El gran depredador

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Me acosaban los depredadores. Se cebaban en mis hijos, en mis mujeres, en mis hermanos. Pero yo carecía de garras y de grandes colmillos, y no destilaba veneno. Tendría que aprender de las bestias.  Pasaron más de cien mil años  Y aprendí.  De pronto me vi armado, de un mazo, un cuchillo, una lanza. Un arco y una flecha. Las bestias empezaron a temerme. Algunas inclinaron la cabeza. Ofrecí sus cuerpos a los dioses. Subió a los cielos el humo de los sacrificios. Me sirvieron de alimento. La tierra, entonces, dio un alarido. Un relámpago de mi conciencia le dio la razón. Pero no dije que no cuando aún era tiempo. Es que había nacido en mí la sed de sangre. Me hice adicto.  Inventé instrumentos de matanza cada vez más exquisitos. Y la sangre corrió, como un río cada vez más caudaloso. Algún tiempo después de que un hombre matara a su hermano por primera vez, ya se mataban entre sí pueblos enteros, arengados por sus dioses. La tierra dio entonces otro aullido, que pasó para mí inadvertido. Para entonces yo pisaba ya de lleno la historia. Y después de todos estos siglos, no hay quien discuta mis méritos. Ostento con orgullo mi bien ganada fama de gran depredador.

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Lino Althaner

Dos mujeres

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Nuestra colega y amiga Rosa de los Vientos, a propósito de la penúltima entrada de este blog, comentaba apesadumbrada acerca de la prejuiciosa tradición que suele asociar no pocos males a la  belleza seductora de la mujer. Y yo le contestaba con una obviedad: recordándole la relación de ese tópico con la historia veterotestamentaria según la cual la seducción del primer hombre por su mujer, que indujo a este a gustar del fruto prohibido, desobedeciendo así el mandato divino, que significó nada menos que la pérdida del paraíso para la humanidad y la entrada de ésta en el ámbito del pecado y la imperfección.

Michelangelo Buonarroti

Michelangelo Buonarroti

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Tanto Adán como Eva tratan de disculparse ante Dios, en un estilo demasiado humano (Gen, 4,15). Adán: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí. O sea, no fui yo el culpable. Fue la mujer, y la que tú me diste. Eva: La serpiente me sedujo, y comí. Según la psicología junguiana, esta serpiente no representaría sino la sombra de la misma Eva, es decir, una parte de su inconsciente que se rebela contra la prohibición y muerde su propio anzuelo, haciendo que Adán también lo muerda.

Las consecuencias de esta historía, producto por cierto de una sociedad extremadamente machista, impregnan fuertemente a las religiones monoteístas. Y no pueden sino manifestarse en lugares comunes acerca de la condición de la mujer. A pesar de que los libros sagrados y la historia están llenos de mujeres que sobresalen por su fidelidad, por su carácter heroico, por su generosidad, por su compromiso con la comunidad, por su entrega al Altísimo. El ejemplo de éstas debería borrar de una vez por todas el efecto de aquel mito original.

El supremo modelo de mujer, el verdadero, lo conocemos. A partir de él, el modelo de Eva ha quedado obsoleto..

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Bartolomé E. Murillo – La Inmaculada Concepción

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El más perfecto es el de María, la madre de Jesús de Nazaret. Suma de perfecciones. De humildad, de inocencia y de pureza, de perfecta sintonía con la providencia divina, de perfecta sumisión y obediencia, por lo tanto, de amor y de entrega ilimitada. Así como la Eva del Génesis hace paladear a la humanidad el venenoso encanto del fruto prohibido, María la restaura con el fruto bendito de su vientre, el Mesías anunciado por los profetas, el Redentor. En otros artículos de de Todo el Oro del Mundo he destacado el reconocimiento que a esta mujer sublime y Reina de los Cielos han dedicado poetas de la estatura de Dante, Goethe o  T.S. Eliot. Por favor, ganen unos minutos en leerlos, pues dicen de una verdad que nace en lo profundo del alma humana.

Vergine madre, figlia del tuo figlio/ umile e alta più che creatura,/ termine fisso d’eterno consiglio/ tu se’ colei che l’umana natura/ nobilitasti si… (Virgen Madre, hija de tu hijo/ la más humilde y alta de las creaturas/ término fijo de la eterna voluntad/ tú eres quien la humana naturaleza ennobleciste…)  Así se dirige a ella Dante Alighieri en el Canto XXXIII del Paraíso. Y Goethe, en la escena final de su Fausto: Höchste Herrscherin der Welt,/ lasse mich im blauen,/ Ausgespannten Himmelszelt/ Dein Geheimniss schauen! (¡Sublime Señora del mundo,/ deja que contemple tu misterio/ en el fondo azul del cielo!). El misterio a que alude Goethe es el de la eterna femineidad de María.

Luego de haberle sido anunciado por el ángel que iba a ser madre del Salvador, en presencia de su prima Isabel, elevó al cielo un himno hermosísimo, conocido como el Magnificat, por la palabra inicial de su texto en la Vulgata latina.

Esta versión es en hebreo. La inscripción del himno que se muestra al principio se encuentra en la iglesia de la Visitación de Ain Karim, pequeña población cercana a Jerusalén en la cual, según la tradición, habría tenido lugar el encuentro entre María y su prima Isabel, la madre de Juan el Bautista.

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Alaba mi alma la grandeza del Señor/ y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador/ porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava;/ por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,/ porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo su nombre,/ y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen./ Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero./ Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes./ A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías./ Acogió a Israel, su siervo,/ acordándose de la misericordia/ -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos
(Lc 1, 46-56).

Este himno ha sido empleado muchas veces por los grandes compositores para elevar su propio canto de alabanza a la Reina de los cielos. Monteverdi, Buxtehude, Pachelbel, Charpentier, Bach y Vivaldi, entre los clásicos, Penderecki, Gorecki y Pärt, entre los modernos, han ideado músicas maravillosas para estos conmovedores versículos, que los cristianos hacemos nuestra oración para dirigirnos al Padre Eterno.

He elegido el Magnificat RV 611, de Antonio Vivaldi, para adicional ilustración musical de este artículo.

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(Magnificat anima mea Dominum,/ et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo,/ quia respexit humilitatem ancillae suae./ Ecce enim ex hoc beatam me dicent/ omnes generationes, quia fecit mihi magna/ qui potens est, et sanctum nomen eius,/ et misericordia eius/ a progenie in progenies timentibus eum./ Fecit potentiam in brachio suo,/ dispersit superbos mente cordis sui,/ deposuit potentes de sede,/ et exaltavit humiles,/ esurientes implevit bonis,/ et divites dimisit inanes./ Suscepit Israel puerum suum/ recordatus misericordiae suae,/ sicut locutus est/ ad patres nostros/ Abraham et semini eius in saecula.

Hoy día se celebra el día de la Inmaculada Concepción de María. Es el motivo de este artículo. Es la ocasión de repetir su himno con nuestros labios y con nuestros corazones, y de clamar desde nuestra más honda intimidad:

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Maria

ora pro nobis.

© Lino Althaner
2014

El deber más urgente

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Ester Gurevich – Ilustración para Pirkei Avot – פרקי אבות‎ – Máximas de los Maestros

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El deber más urgente de cada ser humano no se limita a imitar lo que otro, aunque fuere el más grande, ha realizado, sino que consiste en actualizar sus propias potencialidades, únicas, sin precedentes e irrepetibles. 


Martin Buber

 

© 2014
Lino Althaner

Imagine

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El hombre se habría salvado.
Moro o cristiano.
Judío o palestino.
Sería la hora del Mesías.
Por fin respiraríamos tranquilos.

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© 2014
Lino Althaner

In your still eyes

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In Your Still Eyes

in your still eyes
wide with terror
i see you
seized with fear
i see innocence
amidst confusion
i see the question
that they can’t answer
: why?

in your still eyes
i see your mother
near hysteria
screaming your name
over and over
i see her weeping
like a willow tree
sobbing
uncontrollably
her eyes pleading
begging silently
wake up baby
it’s mommy

in your still eyes
i see your father
rooted to the ground
unable
to make a sound
i see him
a complete wreck
mourning the child
he could not protect
but how he tried
God knows he tried

i see tears
of pure agony
as he rains kisses
on your lifeless body
i see his anger
i feel his pain
i hear him whisper
again and again
please baby
wake up for daddy
i bought a toy
for my little boy

in your still eyes
and hundreds like you
i see faith
unfaltered
i see strength
undefeated
for your eyes
they may be still
but you
my little one
are made of steel

in your still eyes
amidst the destruction
i see resistance
i see dignity
i see your people
standing tall
behind those walls

in your still eyes
i see you running
with arms wide open
in His garden
i see you smiling
i hear you laughing
your beautiful soul
finally free
for eternity

*

Just a poem, just a heart that beats, just a sound that whispers terror, blood and tears in vain.

© 2014
Lino Althaner

El origen del mal (Guía de perplejos, 3b)

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Así como la materia de que están hechos el hombre y todo aquello a lo que alcanzan sus sentidos, le impide ver a Dios, así también hay que atribuir a ella la causa de que el mal exista en el mundo. La materia está asociada a la privación, a la imperfección, a la degeneración y a la muerte, y el mal es precisamente eso, siendo capaz de asumir las mil caras de la privación que deriva de la imperfección material.

De ello podría deducirse una voluntad divina de introducir el mal en el mundo. Sin embargo, a juicio de Maimónides, ello debe del todo descartarse. Pues todo lo que emana de él, de su esencia divina, es el sumo Bien.

maimonides

Explica el autor de la ‘Guía de Perplejos’ que todo aquello no dotado por Dios de materia -así los seres puramente espirituales, los ángeles, por ejemplo- no adolece en cambio de ningún mal.  Y es en esta creación de lo puramente espiritual donde se revelaría la acción divina directamente y en toda su integridad, como perfección, como Bien que emana del puro Ser de Dios. Con respecto a la creación material agrega, sin embargo, que «el Libro que iluminó las tinieblas del mundo dice textualmente: ‘Y vio Dios ser bueno cuanto había hecho’ (Gen 1, 31), porque aun el ser de esta materia inferior cuya destino es el de ir asociada a la privación, que entraña la muerte y todos los males, a pesar de todo también es un bien en orden a la perpetuación de la generación y la permanencia necesaria del ser. Y porque

‘Nada malo desciende desde arriba’.
(B’reshith Rabba: בראשית רבה)

Me parece que lo que Maimónides quiere decir habría que entenderlo de la siguiente manera: La materia de que está hecho el mundo tiene sus propias leyes, provenientes del diseño cósmico original, pero establecidas para funcionar por sí solas, libremente, merced a una lógica en cuyo conocimiento el hombre tiene que avanzar. Ahora bien, en lo que se refiere a la materia de que está hecho el hombre ella lleva anexa también, entre otras capacidades que lo hacen distinto de los demás seres vivos, una significativa autonomía, una decisiva libertad, el libre albedrío.. De la forma en que operen -independientemente de Dios- las leyes de la naturaleza y de la manera en que el hombre ejerza su libre albedrío y se relacione con la naturaleza, dependerán la manera y la medida en que el mal se concrete en el mundo. Dios no introduce el mal. Solo introduce la posibilidad de que el mal pueda llegar a existir, siempre que el hombre no esté a la altura de su dignidad, despreciando el conocimiento o despreciando la voz de la naturaleza..

Así, pues, una buena parte de los males que amargan la vida humana derivan de tendencias, pasiones y sentimientos  que se expresan desmesuradamente por motivo de la falta de conocimiento. El mal sobre la tierra es, por lo tanto, producto de la ignorancia.

«Como el ciego, por la falta de visión, constantemente tropieza, causando también lesiones a los demás, si no tiene a quien le guíe por su camino, de igual modo las diversas facciones humanas y cada individuo, en la medida de su ignorancia, se infligen, a sí mismos y a los demás, graves males, que pesan sobre su linaje. Si estuvieran en posesión de la ciencia,… sentiríanse refrenados de dañarse a sí mismos y a los otros, por cuanto el conocimiento de la verdad retrae de la enemistad y del odio, y evita que los humanos se hagan daño mutuamente. Ya lo atestiguó quien dijo: ‘Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito…, la vaca pacerá con la osa…, y el niño de teta jugará junto a la cueva del áspid’, (Is 11, 6-8), precisando que la causa de la eliminación de esas enemistades, discordias y tiranías, será  el conocimiento que los hombres tendrán entonces -al fin de los tiempos- de la realidad de Dios».

Pues, agregaría por mi parte, hasta que el hombre no tenga ese pleno conocimiento, no será capaz de tomar conciencia total de su dignidad, ni conocerse a sí mismo de manera integral, ni poner por encima de tanta torpeza y necedad, la bondad derivada de su no reconocida semejanza divina.

Manuscrito de la Mishné Torah, firmada por Maimónides (Universidad de Oxford), obra suya tan importante como la Guía de Perplejos

Manuscrito de la Mishné Torah, firmada por Maimónides (Universidad de Oxford), obra suya tan importante como la Guía de Perplejos

Contradiciendo la opinión de que el mal se impone sobre el bien en el universo, el sabio cordobés arguye que ese error deriva de una falta de perspectiva, frecuente en los hombres ignorantes. Es que tal clase de hombres, explica, suelen imaginarse al universo como si existiera solo para él. Sin percatarse de su insignificancia, deduce del mal que le ocurre o que afecta a algunos individuos de la especie humana,una maldad abrumadora y casi generalizada. Y lo hace sin siguiera pasársele por la mente todas las múltiples clases de bien de que la vida está repleta, ni menos el que impera sin contrapeso en las esferas superiores. El bien mismo de la existencia, unido a todas las cualidades y potencias con que el Hacedor ha distinguido a la humana criatura, serían entonces por sí solas un beneficio suficiente, digno de agradecimiento.

E insiste en lo que ya adelantara la cita anterior:

«La mayoría de los males que recaen sobre los individuos se deben a ellos mismos, esto es, a los imperfectos miembros de la especie humana. Por nuestras deficiencias nos lamentamos e imploramos ayuda; por los males que nosotros mismos nos acarreamos, por propia voluntad, nos dolemos y los atribuimos a Dios (¡lejos tal cosa de nosotros!), conforme él ha proclamado en su Libro: ‘¿Si destruye, es atribuible a él? No, a sus hijos, que son los mancillados’ (Dt 32,5). Salomón expone la misma idea, diciendo: ‘La necedad del hombre tuerce sus caminos, y contraיהוה ‎ irrita su corazón’ (Prov 19,3).

Tres clases de males afligen al hombre, según Maimónides:

Primeramente menciona los que le advienen por el solo hecho de estar dotado de materia. Y cita en esta parte a Galeno (s. II):

«No te dejes seducir por la vana ilusión de que pueda formarse de la sangre menstrual y el esperma un animal que no muera ni sufra, que esté en perpetuo movimiento, o sea resplandeciente como el sol».

Lo máximo a que pueden aspirar la sangre y el esperma es la especie humana, compuesta de entes vivos, racionales y mortales; por consiguiente, es en ella obligada la existencia de este tipo de males. No hay nacimiento sin corrupción. No hay humano que sea inmune a las enfermedades, a los accidentes, a las catástrofes naturales -sismos e inundaciones, por ejemplo-  al sufrimiento y a la muerte.

Tumba de Maimónides en Tiberias, Israel

Tumba de Maimónides en Tiberias, Israel

Pero hay que puntualizar que esta especie de males no es de diaria ocurrencia. «Encontrarás ciudades que desde hace miles de años no han sido anegadas ni pasto del fuego, millares de personas que nacieron en perfecta sanidad» en tanto que solamente por anomalía nace un ser anómalo. Y hay hombres que viven largos años sin padecer enfermedad.

Luego se refiere a los males que recíprocamente se infligen los hombres unos a otros, que son algo más corrientes que los anteriores, que derivan, de las guerras, las persecuciones, las discriminaciones, los abusos de toda clase que los hombres suelen idear. Y por fin trata de los males más comunes, que son los que más abundan. Son ellos los que arruinan al ser humano por su propia voluntad, por su propia acción o su propia imprevisión. Derivan de la desmesura en el actuar y en el ambicionar lo innecesario, que es lo más oneroso y difícil de obtener.

En el próximo artículo de esta serie seguiré ocupándome de ellos con algún mayor detalle, progresivamente admirado de la claridad con que el sabio cordobés expone sus ideas y de su sabiduría para compatibilizar su formación aristotélica racionalista y realista con su fe religiosa.

© 2014
Lino Althaner

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