La subordinación y la autonomía absolutas tienen lugar al unísono. Así, en su ensayo La libertad del cristiano pudo afirmar Martín Lutero:
El cristiano es un hombre libre, señor de todo y no sometido a nadie,
y al mismo tiempo
El cristiano es un siervo, al servicio de todo y a todos sometido.

Ford Madox Brown (1821-1893) – Jesús lava los pies a Pedro
Comenta sobre el particular el filósofo japonés Keiji Nishitani en su obra La religión y la nada:
Porque, sólo quien regresa a la fe en el fundamento de Dios y recibe la libertad como señor sobre todas las cosas, puede convertirse en siervo de todas ellas allí donde niega su yo y su autonomía como sujeto. Y a la inversa: sólo aquel que ha negado su yo y puede ser siervo de todas las cosas, es capaz de ser, en el fundamento de Dios, señor de todas las cosas…
Un punto de vista como éste se revela a través de una negación absoluta que hace del yo una nada cuando regresa al fundamento de Dios, y a través de una afirmación absoluta por la que recibe la vida en el amor de Dios.

La razón y la intuición me dicen de la verdad de las afirmaciones anteriores. De serlo, no serían válidas tan solo para el cristiano: que sometido al suave yugo de la negación de sí mismo y del servicio a los demás, sería capaz de alcanzar la suprema realidad, la que otorga el dominio sobre todas las cosas y la completa libertad. Que el anonadamiento en el inefable fundamento de la divinidad engendra señorío. Que el completo señorío exige anonadamiento y genera máxima disponibilidad.
Una voz potente me dice que sí:
Que en el vacío de mí mismo, allí puedo encontrarme con el reino de los cielos.
Que en la servidumbre descubriría la entera libertad.
Que solo hallaría auténtica plenitud en el anonadamiento.

La paradoja está en la esencia de la fe, y no sólo de la cristiana. La violencia de la paradoja, de la cual tantos ejemplos se podrían traer a colación -posiblemente, en un artículo futuro, sirve al propósito de entender la extremidad de la exigencia religiosa cimentada en el amor y la compasión.
Imitar al Señor es vivir la sublime paradoja,, la redentora contradicción.
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© Lino Althaner
2014
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