Si me apagas los ojos

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Koloman Moser – Ilustración para un poema de R .M. Rilke (1901) – wikipaintings.org

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Si me apagas los ojos, puedo verte,
te oigo si clausuras mis oídos,

y puedo conjurarte sin la boca.
Destrózame los brazos y te agarro
con mi corazón, como con una mano;
mi cerebro latirá, si detienes mi corazón
y si abrasas en el fuego mi cerebro,
seguiré llevándote en mis venas.
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Lösch mir die Augen aus: ich kahn dich sehn,
wirf mir die Ohren zu: ich kann dich hören,
und ohne Füsse kann ich zu dir gehn,
und ohne Mund noch kann ich dich beschwören.
Brich mir die Arme ab, ich fasse dich
mit meinem Herzen wie mit einer Hand,
halt mir das Herz zu, und mein Hirn wird schlagen,
und wirfst du in mein Hirn den Brand,
so werd ich dich auf meinem Blute tragen.
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Estos versos los escribió Rilke a fines del siglo XIX, pensando en su amada Lou Andreas Salomé, en quien halló la fuerza, el estímulo intelectual y el afecto para emprender el vuelo hacia la gran poesía que empezaría a manifestarse en el Libro de las horas, terminado en 1903. Pero el rompimiento entre ambos hizo que el poema cambiara de sentido y de destinatario. Es incluido, en efecto, en la segunda parte del mencionado libro, en armonía con su temática religiosa y mística, como un canto de amor a Dios. Para no dejar dudas del cambio de dirección, el poeta ubica enseguida de él, una estrofa que comienza diciendo

Y mi alma es ante ti como una mujer.

Und meine Seele ist ein Weib vor dir.

Verso que evoca por cierto el motivo inaugurado por el Cantar de los Cantares y luego adoptado por tantos poetas místicos, en que el esposo y la esposa bíblicos se transmutan en el alma enamorada -la de Rilke en este caso- y su divino amado.

Koloman Moser – Proyecto de vitral para la Iglesia de Steinhof (wikipaintings.org)

Un poema a la amada se vuelve poema de amor al Dios del cual Rilke pudo decir en el mismo Libro de las horas:

Sólo un delgado muro nos separa
y sólo por azar; pues bien podría ser
que a un llamado de tu boca o de la mía
sin ruido alguno se derrumbara.

*

Nur eine schmale Wand ist zwischen uns,
durch Zufall: denn es könnte sein:
ein Rufen deines oder meines Munds –
und sie bricht ein
ganz ohne Lärm und Laut.
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Créditos del vídeo:
Recita Gudrun Landgrebe. La música corresponde al preludio número 2 de Georg Gershwin. Al piano, John O’Connor. Pinturas de Wassily Kandinsky.

© 2014
Lino Althaner

Maimónides y el Mesías, Jesús de Nazaret

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Conocida de los lectores de este blog es mi intuición de que existe una sabiduría -‘philosophia perennis’, la llamaba Aldous Huxley- que se manifiesta en la forma de creencias, principios y valores que son comunes a todo sentimiento religioso, y en una espiritualidad que se empina por sobre el dogmatismo estrecho que suele caracterizar a las religiones institucionalizadas. Aun cuando son múltiples los lazos que las unen, no siempre hay mucho interés en destacar su importancia: porque, puestos ellos de manifiesto, dejan de tener sentido las divisiones, fundamentadas a veces en aspectos secundarios. En todo caso, el sueño de unir a la humanidad en una espiritualidad que sea capaz de unificar las formas opuestas, sigue siendo válido. Tal vez más válido que nunca en estos días.

Con esa idea en la mente es que he reflexionado en torno a las religiones, pero sobre todo acerca de las tendencias de carácter místico que se revelan tanto en Oriente o en Occidente como dotadas de una fuerza y de una amplitud capaces de aglutinar en vez de dividir. Con ese espíritu he escrito tanto sobre la mística judía como sobre el sufismo de los musulmanes y la espiritualidad cristiana presente en  figuras tan universales como las del Maestro Eckhart, de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de  Ávila. Me he remontado también a las intuiciones del gnosticismo primitivo y, asimismo, por cierto, a los tesoros del el taoismo y el budismo.

Recientemente he estado ocupado en la lectura de Maimónides, el sabio judío, filósofo y maestro de la ley religiosa, nacido en España en el siglo XII y que escribió en árabe su famosa obra «Guía de Perplejos». Un maestro de la interpretación racional, que pone de manifiesto la insuficiencia del lenguaje para representar las cosas de Dios y que descubre la alegoría, la analogía y el espíritu que anima las palabras donde otros se quedan en la pura literalidad. Alguna huella de esos estudios ha quedado impresa en este sitio.

Dibujo por Elhanan Ben-Avraham (http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018) Elhanan Ben-Avraham: José y sus hermanos –    No podría acaso representar también a Jesús y sus discípulos
(http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018)

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Con motivo de tales investigaciones, me he topado con un artículo del estudioso D. Thomas Lancaster que analiza la manifestación de una tendencia judía que no debería parecernos tan extraña: la de considerar a Jesús de Nazaret como el verdadero Mesías. Digo que no me parece extraña por la evidencia de que Jesús de Nazaret era judío de tierra y de religión. Se expresa como judío, lee las Escrituras en las sinagogas  y una buena parte de su legado más preciado se encuentra de alguna manera ligada a enseñanzas ya expresadas, tal vez con menos fuerza, en la Torah, los Profetas y los Escritos, esto es, en los libros del Antiguo Testamento. Solemos olvidar lo que debería servirnos también para iluminar nuestros puntos de vista acerca de la religión judía. También olvidamos que los primeros creyentes en la mesianidad de Jesús se consideraban plenamente judíos.

He traducido dicho artículo del inglés. Se títula ‘¿Qué tienen en común Maimónides y Jesús de Nazaret?’ Se refiere a un rabino que creía en Jesús de Nazaret. Lo he hallado en el sitio First Fruits of Zion y lo pongo a disposición de mis lectores:

«Cuando Rabbi Isaac Lichtenstein, rabino distrital de la ciudad húngara Tapioszele, confesó abiertamente su fe en Jesús de Nazaret como el Mesías (Cristo) prometido, se desató una tormenta. Su hijo mayor, Emanuel Lichtenstein, escribió a su padre una afligida carta en la cual sometía su decisión a una serie de agudos cuestionamientos. Entre las objeciones expresadas por Emanuel a su querido padre estaba la concerniente al rechazo histórico formulado por el judaísmo a Jesús. ¿Porque, si Jesús fuera efectivamente el Mesías, cómo se podía explicar que las grandes luminarias del judaismo tradicional no solamente hubieran desconocido el hecho, sino que se opusieran activamente contra esa posibilidad? El siguiente es un pasaje de la respuesta de Rabbi Lichtenstein a su hijo, traducido al inglés por David Baron en su escrito «Las dos cartas, o Lo que yo opino».

Rabbi Isaac Lichtenstein

Rabbi Isaac Lichtenstein

«Esta es la respuesta de Rabbi Lichtenstein:

«Lejos esté de mí, hijo mío, desafiar ligeramente la voz del pueblo. Generalmente inclino humildemente la cabeza ante las luces de Israel, guardianes incansables de los muros de Sión, que afirman lo divino en la fe, iluminan la razón, perfeccionan los corazones, purifican la moral, y mantienen la verdad pura y no adulterada de la alianza.

«¿Sin embargo, fue la voz de Dios la expresada por el pueblo que rechazó a Jesús de Nazaret, un gran reformador en el ámbito del judaísmo, que no buscaba ciertamente destruir el judaismo, sino más bien renovar el antiguo templo de la religión, para que esta pudiera resistir mejor los huracanes de la historia?

«¿Fue la voz de Dios la que repudió a Moisés ben Maimón (Maimónides), cuyo código religioso se ha mantenido indiscutible por siglos, cuya autoridad es incontrovertida, invencible, y cuyos trece artículos de fe han adquirido el caracter de dogma en todo Israel? ¿Fue la voz de Dios la que se expresó cuando el pueblo persiguió y censuró a Maimónides, lo calificó de herético y de engañoso, de falso maestro, y quemó sus escritos y profanó su tranquila tumba, arrojando sobre ella barro y piedras? E incluso hubo grandes héroes del espíritus, luce excelsas de Israel, tales como Rabbi Abraham ben David, Rabbi Salomo of Montpellier, que excitaron entonces al pueblo a la desconfianza y a la furia.

«¿Fue la voz de Dios la que por medio del pueblo rechazó al mejor y más noble de los hombres, el más profundo talmudista de todos los tiempos, el gran hombre dotado de la visión propia de un águila y de una flexibilidad  intelectual poco usual, fue en verdad la voz de Dios la que anatematizó a Rabbi Jonathan Eibeschutz, de cuya mundialmente famosa escuela salieron miles de jóvenes que luego serían eminentes rabinos, y que todavía brilla en Israel como estrella de primera magnitud? ¿Fue verdaderamente la voz de Dios la que se expresó cuando Eibenschutz fue expulsado de la comunidad de Israel, privado de su oficio de rabino, sospechoso de ser cristiano de manera oculta y denunciado como seductor del pueblo, denostado e indicado con el dedo? E incluso hubo hombres renombrados y famosos, como Rabbi Jecheskiel Landau y Rabbi Jacob Emden, que encendieron contra él el fuego devorador del odio y la discordia y luego celosamente lo avivaron.

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«¿Y acaso, en fin, fue la voz de Dios la que se pronunció cuando el pueblo persiguió a aquel sabio de Dessau, Moisés Mendelssohn, con pasión fundamentalista, anatematizando así la vida de quien fue, hasta el autosacrificio, incansable y magnánimo servidor de su pueblo, y cuya obra por la liberación y renovación de Israel, fue tan duradera y exitosa que hasta el día de hoy, después del transcurso de una centuria, todo Israel lo proclama como suyo. Y fueron también hombres prudentes y razonables, escogidos, luces de Israel, quienes artificialmente crearon la reacción contra sus obras, especialmente contra su incomparable traducción de los cinco libros de Moisés.

«Me podría perder en el infinito si quisiera mencionar todos los hombres piadosos y buenos cuya existencia, sin embargo de haber consagrado sus vidas y capacidades a la santificación del Nombre Divino y a la salvación de Israel, fue amargada por la gran ingratitud de su pueblo, que solo empezó a acordarse de ellos, lamentarse y mostrarse arrepentido, cuando ya era demasiado tarde, mucho después que sus huesos se habían vuelto polvo. Sin embargo, no haré reproches a mi pueblo por este motivo, pues esta resistencia a todo lo novedoso, a lo nunca antes escuchado, es un planta venenosa, que estrepitosamente crece en la tierra empapada de sangre de todas las religiones.

«Prefiero decir en honor del judío que su sentido práctico y sobrio ha sabido, en alguna medida, hacer justicia a sus grandes y excelentes pero malentendidos y perseguidos benefactores, y ha tejido perfumadas coronas de flores alrededor de las mismas famosas cabezas otrora coronadas de espinas. Asimismo, estoy firmemente convencido que Jesús aparecerá en algún momento a los judíos como una gloriosa y radiante estrella, como el genio de la humanidad, el ancla que nos salva de las tormentas de la historia, el sol de la fe pura, que se renueva y se renovará definitivamente en la gloria celestial.

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Jesús Nazareno, rey de los judíos – Nótese que las primeras letras en hebreo corresponden a las del tetragrama (יהוה) con que se expresa el nombre impronunciable de Dios, según el judaísmo

«Pues derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquel a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito’ (Zacarías 12, 10-11). Y porque tal como explica un maestro del Talmud: ‘Llorarán amargamente al Mesías, el hijo de José, que fue ejecutado’ (Sukkah 52). Muros que parecen como una división poderosa entre judíos y cristianos, entre clases y razas, entre empleados y empleadores, entre amos y sirvientes, entre Dios y el hombre, caerán a su paso».

Muy extensamente podríase comentar acerca de este hermoso texto. En la imposibilidad de hacerlo a cabalidad, rescatemos a lo menos dos mensajes que nos deja, para a lo menos considerarlos.

El primero nos dice de ciertas cosas en las que no hay que confiar ciegamente cuando se trata del ámbito religioso y espiritual. Una de ellas, la voz del pueblo. En ella se apoyaron quienes mataron a Jesús. Tampoco debería, a mi juicio, acatarse ciegamente la voz de una tradición inflexible, por mucho que sea afirmada por sabios maestros, ya que su origen no siempre arranca de un pasado del todo cristalino.  En las cosas de Dios, el hombre ciertamente es ilustrado por las grandes enseñanzas, pero en definitiva es la luz del espíritu la que debe iluminar a su libre albedrío a la hora de ejercer una opción.

El otro mensaje se refiere a la hermandad religiosa. La hermandad es más que mera tolerancia, es comprensión de la chispa de verdad que brilla en la fe del otro. Es también aceptación de la relatividad de todo conocimiento humano en su acercamiento a lo sobrenatural y absoluto. Así, si la hermandad ha de ser predicada con respecto a judíos y cristianos, debe serlo también entre ellos y musulmanes, y ciertamente, asimismo, entre las tantas denominaciones que se manifiestan en cada uno de estos grandes monoteismos, cada una proclamando muchas veces la posesión absoluta de la verdad.

Y esto no debe afirmarse solo de las religiones que fluyen del tronco semita. También del budismo, del taoismo, del hinduismo, y de las demás, cuando se manifiestan como una búsqueda sincera, bien intencionada y no fundamentalista de lo divino.

© 2014
Lino Althaner

En la bodega del Amado bebí

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A propósito del ensayo poético que publicara en el artículo «En la oscura bodega», un amigo puertorriqueño –César– me comentó el parentesco de esos versos con losde un poema de Alfred Tennyson (1809-1892):

Lord Alfred Tennyson

Lord Alfred Tennyson

Flower in the crannied wall

Flower in the crannied wall,
I pluck you out of the crannies,
I hold you here, root and all, in my hand,
Little flower—but if I could understand
What you are, root and all, and all in all,
I should know what God and man is.

Que podría traducirse así:

Flor en el muro agrietado,/ Yo te arranco de tu tumba y te sostengo,/ Raíz con raíz, tu todo con el todo./ Pequeña flor, si pudiera captar tu esencia,/ Entendería qué es el hombre, qué es Dios.

Bellísimo por cierto. Confieso que desconocía estos versos, por lo cual agradezco doblemente a César su comentario.

La sensibilidad del poeta que intuye en lo más pequeño y humilde, en su dignidad, en su belleza, una huella de lo sublime, de lo inefable, es el motivo del poema. Si el misterio de la flor pudiera ser desentrañado -el misterio de su dignidad, de su resplandor, de lo indecible que sugiere- quedaría también desvelado el misterio del hombre y el misterio de Dios. Es que en la flor y en el hombre vibra oculta la chispa divina. Como vibra en toda la Creación. Que hay un Uno que todo lo comprende. El uno que iguala en Dios al hombre y a la flor.

William Blake

William Blake

Bastante anterior a Lord Tennyson es William Blake (1757-1827), de quien son el par de versos inaugurales de su extenso poema «Auguries of Innocence» (Augurios de Inocencia) que sirvieran de epígrafe al poema publicado en aquella entrada. Ahora extenderé un tanto la cita a los cuatro primeros versos:

To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower:
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.

En español:

Ver un Mundo en un Grano de Arena/ y un Cielo en una Flor Silvestre:/ Tener el Infinito en la palma de tu mano/ y la Eternidad en una hora.

Discípulo de Emmanuel Swedenborg -el científico sueco vuelto visionario, que decía conversar con los ángeles y pasearse por los caminos del cielo-, William Blake era un poeta cuya obra -tanto literaria como pictórica, ambas eminentes- dice no solo de visiones de la esfera celestial, sino que también de un espíritu profético independiente del mundo bíblico, de una espiritualidad y de una ética con frecuencia no convencional. En estos versos, con todo, ya se revela portador de una tradición poética y mística similar a la que luego se expresaría en la poesía de Tennyson. Aunque en Blake ella se manifiesta en forma todavía más poderosa. La visión del mundo en un grano de arena y de la eternidad en una hora parece ser más que una mera aspiración y sugiere más que una posibilidad, la afirmación de una experiencia vivida por el poeta.

San Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz

Por cierto, que el poema de «La oscura bodega» dice solo de soñada aspiración, de aspiración a una certeza solo alcanzable en un ámbito distinto.

El otro referente importante de esos versos míos es, desde luego, el gran poeta español del siglo XVI -calificado por alguno, con quien yo podría estar de acuerdo, como el más grande poeta en lengua española- San Juan de la Cruz (1542-1591). En el Cántico Espiritual, como también en la Noche oscura y en la Llama de amor viva, el fraile carmelita da un paso todavía más avanzado en la aventura mística, que no queda plasmado tan solo en versos sino que también en varios tratados en los cuales, junto con edificar una teoría de la experiencia mística, explica el significado de los dichos poemas. Juan de la Cruz reclama la autoría de algo así como un método para llegar el alma humana a la unión con Dios en que culmina el éxtasis místico. En su expresión poética, dicho método se expresa en un canto de amor muy al estilo del amor humano.

De él proviene la imagen de la oscura bodega. En la cercanía de la divinidad que está por encontrar, el alma exclama que su Amado lo es todo: …las montañas,/ los valles solitarios nemorosos,/ los ríos sonorosos,/ el silbo de los aires amorosos,/ la noche sosegada,/ en par de los levantes de la aurora,

la música callada.
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

Luego dice de las excelencias del lecho florido, edificado de paz, en que goza del más sublime amor.

Y algo más adelante:

En la interior bodega de mi Amado
bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.

Pero continúa, para no dejar nada escondido, que allí, en la oscura bodega,

Allí me dio su pecho,
allí me enseño ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho,
a mí, sin dejar cosa,
allí le prometí de ser su esposa.

Marc Chagall - Amoureux de Vence

Marc Chagall – Amoureux de Vence

Y todavía más, insiste:

Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura,
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego a la subidas
cavernas de piedra nos iremos,
que están bien escondidas;
y allí nos entraremos
y el mosto de granadas gustaremos.

Y recuerda:

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía;
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

el aspirar de el aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

Es esta la llama de amor viva a que Juan de la Cruz se refiere en otro grandísimo poema, el más bello poema amoroso que conozco, no solamente en lengua española.

Antigua edición del tratado sobre los poemas del Cántico Espiritual

Antigua edición del tratado sobre los poemas del Cántico Espiritual

En ese poema, como también en la Noche oscura, se renuevan con fuerza inusitada estas imágenes explícitas de amor humano como símbolo de amor a lo divino: de la unión amorosa que tiene lugar entre el alma y Dios. Surge entonces la pregunta: ¿cómo pudo el fraile poeta, en pleno siglo XVI español, superar la poderosa censura entonces vigente, tan propicia a ver el mal en toda alusión al Eros, y tan recelosa del antidogmatismo tan frecuente en los místicos. Afirma la tradición que los versos del mismo Cántico Espiritual fueron escritos en la cárcel a que lo llevara su intervención en el proceso de reforma carmelitano. Superaron, sin embargo los escollos, tal vez merced a su precedente bíblico -el Cantar de los Cantares-, a las numerosísimas citas del Antiguo y del Nuevo Testamento que aduce el poeta para fundamentar sus imágenes, o adicionalmente, a alguna buena influencia política o eclesiástica con capacidad para ayudarlo.

La verdad es que, al asimilar metafóricamente la unión mística con la unión erótica, San Juan asegura al sexo la dignidad que le corresponde como culminación del amor y como vehículo de la procreación, enseñándonos a alejarlo, tanto de los prejuicios estigmatizadores como del emporcamiento a manos, por ejemplo, de los medios masivos o de la pornografía, actualmente tan frecuentes.

Todo esto a propósito del comentario de mi amigo César, de Puerto Rico. ¡Cómo puede ser de fructífero el diálogo en la blogósfera!

Ahora sólo faltaría que leyeramos nuevamente el poema de La oscura bodega, homenaje a San Juan de la Cruz, con más referencias a su poesía que las que menciono en este artículo. Además de las que hago a los versos de los «Augurios de Inocencia», de William Blake.

© 2014
Lino Althaner

En la oscura bodega

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Memoria de Juan de la †

La música callada,
la soledad sonora.
San Juan de la Cruz

To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower
William Blake

Las vasijas de vino aromado
con clavo y canela
en la oscura bodega.
Un néctar que tempera el alma
en las noches de invierno
curando olvidos y malos recuerdos.
La llaga que vive.
El toque de la única centella.

El gusano de seda
y la mariposa que no cesa.
La lira que acaricia.
La guirlanda de flores y esmeraldas
que corona mi cabeza.
El collar de margaritas
que circunda mi cuello.

Subida del Monte Carmelo, por San Juan de la Cruz

Subida del Monte Carmelo, por San Juan de la Cruz

En una flor silvestre el paraíso.
El mundo en un grano de arena.
Una fuente de agua diamantina
y el alma que se vuelve una escalera
que asciende  hacia un castillo
con habitaciones suficientes.
La cercana presencia.

La llama y el cauterio.
La esperada locura
y el santo alumbramiento.
El lunar en la mejilla.
El rizo del cabello del Amado.
El toque de la única centella.
El aroma del clavo y la canela.
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© 2014
Lino Althaner

Las espaldas de Dios (Guía de perplejos, 3a)

Comentarios desactivados en Las espaldas de Dios (Guía de perplejos, 3a)

Y oísteis bien sus palabras, pero no visteis figura alguna, solo se manifestó su voz
Dt 4, 12.

A Dios nadie le vio jamás
Jn 1, 18

Que el Señor hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo, se nos dice en el capítulo 33, 11 del Éxodo. Pero la expresión cara a cara, le parece a Maimónides no puede ser entendida de manera literal. Es por ello que recomienda proseguir en la lectura del texto y avanzar hasta el versículo 18, en el cual Moisés se atreve a pedirle a su Señor: «Muéstrame tu gloria». La respuesta de יהוה proporciona una clave ciertamente esclarecedora: «Yo haré pasar ante ti mi bondad y pronunciaré ante ti mi nombre …; pero mi faz no podrás verla, porque no puede verla el hombre y vivir», afirma el versículo 19.

Pero no es tan solo el rostro físico de Dios -que Dios no lo tiene, recordemos lo que dice el sabio cordobés sobre su incorporeidad- el inaccesible a la visión humana; lo es también la resplandeciente gloria de su entera manifestación espiritual, Y tendríamos que entender que es a esta revelación a la que se refiere Moisés cuando le pide a su amigo, el Señor, que le muestre su rostro, esto es, que le enseñe su esencia misma. Y en su respuesta, es como si el Señor dijera al patriarca: «Reconoce como ser humano los límites infranqueables de tu entendimiento y de tus sentidos. Por cercano a mí que te sientas, arrodíllate ante el misterio de lo alto y profundo que es inaccesible a tu capacidad». Reconocimiento que, como sabemos, lo han hecho muchos místicos, expertos en aproximarse a la divinidad.

Con todo, prosigue Adonai, «yo haré pasar ante ti mi bondad y pronunciaré ante ti mi nombre…, agregando luego enigmáticamente:  Hay aquí un lugar cerca de mí; tú te pondrás sobre la roca. Cuando pase mi gloria, yo te pondré en la hendidura de la roca, y te cubriré con mi mano mientras paso; luego retiraré mi mano, y me verás las espaldas, pero mi faz no la verás«. Es decir: «Olvídate de la posibilidad de ver mi rostro, de contemplar la plenitud de mi gloria, la esencia de mi Ser. No sobrevivirías a la experiencia. Sin embargo, mi gloria pasará ante ti, mi bondad, y te protegeré con mi manos para que no perezcas ante su presencia. Luego me retiraré y, entonces solamente, podrás ver algo de mí».

Sumo sacerdote samaritano con los rollos de la Torah

Sumo sacerdote samaritano con los rollos de la Torah

¡Las espaldas de Dios! Muchas interpretaciones se han ensayado acerca de esta expresión. Maimónides comienza por explicar que la palabra hebrea correspondiente a faz o rostro (פנים, panim) es también un adverbio de lugar que significa delante. Y alude a propósito a la opinión del famoso Onkelos (35-120), autor de una versión aramea de la Biblia hebraica (Targum), conforme a la cual las palabras «mi faz no la verás» se referirían a todas las cosas espirituales y abstractas que están, en el ámbito celeste sobrenatural, ‘delante’ de Dios, directamente en su presencia; que no son por cierto humanamente aprehensibles. Sí lo serían en cambio, a juicio de Onkelos, las cosas dotadas de materia y forma, que están, en la jerarquía del Ser, por debajo de aquéllas. Tales serían las que el hombre puede ver como las espaldas de Dios, es decir, en su condición de efectos de la acción divina sobre la Creación y que el Señor deja tras de sí en su acción conservadora del universo, que son como las huellas de su paso.

Así, entonces, tendríamos que entender, por una parte, que no solo sería del todo imposible para el hombre  acceder sensitiva o intelectualmente a la visión del rostro de Dios -de su gloria, de su esencia, de su faz-  sino que también a todo lo que se sitúa, por decirlo así, abstracta y espiritualmente ante él, en su presencia misma, en el ámbito indecible que le es propio. Por lo tanto, está el ser humano circunscrito a ver e interpretar lo que queda una vez que Dios ha pasado, lo que resulta de su voluntad en la Creación, sin ser parte de su esencia misma, abstracta y espiritual. También podría el ser humano contemplar los atributos divinos -tales como la clemencia, la bondad, la belleza, pero también el rigor y la ira, tan frecuentes en el Señor de la Biblia hebraica- en acción, traduciéndose en efectos providenciales, reveladores y redentores.

Página del Targum Onkelos

Página del Targum Onkelos

Para dar a entender esta idea de lo que Dios deja a su paso en términos, por ejemplo, de belleza, a mi me parece apropiado recordar unos versos del Cántico Espiritual de San Juan de la †. En el primero de ellos, pregunta el alma enamorada a las criaturas si han visto al Amado en las cercanías:

¡Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado;
oh prado de verduras
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!

A lo que responden las criaturas, declarando la belleza que ha dejado a su paso la gloria del Amado:

Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con tresura,
e yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejo de hermosura.

Sabemos, sin embargo, que la Creación no es solamente bondad y belleza.

El Papa Francisco con un rabino judío y un imán musulmán

El Papa Francisco con un rabino judío y un imán musulmán, en Tierra Santa: ¿acaso una manifestación de la Providencia divina?

¿Es que la providencia divina se expresa también en lo que la vida tiene de imperfecto, de cruel, de repulsivo? ¿Es Dios el que deja todo ello también a su paso?

Por otra parte, ¿que nos dice la figura de Jesús de Nazaret como rostro divino?

Preguntas a las que con toda humildad, trataremos también de responder.

© 2014
Lino Althaner

Hablemos de lo inefable (Ciencia y mística 4)

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Si ustedes se entregan al gozoso trabajo de comparar la obra escrita de los grandes místicos, se encontrarán más de una vez con un fenómeno sorprendente: el de un lenguaje conceptual compartido, el de unos mismos fines, el de similares alegorías y formas de expresión,  el de cuestiones y respuestas que a todos es común.
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William Blake – El Anciano de los Días (imagen de wikipaintings.org)

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En Oriente y en Occidente, sea que la experiencia mística se dé en el ámbito del budismo o del taoísmo, del judaísmo, del cristianismo o del sufismo musulmán, o incluso en el de una espiritualidad sin religión o puramente poética, lo que se quiere decir es lo mismo. Es siempre la misma la dirección del pensamiento; sea la que asume en el siglo XXI, sea la que mostró siglos antes de la Era Cristiana. Me da la impresión de ver reflejada en tales escritos una espiritualidad muy profunda, inherente tal vez a la condición humana, que dice de la misma intuición, de la misma inclinación o apertura a una realidad que se encuentra más allá del aquí y del ahora, tan distinta a la fugitiva contingencia, pero que es la que explica a la convicción mística el origen del cosmos y da sentido a la existencia humana.

Una característica suele unir de manera especial a los místicos. Es la tendencia a expresar un saber que parece trascender los dogmas y las historias sagradas con que los hombres suelen institucionalizar la espiritualidad  para transformarla en religión esclerotizada, definida de una vez y para siempre; un saber más profundo y por lo mismo más impreciso, menos susceptible de encerrarse en los artículos de un catecismo que pretende decirle al ser humano cuál es su fe.  Un saber inefable, que vacila al momento de querer revestir de atributos a la divinidad, y que, más aún, intuye en el mundo de lo divino una realidad tan sustancialmente distinta a la que conoce por las vías habituales de los sentidos y de la mente, que prefiere asociar esa esfera mejor con la Nada que con el Ser de que participan los entes, las criaturas y los eventos mundanos. Porque la realidad suprema no es una entidad. Es algo más. Es el origen y la razón del orden natural, como lo expresa, por ejemplo, el Tao Te King.
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William Blake – Los ángeles se aparecen a los pastores (wikipaintings.org)

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De allí proviene, precisamente, a mi entender, que haya más posibilidades de entendimiento real de la ciencia con la mística que con la religión. La mística es humilde. Reconoce que su visión, por profunda que sea, se refiere a lo sublime, sí, pero inexpresable. Que de lo que dice es de una realidad imposible de caracterizar o de expresar con claridad. El místico, me parece, suele referirse a los dogmas un poco a regañadientes. De allí que tenga una tendencia a violentarlos y a vérselas con los tribunales de la ortodoxia. Como se las vieron el Maestro Eckhart o Juan de la Cruz.

El científico también ha de ser humilde. Los hechos lo obligan a serlo. La ciencia está en proceso de cambio permanente. Lo prueban las visiones tan distintas del mundo que han tenido los filósofos presocráticos, Platón y Aristóles, más adelante Ptolomeo, luego Copérnico y Kepler, enseguida Newton, recientemente Einstein, ahora la física cuántica, y quizás también la nueva física que ha de estar siendo pensada en estos momentos. Y su búsqueda, a mi lego y modesto entender, no debería tener fronteras, como las que postulan los físicos o astrónomos positivistas. Es en esta ausencia de fronteras que la ciencia y la mística pueden darse la mano para avanzar en el camino a la Verdad: aquélla tal vez en que la materia y el espíritu son aspectos de una misma Unidad. Es lo que parecen entender hombres de ciencia tan eminentes como aquellos a que me he referido en los tres artículos anteriores de esta bitácora virtual -Wolfgang Pauli, Werner Heisenberg,  Erwin Schrödinger- y muchos otros.
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William Blake – El Juicio Final (wikipaintings.org)

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Seguiremos hablando de afinidades sorprendente entre la ciencia, la mística, la filosofía y la poesía.

Ejemplos del mundo inefable de los místicos auténticos, seguirán en las próximas entradas.

William Blake, el autor de las imágenes, era también un gran poeta y un visionario muy especial. Él no calza precisamente con lo dicho en estas notas, pues sí que tenía unos dogmas y unas visiones muy precisas de lo absoluto. Que eran, por si fuera poco, de su propia creación. Muchas de sus obras pictóricas son producto de su propia mitología, salpicada alguna vez de un poco de cristianismo. ¡Pero que era un genio, quién podría discutirlo!
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© 2012 Lino Althaner 

Amigo de Dios, amigo de los hombres

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De las religiones semíticas heredamos el concepto de un Dios terrible, legislador de rigurosos mandamientos y juez implacable, amante del rito, del sacrificio y de la venganza. ¿Era el dios que hacía falta para conducir al pueblo elegido por el camino elegido por sus gobernantes? Pues las sociedades jurídicamente estructuradas, esto es, los estados, o son ateas o suelen hacerse dioses a la medida de sus intereses. Para que las leyes estatales se cumplan es mejor que lleguen al pueblo revestidas de la autoridad divina. El dios iracundo, difícil de contentar, inclemente con quien se aparta del camino trazado, dice el decálogo que le dictan el rey y el sacerdote. Un decálogo que se multiplica en minucioso despliegue de normas, crecientemente invasivo de las libertades, de las privacidades, y de la misma divinidad.
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Cortezas concéntricas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Este concepto de Dios es, por cierto, bastante ajeno al espíritu de los místicos.  Por una sencilla razón: porque tal no es el Padre Bueno, el padre de Jesús. Y el Espíritu que anima a Jesús de Nazaret es el del amor incondicional que no es negado a ser humano alguno. Si tienen alguna duda al respecto, revisen los Evangelios, sobre todo el de San Juan.

Lo hemos visto en Juan de la Cruz. También en Rumi, el místico sufí. Y asimismo lo encontraremos en la mística judía. El místico tiende a desviarse del camino institucional. Tiende a la herejía. No puede sino tener problemas con los guardianes del dogma, instrumento para distinguir a ‘nuestro’ Dios del Dios de los demás, trazando inflexible y definitivamente su figura y sus circunstancias; las del inefable, el extraño, el desconocido. Esa pretensión, no la tienen los místicos.

No la tenía el Maestro Eckhart, que aprendió en la profunda meditación que el camino para alcanzar la redención supone, más que sujeción a los dogmas, las doctrinas y los preceptos, el anonadamiento de sí mismo en el amor divino, para hacer de sí mismo un intermediario y publicista de ese amor. Creía el maestro que Dios moraba en su intimidad y que a través de una disciplina basada en la entrega, en la  renuncia, en la oración y en la bienaventurada y amorosa aceptación de su vida, podía llegar a experimentar esa profunda presencia.
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Círculo con mariposas – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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Vaciarse de las cosas para llenarse de Dios. Esto lo desarrolla el maestro renano de diversas maneras, pero una de ellas llama la atención por su fuerza, por su audacia, por la convicción acerca de la cercanía de Dios, que revela. Para llenarse de Dios el hombre de Dios, nos dice, debe querer nada menos que la felicidad del mismo Dios. Cuando el hombre vive en el amor y en la pureza,  Dios retoza y se ríe, explicaba en hermosa metáfora. Lo que quería decir es que cuando Dios ríe en el alma del hombre, el hombre puede reir en Dios. Al reir el hombre en Dios, alcanza su plenitud.

No, ciertamente, en el Dios de los Ejércitos, el Jehová tremendo del Antiguo Testamento, el Dios asociado a la muerte más que a la vida, en el que se nos ha querido hacer creer. El Maestro Eckhart nos hace pensar más bien en un Dios que se ríe, que tiene buen humor, que no necesita imponerse sobre los hombres como legislador, juez o verdugo, que lo único que quiere es amar y ser correspondido. Pues el Dios de los místicos no se asocia en términos de exclusividad con pueblo o nación alguna, ni siquiera con una religión o institución religiosa en particular. Dios no es modelo para ejercer poder sobre los hombres, ni para dividir a los hombres. Es modelo para amar a los hombres, para unirlos, para borrar las diferencias que torpemente los separan.

Este es el Dios en que debe creer el ser humano.

Se cuenta de Meister Eckhart una anécdota que recuerda la atmósfera espiritual de un cuento jasídico. Relata que en uno de sus paseos por el jardín conventual, se habría encontrado con un niño desnudo:

¿De dónde vienes? le preguntó.

     Vengo de Dios, respondió el niño.
¿Dónde le encontraste?
     Allí donde abandoné todo lo demás.
¿Dónde lo pusiste?
     En los corazones virtuosos.
¿Y quién eres tú?
     Soy un rey.
¿Pues dónde está tu reino?
     En tu corazón.
Entonces, compadecido de su desnudez, el Maestro le habría ofrecido que tomara de su celda todo el abrigo que quisiera. Mas el niño le contestó:
     Con tu abrigo, dejaría de ser rey.
Y luego desapareció. Porque el niño era el mismo Dios, que había descendido a pasar un rato ameno con sus amigos.
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Planetoide tetraédrico – M.C. Escher (wikipaintings.org)

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El niño, en sí mismo, es ya un símbolo de divinidad. La desnudez del niño se refiere, a mi entender, por lo menos a dos aspectos. Por una parte, simboliza la desnudez, la pureza y el anonadamiento del hombre que aspira a que su alma alcance la unión suprema, la meta sublime. Pero, además, la desnudez nos dice de un Dios carente de atributos e historias pensadas o inventadas por los hombres, de un Dios inefable, del que casi todo lo desconocemos, salvo su amor. 

Que tal fuera mi Dios, es lo que quisiera.
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© 2012 Lino Althaner 

Borrachos de buen amor

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No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
Rumi

El místico conoce la suprema realidad por experiencia. Sabe que es nacido de la Luz, que su destino es el de girar en torno a la Luz, que su viaje terrenal terminará con un regreso a la Luz.  Sabe, por si fuera poco, que su esencia es de alguna forma la misma Luz. Que es luz que no da sombra. Es luz que no se extingue.  Que ciega a las mundanas apariencias. Que da luz al amor más elevado.
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Es un amor que se concibe, estoy convencido, más alla de los dogmas religiosos y de las fronteras culturales. Así se puede advertir en la forma encendida en que, por ejemplo, expresan su sentimiento amoroso tanto San Juan de la Cruz como Yalal al-Din Rumi. El primero, nacido en España a mediados del siglo XVI (1542) en un ambiente cristiano y católico. El segundo, nacido más de tres siglos antes (1207) en un poblado de lo que es actualmente Afganistán, en un entorno cultural netamente musulmán y específicamente sufí. Grandes figuras espirituales, las de ambos. Ambos, además, grandes poetas.

Un ejemplo excelso de la poesía amorosa de San Juan de la Cruz se halla en su magnífico Cántico Espiritual, transcrito integramente en una entrada anterior de esta bitácora. Es un poema que admite un millón de lecturas, una tras otra, sin que se vea mermada su inagotable fuente de hermosura.

Pero ahora quiero mostrarles un ejemplo de Rumi, que he encontrado entre los tantísimos poemas seleccionados en una bella recopilación de Poemas sufíes (Hiperión, Madrid 1993).

El hombre de Dios está borracho sin vino,
el hombre de Dios está saciado sin carne.

El hombre de Dios está aturdido y perplejo,
el hombre de Dios no tiene comida ni sueño.

El hombre de Dios es un rey bajo un manto de derviche,
el hombre de Dios es un tesoro en una ruina.

El hombre de Dios no es del aire ni de la tierra,
el hombre de Dios no es del fuego ni del agua.

El hombre de Dios es un mar ilimitado,
el hombre de Dios llueve perlas sin una nube.

El hombre de Dios tiene cien lunas y cielos,
el hombre de Dios tiene cien soles.

El hombre de Dios es sabio a través de la Verdad,
el hombre de Dios no aprende con libros.

El hombre de Dios cabalgó lejos del No-ser;
el hombre de Dios está gloriosamente atendido.

El hombre de Dios está oculto, Shamsi Din;
¡busca y encuentra al hombre de Dios!

El amor es para ellos más grande que cualquier límite establecido por el hombre y que cualquiera mundana apariencia de dualidad. Es por ello que entienden al Dios a que se hallan amorosamente encadenados por encima de tales relatividades, desprovistas para ellos de mayor sentido. 

Su Dios no es, por lo tanto, uno que haya sido ideado, definido y limitado por el dogma. Es más bien un Dios del que hay que callar. Callar de él con la lengua, si ésta se empeña en querer dibujarlo. Callarlo con el apetito, si se pretende alcanzarlo no más que a costa de ganas o de livianos ejercicios, y no con una vida entera dedicada a su atención. Esto lo expresó claramente el santo patrono de los poetas en lengua española, el San Juan de los poetas:

‘La mayor necesidad que tenemos es de callar a este gran Dios con el apetito y con la lengua, cuyo lenguaje, que él oye sólo, es el callado del amor.’ Así lo dice en una carta dirigida a su discípula Ana de Jesús, datada el año 1587.

El hablar acerca de Dios surge del deseo de entenderlo. Pero suele devenir en impulso a describir sus rasgos y mostrar sus contornos; decir de sus cualidades, de sus potencias, de sus virtudes, de su forma de influir en la vida de los hombres. Es lo que hacen los dogmas, a veces con inconcebible minuciosidad. Por ese camino, no sólo limitan a Dios en su extensión tan inmensamente superior a todo concepto humano, también dividen a los hombres en grupos que se institucionalizan en torno a  dogmas distintos. Y que hasta se asesinan entre sí con el pretexto de hacer prevalecer su concepto de Dios. El concepto de Dios -el dogma- se institucionaliza, la institución suele contaminarse con el mundo, Dios puede así convertirse en pretexto. Cuando Dios se convierte en pretexto, es que podemos estar a las puertas de las mayores injusticias y atrocidades.

El místico prefiere callar. Sólo conoce la ley del amor, que lo lleva a entregarse, con entera confianza, a la divinidad que intuye en la naturaleza y en sí mismo. Que lo lleva a dejarse penetrar por el influjo misterioso de lo sublime. Por lo demás, él se reconoce un ignorante. En su amor y en su ignorancia se anonada. Pero en su anonadamiento supera todo condicionamiento, todo convencionalismo humano, toda contradicción. Se vuelve el ser humano por excelencia, que a todos los hombres abraza, que en todos se reconoce, pues en todos adivina la misma chispa que se esconde. La esencia que a todos los hombres vincula íntimamente con lo mismo, con el Uno. 

Con el Uno. Con el Todo. Con la Nada. Con lo inconcebible. 

Escuchemos a Rumi:

‘¿Qué puedo hacer musulmanes? Pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.

No soy de Oriente, ni de Occidente, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.

No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.

No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Khorasan.

No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni Rizwan.

Mi lugar es el Sinlugar, mi señal es la Sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.

He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno.
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.’
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Soñemos un poco en el hombre de futuro. Del hombre que ama a Dios, que lo ama en su tierra, en su contexto cultural, en su religión, pero que es capaz de sentirse, en su relación con Dios, más que un hombre de su tierra, de su cultura, de su religión:  como un hombre, simplemente. Tal es el hombre -cristiano, judío o musulmán- que sabe que por sobre tales denominaciones está la común raigambre espiritual, la esencia compartida, que debería juntarlos a todos en el mismo amor por el Dios inefable.  A todos los que, sea cual sea su nación, su civilización o su credo, aman a Dios sinceramente y de buena voluntad. ¿Y qué es un hombre de buena voluntad? Tal es el que no permite que Dios sea usado como pretexto para el enfrentamiento, para la injusticia, para la iniquidad. Como suele ocurrir todavía. Y demasiado.

Qué tremenda exigencia, entonces, la de ser un hombre de buena voluntad.
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© 2012 Lino Althaner

Plotino y San Juan de la Cruz: la experiencia mística

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Continúo con las reflexiones acerca de la obra de Plotino, el filósofo neoplatónico, a la luz del libro de Pierre Hadot. En el artículo anterior de esta serie me refería a sus consideraciones relativas a los niveles del yo en la obra plotiniana.

Veíamos como la esencia superior del hombre se encuentra, de algún modo, para él, exiliada en el cuerpo,  extranjera en el mundo. Pero, en el recogimiento que le permite mirar hacia su interior, entendíamos también cómo le es dado al ser humano hallar las huellas que debieran conducirlo a la identidad con el Espíritu divino.

Pues quisiera ser consciente de la vida del espíritu, de la vida eterna que en él palpita, se prepara para ello el místico en el desasimiento de las cosas materiales y se pone en disposición de calma y de reposo. Prepara así el espejo de su conciencia para que sea ella capaz de reflejar las imágenes de las cosas trascendentes que viven en su más honda intimidad. Quisiera el místico abandonarlo todo por la experiencia privilegiada, sublime. Por la iluminación, por la contemplación, por la unión y el éxtasis místico.

Sumido en sí mismo, en trance profundo, pareciera que está por lograrla esa esperiencia. Que la alcanza. Pero justo en el momento de darlo, ese paso al grado sublime de conocimiento, deja de ser consciente de sí mismo. Carece su conciencia de la idoneidad suficiente para saber conscientemente del que es, en tales momentos, el objeto inefable de su conocimiento, en el cual se ha sumido. La memoria le dice luego al místico que ha salido, sí, de su yo inferior, pero también que ha sido incapaz de entrar conscientemente en su estado superior y de mantenerse conscientemente en él.
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De lo que ha vivido en esa plenitud no le queda nada preciso. Así, la experiencia mística queda reducida al vago recuerdo de algo indescriptiblemente luminoso, y ardoroso, y verdadero, pero imposible de expresar con palabras. Tal como explican sus visiones y comunicaciones los grandes místicos, tanto cristianos como judíos o musulmanes. Muchos de ellos herederos de Plotino.

Insiste Plotino. Para una experiencia tan intensa, la conciencia se queda corta. Nos dice con todo que ‘si no van acompañados de conciencia, los actos son más puros, más vivos; y, ciertamente, también cuando los hombres de bien logran alcanzar semejante estado, su vida es más intensa’, y aunque sumida en la inconsciencia, concentrada en ‘sí misma en un mismo punto’ (1,4,10,28).

Todo intento por comprender enteramente esos momentos de unidad, por fijarlos o conservarlos, es para el místico en vano, que no puede evitar volver a descender desde la presencia inconsciente de lo Uno y Absoluto a la sola e imprecisa memoria consciente de aquella unidad inefable en que misteriosamente coincidió, por un instante, con la simplicidad absoluta de la que procede toda vida y toda conciencia.

Son consideraciones que es necesario tener presentes a la hora de incursionar con provecho en la lectura de los grandes místicos como Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, entre los cristianos.

Recuerdo a propósito unas coplas del patrono de los poetas en idioma español, místico de los mayores:

Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí,
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida vía recta,
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo
toda ciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece,
y su sombra tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía;
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer,
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que le puedan emprender;
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.

Y si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal Esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Plotino, maestro de saber filosófico. San Juan de la Cruz, maestro de la paradoja y de la poesía. ¿Cuál de los dos más expresivo?
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© 2012 Lino Althaner

No ceses de esculpir tu propia estatua

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No ceses de esculpir tu propia estatua
Plotino I, 6, 9, 13

Ese imperativo, tal como lo expresa Plotino en la cita más extensa incorporada en una entrada reciente de este blog:
(https://todoelorodelmundo.wordpress.com/2012/04/27/plotino-el-maestro-eckhart-y-miguel-angel/),
el filósofo neoplatónico intentó aplicarlo en su propia existencia.  El de descubrir bajo la apariencia, bajo la mera imagen de su persona, el modelo eterno de sí mismo, su auténtico ser. Difícil tarea para un hombre: a través de una vía de purificación, emprender la tarea de separar a su yo de todo lo que no es él mismo. Olvidarse de su cuerpo, dejar su conciencia sensible, abandonar los placeres, las penas, los deseos, las experiencias, los sufrimientos, limpiar su alma del turbio sedimento que las contingencias de la vida han depositado en ella, desdibujando su pureza primigenia. Pero no menos que esa es la ruta que ha de seguir un filósofo cómo él, impregnado hasta tal punto del idealismo platónico que lo ha hecho florecer en un nuevo intento por alcanzar la realidad de las formas verdaderas y bellas.

Su obra, contenida en las Enéadas, no sería, se ha dicho, sino un conjunto de ‘ejercicios espirituales en los cuales el alma se esculpe a sí misma, es decir, se purifica, se simplifica, se eleva al plano del pensamiento puro antes de trascenderse en el éxtasis’ (Pierre Hadot, ‘Plotino o la simplicidad de la mirada’, Alpha Decay, Barcelona 2004). Recorrido hacia lo puro y hacia lo simple que Plotino trató de encarnar en su propia vida. Camino en el cual, para llegar a ser él mismo, el hombre ha de despojarse de todo ‘conocimiento’ o ‘saber’.  Tal como lo dijera San Juan de la Cruz, místico y poeta de raigambre neoplatónica, en la Subida del Monte Carmelo (1.13.11) : ‘Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada’. Abandono de toda imagen. De todo concepto. Desaprender lo conocido -tal como lo recomienda también el Tao Te King– para acercarse a lo desconocido.

Plotino experimentó el éxtasis místico en varias oportunidades en el curso de su vida, según nos cuenta su discípulo Porfirio. Nos imaginamos, tal como lo sugiere Pierre Hadot, que su más íntimo deseo habría sido el de permanecer en ese plano toda su existencia. En el plano en que, inmerso en la suprema unidad, ya no lo veríamos como al Plotino que enseñó a los romanos su filosofía en el siglo III, sino como el Plotino ideal y eterno, cristalina semejanza de Dios mismo.

Haciendo realidad esta otro pensamiento:

Cada alma se convierte en lo que contempla
Plotino IV, 3, 8, 15
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© 2012 Lino Althaner

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