Un Siglo de Oro

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Francois de Chateaubriand (1768-1848)

El año ha sido de libros memorables, varios de ellos pertenecientes al  ámbito de la historiografía. Para despertar en mí nuevamente el interés por la historia, fue importantísima la experiencia tenida con la lectura de las Memorias de Ultratumba de  Chateaubriand (Acantilado, 2012), obra magistral en la cual se combinan el brillante estilo de este autor, destacado precursor del romanticismo literario, con su calidad de testigo de los acontecimientos contemporáneos y posteriores a la revolución francesa, lo cual le permite una visión crítica de los mismos y de sus protagonistas: así, nos brinda su imagen, por ejemplo, tanto de la torpeza de los ensayos republicanos como de la brutalidad fanática del Terror,  y luego de las contradicciones del imperio napoleónico, de su gloria, de su oropel, de su pequeñez, y de la falta de genio de las restauraciones monárquicas, fracasadas una tras otra, de los muy pocos verdaderos heroísmos y de las múltiples inconsecuencias de los personajes de la época.

Esta obra, me parece, podría ser muy beneficiosa para los amigos, que no escasean, de suscribir versiones más bien unilaterales y absolutas de los hechos o de los personajes que pueblan la historia: yo lo recomendaría, por cierto, tanto a los apasionados denostadores de la monarquía, que la ven pura maldad y egoísmo, como a los admiradores incondicionales de Napoleón o a los nostálgicos -que también los hay- del Terror y de la guillotina, para los cuales todo está permitido si es para bien de sus  discutibles postulados. Me parece detectar en Chateaubriand la opinión de que la historia tiene su propia dinámica y que su dirección difícilmente puede ser alterada por el hombre, pues éste lo más que puede hacer es tomarle el pulso para ajustarse sabiamente a su sentido, tratar de prevenir de algún modo su curso y disminuir el riesgo de ocurrencia de calamidades, injusticias manifiestas y derramamiento de sangre. Como suele ocurrir con quienes, lejos de los extremismos y de los lugares comunes profesados por la opinión pública, tratan de buscar un camino intermedio que resguarde la unidad, Chateaubriand termina siendo antipático tanto a los monárquicos furiosos como a sus similares republicanos.

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Georges Duby (1919-1996)

De la mano de Georges Duby he hecho también una pequeña gira por la historia de la Francia medieval. La recopilación de trozos selectos de su obra por Beatriz Rojo para el Fondo de Cultura Económica (Obras selectas de Georges Duby, 1999) nos da una idea acertada acerca de la obra de este autor. Los retratos que traza el historiador francés de personajes tales como Guillermo el Mariscal, figura señera de la caballería anglonormanda del siglo XII, Leonor de Aquitania, la famosa duquesa de Aquitania, reina consorte, sucesivamente, de Francia y de Inglaterra, y madre de Ricardo I de Inglaterra, Coeur de Lion, o Isolda, la mítica dama de aquellos tiempos, exaltada por narradores, poetas y músicos, son inmensamente atractivos. Asimismo las secciones dedicadas a la vida de los señores feudales y al mundo campesino, como también a la construcción de las portentosas catedrales góticas, páginas en las cuales impera, como es usual en Duby, un soberbio uso del lenguaje, exacto para expresar su pensamiento y encantar las circunstancias del pasado que merecen su atención.

Y luego se me ha venido encima Ferdinand Braudel con su voluminosa Historia del Mediterráneo y del mundo mediterráneo durante la época de Felipe II (Fondo de Cultura Económica, 2013), obra cuyo ambicioso espectro abarca no sólo el análisis de los acontecimientos, sino que se atreve con maestría a ubicarlos en el tiempo geográfico, en los lentos ciclos del entorno físico, en el cual se manifiestan los cambios geológicos, las estaciones y el clima, los ciclos agrícolas, los nomadismos, las trashumancias y los tráficos por las rutas terrestres, los caminos fluviales y marítimos, y los pasos alpinos, como también en el tiempo social, menos lento que el anterior, y comprensivo de las tensiones y altibajos en las relaciones sociales y económicas del periodo que estudia.

Fernand Braudel (1902-1985)

Fernand Braudel (1902-1985)

La ciencia y el arte de Braudel casi hacen del Mediterráneo un organismo vivo, palpitante de energías, que despierta a los espíritus aventureros y suscita la ambición, promoviendo atracciones y rechazos en los grupos humanos que se disputan el dominio de una región en que confluyen las fuerzas de tres continentes, Europa, Asia y África.

El drama de la España de Felipe II se genera, a juicio de Braudel, en el momento en que, habiendo alcanzado en ese entorno mediterráneo una notable hegemonía, se abren para ella las vías y las perspectivas, los desafíos inmensamente más vastos del Atlántico, espacio en el cual hallará junto con su máxima gloria la simiente de su decadencia como gran potencia europea.

Termino la lectura de esta obra, fascinado con la forma en que se va completando mi conocimiento de este período, que corresponde al siglo XVI, la espléndida centuria que se abre, inmediatamente después de la consolidación de la hegemonía hispana en la península por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón,  y de aquel fenomenal acontecimiento que es el descubrimiento de América -«la gesta más extraordinaria de la historia de la Humanidad», según otro historiador francés, Pierre Vilar- y en la cual gobiernan el país esos tremendos personajes de la dinastía de Habsburgo que fueron Carlos I y su hijo Felipe II. Un tiempo esplendoroso, parece que impropiamente llamado Siglo de Oro, si es seguro el consenso de entender que esta época de brillo renacentista y barroco se prolonga hasta las postrimerías del siglo siguiente, cuando muere, en 1681, Pedro Calderón de la Barca, el último gran escritor de la época. Así, pues, a fin de cuentas, en estas inmersiones en el siglo de Carlos y de Felipe, no es posible dejar de considerar también las glorias del XVII.

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Esta época dorada se ha vuelto todavía más apasionante con la llegada a mis manos de otro estudio histórico magistral, también de un historiador e hispanista francés, Marcel Bataillon. Se trata de un libro indispensable para saber del desarrollo de las apetencias espirituales de los españoles del momento: Erasmo y España (Fondo de Cultura Económica, 1996). Un libro polémico y apasionante, que nos inicia en las tendencias filosóficas, teológicas y religiosas detectables en la península en la época inmediatamente anterior a la Reforma: es la época de Antonio de Nebrija, autor de la clásica Gramática de la Lengua Española (1492), del Cardenal Cisneros, que funda la Universidad de Alcalá de Henares (1499) y se compromete con la edición de la Biblia Políglota Complutense (1514-1517).

Son también los tiempos de Erasmo de Rotterdam, el eminente humanista, que si bien nunca visita España, ejerce en sus círculos ilustrados una poderosa influencia, promoviendo un cristianismo más interior y espiritual que exterior y formalista, más ocupado de la fidelidad a la philosophia Christi que de las dogmáticas teológicas desmesuradamente minuciosas e inflexibles. Es el tiempo en que se da una lucha entre tendencias en cuyos extremos se ubican iluministas y oscurantistas, entre estos últimos tanto católicos como protestantes, sordos a los esfuerzos de Erasmo para promover la unidad cristiana y el fracaso del cisma que se viene encima.

Este es el mundo que trataré de esbozar, por cierto que imperfectamente, a través de sus personajes, de sus huellas, 09733-hu.bm-01de los grandes acontecimientos y las grandes obras del siglo. Espero que ello procure algún regocijo a mis lectores amantes de la historia, tan importante para los efectos de entender un poco mejor nuestra ubicación espacial y temporal y saber de nuestros orígenes, como también para descifrar en alguna medida el porqué de nuestras costumbres y nuestras creencias. También, para ser conscientes de la existencia de pueblos y culturas distintas a las nuestras, que debemos saber comprender y aceptar. Profundizar en el acaecer histórico, ¿para qué? Para convencernos de que nada o casi nada ocurre por primera vez, que todo es en cierta medida, repetición del pasado,  y que si ignoramos los hechos del pasado o accedemos a ellos desprovistos de objetividad, corremos el riesgo de repetir los errores pretéritos, y probablemente en una espiral de creciente intensidad.

¡Qué labor, a propósito, la de esta editorial mejicana, el Fondo de Cultura Económica, qué dedicación y qué constancia, para difundir las grandes obras del pensamiento universal entre los lectores de habla hispana! Tres de los importantes libros mencionados en esta entrada han salido a la luz precisamente bajo el sello de esa prestigiosa casa editora.

© Lino Althaner

A la cabeza de la economía (en el siglo XIII)

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De la mano de Georges Duby, retorno a la época de las catedrales.

Siglo XIII. Mientras en Francia se construyen catedrales, se emprenden cruzadas y se conquistan territorios meridionales, limpiándolos despiadadamente de la influencia cátara, Italia prosigue su empresa constructora de naves. Más que caballeros cruzados, aquí proliferan los aventureros de los mares. Los navíos italianos ya habían alcanzado las riberas del Mediterráneo oriental, donde habrían de acceder a unos puertos importantes y a mercados repletos de exquisitos productos.

 

Sitio de Jerusalén por los cruzados - Manuscrito del siglo XIII

Sitio de Jerusalén por los cruzados – Manuscrito del siglo XIII


Ya dos centurias antes, desde que en el occidente cristiano se despierta el interés por Jerusalén, esas naves habían servido también para conducir, por cierto que no gratuitamente, a los peregrinos a Tierra Santa. Y si bien los ejércitos cruzados hacen principalmente su trayecto por vía terrestre, las embarcaciones pisanas, genovesas y venecianas, ayudan también a la conquista de Palestina. En el siglo XIII es importante el número de  caballeros que hacen el trayecto por mar. Muchos son también los que quedan fuertemente endeudados con los armadores y marinos comerciantes y que deben negociar a favor de éstos la concesión de factorías y franquicias aduaneras en los puertos comerciales de Levante que han pasado a manos cristianas. Como resultado del asalto de Constantinopla, maquinado según Georges Duby por los venecianos, manos occidentales se ubican en la inmediatez del enorme tesoro bizantino.

 

Llegada de navíos occidentales a Constantinopla - Paris, Biblioteca Nacional, s. XIV

Llegada de navíos occidentales a Constantinopla – Paris, Biblioteca Nacional, s. XIV


Por si fuera poco, los lombardos compiten en Francia con los judíos en el negocio de prestar dinero a interés. Los príncipes caen en sus manos y empiezan a encargarse de las finanzas reales. Tanto estos banqueros italianos como los navieros y comerciantes ultramarinos amasan inmensas fortunas, que retornan a la tierra de los Apeninos para contribuir en ella más adelante al florecimiento renacentista.  No hay que olvidar la importancia que tiene también para los efectos de este desarrollo el contacto con Bizancio, que facilitaría el acceso del mundo ilustrado occidental a muchos monumentos de la filosofía y de la ciencia de los antiguos griegos.  

Las naves se hacen cada vez más sólidas. Se aventuran más lejos. En 1251, una nave genovesa transporta a Túnez doscientos pasajeros y doscientos cincuenta toneladas de mercaderías. Otra, en 1277, bordea por primera vez la España atlántica y arriba a Flandes, inaugurando un nueva ruta comercial, nada de ventajosa en definitiva para la prosperidad de Francia. Se empieza a preparar así el ambiente para la época de los grandes descubrimientos, uno de cuyos principales protagonistas será también un genovés.

Mientras tanto, Marco Polo se interna por la famosa ruta de la seda para atravesar el Asia Central y llegar hasta la China de Kublai Khan.  Actualiza de este modo otro importante itinerario mercantil y cultural.

A mediados del siglo XIII, los mercaderes italianos estaban a la cabeza de la economía mundial. Los resortes de la creación cultural empiezan a dirigirse hacia ellos. El santo más importante de la época es el hijo de un comerciante: Francisco de Asís. La fascinación que ejerce en su época y en todo tiempo se debe, sin embargo, a que es un «poverello», un pobrecillo de Dios.

 

El puerto de Génova en 1481

El puerto de Génova en 1481


Por aquellos años, en los puertos del Mediterráneo, los hijos de los comerciantes solían aprender árabe.  Algunos llegaron a saber lo suficiente como para estudiar algunos tratados de aritmética escritos en esa lengua. En 1202, Leonardo de Pisa, llamado Fibonacci, conocido también por la secuencia numérica que lleva su nombre y su relación con la proporción áurea, escribe un Liber abaci en el cual da a conocer al mundo occidental la riqueza del álgebra musulmana, en la cual están incorporados los números árabigos, que por su funcionalidad matemática, empiezan a ser usados en reemplazo de los números romanos, bastante incómodos para efectuar operaciones de cierta complejidad.  

Quienes primero aprovechan las ventajas de la nueva notación numérica no son, claro está, ni científicos, ni artistas, ni constructores de catedrales. Son los tenedores de libros de los grandes hombres de negocios -comerciantes y prestamistas, principalmente- los que usan con entusiasmo el nuevo instrumento para calcular usuras, determinar márgenes de utilidad, y precisar ganancias con mayor exactitud.

 

Leonardo de Pisa, conocido como Fibonacci

Leonardo de Pisa, conocido como Fibonacci


El dinero se multiplica en las arcas de nobles y de burgueses. Su prosperidad abrirá caminos, hechos nuevamente y como siempre de luces y tinieblas.

© Lino Althaner
2014

Lux et tenebrae (Catedrales versus cruzadas)

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Cuando las cuerdas que lo retenían estuvieron devoradas por el fuego,
llevó las manos ante sí y las elevó para rezar y bendecir a la multitud. «Es un
crimen quemar a tan buen cristiano», bramaba la gente.
(Ejecución de Raimond de la Coste, Registre Fournier, siglo XIV)


Pero no dejemos que la luz de las catedrales nos enceguezca. O que las voces del coro con sus sones angelicales nos ensordezca. El contacto con la belleza, la más sublime, no produce un cambio en la humanidad. Esta sigue siendo un conjunto de individuos habitados por el ángel y la bestia. El ángel y la bestia que conviven también en las instituciones. Sobre todo en ellas.  

Asistimos a un desconcertante espectáculo. Al mismo ser humano que un día planifica obras de sublime belleza o se conmueve en la contemplación espiritual, lo encontramos al siguiente regocijándose en el sufrimiento ajeno, en el incendio, en la tortura, en el derramamiento de sangre. Y así ocurre también con las instituciones, y señaladamente con los gobernantes y hasta con los representantes de Dios en la tierra.

 

Catedral de Beauvais (siglo XIII)

Catedral de Beauvais (siglo XIII)


He seguido avanzando en la lectura del libro de Georges Duby «La época de las catedrales», con una lentitud autoimpuesta, matizada ciertamente por lecturas paralelas relacionadas, tan importantes para verificar contradiciones o confirmaciones. En el paso del siglo XII al XIII me encuentro con San Francisco de Asís y su predicación de pobreza y de renuncia, de amor a los hombres y de amor a la creación. Contemplo como continua la febril empresa de arquitectura sagrada, que en Francia evoluciona hacia el estilo gótico radiante que se impone en Francia y que tiene en la Sainte Chapelle una de sus más brillantes manifestaciones.  Pero también hallo al poder espiritual confabulado con el poder temporal para desplegarse en feroces carnicerías en contra de los infieles y de los herejes. La época de las catedrales es también la de las cruzadas.

Parece haber tiempos históricos en que el contraste entre la luz y las tinieblas se hace más marcado. Esta sería una de ellas. Al monumento ligero y luminoso de las catedrales se opone la siniestra empresa guerrera que se organiza desde la cátedra de Pedro, pensada para colaborar con Jesús de Nazaret, el Mesías cristiano, en la redención de la humanidad. Unos pontífices ofuscados por la soberbia, enceguecidos por el poder, inconscientes tal vez de la grandísima traición que están perpetrando, son el supuesto instrumento de la ira de Dios.

No solamente los musulmanes supieron de los extremos a que puede llegar la crueldad en manos de hombres belicosos y de instituciones desviadas de su misión espiritual. Del inconcebible despliegue de violencia supieron los mismos cristianos, que lo eran los cátaros, los también llamados albigenses. Contra ellos precisamente, por constituir un obstáculo para imponer el poder temporal del rey de Francia en la región meridional de Languedoc y por atreverse a pensar en contra del dogma religioso, la furia se desplegó multiplicada, con pretensiones de aniquilamiento total.

 

Conques, en el Languedoc, escenario de la cruzada contra los cátaros - Iglesia de la abadía de Saint Foy (Languedoc), escenarios de la cruzada contra los cátaros.

Conques, en el Languedoc, el país de los cátaros – Iglesia de la abadía de Saint Foy


Una de las características de la doctrina cátara, típica de las tendencias religiosas gnósticas, es el dualismo, que afirma la radical oposición entre el bien y el mal, entre el espíritu y la materia. Esta idea es llevada al extremo de afirmar que el mundo material no es creación de Dios, el Padre de Jesucristo, sino del demiurgo, tenido como una especie de ángel caído, confinado a la tierra.

¿Se le ocurriría a alguno de los promotores y ejecutores de la siniestra cruzada, pensar que con su acción la más impía, la más cruel, la más contraria al pensamiento de Jesús de Nazaret, estaban de algún modo dando razón a la doctrina de quienes eran objeto de tan implacable persecución? ¿No confirmaban acaso con su acción que la luz y las tinieblas no sólo se oponen en el cosmos y en la tierra, sino que también en el bipolar comportamiento de los hombres?

¿Eran los cátaros unos seres perversos, apóstoles acaso de Satanás?

 

Carcasonne, otro escenario de la cruzada

Carcasonne


Acerca de los miembros de un movimiento germano similar al de los cátaros albigenses, análogamente también disciplinado, informaba el abad Evervin de Steinfeld en 1143 a Bernardo de Claraval, de la Orden del Cister:

Entraron a las llamas y soportaron su suplicio no sólo con paciencia, sino incluso con regocijo. ¿Cómo explicar que estos hijos del Diablo encuentren en su herejía coraje similar a la fuerza que la fe en Cristo inspira a los verdaderos religiosos?… Defendían su herejía con las palabras de Cristo y los apóstoles.

Dicen de sí mismos: Nosotros, pobres de Cristo, errantes, huyendo de ciudad en ciudad (Mt 10:23), como las ovejas en medio de lobos (Mt 10:16), sufrimos la persecución con los apóstoles y los mártires; sin embargo, llevamos una vida muy santa y muy estricta en ayunos y abstinencias, dedicando noche y día a rezar y a trabajar, sin pretender obtener de este trabajo más de lo necesario para vivir.

Soportamos todo esto porque no somos del mundo; pero vos, que amáis el mundo, estáis en paz con el mundo porque sois del mundo (Jn 15:19). Para distinguirnos los unos de los otros, Cristo ha dicho: Por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 16). Nuestros frutos son las huellas de Cristo.

Un capítulo oscuro de la historia humana y de la historia eclesiástica, que no es posible silenciar, Tampoco escribiré mucho más sobre el particular, porque la verdad es que me produce una desazón muy profunda, que amenaza con convertirse en depresión.

Una ilustración más de la grandeza y de la miseria de la condición humana. 



Debe haber sonado así la música sagrada de los cátaros de Occitania.

© 2014
Lino Althaner

La música en la cima

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Unían las palabras del lenguaje con la alabanza eterna de los ángeles.

Georges Duby, La época de las catedrales

A medida que el estilo gótico se consolida, la arquitectura se vuelve más liviana y como alada y dirigida hacia las alturas. Es parte del expresivo simbolismo del templo en su conjunto, con su brillante ornamentación, suss pinturas y esculturas, las paredes hechas primordialmente para sostener esos vitrales que operan el milagro de filtrar la luz terrena para volverla en luz de otro mundo.  Llegado el momento, los cirios y el incienso. Todo ello apunta a un fin primordial: la liturgia, la ceremonia sagrada en que se opera la increíble maravilla.  Sin embargo, qué valdría todo ello si no fuera por la palabra, cuya significación simbólica, cuyo poder evocativo permite escrutar intuitivamente los misterios del mundo, sobre todo cuando está asociada con la música. Las palabras que conducen a Dios y que gracias a la música alcanzan un grado de solemnidad incomparable.

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Portal de la Catedral de Amiens


La ceremonia litúrgica exigía excelencia musical.  Para ello, estaba la importante autoridad del maestro cantor -el chantre- que dirigía el coro y lo ordenaba bajo una disciplina rigurosa.

En la Alta Edad Media la música estaba casi exclusivamente consagrada al culto y debía estar depurada de todo elemento profano o sensual. De allí la austeridad extrema del canto llano. No obstante, sobre bases tan restrigidas pudo construirse poco a poco un repertorio de canto litúrgico que constituye una de las más hermosas manifestaciones del arte medieval.


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Con todo, ya a fines de la época carolingia se habían manifestado los primeros ejemplos de la polimelodía, el arte de hacer oír simultáneamente dos voces diferentes, que continuó desplegándose merced a la creciente flexibilidad en los procedimientos de armonización. Se anuncia el paso de la monodia gregoriana, con su legado de obras maestras, a la polifonía que va marcar el futuro de la música occidental. Las notas de la melodía empiezan a ser adornadas con guirnaldas de notas más breves y se abre de tal manera un gran abanico de posibilidades al genio creador.

Así como contempla el nacimiento del estilo gótico, el siglo XII asiste a la consolidación de este proceso de enriquecimiento de la creación musical.  En el Lemosín y en Île de France, región esta en que se halla Saint-Denis, en las inmediaciones parisinas, las nuevas formas adquieren su madurez. En las abadías y catedrales donde se crean y se expresan con mayor brillo y desde donde empiezan a difundirse al resto de Francia y luego a todo el mundo europeo. 

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Bernard Gagnepain, el musicólogo francés, califica a estas composiciones musicales como «auténticos monumentos de la polifonía… cuya belleza pura y cuyo lirismo sólo admiten comparación con las catedrales góticas, de las que son… estrictamente contemporáneas» y señala que «en ellas se expresa todo el misticismo e idealismo de un siglo en que la fe se sostiene muy viva». Es la música «dedicada a realzar la brillantez de las ceremonias en los días de grandes solemnidades».

La nueva técnica -el organum– confiere a la música «un carácter inmaterial, intemporal, y la atención se traslada desde la base sólida de la voz principal «hasta los arbotantes de las voces organales que se entrecruzan sobre ella y cuya ligereza tiene un cierto carácter de improvisación». Pero es solamente un efecto. A estas alturas, sobre todo a partir de la aparición de una, dos o tres o más voces, la música está fijada por escrito, lo que deja escaso sitio a la improvisación. Según Gagnepain, es esta, la del organum, la primera gran realización musical del arte occidental, otro de los grandes legados del Medioevo al desarrollo posterior de la cultura.

Pérotin, llamado el grande, fue uno de los maestros músicos de la época:

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  a cuatro voces

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Tan grande era la importancia de la música en aquellos tiempos que en las escuelas la enseñanza del quadrivium, el segundo ciclo de las artes liberales, se resumía casi por completo en la música.  En cambio, la aritmética, la geometría, la astronomía, se tenían por ciencias subalternas y eran sus siervas. La música era, por otra parte, la coronación de la enseñanza gramatical, en la que se concentraba el trivium, al parecer en desmedro de la lógica y de la retórica.

La lectura. que seguía las modulaciones del canto, por ejemplo en la salmodia, exigía que cada uno de los celebrantes supiera de memoria el texto sagrado. La palabra y la música abrían la puerta a la reflexión y la meditación sobre el sentido de los vocablos latinos y los tonos de la música. La música y la liturgia se volvían asi en medios de conocimiento.

Giovanni Batista Salvi - Santa Cecilia, patrona de la música

Giovanni Batista Salvi – Santa Cecilia, patrona de la música


La palabra en la cima. Santa Cecilia en la gloria. 

Se hace realidad el ideal de San Benito, para quien el coro de los monjes prefigura el coro celeste, el de los ángeles. Echa abajo las barreras que separan el cielo de la tierra. Se introduce de antemano en lo inefable y en las luces increadas. Así, pues, puede afirmar, que durante la lectura cantada de la salmodia «estamos en presencia de la divinidad y y de los ángeles». Porque la música, conduce directamente hacia Dios, pues «permite percibir los acordes armónicos de la creación y porque le ofrece al corazón humano la posibilidad de deslizarse en la perfección de las intenciones divinas.» Palabras estas de Georges Duby.

Me ha auxiliado para esta nota su libro La época de las catedrales (Cátedra, 1997), como también el articulo «Francia, del siglo IX al siglo XV» de Bernard Gagnepain, contenido en el tomo I de La Música (Los hombres, los instrumentos, las obras) editada por Larousse, 1971.


© 2014
Lino Althaner

Un himno gótico a la luz

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Gracias a la belleza sensible, el alma se eleva a la verdadera belleza

y de la tierra en que yacía sumergida,
resucita al cielo gracias a la claridad
de estos esplendores.


Suger, abate de Saint Denis

Un libro excelente, La época de las catedrales (Arte y sociedad, 980-1420), escrito por el historiador francés Georges  Duby, renombrado especialista en el Medioevo. Avanzo sin premura en su lectura, subrayo y apunto, para tratar de asimilar la esencia de esta lúcida visión de la Baja Edad Media, particularmente apasionante en la parte que dedica al período de plenitud comprendido entre los siglos XI y XIII, en que la cultura occidental, aprovechando los frutos del periodo carolingio, revela signos evidentes de haber superado los efectos desastrosos de la caída del imperio romano y de las invasiones de los pueblos del este.

Brillante me ha parecido la forma en que el autor recrea el sentido del devenir histórico a la luz de un análisis realista de las cambiantes estructuras sociales, por cierto que siempre imperfectas y reveladoras de inequidad, y nos deleita en la interpretación del quehacer cultural y artístico de la época, tan significativo para el desarrollo ulterior de la civilización europea.


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En estos momentos, me deleito en las páginas que dedica al nacimiento del arte gótico, en que nos presenta al abate Suger de San Dionisio (Saint-Denis), como el creador de dicho estilo, y nos explica la forma en que esta nueva forma queda plasmada precisamente en las obras de renovación de su iglesia abacial. Fue entre los años 1135 y 1144, que Suger, amigo de infancia del rey y consejero suyo, se dio a la tarea de iniciar la reconstrucción de la antigua iglesia carolingia, convencido siempre de trabajar «por el honor de Dios, por el de San Dionisio, pero también por el honor de los reyes de Francia, de los que estaban muertos y eran sus huéspedes -pues en la iglesia hallaban sepultura los monarcas fallecidos- y del que vivía, su amigo y bienhechor.»

Explica Georges Duby que en el lugar se encontraba el sepulcro del mártir cristiano Dionysius, identificado  por la tradición con Dionisio el Areopagita, discípulo ateniense de Pablo según el libro de los Hechos de los Apóstoles, que viajara a Francia huyendo de la persecución de que era objeto en Atenas, y a quien se adjudicaba erróneamente la autoría del famoso cuerpo de escritos teológicos de raigambre neoplatónica -el Corpus Areopagiticum– que tan importante influencia tendría en el desarrollo del pensamiento eclesiástico y en la mística cristiana.  A las obras de este Pseudo Dionisio, que viviera supuestamente en el siglo V en Siria o en Egipto, me he referido en otros artículos. Sin embargo, ya desde el siglo VIII se atesoraba en el lugar un manuscrito del Corpus Areopagiticum, que el mismo papa había regalado al rey de los francos Pipino el Breve, en el convencimiento de que el Dionisio cuyos restos allí reposaban eran los del personaje bíblico y que este era el autor de los afamados libros.

Rosetón de la fachada (www.viajeuniversal.com)

Rosetón de la fachada (www.viajeuniversal.com)


El hecho es que el pensamiento del Pseudo Dionisio Areopagita convenció e inspiró de tal manera a Suger que se decidió a convertir la imagen jerárquica (recuérdense los escritos de aquél sobre las jerarquías angélicas y la jerarquía eclesiástica), pero unitaria del mundo visible y del invisible propia del autor, en doctrina estética aplicable a la arquitectura y al arte eclesiástico en general.  Unos párrafos admirables dedica Duby a sintetizar ese fundamento doctrinario:

Dios es luz. De esa luz inicial, increada y creadora, participan todas las criaturas. Cada una de ellas recibe y transmite la iluminación divina según su capacidad, es decir, según el rango que cada uno ocupa en la escala de los seres, según el nivel en que ha sido situado jerárquicamente por el pensamiento de Dios. Originado en una irradiación, el universo es una corriente luminosa que desciende en cascadas, y la luz que emana del Ser supremo coloca a cada uno de los seres creados en un sitio inmutable. Pero la luz todo lo une. Vínculo de amor, irriga el mundo entero, lo instala en el orden y en la cohesión, y puesto que todos los objetos reflejan más o menos la luz, esta irradiación, gracias a una cadena continua de reflejos, suscita, desde las profundidades de las tinieblas, un movimiento inverso, movimiento de reflexión hacia un foco de irradiación.

De este modo, el acto luminoso de la creación instituye por sí mismo un acceso progresivo de grado en grado hacia el Ser invisible e inefable del que todo procede. Todo se reencuentra en él gracias a las cosas visibles que a medida que ascienden en la jerarquía reflejan cada vez mejor su luz. Es así como lo creado conduce a lo increado por una escala de analogías y de concordias. Elucidarlas una tras otra significa avanzar en el conocimiento de Dios.  Luz absoluta, Dios está más o menos oculto en cada criatura, según esta sea más o menos refractaria a su iluminación; pero cada criatura lo descubre a su manera puesto que libera, ante quien la observe con amor, la parte de luz que contiene en sí.

Tal es la concepción filosófica y teológica en que se afirma el nuevo arte, el gótico que nace en Saint-Denis, la abadía de Suger. Arte de claridad y de irradiación progresivas, dice Duby. Arte de luz.

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Tímpano y dintel del pórtico central


Para confirmar esta concepción he aquí la dedicatoria que compuso Suger para el pórtico de Saint-Denis. De ella nos da Georges Duby una versión comentada:

Lo que irradia aquí en el interior -comprendamos bien; en el interior del edificio, en el corazón del hombre, en el corazón de Dios- la puerta dorada os lo presagia -el arte, hay que repetirlo siempre, anticipa las realidades esenciales que se revelarán al espíritu humano cuando se franquee aquel pasaje que es la muerte, que son la resurrección y la apertura del cielo en el último día-: gracias a la belleza sensible el alma se eleva a la verdadera belleza y de la tierra en que yacía sumergida, resucita al cielo gracias a la claridad de estos esplendores. Se puede afirmar con certeza: el arte del siglo XI contribuye a revelar el rostro de Dios. Ilumina. Pretende ofrecer al hombre un medio seguro para resucitar a la verdadera luz.

Se iniciaron los trabajos por la parte occidental y reemplazando la fachada carolingia con su único pórtico por tres grandes portales separados por sólidos contrafuertes y agregando un gran rosetón en lo alto. De la obra escultórica anexa a las entradas mucho se ha perdido.

Y es cierto que esta primera vista no ostenta el brillo de las posteriores catedrales góticas, como la de Chartres o la de Notre Dame de Paris. Veamos lo que al respecto comenta Georges Duby:

Constituye esta fachada el primer grado, la etapa inicial del camino hacia la luz. Además, pretende ofrecer, a la entrada del monasterio real, una imagen de autoridad, de soberanía, es decir, una silueta militar, ya que todo poder se apoyaba entonces en las armas y el rey, por esencia, era ante todo un jefe guerrero… . La luz del ocaso penetra en el interior del edificio por el hueco de los tres portales. Por encima de ellos irradia un rosetón, el primero que se abrió en el lado occidental de una iglesia y que iluminaba las tres capillas altas, consagradas a las jerarquías celestes, a la Virgen, a san Miguel… Todos los elementos que constituirán las fachadas de las catedrales futuras nacen también de la teología de Suger.

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Cabecera del templo – Coro

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Finalizados los trabajos de este sector, Suger se propuso  la remodelación del otro extremo de la iglesia, el oriental. Allí diseñó un coro que debería ser invadido por la luz. Suprimió los muros carolingios e impulsó a los maestros de obras a explotar todos los recursos arquitectónicos con el objeto de potenciar los efectos luminosos, justo en el sector del templo en el que debían producirse «los más deslumbrantes contactos con Dios.» Allí se edificó también «una secuencia de capillas dispuestas en semicírculo, en virtud de la cual toda la iglesia resplandecía gracias a la maravillosa luz ininterrumpida, que se extendía desde las más luminosas ventanas».  Modificó también la estructura de las bóvedas, abrió huecos, sustituyó por pilares los muros de separación y dio de este modo forma a un sueño: unificar la ceremonia religiosa por medio de la cohesión ofrecida por la luz.

La nueva estructura fue concluida y consagrada el 11 de junio de 1144, en presencia del rey Luis VII. El día de la solemne consagración del coro, «la misa fue realizada en un clima de fiesta tal, de manera tan cercana y tan alegre, que los deliciosos cantos, por su concordancia y por su armoniosa unidad, componían una especie de sinfonía más angelical que humana».
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Nave central de Saint-Denis


Si bien la remodelación del sector intermedio de la iglesia no llegó a ser concluida, pues Suger «no tuvo tiempo de edificar entre el pórtico y el coro la nave que los hubiera unido», el laborioso abad dejó asentada, a juicio de Duby, la futura estructura, pues las modificaciones que introdujo partían del supuesto de un espacio sin discontinuidad dotado de unidad interna. Así, pues, la concepción global de Suger serviría de prototipo importantísimo a la arquitectura gótica posterior. Por algo se menciona a esta iglesia como el primer edificio construido de acuerdo con el nuevo estilo, sin duda opuesto a la austeridad del románico entonces prevaleciente, pues pretende ser a la vez que una esplendorosa ofrenda de alabanza a la divinidad, un recurso también para fortalecer la fe de los fieles mediante el lujo arquitectónico, la rica ornamentación y el acceso de la luz que invade al conjunto por sus generosos rosetones y vidrieras.  Esa luz que, según la concepción del abate, aparte de figurar el descenso de Dios hasta los hombres, permite a estos acceder a una especie de anticipo del reino de los cielos.

Habría que esperar hasta el siglo siguiente, durante el reinado de Luis IX, san Luis de Francia, para ver construida la parte intermedia, entre los pies de la iglesia y su cabecera. Es la época del gótico radiante, promovido por este gobernante. Se acentúa con estos cambios la impresionante verticalidad interior del edificio y la transparencia de los muros que parecen estar sostenidos por arte de magia. Es aquella la época en que aparecen los arbotantes como medio exterior de sustentación.

ExteriorStDenis


Y hasta aquí esta sucinta reseña.

Como conclusión dos recomendaciones. Primera, encarezco la lectura de este libro, que procura un gran deleite con su amenísima visión de una época de la que se predican tinieblas. No sé si más o menos que las de cualquiera otra edad, por ejemplo, la nuestra, que suele serlo bastante, por más que se acicale y se esfuerce por ocultar sus espantos. Lo que sí es cierto es que la Edad Media ha sido con frecuencia oscuramente comprendida.  Segunda, para quien quiera más detalle en relación con el arte arquitectónico de Saint-Denis, he aquí un sitio al cual dirigirse: luismatemoreno.blogspot.com

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Tendría que pensar también en un artículo sobre la importancia de la música en esos tiempos. Duby escribe sobre la materia unas páginas tan inspiradas como las que dedica al nacimiento del arte gótico en el siglo XII.

© 2014
Lino Althaner

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