Un libro es capaz de empujar al mundo
en otra dirección, cuando está escrito con sangre y fuego.
(Cary Baines, sobre El Libro Rojo, de C. G. Jung)
Algo más acerca de nuestro niño interior, conforme a la psicología junguiana.
Es bastante sabido que Carl Gustav Jung entiende al alma como una entidad sustancial y autónoma, distinta de la conciencia e inaccesible a la voluntad, en la cual se acumula de manera inconsciente la experiencia ancestral del ser humano. Es el alma, según él, una cantera inagotable de imágenes y de símbolos, que suele expresarse en la imaginación, en la visión, en el sueño. Es el ámbito en que habitan los arquetipos, motivos universales, frecuentemente expresados en la religión, en el mito, en la leyenda y en la poesía, que apuntan a la esencia común de la humanidad.
Aquí nos cuenta Jung cómo, después de haber perdido el contacto con su alma, en la enajenación mundana del reconocimiento y de la fama, ha llegado a reencontrarse con ella. Una buena estrella lo guía de regreso hacia ella, lo que Jung celebra, pues ha llegado a intuir que no en el mundo sino que en la soledad profunda de su alma, allí ha de encontrarse con la esencia de sí mismo, con su auténtica individualidad. Pues allí reside la sola posibilidad de realización plena. Dice entonces a su alma:
Dame tu mano, mi alma casi olvidada. Cuán cálida la alegría de volverte a ver, a tí, alma largamente negada. La vida me ha llevado nuevamente hacia tí. Queremos agradecerle a la vida, agradecerle todas las horas alegres y todas las horas tristes, agradecerle la alegría y el dolor. Alma mía, contigo he de continuar mi viaje. Contigo quiero ascender hacia mi soledad. (1)

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Pero ¿a quien encuentra Jung en lo más profundo de su alma? En el capítulo 2 (Alma & Dios) explica su descubrimiento de la imagen de Dios. ¿Y qué le muestra la imagen de Dios? La imagen de Dios es la de un niño. Se admira por cierto de esto y no puede sino preguntar:
¿Quién eres tú niño? Como niño, como niña, te han representado mis sueños; no sé nada de tu misterio. Disculpa si hablo como en sueños, como un borracho, ¿eres Dios? ¿Es Dios un niño, una niña? Perdona si hablo algo confuso. Nadie me oye. Hablo en voz baja contigo y tú sabes que no soy un borracho, un hombre confundido. … Qué asombroso me suena llamarte niño, tú que aun así sostienes infinitudes en tu mano. (2)

Dean White – Father & child
Lo que sigue es ya una alocución ejemplar de las que los hombres dirigen a Dios, cuando advierten su presencia en ellos mismos o en las circunstancias de la vida. Atisbamos una auténtica y profunda espiritualidad en estas hermosas palabras que Jung dirige a la imagen del niño que impera en su alma en forma de arquetipo, y que es un modelo para los seres humanos de todos los tiempos:
Yo andaba por el camino del día y tu ibas invisible conmigo juntando una parte y otra con sentido, y me dejaste ver en cada parte un todo. Quitaste allí donde yo pensaba retener, me diste donde nada esperaba, y una y otra vez causaste destinos desde flancos nuevos e inesperados. Donde sembraba, me robabas la cosecha, y donde no sembraba me dabas miles de frutos diversos. Y una y otra vez perdía el sendero para volver a encontrarlo. Allí donde nunca lo hubiera esperado. Sostuviste mi fe cuando me encontraba solo y cerca de la desesperación. Me permitiste, en todos los momentos decisivos, creer en mí mismo. (3)

Imagen policromada, Italia septentrional, segunda mitad s. XVIII
Parece evidente. La imagen de Dios es aquí para Jung la imagen de un niño. El que vive en la profundidad de nuestra alma, en su realidad. Un supremo arquetipo de nuestra mente inconsciente.
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(1) Gib mir deine Hand, meine fast vergessene Seele. Welche Wärme der Freude dich wiederzusehen, dich längst verleugnete Seele. Das Leben hat mich dir wieder zugeführt. Wir wollen das Leben danken, dass ich gelebt habe, für alle heiteren und für alle traurigen Stunden, für jegliche Freude und jeglichen Schmerz. Meine Seele, mit dir soll meine Reise weitergehen. Mit dir will ich wandern und aufsteigen zu meiner Einsamkeit.
(2) Wer bist du, Kind? Als Kind, als Mädchen, haben meine Träume dich dargestellt; ich weiss nichts von deinem Geheimnis. Verzeih, weil ich wie im Träume rede, wie ein Trunkener. Bist du Gott? Ist Gott ein Kind, ein Mädchen?. Vergieb, wenn ich verwirrtes rede. Niemand hört mich. Ich rede still mit dir, und du weisst dass ich nicht ein Trunkener, kein Verwirrter bin… Wie wunderlich klingt es mir dich Kind zu nennen, wenn du Unendlichkeiten in deiner Hand hältst.
(3) Ich ging auf dem Wege des Tages und du gingst unsichtbar mit mir, sinvoll Stück zum Stücke fügend, und liessest mich in jedem ein ganzes sehen. Du nahmst wo ich festzuhalten gedachte und du gabst mir wo ich nichts entwartete; und immer wieder von neu und unerwarteten Seiten führtest du Schicksale herbei. Wo ich säete raubtest du mir die Ernte, und wo ich nicht säete gabst du mir hundertfältige Frucht.
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© Lino Althaner
2014
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