Arya (2)

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Era entonces preciso que despertáramos y que refináramos la vigilia, tratando de acercarla cada vez un poco más a sus auténticas posibilidades. Sólo lo alcanzaban unos pocos, se decía, que mediante un deseo inquebrantable de gozo y de sufrimiento, los más intensos, y la fe inquebrantable, habían llegado a familiarizarse con lo indecible hasta el punto de ser dignos de beber el licor divino.

Elefante al estilo de Kalamkari en Andra Pradesh

Pintura en tela al estilo Kalamkari de Andra Pradesh, India

No nos inquietaba perpetuar nuestros hechos en crónicas o anales. Nos marcaba un enorme escepticismo acerca de todo simulacro de inmortalidad. Si medimos el tiempo de alguna manera, no lo hicimos por años sino por eones. Una arcana disciplina nos iluminaba, despertando la conciencia, procurando un conocimiento refinado. Los videntes aumentaban nuestra fortaleza, ardiendo en la experiencia de la lucidez, de la cercanía del dominio trasparente. Y quedábamos signados con un aura soberana, que nos ahorraba instrumentos de persuasión. Después de beber nuestros sacerdotes el divino licor -el soma, la ambrosía, el supremo objeto del deseo- la tierra y sus criaturas se volvían nuestros subordinados. Podían aquéllos matar con la mirada, hacer que se abriera la tierra, incendiar el universo. Accedían a la profecía. Y quienes eran poetas a la revelación.

Era toda nuestra vida una especie de liturgia. Llegamos a pensar que los dioses se acomodaban en torno a los altares de nuestros sacrificios. Que las ninfas celestiales nos visitaban y que a los dioses se unían nuestras mujeres, que daban a luz semidioses y santos. Nuestro océano más grande era el cielo. El camino del cielo se prolongaba en esta tierra como un inmenso torrente, que luego fluía desde la cumbre nevada eternamente y desde el otro río, el torrente que se desparrama por la cabellera divina. De la unión de la tierra con los cielos quería hacerse nuestro mundo, nuestra  vida, continua ceremonia sagrada. Una fiesta, un banquete en que los dioses y los antepasados bebieran con nosotros, con todo el pueblo, bajo la mirada atenta del que ve sin ser visto. Como había ocurrido alguna vez, según contaban los viejos.

Recordaban con pena el día en que los dioses dejaron de ser visibles a todo el pueblo. Yo en cambio soy testigo de cómo la presencia invisible de los dioses se vuelve cada vez más tenue. Y se transforma en ausencia. Y la ausencia se hace muerte. En poder de los monstruosos enanos que se han apoderado de la tierra, que de dioses casi se han quedado huérfanos.

 

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Es esta la segunda parte de un artículo en que he pretendido registrar muy libremente la impresión derivada de la lectura de dos libros de Roberto Calasso –Ka (Anagrama, 1999) y El ardor (Anagrama, 2016)- que incursionan de manera fascinante en los mitos y creencias de los Arya (nobles), esto es, el pueblo de los indoarios, en el seno de cuya cultura se producen los Vedas, los Brahmanas y los Upanishads, libros sagrados de las religiones de la India, hinduísmo y budismo.

 

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© Lino Althaner
2017

 

 

 

 

 

 

Arya (1)

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Después de cruzar los más áridos desiertos, llegamos desde más allá de las montañas, las más altas. Encontramos el gran río y más allá la espesura, que parecía no tener fin. Nuestra primera tarea: hacer claros en la selva, espacio para los altares, pasto para los rebaños. El fuego nos abrió camino. Eramos devotos del fuego.

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No eran duraderas nuestras moradas. No hicimos palacios ni templos. Nuestro templo estaba en todas partes, dondequiera fuera posible erigir un altar y celebrar una liturgia que como pájaros nos impulsara, como ángeles hacia el cielo, en un viaje certero. No construimos murallas defensivas. Solía hacernos escolta una tropa de guerreros escogidos, amedrentadores en sus armaduras y en sus espadas, en sus aladas cabalgaduras, en sus carros de fuego. Pero eramos en esencia pacíficos pastores; además, vagabundos incansables, cazadores de horizontes, de océanos, de soles, buscadores inquietos, no tanto de cetros ni de coronas, sino más bien de regiones interiores, aquellas que alentaban en la mente de los hombres según nuestros videntes. Soñábamos en construir un imperio sobre ellas.

Es verdad que no dejamos vestigios materiales. Aunque sí la memoria de unos ritos, unos himnos, unas sabias aproximaciones, unas bellas historias: un todo hecho de sueños, de visiones, de reflejos. Y también la memoria de una lengua, con la cual nos hacíamos naves capaces de alcanzar el cielo por el torrente del canto y de la melodía.

Prescindimos de iconos, de piedra, de metal o de madera. Veíamos en nuestro pensamiento la imagen de todos los dioses. Pero solo percibíamos como un reflejo, luminoso pero incierto, la presencia del desconocido, el ser inmanifiesto a que todo está sujeto, cuyos ojos nos miran, que es la trama sobre la cual están tejidos el espacio y el tiempo. Adivinábamos su aliento en las piedras, en los bosques de mangos, pipales y tamarindos, en los animales, antílopes, caballos, elefantes, hormigas. ¿Pero ver a los dioses cara a cara, percibir a lo menos su aliento, escuchar el eco de sus voces o posar nuestros pies sobre sus huellas? ¿Contemplar las espaldas del desconocido? Tampoco era entonces cosa fácil. Para ello debíamos dejar de ser lo que somos los hombres de ordinario: espectros soñolientos, sumidos en la pequeña rutina como aturdidos, rodeados de las cosas y los casos ilusorios e inciertos de la existencia, miedosos y confundidos.

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Este texto es la primera parte de un artículo en el que he pretendido registrar libremente la impresión derivada de la lectura de dos libros de Roberto Calasso –Ka (Anagrama, 1999) y El ardor (Anagrama, 2016)- que incursionan de manera fascinante en los mitos y creencias de los Arya (nobles), esto es, el pueblo de los indoarios, en el seno de cuya cultura se producen los Vedas, los Brahmanas y los Upanishads, libros sagrados de las religiones de la India, hinduísmo y budismo.

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De Buda se dice que pronunció las siguientes palabras:

“Oh Rey, hay un país en las pendientes nevadas del Himalaya cuyo pueblo está dotado de riqueza y valor, y se ha asentado en la frontera de Kosala. Por clan son arios de la raza solar, shakyas por nacimiento. De esa familia procedo, y no deseo cosas mundanas …”

 

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© Lino Althaner

 

 

El poder de la mente

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El hombre puro, sentado en su casa y pensando los rectos pensamientos, será oído a mil millas de distancia.

Proverbio chino

Christopher Beikmann

Christopher Beikmann


No importa cuan alejado estés y cuan solitario te sientas; si realizas tu trabajo a conciencia y verdaderamente, amigos desconocidos te buscarán y llegarán a tí.

Proverbio alquímico

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Solamente aquellos que han aprendido el arte de retirar sus ojos de la luz cegadora de las opiniones corrientes y que cierran sus oídos a los slogan efímeros, pueden recobrar lo esencial.

Carl Gustav Jung

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Los textos seleccionados corresponden a una carta de Carl Gustav Jung al escritor, poeta y diplomático chileno Miguel Serrano, entonces embajador en la India. Está fechada el 14 de septiembre de 1960, ocho meses antes del fallecimiento del psiquiatra y psicólogo suizo, y se incluye, junto con otros interesantísimos documentos, en el libro de Serrano El círculo hermético (Editorial Kier, Buenos Aires 2004), en que relata su experiencia de amistad con Jung y Hermann Hesse, unidos los tres por su su empeño en preguntarse acerca de los misterios insondables del alma humana y del eventual poder de la filosofía oriental como instrumento para enriquecer la civilización cristiana de occidente.
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Los traigo a colación por su relación con la lectura del Libro Rojo, de Jung, que he comenzado recientemente.

Los dos primeros proverbios dicen, a mi entender, del supuesto poder de la mente profunda del hombre iluminado para proyectarse hacia otras mentes sin límites espaciales ni temporales, merced a su capacidad de engendrar imágenes que se atesoran en el inconsciente colectivo de la humanidad para surgir, inspirar y dar su fruto en el momento justo. Es un poder que sería capaz de generar secretas cadenas de amistad dispuestas a hacerse de pronto evidentes.   

El tercer texto es un comentario de Jung a un proverbio engañoso: Vox populi, vox dei, mayúscula trampa para quien aspire a aproximarse siquiera levemente a la verdad en cualquier orden de cosas.



© Lino Althaner

2014

Siervo y señor

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La subordinación y la autonomía absolutas tienen lugar al unísono. Así, en su ensayo La libertad del cristiano pudo afirmar Martín Lutero:

El cristiano es un hombre libre, señor de todo y no sometido a nadie,


y al mismo tiempo


El cristiano es un siervo, al servicio de todo y a todos sometido.

Ford Madox Brown (1821-1893) - Jesús lava los pies a Pedro

Ford Madox Brown (1821-1893) – Jesús lava los pies a Pedro


Comenta sobre el particular el filósofo japonés Keiji Nishitani en su obra La religión y la nada:

Porque, sólo quien regresa a la fe en el fundamento de Dios y recibe la libertad como señor sobre todas las cosas, puede convertirse en siervo de todas ellas allí donde niega su yo y su autonomía como sujeto. Y a la inversa: sólo aquel que ha negado su yo y puede ser siervo de todas las cosas, es capaz de ser, en el fundamento de Dios, señor de todas las cosas…

Un punto de vista como éste se revela a través de una negación absoluta que hace del yo una nada cuando regresa al fundamento de Dios, y a través de una afirmación absoluta por la que recibe la vida en el amor de Dios. 

Ford Madox Brown (1821-1893) - Jesús lava los pies a Pedro


La razón y la intuición me dicen de la verdad de las afirmaciones anteriores. De serlo, no serían válidas tan solo para el cristiano: que sometido al suave yugo de la negación de sí mismo y del servicio a los demás, sería capaz de alcanzar la suprema realidad, la que otorga el dominio sobre todas las cosas y la completa libertad.  Que el anonadamiento en el inefable fundamento de la divinidad engendra señorío. Que el completo señorío exige anonadamiento y genera máxima disponibilidad.

Una voz potente me dice que sí:

Que en el vacío de mí mismo, allí puedo encontrarme con el reino de los cielos.

Que en la servidumbre descubriría la entera libertad.

Que solo hallaría auténtica plenitud  en el anonadamiento.


Jesus Washing Peter's Feet 1852-6 by Ford Madox Brown 1821-1893


La paradoja está en la esencia de la fe, y no sólo de la cristiana. La violencia de la paradoja, de la cual tantos ejemplos se podrían traer a colación  -posiblemente, en un artículo futuro, sirve al propósito de entender la extremidad de la exigencia religiosa cimentada en el amor y la compasión.  

Imitar al Señor es vivir la sublime paradoja,, la redentora contradicción.

© Lino Althaner
2014

¿La mayor dificultad?

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Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis en particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 43-48).

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British Library (Add Ms 28815)

British Library (Add Ms 28815)


Hay dos aspectos a destacar de este pasaje.

El primero es el mandato de amar a los enemigos tanto como a los amigos, presentado como la manera de llegar a ser perfectos como Dios. En el budismo se conoce como el amor indiferenciador entre enemistad y amistad. 

El segundo aspecto es el ejemplo citado como perfección: que Dios haga salir el sol sobre buenos y malos, y a la lluvia caer sobre justos e injustos. Este fenómeno revela una especie de indiferencia de la naturaleza, pero no se trata de una indiferencia fría e insensible, sino de amor. 

Es un amor indeferenciador que trasciende las distinciones que hace el hombre entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto.


Keiji Nishitani (1900-1990)

La religión y la nada (Siruela, 1999)

© Lino Althaner
2014

Deus ineffabilis

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El haiku que ilustraba la entrada de ayer se relaciona con un concepto cuya asimilación racional exige ciertamente un esfuerzo importante. El postulado de que la posibilidad de existencia del ser descansa en el vacío es, en efecto, una abstracción intelectual para nada relacionada con la experiencia común y corriente. Igualmente la idea de que ese vacío, esa ausencia de ser, es el solo lugar donde puede ser hallada la divinidad, entendida como la suprema radicalidad, aquella en que toda realidad se sustenta.

Original de Rainer Sturm

Original de Rainer Sturm


Teología negativa o apofática es la que afirma que de Dios, el esencialmente trascendente y del todo distinto a entidad alguna que el hombre pueda imaginarse en el terreno del ser, ningún atributo positivo se puede afirmar. Solo es posible referirse a él por medio de negaciones. Dios es, entonces, lo imposible de expresar en palabras -lo inefable-, lo que no tiene principio ni fin -lo increado, lo eterno- y que carece de todo límite -lo ilimitado, lo todopoderoso-, lo que no es susceptible de ser aprehendido por los sentidos -lo inaprehensible, lo invisible. Dios, conforme a esta visión, la suprema radicalidad que permite que cada ente sea, no obstante que él mismo, por pertenecer a un ámbito de orden completamente distinto, no sería propiamente una entidad ni tendría propiamente un ser. en el sentido en que de un ser humano se puede predicar que, en su condición de ente, es.

A este Dios, que es lo absolutamente otro en el vacío, el hombre solamente puede hallarlo en el vacío, en aquel «fondo -como dice Ramón Panikkar en su libro El silencio de Buddha– que es lo que fundamentalmente somos y que es idéntico, al mismo tiempo, a lo que ‘otro’ hombre pueda experimentar: aquel fondo que constituye lo más profundo de cualquier hombre, como lo puede comprobar quien haga tal experiencia; aquella hondura se vive, percibe, siente intuye, como el fundamento único de todas la cosas… y que no se agota en ninguna de ellas,… pues es un ‘trasfondo’ sin fondo». Solo en la inmediatez de ese trasfondo es posible experimentar la radicalidad divina, una experiencia de lo absolutamente otro, de lo inefable. Una experiencia , como afirman los místicos, de la noche oscura, de lo inefablemente otro, oscuro por incomprensible.

San Gregorio de Nisa

San Gregorio de Nisa (siglo IV)


Yo estaba pensando en un párrafo para presentar unos poemas apofáticos de Angelus Silesius, un personaje que ha aparecido en algunas entradas anteriores del blog. Pues bien llevo tres párrafos y no he avanzado demasiado. Espero que a alguno de mis lectores les sirvan, si les resultan interesantes, para aclarar sus ideas. Dejaré por lo tanto los poemas del Peregrino Querubínico para el próximo artículo, contentándome por ahora con citar unos párrafos de San Gregorio de Nisa:


El verdadero conocimiento… y la verdadera visión consisten en ver que él es invisible.


Lo que hay que conocer acerca de Dios consiste en saber que conocerlo
no es otra cosa 
que descubrir que nada de lo que la mente humana puede
conocer acerca de Dios es 
conocer a Dios.


Este modo de acercarse a la trascendencia está muy emparentado con el budismo. Es lo que explica Panikkar en su libro. Es lo que da a entender Angelus Silesius en sus poemas.

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También la música, si es música en serio, nos dice de lo inefable, de lo que permanece oculto en el misterio. Este motete -Veni Sancte Spiritus- es del compositor inglés John Dunstable (1390-1453).


© Lino Althaner
2014

El sonido del rocío

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Ahora que soy sordo

puedo oír claramente 
el sonido del rocío.


(Now that I am deaf/ I can hear clearly/ the sound of the dew).

 

Sumido en el vacío, el hombre es capaz de acceder a la esencia misteriosa de sí mismo, para desde allí quedarse contemplando el ser, la esencia de las cosas y la esencia de sí mismo. 

Este haiku, de autor desconocido, lo hallé citado en el libro La religión y la nada, del filósofo de la escuela de Kioto Keiji Nishitani (1900-1990). A juicio de este, el breve ilustra la potencia de la supraconciencia, que trasciende lo consciente y lo inconsciente, que se vive en la cercanía del sí mismo, el vacío de toda figura y de todo concepto. Nishitani, es un filósofo nihilista en el sentido de Eckhart y de Heidegger, que cree por lo tanto que la posibilidad de la existencia del ser descansa en el vacío. Se encuentra influido poderosamente por el pensamiento cristiano occidental pero desarrolla su filosofía en el ámbito del budismo.


© Lino Althaner
2014

Maimónides y el Mesías, Jesús de Nazaret

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Conocida de los lectores de este blog es mi intuición de que existe una sabiduría -‘philosophia perennis’, la llamaba Aldous Huxley- que se manifiesta en la forma de creencias, principios y valores que son comunes a todo sentimiento religioso, y en una espiritualidad que se empina por sobre el dogmatismo estrecho que suele caracterizar a las religiones institucionalizadas. Aun cuando son múltiples los lazos que las unen, no siempre hay mucho interés en destacar su importancia: porque, puestos ellos de manifiesto, dejan de tener sentido las divisiones, fundamentadas a veces en aspectos secundarios. En todo caso, el sueño de unir a la humanidad en una espiritualidad que sea capaz de unificar las formas opuestas, sigue siendo válido. Tal vez más válido que nunca en estos días.

Con esa idea en la mente es que he reflexionado en torno a las religiones, pero sobre todo acerca de las tendencias de carácter místico que se revelan tanto en Oriente o en Occidente como dotadas de una fuerza y de una amplitud capaces de aglutinar en vez de dividir. Con ese espíritu he escrito tanto sobre la mística judía como sobre el sufismo de los musulmanes y la espiritualidad cristiana presente en  figuras tan universales como las del Maestro Eckhart, de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de  Ávila. Me he remontado también a las intuiciones del gnosticismo primitivo y, asimismo, por cierto, a los tesoros del el taoismo y el budismo.

Recientemente he estado ocupado en la lectura de Maimónides, el sabio judío, filósofo y maestro de la ley religiosa, nacido en España en el siglo XII y que escribió en árabe su famosa obra «Guía de Perplejos». Un maestro de la interpretación racional, que pone de manifiesto la insuficiencia del lenguaje para representar las cosas de Dios y que descubre la alegoría, la analogía y el espíritu que anima las palabras donde otros se quedan en la pura literalidad. Alguna huella de esos estudios ha quedado impresa en este sitio.

Dibujo por Elhanan Ben-Avraham (http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018) Elhanan Ben-Avraham: José y sus hermanos –    No podría acaso representar también a Jesús y sus discípulos
(http://www.jerusalemperspective.com/8770/art-018)

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Con motivo de tales investigaciones, me he topado con un artículo del estudioso D. Thomas Lancaster que analiza la manifestación de una tendencia judía que no debería parecernos tan extraña: la de considerar a Jesús de Nazaret como el verdadero Mesías. Digo que no me parece extraña por la evidencia de que Jesús de Nazaret era judío de tierra y de religión. Se expresa como judío, lee las Escrituras en las sinagogas  y una buena parte de su legado más preciado se encuentra de alguna manera ligada a enseñanzas ya expresadas, tal vez con menos fuerza, en la Torah, los Profetas y los Escritos, esto es, en los libros del Antiguo Testamento. Solemos olvidar lo que debería servirnos también para iluminar nuestros puntos de vista acerca de la religión judía. También olvidamos que los primeros creyentes en la mesianidad de Jesús se consideraban plenamente judíos.

He traducido dicho artículo del inglés. Se títula ‘¿Qué tienen en común Maimónides y Jesús de Nazaret?’ Se refiere a un rabino que creía en Jesús de Nazaret. Lo he hallado en el sitio First Fruits of Zion y lo pongo a disposición de mis lectores:

«Cuando Rabbi Isaac Lichtenstein, rabino distrital de la ciudad húngara Tapioszele, confesó abiertamente su fe en Jesús de Nazaret como el Mesías (Cristo) prometido, se desató una tormenta. Su hijo mayor, Emanuel Lichtenstein, escribió a su padre una afligida carta en la cual sometía su decisión a una serie de agudos cuestionamientos. Entre las objeciones expresadas por Emanuel a su querido padre estaba la concerniente al rechazo histórico formulado por el judaísmo a Jesús. ¿Porque, si Jesús fuera efectivamente el Mesías, cómo se podía explicar que las grandes luminarias del judaismo tradicional no solamente hubieran desconocido el hecho, sino que se opusieran activamente contra esa posibilidad? El siguiente es un pasaje de la respuesta de Rabbi Lichtenstein a su hijo, traducido al inglés por David Baron en su escrito «Las dos cartas, o Lo que yo opino».

Rabbi Isaac Lichtenstein

Rabbi Isaac Lichtenstein

«Esta es la respuesta de Rabbi Lichtenstein:

«Lejos esté de mí, hijo mío, desafiar ligeramente la voz del pueblo. Generalmente inclino humildemente la cabeza ante las luces de Israel, guardianes incansables de los muros de Sión, que afirman lo divino en la fe, iluminan la razón, perfeccionan los corazones, purifican la moral, y mantienen la verdad pura y no adulterada de la alianza.

«¿Sin embargo, fue la voz de Dios la expresada por el pueblo que rechazó a Jesús de Nazaret, un gran reformador en el ámbito del judaísmo, que no buscaba ciertamente destruir el judaismo, sino más bien renovar el antiguo templo de la religión, para que esta pudiera resistir mejor los huracanes de la historia?

«¿Fue la voz de Dios la que repudió a Moisés ben Maimón (Maimónides), cuyo código religioso se ha mantenido indiscutible por siglos, cuya autoridad es incontrovertida, invencible, y cuyos trece artículos de fe han adquirido el caracter de dogma en todo Israel? ¿Fue la voz de Dios la que se expresó cuando el pueblo persiguió y censuró a Maimónides, lo calificó de herético y de engañoso, de falso maestro, y quemó sus escritos y profanó su tranquila tumba, arrojando sobre ella barro y piedras? E incluso hubo grandes héroes del espíritus, luce excelsas de Israel, tales como Rabbi Abraham ben David, Rabbi Salomo of Montpellier, que excitaron entonces al pueblo a la desconfianza y a la furia.

«¿Fue la voz de Dios la que por medio del pueblo rechazó al mejor y más noble de los hombres, el más profundo talmudista de todos los tiempos, el gran hombre dotado de la visión propia de un águila y de una flexibilidad  intelectual poco usual, fue en verdad la voz de Dios la que anatematizó a Rabbi Jonathan Eibeschutz, de cuya mundialmente famosa escuela salieron miles de jóvenes que luego serían eminentes rabinos, y que todavía brilla en Israel como estrella de primera magnitud? ¿Fue verdaderamente la voz de Dios la que se expresó cuando Eibenschutz fue expulsado de la comunidad de Israel, privado de su oficio de rabino, sospechoso de ser cristiano de manera oculta y denunciado como seductor del pueblo, denostado e indicado con el dedo? E incluso hubo hombres renombrados y famosos, como Rabbi Jecheskiel Landau y Rabbi Jacob Emden, que encendieron contra él el fuego devorador del odio y la discordia y luego celosamente lo avivaron.

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«¿Y acaso, en fin, fue la voz de Dios la que se pronunció cuando el pueblo persiguió a aquel sabio de Dessau, Moisés Mendelssohn, con pasión fundamentalista, anatematizando así la vida de quien fue, hasta el autosacrificio, incansable y magnánimo servidor de su pueblo, y cuya obra por la liberación y renovación de Israel, fue tan duradera y exitosa que hasta el día de hoy, después del transcurso de una centuria, todo Israel lo proclama como suyo. Y fueron también hombres prudentes y razonables, escogidos, luces de Israel, quienes artificialmente crearon la reacción contra sus obras, especialmente contra su incomparable traducción de los cinco libros de Moisés.

«Me podría perder en el infinito si quisiera mencionar todos los hombres piadosos y buenos cuya existencia, sin embargo de haber consagrado sus vidas y capacidades a la santificación del Nombre Divino y a la salvación de Israel, fue amargada por la gran ingratitud de su pueblo, que solo empezó a acordarse de ellos, lamentarse y mostrarse arrepentido, cuando ya era demasiado tarde, mucho después que sus huesos se habían vuelto polvo. Sin embargo, no haré reproches a mi pueblo por este motivo, pues esta resistencia a todo lo novedoso, a lo nunca antes escuchado, es un planta venenosa, que estrepitosamente crece en la tierra empapada de sangre de todas las religiones.

«Prefiero decir en honor del judío que su sentido práctico y sobrio ha sabido, en alguna medida, hacer justicia a sus grandes y excelentes pero malentendidos y perseguidos benefactores, y ha tejido perfumadas coronas de flores alrededor de las mismas famosas cabezas otrora coronadas de espinas. Asimismo, estoy firmemente convencido que Jesús aparecerá en algún momento a los judíos como una gloriosa y radiante estrella, como el genio de la humanidad, el ancla que nos salva de las tormentas de la historia, el sol de la fe pura, que se renueva y se renovará definitivamente en la gloria celestial.

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Jesús Nazareno, rey de los judíos – Nótese que las primeras letras en hebreo corresponden a las del tetragrama (יהוה) con que se expresa el nombre impronunciable de Dios, según el judaísmo

«Pues derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquel a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito’ (Zacarías 12, 10-11). Y porque tal como explica un maestro del Talmud: ‘Llorarán amargamente al Mesías, el hijo de José, que fue ejecutado’ (Sukkah 52). Muros que parecen como una división poderosa entre judíos y cristianos, entre clases y razas, entre empleados y empleadores, entre amos y sirvientes, entre Dios y el hombre, caerán a su paso».

Muy extensamente podríase comentar acerca de este hermoso texto. En la imposibilidad de hacerlo a cabalidad, rescatemos a lo menos dos mensajes que nos deja, para a lo menos considerarlos.

El primero nos dice de ciertas cosas en las que no hay que confiar ciegamente cuando se trata del ámbito religioso y espiritual. Una de ellas, la voz del pueblo. En ella se apoyaron quienes mataron a Jesús. Tampoco debería, a mi juicio, acatarse ciegamente la voz de una tradición inflexible, por mucho que sea afirmada por sabios maestros, ya que su origen no siempre arranca de un pasado del todo cristalino.  En las cosas de Dios, el hombre ciertamente es ilustrado por las grandes enseñanzas, pero en definitiva es la luz del espíritu la que debe iluminar a su libre albedrío a la hora de ejercer una opción.

El otro mensaje se refiere a la hermandad religiosa. La hermandad es más que mera tolerancia, es comprensión de la chispa de verdad que brilla en la fe del otro. Es también aceptación de la relatividad de todo conocimiento humano en su acercamiento a lo sobrenatural y absoluto. Así, si la hermandad ha de ser predicada con respecto a judíos y cristianos, debe serlo también entre ellos y musulmanes, y ciertamente, asimismo, entre las tantas denominaciones que se manifiestan en cada uno de estos grandes monoteismos, cada una proclamando muchas veces la posesión absoluta de la verdad.

Y esto no debe afirmarse solo de las religiones que fluyen del tronco semita. También del budismo, del taoismo, del hinduismo, y de las demás, cuando se manifiestan como una búsqueda sincera, bien intencionada y no fundamentalista de lo divino.

© 2014
Lino Althaner

Los locos aseguran que están cuerdos

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Los TORPES hablan de sus COSAS

 
Los LETRADOS, de sus CONOCIMIENTOS
 

 
Los PEQUEÑOS hablan de LOS DEMÁS
 

 
LOS SABIOS comentan su IGNORANCIA
  

 
Los SANTOS comunican su SILENCIO

  *  

 
Los CUERDOS se preguntan si están LOCOS
 

 
Los LOCOS aseguran que están CUERDOS
  



 
© Lino Althaner
2012
2.
2012

Del artista indio Sakti Burman

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Esta pintura es del artista indio Sakti Burman (n. 1938). Me parece fascinante ese universo que presenta, con sus formas sinuosas de sus figuras y su múltiple colorido, un tanto desvaído. Algo en mi interior se conmueve con estas obras de arte, tal vez la huella o el eco de un recuerdo muy antiguo grabado en la hondura de mi inconsciente. ¿Hay alguien que pinte cosas semejantes en Occidente? Infórmenme si saben, queridos amigos de este blog. ¿O es que nuestra cultura -de origen indoeuropeo- ha perdido la memoria de una de sus porciones constitutivas?

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Y mañana espero tenerles el comentario prometido sobre el Tao Te King (capítulo III). Es decir que después del de mañana, 
solo me quedarán por hacer
78
comentarios.

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© 2012 Lino Althaner  

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