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Un recuerdo amoroso de mis padres.
Mi padre era un hombre de mucho humor. Le debo los primeros versos que aprendí:
Era de noche
y sin embargo
llovía.
Los hipopótamos revoloteaban
de rama en rama
de flor en flor.
El primer verso forma parte del acervo cultural hispánico, del folklore del absurdo, según he aprendido por Google y la Wikipedia. No así el segundo, que es fantástico como complemento del primero.
Mi madre no era seria. Por el contrario, se caracterizaba por su alegría. Sin embargo, carecía de humor, y sobre todo del tipo de humor que cultivaba mi padre, muy distinto al que se refleja en los versos anónimos de arriba, decididamente surrealistas. A su juicio, era ello producto de la formación extremadamente puritana y germana de mi progenitora, tan distante de la chispa y del doble sentido que impera en el humor iberoamericano. Por lo cual, había que evitar contarle algún chiste los sábados por la tarde: era muy posible, según él, que tras una noche de seria y analítica vigilia, mi madre lo llegara a comprender al día siguiente y se pusiera a reir en lo más solemne de la misa dominical. Pero mi madre era una mujer muy inteligente.
Yo heredé de ella el sentido del humor.
Pero volviendo a mi padre, ahora recuerdo otro de los poemitas que él me enseñó, y que yo tomaba para la chacota, cuando recién empezaba a tener uso de razón:
A la luz de un farol apagado
un ciego leía un libro cerrado.
Pues si se quiere encontrar a estos versos un sentido profundo, incluso uno metafísico, es posible hacerlo con fundamento.
Años más tarde, un gran poeta chileno, de vivo ingenio criollo, llevaría endecasílabos como el que sigue a una apoteosis antipoética de fama universal:
Nicanor Parra ha cumplido hace unas semanas cien años. Su hermana Violeta, que, tal como mis padres queridos, pasó hace años a mejor vida, todavía tiene fuerzas para rendirle este homenaje:
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© Lino Althaner
2014