aire, es decir, de manera que el aire tenga igual medida sobre la tierra y bajo la tierra y en cada parte de la tierra. También el alma, enviada por Dios como aliento de vida al cuerpo, instruye al hombre para que obedezca con paciencia los preceptos de Dios en esta vida laboriosa, en la que ambos habitan en una separación tan grande como distan el cielo y la tierra; y advierte que aquel que no es capaz de comprender plenamente con su ciencia qué cosa es él, se vuelva a mirar a su Creador esforzándose en la labor de su lucha con paciencia y obediencia. Pues como el aire está en el medio de la tierra, sujetándola y conteniéndola, así el alma habita en medio del cuerpo, sosteniéndolo enteramente, y obra en él en relación con lo que exige de ella.»


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La cuarta y última visión de la primera parte del Libro de las Obras Divinas finaliza en forma similar a las que ya hemos examinado:

«Por lo tanto, que todo hombre que teme y ama a Dios abra la devoción de su corazón con estas palabras, y sepa que estas cosas han sido proferidas para la salvación de los cuerpos y de las almas de los hombres, no por un hombre, sino por Mí, que soy».

Dixit Dominus.

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Pero Hildegarda nos hace un regalo adicional, su música:



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Lino Althaner

Las visiones (3)

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En esta visión, el hombre aparece rodeado por los cuatro elementos y por los vientos, que ejercen su influencia, unos y otros, sobre las funciones, los humores y los miembros del organismo humano, de similar modo a como el alma actúa a través del cuerpo. La forma en que todos estos elementos interactúan se describe minuciosamente a lo largo de los diecinueve parágrafos que ocupa esta visión en el Liber Divinorum Operum. Se reitera aquí, por lo tanto, el concepto de unidad interrelacionada, de profunda compenetración entre el macrocosmos y el microcosmos, y de correspondencia entre ambos. También aparece destacada desde el principio la idea de que las creaturas han sido hechas para servicio del hombre.

 

Liber Divinorum Operum - Visión tercera de la primera parte

Liber Divinorum Operum – Visión tercera de la primera parte


Y nuevamente escuché una voz del cielo diciéndome así:

«Toda creatura que Dios ha hecho, tanto superior como inferior, está unida al hombre para que le sea de utilidad; y si el hombre la destruye por sus malos actos, el juicio de Dios se convierte en venganza. Aunque ayuden al hombre en la necesidad corporal, debe comprenderse que las creaturas conciernen también a la salvación de su alma».

No solo las creaturas vivas, todos los elementos, los vientos, los astros, los planetas, tienen una acción que cumplir en función de la redención humana. Así, pues, el hombre ha de considerarlos con respeto y atender rigurosamente a las señales que le dan en orden a perseverar en el bien y evitar el mal. 

«Lo exhortan así para que no sucumba vencido por una debilidad indolente en el límite de las obras justas, sino que vuelva cuidadosamente al inicio de la santidad; porque la recompensa de la bienaventuranza no será dada al que comienza y es negligente, sino al que comienza y lo realiza todo».

 

Liber Divinorum Operum - Visión segunda de la primera parte, detalle


Y termina el texto dedicado a la tercera visión de la primera parte del Liber Divinorum Operum:

«Tú, que te deleitas en tu corazón al anhelar a Dios con las buenas obras, por las que tienes esperanza de la vida eterna, que resplandece para ti en el goce, como cuando sale el sol, muestras los más hermosos pasos en el camino del Hijo de Dios, … cuando amas con buena voluntad a Dios más que a ti mismo. Y entonces tu alma es llamada hija del príncipe, es decir, de Aquel que es llamado Príncipe de la Paz, quien venciendo a la antigua serpiente, liberó a su pueblo, y lavó en su sangre toda la enemistad que había entre Dios y el hombre. Los ángeles anunciaban esta paz para los hombres en la humanidad del Hijo de Dios y se regocijaban mucho por ella, pues Dios se había unido a la tierra, de manera que los hombres lo vieran en forma humana y los ángeles lo vieran completamente como hombre y Dios.

«Por lo tanto, todo hombre que teme y ama a Dios abra la devoción de su corazón con estas palabras, y sepa que estas cosas han sido proferidas para la salvación de los cuerpos y las almas de los hombres, no ciertamente por un humano, sino por Mí.

 

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En el video que sigue, la soprano Alexandra Polarczyk interpreta tres oraciones de Hildegarda de Bingen: 1. O pastor animarum; 2. O virtus sapientie, y 3. Ave Maria. 

Los instrumentos con que se acompaña son el indio ‘shruti’, de sonido similar al armonio, y el iranio  ‘saz’, instrumento de cuerdas.


 

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Lino Althaner

Dios, el hombre y el cosmos

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Hildegarda de Bingen (1098-1179) Liber Divinorum Operum

Hildegarda de Bingen (1098-1179) – Liber Divinorum Operum


El mundo es en su primera acepción la totalidad de lo que hay,
consistente en cielo y tierra…

Pero en su segunda acepción mística se lo denomina atinadamente hombre.
Pues al igual que todo lo que está hecho de los cuatro elementos,
el hombre se compone de cuatro temperamentos…

San Isidoro de Sevilla
560-636

 

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Robert Fludd (1574-1637) – Utriusque Cosmi Historia

 

No hubo forma ni mundo que tuviera consistencia
antes de que existiera la forma del hombre.

Pues esa forma lo contiene todo y todo lo que hay existe por ella.

Sefer ha- Zohar 
Libro del Esplendor
(siglo XI)

 

William Blake - La danza de Albión

William Blake (1757-1827) – La danza de Albión


El campo de la naturaleza humana abarca en su humana contingencia
a Dios y el cosmos.

Nicolás de Cusa
(1401-1464)

 

Hildegarda de Bingen - Scivias - La Trinidad (con Jesús al centro)

Hildegarda de Bingen – Scivias – La Trinidad (con Jesús al centro)

 

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales,
en los cielos, en Cristo;
por cuanto nos ha elegido en él
antes de la fundación del mundo,
para ser santos en su presencia,
en el amor…

En él tenemos por medio de su sangre la redención,…
según la riqueza de su gracia
que ha prodigado sobre nosotros
en toda sabiduría e inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad
según el benévolo designio
que en él se propuso de antemano,

para realizarlo en la plenitud de los tiempos:

hacer que todo tenga a Cristo por cabeza,
lo que está en los cielos y
lo que está en la tierra.

San Pablo
Efesios 1, 4-14
(c. 5-67)

 

© 2014
Lino Althaner

Las visiones (2)

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Es esta, una imagen cosmológica. La figura del hombre ígneo de la visión anterior, se abre ahora -en la segunda de la primera parte del ‘Liber divinorum operum’, de Hildegarda de Bingen- en un círculo de fuego que abraza al macrocosmos compuesto por los cuatro elementos (aire, tierra, fuego y aire) , los cuatro puntos cardinales, los vientos y los astros, incluyendo como figura central la imagen de un hombre, es decir, el microcosmos. La imagen del círculo de fuego se relaciona con la del huevo que se muestra en la tercera figura del libro «Scivias».

Todos los elementos se relacionan entre sí, influyéndose recíprocamente para mantener el equilibrio cósmico, material y espiritual, tanto en el nivel macrocósmico como en el humano.

Liber Divinorum Operum, segunda visión de la primera parte

Liber Divinorum Operum, segunda visión de la primera parte


El universo es mostrado como un todo orgánico surgido de la presciencia divina, en el cual participa, de alguna manera, la propia divinidad. Seis círculos concéntricos derivados de la divinidad amparan el entorno en que el hombre tiene su morada. Uno de fuego brillante, bajo él otro de fuego negro y bajo éste uno de éter puro; luego un círculo de aire acuoso, otro de aire fuerte y blanco y brillante, y uno de aire tenue. En el contorno del círculo, hacia los cuatro puntos cardinales, unas cabezas animales -de leopardo, de león, de lobo y de oso- soplan ejerciendo su influencia en distintas direcciones. Son los vientos de la tierra, que corresponden a otras tantas fuerzas espirituales.

«Así el hombre, que está en la encrucijada de los cuidados del mundo, es acometido por muchas tentaciones, que se representan en la cabeza del leopardo, esto es, con temor a Dios; y en la del lobo, el temor a los castigos infernales; y en la del león, el temor al juicio de Dios; y en la del oso se agita el tormento del cuerpo en medio de numerosas tempestadas.»

En los círculos de fuego brillante, de fuego negro y de éter puro, se ubican siete planetas que emiten sus radiaciones hacia el ámbito circundante. Dieciséis estrellas principales aparecen en la circunferencia del círculo. De la boca de la imagen en cuyo pecho se abre la rueda sale una luz más clara que la luz del día que calibra en recta y justa medida la acción de los distintos elementos que se despliegan en su interior.

Segunda visión de la primera parte, detalle


«Y nuevamente escuché una voz del cielo que me decía: 

«Dios, que para gloria de su nombre, dispuso el mundo con los elementos, lo consolidó con los vientos, lo iluminó entrelazándolo con las estrellas, lo completó con las restantes creaturas, y puso en él al hombre rodeándolo de todas estas cosas, fortificándolo allí con la mayor fortaleza, para que lo asistieran en todas las cosas y lo ayudaran en sus obras, de manera que obrase con ellas; porque el hombre sin ellas no puede vivir ni tampoco subsistir, como se te manifiesta en la siguiente visión.»

Así, pues, dispuso la forma del mundo, que es «admirable para la naturaleza humana» y «no es consumida por ninguna edad, no es aumentada por ningún suceso nuevo, sino que al ser creada por Dios, así perdurará hasta el fin del mundo. En efecto la divinidad, en su presciencia y en su obra, es entera como la rueda y de ningún modo dividida, puesto que no tiene ni comienzo ni fin, ni puede ser abarcada por nada, porque no tiene tiempo. Y como el círculo abarca todas las cosas que se ocultan en su interior, así la sagrada divinidad abarca y sobrepasa infinitamente todas las cosas, porque nadie podrá dividir su potencia, ni superarla ni agotarla».

El hombre

Y los seis círculos que rodean la morada terrestre del hombre se hallan unidos «entre sí sin ningún intersticio, porque si la disposición divina no los apuntalase así con esta unión, el firmamento se despedazaría y no podría sostenerse; esto muestra que las virtudes perfectas unidas entre sí en el hombre fiel son reforzadas por inspiración del Espíritu Santo, de manera que, luchando contra los vicios del diablo, realizan unánimemente toda obra buena».

Y también se distingue un globo en medio del aire tenue, «mostrando la tierra que existe en medio de los restantes elementos, en la medida en que está compuesta por todos ellos. Por esto también, sostenida de igual modo aquí y allá por los elementos y unida a ellos, recibe continuamente de ellos el verdor y la fortaleza para su sustento».

«También la vida activa, que aquí representa la tierra, girando como en medio de los rectos deseos y corriendo de aquí para allá en rededor, mantiene con igual moderación la devoción junto a las fuerzas de la discreción, cuando persevera en los oficios espirituales o en las necesidades corporales a través de los hombres fieles; puesto que los que aman la discreción dirigen todas sus obra hacia la voluntad de Dios».

«Y también en el medio de esta rueda aparece una imagen de hombre, cuya coronilla más arriba y las plantas de los pies más abajo, se alargan hasta el mencionado círculo como de aire fuerte y blanco y brillante… En la estructura del mundo, el hombre está como en el centro, puesto que es más poderoso que las creaturas que en él habitan; ciertamente es modesto en estatura, pero grande por la visión del alma; y tiene capacidad de… dirigirse tanto a los elementos superiores como inferiores, y penetrarlos con las obras de la derecha y la izquierda; en este poder de actuar reside la fuerza del hombre interior. Igual que el cuerpo del hombre excede en magnitud su corazón, también las fuerzas del alma superan en eficacia al cuerpo del hombre; y como el corazón del hombre se oculta en su cuerpo, así también el cuerpo del hombre está rodeado por las fuerzas del alma, cuando se extienden por todo el orbe de la tierra.

«Y el hombre fiel, estando en la ciencia de Dios, se dirige a Dios para reconocer las propias necesidades, tanto las espirituales como las seculares; y lo anhela en la prosperidad y en la adversidad de sus hechos, cuando expande incesantemente su devoción hacia Dios. Pues así como el hombre ve en todas partes con ojos corporales a cada creatura, también ve en la fe en todas partes a Dios y lo conoce a través de las creaturas, cuando comprende que Él es su Creador.»

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«Ves también que desde la boca de la ya citada imagen, en cuyo pecho aparece la rueda ya mencionada, surge… una luz más clara que la luz del día; ya que por la virtud de la verdadera caridad, en cuya ciencia está la circunferencia del mundo, avanza su disposición más delicada brillando sobre todas las cosas y conteniéndolo y constriñéndolo todo.»

«Yo, el Señor,… doy a cada cual según su camino y según el fruto de sus obras». «Yo, Señor de todas la cosas, escudriño los corazones contritos, que desprecian los pecados, y pruebo los riñones, que se reprimen del gusto de los deseos; Yo que devuelvo al hombre la recompensa según el esfuerzo de sus pasos y según produce frutos en la consideración de sus pensamientos, porque tengo todos los frutos del hombre escritos delante de Mí. Pues el hombre que abandona los deseos de sus concupiscencias es justo; y el que sigue todo deseo en las concupiscencias no podrá ser llamado justo, mas si retorna al bien sus cicatrices se lavan en la sangre del cordero; y entonces también el ejército celestial, viéndolas curadas, se levanta en admirable alabanza a Dios.»

«Por lo tanto, que todo hombre que teme y ama a Dios abra la devoción de su corazón con estas palabras, y sepa que estas cosas han sido proferidas para la salvación de los cuerpos y almas de los hombres, no ciertamente por un ser humano, sino por Mí.»

Dixit Dominus.

Liber Divinorum Operum - Visión segunda de la primera parte, detalle


Hasta aquí la selección de textos que he efectuado con respecto a la segunda visión de la primera parte del «Liber Divinorum Operum».

El análisis de esta visión podría ocupar volúmenes completos. Se resume en ella una comprensión de la divinidad, una imagen de la estructura cósmica como emanación de Dios y una concepción del hombre como figura central del cosmos.  La dignidad humana es encumbrada al máximo. Son destacadas las capacidades activas y contemplativas del ser humano, sus atributos corporales y anímicos, su vulnerabilidad y su tendencia a renegar de su esencia pero también la gran fortaleza que le permite superar las dificultades y volver al camino justo. O acogerse a la misericordia divina.

Se trata de documentos de gran importancia para ayudar a iluminar y a entender el ambiente intelectual y espiritual de los siglos XI y XII, aquellos en que el medioevo llega a su plenitud. 

Incluyo un par de buenos vínculos para obtener muy buena información adicional acerca de Hildegarda de Bingen y su obra:

El bosque de la larga espera 
http://hesperetusa.wordpress.com/2012/03/15/la-paloma-miro-a-traves-de-la-verja-de-la-ventana/

Fragmentalia
http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2010/10/la-zona-intermedia.html

© 2014
Lino Althaner

Las visiones (1)

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Comienzo aquí un ciclo que tiene por objeto dar a conocer las visiones de Hildegarda de Bingen contenidas en su libro «De las obras divinas». Pretendo incorporar el ciclo completo de las imágenes, que son diez, con algún extracto del texto de la santa  -muy extenso por cierto- que me parezca, en cada caso, especialmente expresivo.

La primera visión de la primera parte del Liber Divinorum Operum se refiere al origen de la vida, cuya figura central es el hombre ígneo, que representa, según Hildegarda, la suprema potencia divina de la caridad creadora. Esta potencia suprema es, pues, la que se dirige verbalmente a la visionaria con las palabras que arriba se reproducen parcialmente. Pues las visiones de Hildegarda están hechas de imagen y de voz. La imagen inferior la representa en el momento de recibir el torrente ígneo y dorado de la divina inspiración.

«Y esta imagen decía:

 

Libro de las Obras Divinas - Primera visión de la primera part

Libro de las Obras Divinas – Primera visión de la primera parte

 

Yo soy la potencia suprema e ígnea, que encendí todas las chispas vivientes… Yo, vida ígnea de la substancia de la divinidad, arrojo llamas sobre la belleza de los campos y brillo en las aguas y resplandezco en el sol, en la luna y en las estrellas; y con un viento de color broncíneo, despierto a la vida todas las cosas desde la vida invisible, que todo lo sostiene. Pues el aire vive en el verdor y en las flores, las aguas fluyen como si tuvieran vida, el sol también en su luz vive y cuando la luna ha llegado a menguante, es encendida por la luz del sol como si nuevamente tuviera vida; las estrellas también brillan con su luz como si tuvieran vida.

Yo erigí también las columnas que abarcan todo el orbe de la tierra, esto es, aquellos vientos que tienen las alas puestas debajo de sí, es decir, los vientos suaves, los que con su suavidad sostienen a los vientos más fuertes, para que no se muestren con peligro; así también el cuerpo cubre y contiene el alma, para que no expire. Tal como el cuerpo contiene el aliento del alma y lo afirma, para que así no se extinga, también los vientos más fuertes animan a los vientos sometidos a ejercer convenientemente su labor…

 

Visión primera de la primera parte, infra

Visión primera de la primera parte, infra

 

Yo soy la vida. También soy la racionalidad contenida en el viento de la palabra resonante con la que fue hecha toda creatura; y lo insuflé en todas ellas, de modo que no sea ninguna de ellas mortal en su género, porque Yo soy la vida.»

 

 

El video muestra el tema de Hildegarda, de la película Visión (de la vida de Hildegarda von Bingen), de Margarette von Trotta.

 

© 2014
Lino Althaner

 

La profetisa del Rin

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Una mujer iluminada. Una mujer fascinante. ¡Que enorme desafío el de expresar algo significativo acerca de ella en unas cuantas líneas! Pues para la síntesis, no para las extensas disertaciones, están los blogs, al menos para mi gusto. Para despertar inquietudes y amistades espirituales.

Hildegarda de Bingen no es solamente una de las personalidades más fascinantes de la Baja Edad Media europea. Su genio multifacético deslumbra por su originalidad en el conjunto de la cultura occidental. Fue sin duda una escritora sobresaliente, que brilla particularmente por su obra mística, visionaria y profética, pero también por sus ensayos sobre ciencia natural y medicina. Fue también una prolífica compositora musical. Mujer de eminente y reconocida sabiduría, su influencia se proyectó sobre muchas personalidades de su época, con las cuales dialogó y discutió, y a las cuales reprendió en el momento oportuno.

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El hombre

Modelo de mujer, es una gracia caída del cielo para toda la humanidad.

Hildegarda de Bingen (1098-1179) se enclaustró en el monasterio de Disibodenberg a los catorce años, incorporándose solemnemente a la Orden de San Benito dos años después. En ella se conjugó, como no solía ser extraño, la voluntad de la familia y el destino religioso que le estaba destinado, con una temprana vocación religiosa, que habría de tener gustosos frutos.

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La tierra

Visiones resplandescientes la inquietaron desde niña. Imágenes luminosas, formas provenientes de otra esfera, colores encendidos; y una voz le explicaba lo que veía; y una música la acompañaba. Ya adulta, a los cuarenta y dos años le sobreviene un periodo visionario extraordinariamente activo, en el cual recibe la orden sobrenatural de describir y comentar las imágenes con palabras reveladas. La ciencia moderna, enemiga de lo espiritual, de lo que trasciende a los sentidos humanos, la ha diagnosticado con diversas dolencias. Yo le atribuyo solamente la dolencia agradecida de su pequeñez ante la divinidad, la vocación de la santidad, la entrega entera a su amado Dios, que creyó necesario recompensarla con dones difíciles de alcanzar.

Escribe el «Liber Scivias». Uno de los monjes de Disibodenberg, Volmar, le sirve de secretario y escribiente. Es también su colaboradora una monja llamada Ricardis de Stade. ¿Quiénes iluminan e ilustran el libro? ¿Volmar o alguno de sus demás colaboradores? ¿Ricardis de Stade? ¿Unas monjas anónimas?

Pero Hildegarda duda en hacer públicas sus visiones y los textos resultantes. Recurre entonces a uno de los más eminentes espíritus de la época, Bernardo de Claraval, a quien dice visualizar «como un hombre que veía directo al sol y sin miedo». Bernardo la alienta, invitándola a «reconocer este don como una gracia y a responder a él ansiosamente con humildad y devoción».

La caída del paraíso

La caída del paraíso

Hacia 1148, una visión la hace concebir la idea de partir de Disibodenberg para fundar un monasterio. Después de alguna oposición por parte del abad, logra convencer a la autoridad eclesiástica de la conveniencia de realizar su propósito fundacional, que se concreta en la colina de San Ruperto, en las inmediaciones de Bingen y al oeste del Rin. Siendo ya abadesa del convento de San Rupertsberg, publica sus dos libros sobre ciencias naturales («Physica») y medicina («Cause et cure»), en los cuales expuso sus conocimientos de fisiología humana, herbolaria y terapéutica natural. Comienza además la colección de cantos que tituló «Symphonia armonie celestium revelationum», compuesta para atender a las necesidades litúrgicas de la comunidad.

Tiene alrededor de sesenta y cinco años cuando, como producto de una renovada serie de visiones, comienza la escritura de otra de sus obras fundamentales, el «Liber divinorum operum», que completa diez años más tarde. Alterna sin embargo, su vida de escritora, con la actitividad meditativa y contemplativa, y también con la de predicación. En 1965 funda un segundo monasterio en la localidad renana de Eibingen.

El juicio final

El juicio final

Realizó una intensa labor de predicación, que gira principalmente en torno a la redención, la conversión y la reforma del clero. En este último punto, criticó duramente la corrupción eclesiástica. Se opuso al movimiento de los cátaros, pero propuso ganarlos por medios pacíficos, a través del convencimiento doctrinal y del buen ejemplo moral.

A la muerte de Volmar en 1173, debió recurrir a la ayuda de los monjes de la abadía de San Eucharius de Tréveris. También le sirvió por algún tiempo de amanuense el monje Godofredo de Disibodenberg. Su último secretario fue Guiberto de Gembloux, un monje flamenco.

 

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El amor de Dios, la vida y la salvación

En cuanto a la ilustración de sus libros, que indudablemente despierta una gran admiración, si bien Hildegarda no los pintó ella misma, es claro que daba precisas instrucciones a sus colaboradores en este ámbito para que se ajustaran al minucioso carácter de las imágenes visionarias que le eran reveladas. Son un necesario complemento de los textos visionarios, un complemento difícil de superar, un monumento en la historia del arte de la ilustración de libros.

Pero Santa Hildegarda, no solo se proyecta hasta nosotros, después de mil años, en textos místicos, en textos de ciencia naturales, en la imagen de sus visiones.

También lo hace en su música.

Y tanto más podríamos decir de ella. Sobre las luchas que debió librar y los obstáculos que hubo de vencer. Pero sobre todo, sobr el contenido de sus libros. Que estas pequeñas líneas sirvan al menos para despertar el interés por su vida ejemplar y por su extraordinaria obra.

El 7 de octubre de 2012, el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia.

© 2014
Lino Althaner

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