Las visiones (4)

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Pues Dios dio forma al hombre según el firmamento…
Hildegarda de Bingen


Esta cuarta visión de la primera parte del Libro de las Obras Divinas de Hildegarda de Bingen insiste en afirmar la analogía existente entre el cuerpo del hombre y las capacidades y funciones de sus distintas partes (el microcosmos) con el universo y las potencias que en él se despliegan (macrocosmos). Miembros, órganos, humores y alma se relacionan entre sí en el cuerpo humano. Pero, además, todos ellos, además, se dejan influir por los elementos -el fuego, el aire, el agua, la tierra-, por las nubes y los vientos, los planetas y las estrellas, las luces y las tinieblas, que tienen, cada uno de estos cuerpos y fuerzas, un significado material acompañado de otro, muy significativo, de orden espiritual. Así, por ejemplo, los siete planetas -que tienen una equivalencia con las partes de la cabeza humana- tienen una relación con los siete dones del espíritu santo.

Alrededor de esta estructura fundamental se desarrolla la extensa y muy minuciosa interpretación de la visión revelada a Hildegarda. Se intercalan en el desarrollo temas como la caída de Lucifer y la creación del hombre; asimismo algunos comentarios de textos bíblicos, por ejemplo, del libro de Job, del de los Salmos y del Apocalipsis. Termina la primera parte del Liber Divinorum Operum con un comentario del capítulo primero del Evangelio de San Juan.

La imagen es hermosísima. El áureo esplendor del reino de los cielos contrasta armónicamente con el rojo del fuego que rodea, como primer círculo, a toda la creación. Luego el fuego rojo y negro, el éter, las aguas celestes, y el ámbito del aire en que se muestra la tierra, alimentada por las potencias cósmicas. Los vientos soplan. Brillan las estrellas. Se muestran los planetas. Las estaciones se suceden y a su tiempo aparecen frutos abundantes. El hombre es ciertamente el personaje principal, alternando el trabajo con el reposo.


Liber Divinorum Operum - Primera parte, cuarta visión


La creación del hombre: 

«Y en su antiguo designio, que siempre estuvo en Él, dispuso (Dios) de qué modo se realizase aquella obra, y formó al hombre de la tierra enlodada, como había dispuesto su forma antes de los tiempos, al igual que el corazón del hombre encierra la racionalidad y dispone las palabras que formula y luego expresa. Así lo hizo Dios en su Palabra, cuando hubo creado todas las cosas, pues la Palabra, que es el Hijo, estaba oculta en el Padre, como el corazón se oculta en el hombre. Y Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza, porque quiso en su forma preservar la santa divinidad…

«Por consiguiente, en la cabeza del hombre, es decir, en la rueda giratoria del cerebro, está la coronilla, junto a la que hay una escalera con peldaños de subida, esto es, con ojos para ver, oídos para oír, nariz para oler, boca para hablar; y con ellos el hombre ve, conoce discierne, divide y nombra a todas las creaturas. Pues Dios formó al hombre y lo vivificó con un aliento viviente, que es el alma; también lo formó de carne y de sangre y lo afirmó robustecido de huesos, como la tierra ha sido afirmada por piedras; porque, como la tierra no existe sin piedras, tampoco el hombre podría existir sin huesos.»


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El aire y la tierra, el alma y el cuerpo:

«La tierra ha sido dispuesta en el medio del aire, es decir, de manera que el aire tenga igual medida sobre la tierra y bajo la tierra y en cada parte de la tierra. También el alma, enviada por Dios como aliento de vida al cuerpo, instruye al hombre para que obedezca con paciencia los preceptos de Dios en esta vida laboriosa, en la que ambos habitan en una separación tan grande como distan el cielo y la tierra; y advierte que aquel que no es capaz de comprender plenamente con su ciencia qué cosa es él, se vuelva a mirar a su Creador esforzándose en la labor de su lucha con paciencia y obediencia. Pues como el aire está en el medio de la tierra, sujetándola y conteniéndola, así el alma habita en medio del cuerpo, sosteniéndolo enteramente, y obra en él en relación con lo que exige de ella.»


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La cuarta y última visión de la primera parte del Libro de las Obras Divinas finaliza en forma similar a las que ya hemos examinado:

«Por lo tanto, que todo hombre que teme y ama a Dios abra la devoción de su corazón con estas palabras, y sepa que estas cosas han sido proferidas para la salvación de los cuerpos y de las almas de los hombres, no por un hombre, sino por Mí, que soy».

Dixit Dominus.

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Pero Hildegarda nos hace un regalo adicional, su música:



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Lino Althaner

Dios, el hombre y el cosmos

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Hildegarda de Bingen (1098-1179) Liber Divinorum Operum

Hildegarda de Bingen (1098-1179) – Liber Divinorum Operum


El mundo es en su primera acepción la totalidad de lo que hay,
consistente en cielo y tierra…

Pero en su segunda acepción mística se lo denomina atinadamente hombre.
Pues al igual que todo lo que está hecho de los cuatro elementos,
el hombre se compone de cuatro temperamentos…

San Isidoro de Sevilla
560-636

 

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Robert Fludd (1574-1637) – Utriusque Cosmi Historia

 

No hubo forma ni mundo que tuviera consistencia
antes de que existiera la forma del hombre.

Pues esa forma lo contiene todo y todo lo que hay existe por ella.

Sefer ha- Zohar 
Libro del Esplendor
(siglo XI)

 

William Blake - La danza de Albión

William Blake (1757-1827) – La danza de Albión


El campo de la naturaleza humana abarca en su humana contingencia
a Dios y el cosmos.

Nicolás de Cusa
(1401-1464)

 

Hildegarda de Bingen - Scivias - La Trinidad (con Jesús al centro)

Hildegarda de Bingen – Scivias – La Trinidad (con Jesús al centro)

 

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales,
en los cielos, en Cristo;
por cuanto nos ha elegido en él
antes de la fundación del mundo,
para ser santos en su presencia,
en el amor…

En él tenemos por medio de su sangre la redención,…
según la riqueza de su gracia
que ha prodigado sobre nosotros
en toda sabiduría e inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad
según el benévolo designio
que en él se propuso de antemano,

para realizarlo en la plenitud de los tiempos:

hacer que todo tenga a Cristo por cabeza,
lo que está en los cielos y
lo que está en la tierra.

San Pablo
Efesios 1, 4-14
(c. 5-67)

 

© 2014
Lino Althaner

Las visiones (2)

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Es esta, una imagen cosmológica. La figura del hombre ígneo de la visión anterior, se abre ahora -en la segunda de la primera parte del ‘Liber divinorum operum’, de Hildegarda de Bingen- en un círculo de fuego que abraza al macrocosmos compuesto por los cuatro elementos (aire, tierra, fuego y aire) , los cuatro puntos cardinales, los vientos y los astros, incluyendo como figura central la imagen de un hombre, es decir, el microcosmos. La imagen del círculo de fuego se relaciona con la del huevo que se muestra en la tercera figura del libro «Scivias».

Todos los elementos se relacionan entre sí, influyéndose recíprocamente para mantener el equilibrio cósmico, material y espiritual, tanto en el nivel macrocósmico como en el humano.

Liber Divinorum Operum, segunda visión de la primera parte

Liber Divinorum Operum, segunda visión de la primera parte


El universo es mostrado como un todo orgánico surgido de la presciencia divina, en el cual participa, de alguna manera, la propia divinidad. Seis círculos concéntricos derivados de la divinidad amparan el entorno en que el hombre tiene su morada. Uno de fuego brillante, bajo él otro de fuego negro y bajo éste uno de éter puro; luego un círculo de aire acuoso, otro de aire fuerte y blanco y brillante, y uno de aire tenue. En el contorno del círculo, hacia los cuatro puntos cardinales, unas cabezas animales -de leopardo, de león, de lobo y de oso- soplan ejerciendo su influencia en distintas direcciones. Son los vientos de la tierra, que corresponden a otras tantas fuerzas espirituales.

«Así el hombre, que está en la encrucijada de los cuidados del mundo, es acometido por muchas tentaciones, que se representan en la cabeza del leopardo, esto es, con temor a Dios; y en la del lobo, el temor a los castigos infernales; y en la del león, el temor al juicio de Dios; y en la del oso se agita el tormento del cuerpo en medio de numerosas tempestadas.»

En los círculos de fuego brillante, de fuego negro y de éter puro, se ubican siete planetas que emiten sus radiaciones hacia el ámbito circundante. Dieciséis estrellas principales aparecen en la circunferencia del círculo. De la boca de la imagen en cuyo pecho se abre la rueda sale una luz más clara que la luz del día que calibra en recta y justa medida la acción de los distintos elementos que se despliegan en su interior.

Segunda visión de la primera parte, detalle


«Y nuevamente escuché una voz del cielo que me decía: 

«Dios, que para gloria de su nombre, dispuso el mundo con los elementos, lo consolidó con los vientos, lo iluminó entrelazándolo con las estrellas, lo completó con las restantes creaturas, y puso en él al hombre rodeándolo de todas estas cosas, fortificándolo allí con la mayor fortaleza, para que lo asistieran en todas las cosas y lo ayudaran en sus obras, de manera que obrase con ellas; porque el hombre sin ellas no puede vivir ni tampoco subsistir, como se te manifiesta en la siguiente visión.»

Así, pues, dispuso la forma del mundo, que es «admirable para la naturaleza humana» y «no es consumida por ninguna edad, no es aumentada por ningún suceso nuevo, sino que al ser creada por Dios, así perdurará hasta el fin del mundo. En efecto la divinidad, en su presciencia y en su obra, es entera como la rueda y de ningún modo dividida, puesto que no tiene ni comienzo ni fin, ni puede ser abarcada por nada, porque no tiene tiempo. Y como el círculo abarca todas las cosas que se ocultan en su interior, así la sagrada divinidad abarca y sobrepasa infinitamente todas las cosas, porque nadie podrá dividir su potencia, ni superarla ni agotarla».

El hombre

Y los seis círculos que rodean la morada terrestre del hombre se hallan unidos «entre sí sin ningún intersticio, porque si la disposición divina no los apuntalase así con esta unión, el firmamento se despedazaría y no podría sostenerse; esto muestra que las virtudes perfectas unidas entre sí en el hombre fiel son reforzadas por inspiración del Espíritu Santo, de manera que, luchando contra los vicios del diablo, realizan unánimemente toda obra buena».

Y también se distingue un globo en medio del aire tenue, «mostrando la tierra que existe en medio de los restantes elementos, en la medida en que está compuesta por todos ellos. Por esto también, sostenida de igual modo aquí y allá por los elementos y unida a ellos, recibe continuamente de ellos el verdor y la fortaleza para su sustento».

«También la vida activa, que aquí representa la tierra, girando como en medio de los rectos deseos y corriendo de aquí para allá en rededor, mantiene con igual moderación la devoción junto a las fuerzas de la discreción, cuando persevera en los oficios espirituales o en las necesidades corporales a través de los hombres fieles; puesto que los que aman la discreción dirigen todas sus obra hacia la voluntad de Dios».

«Y también en el medio de esta rueda aparece una imagen de hombre, cuya coronilla más arriba y las plantas de los pies más abajo, se alargan hasta el mencionado círculo como de aire fuerte y blanco y brillante… En la estructura del mundo, el hombre está como en el centro, puesto que es más poderoso que las creaturas que en él habitan; ciertamente es modesto en estatura, pero grande por la visión del alma; y tiene capacidad de… dirigirse tanto a los elementos superiores como inferiores, y penetrarlos con las obras de la derecha y la izquierda; en este poder de actuar reside la fuerza del hombre interior. Igual que el cuerpo del hombre excede en magnitud su corazón, también las fuerzas del alma superan en eficacia al cuerpo del hombre; y como el corazón del hombre se oculta en su cuerpo, así también el cuerpo del hombre está rodeado por las fuerzas del alma, cuando se extienden por todo el orbe de la tierra.

«Y el hombre fiel, estando en la ciencia de Dios, se dirige a Dios para reconocer las propias necesidades, tanto las espirituales como las seculares; y lo anhela en la prosperidad y en la adversidad de sus hechos, cuando expande incesantemente su devoción hacia Dios. Pues así como el hombre ve en todas partes con ojos corporales a cada creatura, también ve en la fe en todas partes a Dios y lo conoce a través de las creaturas, cuando comprende que Él es su Creador.»

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«Ves también que desde la boca de la ya citada imagen, en cuyo pecho aparece la rueda ya mencionada, surge… una luz más clara que la luz del día; ya que por la virtud de la verdadera caridad, en cuya ciencia está la circunferencia del mundo, avanza su disposición más delicada brillando sobre todas las cosas y conteniéndolo y constriñéndolo todo.»

«Yo, el Señor,… doy a cada cual según su camino y según el fruto de sus obras». «Yo, Señor de todas la cosas, escudriño los corazones contritos, que desprecian los pecados, y pruebo los riñones, que se reprimen del gusto de los deseos; Yo que devuelvo al hombre la recompensa según el esfuerzo de sus pasos y según produce frutos en la consideración de sus pensamientos, porque tengo todos los frutos del hombre escritos delante de Mí. Pues el hombre que abandona los deseos de sus concupiscencias es justo; y el que sigue todo deseo en las concupiscencias no podrá ser llamado justo, mas si retorna al bien sus cicatrices se lavan en la sangre del cordero; y entonces también el ejército celestial, viéndolas curadas, se levanta en admirable alabanza a Dios.»

«Por lo tanto, que todo hombre que teme y ama a Dios abra la devoción de su corazón con estas palabras, y sepa que estas cosas han sido proferidas para la salvación de los cuerpos y almas de los hombres, no ciertamente por un ser humano, sino por Mí.»

Dixit Dominus.

Liber Divinorum Operum - Visión segunda de la primera parte, detalle


Hasta aquí la selección de textos que he efectuado con respecto a la segunda visión de la primera parte del «Liber Divinorum Operum».

El análisis de esta visión podría ocupar volúmenes completos. Se resume en ella una comprensión de la divinidad, una imagen de la estructura cósmica como emanación de Dios y una concepción del hombre como figura central del cosmos.  La dignidad humana es encumbrada al máximo. Son destacadas las capacidades activas y contemplativas del ser humano, sus atributos corporales y anímicos, su vulnerabilidad y su tendencia a renegar de su esencia pero también la gran fortaleza que le permite superar las dificultades y volver al camino justo. O acogerse a la misericordia divina.

Se trata de documentos de gran importancia para ayudar a iluminar y a entender el ambiente intelectual y espiritual de los siglos XI y XII, aquellos en que el medioevo llega a su plenitud. 

Incluyo un par de buenos vínculos para obtener muy buena información adicional acerca de Hildegarda de Bingen y su obra:

El bosque de la larga espera 
http://hesperetusa.wordpress.com/2012/03/15/la-paloma-miro-a-traves-de-la-verja-de-la-ventana/

Fragmentalia
http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2010/10/la-zona-intermedia.html

© 2014
Lino Althaner

Un torrente de oro

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El torrente de oro cae sobre la pobreza de espíritu.

Tal vez aquí esté el gran misterio de la iluminación mística y de la visión profética. Mujeres como Hildegarda o Matilde de Magdeburgo y tantas otras grandes místicas cristianas, hicieron de su existencia un anonadamiento de la propia personalidad, una vivencia de total entrega enamorada y de fe incondicional. De allí que nos cueste entenderlas y creer en sus experiencias de sublime plenitud. Eran tan distintas a nosotros y les tocó vivir en una época tan distinta a la nuestra, tan materialista esta, tan desencantada. ¡Y cómo no iba a serlo, si a Dios lo hemos exiliado de nuestra existencia! 

Johannes Tauler (c.1300-1361), místico alemán posterior a Hildegarda, describe la ilustración de más arriba, una de las primeras del  libro «Scivias»:

«La figura en hábitos blancos y con las manos alzadas no tiene cabeza [por encima de ella se encuentra la divinidad, inundada de oro puro] y esa cabeza no tiene rostro reconocible; en su lugar no se ve sino oro, que quiere decir la indefinible divinidad, y sobre ella fluye una claridad que oculta la cabeza,y todo el cuadro quiere decir que

la cabeza del pobre de espíritu es propia de Dios.»

En la cabeza del pobre de espíritu, Dios se hace presente. La cabeza del pobre de espíritu, hasta la que ha llegado el torrente dorado de la iluminación, es ahora su cabeza.

Ya lo dije en la entrada anterior, siguiendo a H. E. Keller: en la figura destinataria del flujo de la luz divina “no se puede reconocer ningún rostro; de hecho, toda la cabeza queda difuminada en un torrente de oro que fluye hacia abajo procedente del seno de la figura entronizada en el segmento superior de la ilustración. El gesto de bendecir, la actitud mayestática de toda ella y el libro que sostiene en la mano izquierda revelan que la figura irradiante es Cristo, evocando la composición toda el contexto del Apocalipsis… El torrente de oro, que cae vertical y que inunda la figura, corresponde a aquella “corriente de aguas vivas, claras como el cristal”, que Juan ve manar del trono de Dios y del Cordero (Apocalipsis 22, 1-5).”
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Ilustración para el Liber Scivias - Ángeles

                                 


Un torrente del oro más precioso solo puede recibirlo quien se anonada en aras de su Amor. De su Amado divino. Una de las más grandes paradojas del cristianismo. La más bella realidad del Evangelio de Cristo. Quien la ha hecho realidad en su vida conversa con Dios, tiene visiones del Altísimo, recibe y transmite sus mensajes, profetiza. 

© 2014
Lino Althaner

Mujeres unidas a Dios (Mechthild de Magdeburgo e Hildegarda de Bingen)

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Soy una pluma en el aliento de Dios
Hildegarda de Bingen

Indagar en el proceso creativo, en el tipo de inspiración que guía a los grandes místicos en la redacción de sus textos, es internarse en un camino misterioso. Atendiendo a los testimonios que ellos mismos nos han dejado, podría hablarse ciertamente de influencias sobrenaturales, de flujos divinos de luz que descienden hasta el autor y hacen presa de él, determinándolo a ponerse a la obra y a poner por escrito unas palabras, unas imágenes o unos sones que le son susurrados desde un ámbito distinto.

Así, Mechthild von Magdeburg (1207-c. 1282/94) dice de su libro «La luz que fluye de la divinidad» («Das fliessende Licht der Gottheit») que Dios lo ha hecho -según verbalmente se lo ha declarado- «por no poderse abstener de dispensar su don» y con el objeto de que la Luz fluya a todos los corazones que viven en la tierra sin falsedad alguna. Y expresa más adelante, para no dejar dudas al respecto.

«La escritura de este libro ha sido vista, oída y recibida, con admiración en todos sus cantos.
Yo misma no puedo escribir nada, lo veo con los ojos de mi alma y lo oigo con los oídos del mi espíritu eterno y siento en todos los miembros de mi cuerpo la fuerza del espíritu sagrado.»
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Señor, Padre celestial, tu eres mi corazón - Señor, Jesucristo, tu eres mi cuerpo - Señor, Espíritu Santo, tu eres mi aliento (Initiativkreis Kloster_Helfta.e.V.Durach_mitte)

Señor, Padre celestial, tu eres mi corazón – Señor, Jesucristo, tu eres mi cuerpo – Señor, Espíritu Santo, tu eres mi aliento (Copyright – Initiativkreis Kloster Helfta.e.V.Durach)

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Se trata aquí del hombre creador como si no fuera más que un receptáculo destinado a contener el mensaje divino para luego darlo a conocer. No se trata ciertamente de cualquiera persona sino de una carente de un ego que obture la comunicación con la divinidad; se trata de un ser enajenado, carente de voluntad propia, entregado en cuerpo y alma a su Dios. Porque

«El magno fluido del amor divino, que nunca se detiene, que emana siempre, sin pausa y sin trabajo manual alguno, siempre infatigable y jovial, de manera que nuestro pequeño vasito se colma a rebosar; si nosotros no lo obturamos con nuestra propia voluntad, nuestro pequeño vaso rebosa siempre siempre de ese don de Dios.»

La obra de Hildegard von Bingen (1098-1179) es ejemplo también de la conciencia que suele tener el místico del hallarse comunicado con la fuente suprema de la inspiración creadora. Así, en el prólogo de una de sus obras principales obras, el «Scivias» («Conoce» las vías del Señor) declara tajantemente que su libro no es sino un testimonio de la verdadera visión que fluye a ella desde Dios. La  autora no es sino un simple medio en las manos de su Hacedor.

Nos lo expresa la misma imagen de Hildegard que preside el libro.
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Liber Scivias - Códice de Rupertsberg

Liber Scivias – Códice de Rupertsberg

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La ilustración nos muestra a una escribiente sobre cuya cabeza confluye una corriente de rayos o «lenguas de fuego», similares a los que debieron iluminar a apóstoles de Jesús de Nazaret para Pentecostés. Estos rayos brillan en los ojos de la arrebatada monja benedictina. Se trata de una irradiación luminosa efectuada en oro y que cae verticulamente sobre la figura de quien escribe. Como señala H. E. Keller en un artículo contenido en el libro «Mística y creación en el siglo XX», editado por Victoria Cirlot y Amador Vega (Herder, 2006), se representa aquí el momento en que la autora, Hildegard von Bingen, a sus cuarenta y tres años, recibió temerosa el extraordinario resplandor de una visión celestial, la cual le da a conocer lo que ha de escribir.

La siguiente imagen corresponde a otra página del mismo libro.
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Liber Scivias - Códice de Rupertsberg

Liber Scivias – Códice de Rupertsberg

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Como advierte nuevamente H. E. Keller, en la figura destinataria del flujo de la luz divina «no se puede reconocer ningún rostro; de hecho, toda la cabeza queda difuminada en un torrente de oro que fluye hacia abajo procedente del seno de la figura entronizada en el segmento superior de la ilustración. El gesto de bendecir, la actitud mayestática de toda ella y el libro que sostiene en la mano izquierda revelan que la figura irradiante es Cristo, evocando la composición toda el contexto del Apocalipsis… El torrente de oro, que cae vertical y que inunda la figura, corresponde a aquella «corriente de aguas vivas, claras como el cristal», que Juan ve manar del trono de Dios y del Cordero (Apocalipsis 22, 1-5).»

Hildegard von Bingen, conocida como Santa Hildegarda y también como la Sibila del Rin, por su espíritu iluminado y profético, no solamente fue escritora mística y visionaria, sino que también sobresalió como autora de libros de botánica y medicina y fue fecunda en epístolas que muestran sus relaciones con los más importantes personajes de la época. Fue abadesa benedictina del monasterio de Rupertsberg, declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI el año 2012.

Toda su obra está de verdad impregnada, a mi juicio, de esa elevada espiritualidad que la hace fundirse con la fuente de la Luz y recibir de ella la inspiración para dar forma y contenido a su numerosa obra.

Fue también Hildegard una destacada compositora de música religiosa y litúrgica.
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El video, grabado en la Iglesia del Espíritu Santo de Copenhaguen, nos muestra a la mezzo soprano Elisabeth Ørsnes Gadegaard interpretando, a cappella, el himno «O aeterne Deus», de Hildegard von Bingen. He aquí la letra de este himno en latín:

O aeterne Deus, nunc tibi placeat,
ut in amore illo ardeas,
ut membra illa simus,
quae fecisti in eodem amore,
cum Filium tuum genuisti
in prima aurora,
ante omnem creaturam
et inspice necessitatem hanc,
quae super nos cadit,
et abstrahe eam a nobis propter Filium tuum,
et perduc nos in laetitiam salutis.

© 2014
Lino Althaner

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