Nuestra colega y amiga Rosa de los Vientos, a propósito de la penúltima entrada de este blog, comentaba apesadumbrada acerca de la prejuiciosa tradición que suele asociar no pocos males a la belleza seductora de la mujer. Y yo le contestaba con una obviedad: recordándole la relación de ese tópico con la historia veterotestamentaria según la cual la seducción del primer hombre por su mujer, que indujo a este a gustar del fruto prohibido, desobedeciendo así el mandato divino, que significó nada menos que la pérdida del paraíso para la humanidad y la entrada de ésta en el ámbito del pecado y la imperfección.
Michelangelo Buonarroti
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Tanto Adán como Eva tratan de disculparse ante Dios, en un estilo demasiado humano (Gen, 4,15). Adán: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí. O sea, no fui yo el culpable. Fue la mujer, y la que tú me diste. Eva: La serpiente me sedujo, y comí. Según la psicología junguiana, esta serpiente no representaría sino la sombra de la misma Eva, es decir, una parte de su inconsciente que se rebela contra la prohibición y muerde su propio anzuelo, haciendo que Adán también lo muerda.
Las consecuencias de esta historía, producto por cierto de una sociedad extremadamente machista, impregnan fuertemente a las religiones monoteístas. Y no pueden sino manifestarse en lugares comunes acerca de la condición de la mujer. A pesar de que los libros sagrados y la historia están llenos de mujeres que sobresalen por su fidelidad, por su carácter heroico, por su generosidad, por su compromiso con la comunidad, por su entrega al Altísimo. El ejemplo de éstas debería borrar de una vez por todas el efecto de aquel mito original.
El supremo modelo de mujer, el verdadero, lo conocemos. A partir de él, el modelo de Eva ha quedado obsoleto..
Bartolomé E. Murillo – La Inmaculada Concepción
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El más perfecto es el de María, la madre de Jesús de Nazaret. Suma de perfecciones. De humildad, de inocencia y de pureza, de perfecta sintonía con la providencia divina, de perfecta sumisión y obediencia, por lo tanto, de amor y de entrega ilimitada. Así como la Eva del Génesis hace paladear a la humanidad el venenoso encanto del fruto prohibido, María la restaura con el fruto bendito de su vientre, el Mesías anunciado por los profetas, el Redentor. En otros artículos de de Todo el Oro del Mundo he destacado el reconocimiento que a esta mujer sublime y Reina de los Cielos han dedicado poetas de la estatura de Dante, Goethe o T.S. Eliot. Por favor, ganen unos minutos en leerlos, pues dicen de una verdad que nace en lo profundo del alma humana.
Vergine madre, figlia del tuo figlio/ umile e alta più che creatura,/ termine fisso d’eterno consiglio/ tu se’ colei che l’umana natura/ nobilitasti si… (Virgen Madre, hija de tu hijo/ la más humilde y alta de las creaturas/ término fijo de la eterna voluntad/ tú eres quien la humana naturaleza ennobleciste…) Así se dirige a ella Dante Alighieri en el Canto XXXIII del Paraíso. Y Goethe, en la escena final de su Fausto: Höchste Herrscherin der Welt,/ lasse mich im blauen,/ Ausgespannten Himmelszelt/ Dein Geheimniss schauen! (¡Sublime Señora del mundo,/ deja que contemple tu misterio/ en el fondo azul del cielo!). El misterio a que alude Goethe es el de la eterna femineidad de María.
Luego de haberle sido anunciado por el ángel que iba a ser madre del Salvador, en presencia de su prima Isabel, elevó al cielo un himno hermosísimo, conocido como el Magnificat, por la palabra inicial de su texto en la Vulgata latina.
Esta versión es en hebreo. La inscripción del himno que se muestra al principio se encuentra en la iglesia de la Visitación de Ain Karim, pequeña población cercana a Jerusalén en la cual, según la tradición, habría tenido lugar el encuentro entre María y su prima Isabel, la madre de Juan el Bautista.
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. Alaba mi alma la grandeza del Señor/ y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador/ porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava;/ por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,/ porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo su nombre,/ y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen./ Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero./ Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes./ A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías./ Acogió a Israel, su siervo,/ acordándose de la misericordia/ -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos (Lc 1, 46-56).
Este himno ha sido empleado muchas veces por los grandes compositores para elevar su propio canto de alabanza a la Reina de los cielos. Monteverdi, Buxtehude, Pachelbel, Charpentier, Bach y Vivaldi, entre los clásicos, Penderecki, Gorecki y Pärt, entre los modernos, han ideado músicas maravillosas para estos conmovedores versículos, que los cristianos hacemos nuestra oración para dirigirnos al Padre Eterno.
He elegido el Magnificat RV 611, de Antonio Vivaldi, para adicional ilustración musical de este artículo.
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(Magnificat anima mea Dominum,/ et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo,/ quia respexit humilitatem ancillae suae./ Ecce enim ex hoc beatam me dicent/ omnes generationes, quia fecit mihi magna/ qui potens est, et sanctum nomen eius,/ et misericordia eius/ a progenie in progenies timentibus eum./ Fecit potentiam in brachio suo,/ dispersit superbos mente cordis sui,/ deposuit potentes de sede,/ et exaltavit humiles,/ esurientes implevit bonis,/ et divites dimisit inanes./ Suscepit Israel puerum suum/ recordatus misericordiae suae,/ sicut locutus est/ ad patres nostros/ Abraham et semini eius in saecula.
Hoy día se celebra el día de la Inmaculada Concepción de María. Es el motivo de este artículo. Es la ocasión de repetir su himno con nuestros labios y con nuestros corazones, y de clamar desde nuestra más honda intimidad:
Profunda meditación acerca del tiempo y de la trascendencia, Cuatro cuartetos es uno de los grandes poemas de T.S. Eliot (1888- 1965). La tercera parte de él lleva por título The Dry Salvages, alusión a un pequeño grupo de rocas, con un faro, en la costa de Massachussets. El poeta medita en torno a los ríos y al mar, al mar que todos llevamos dentro, a nuestra esencia de viajeros, navegantes del mar de la vida. A nosotros nos interesa particularmente su cuarta sección:
Señora, cuyo altar se yergue sobre el promontorio, ruega por todos los que navegan, por aquéllos cuyo afán es la pesca, por todos los ocupados en lícito comercio y por los que a éstos conducen.
Reza también una oración por las mujeres que a sus hijos o a sus maridos vieron partir y no volver: Figlia del tuo figlio, reina de los cielos.
Y ruega asimismo por los que en barcos navegaban y acabaron viaje sobre la arena, en los labios del mar, o en la garganta oscura que no ha de rechazarlos o allí adonde no llega el angelus perpetuo de la campana del mar. .
En el original inglés:
Lady, whose shrine stands on the promontory, Pray for all those who are in ships, those Whose business has to do with fish, and Those concerned with every lawful traffic And those who conduct them.
Repeat a prayer also on behalf of Women who have seen their sons or husbands setting forth, and not returning: Figlia del tuo figlio, Queen of Heaven.
Also pray for those who were in ships, and Ended their voyage on the sand, in the sea’s lips Or in the dark throat which will not reject them Or wherever cannot reach them the sound of the sea bell’s Perpetual angelus.
Esta sección de The Dry Salvages se inicia evocando la visión de un santuario de la Virgen, ubicado en el promontorio rocoso frente al mar, desde el cual es posible extender la mirada hasta el horizonte. El poeta se dirige a la Señora pidiéndole que interceda por ‘todos los que navegan’, porque tienen un trabajo relacionado con el medio marítimo, la pesca o el comercio, por ejemplo.
En la segunda estrofa le pide también por ‘por las madres que a sus hijos/ o a sus maridos vieron partir/ y no volvieron’. Ocasión en que, a modo de encendida alabanza, inserta el apelativo con que Bernardo de Clareval inicia su himno a la Madre de Dios en el canto XXXIII del Paradiso de Dante: ‘Figlia del tuo figlio’ (hija de tu hijo), alabanza paradojal sólo comprensible como parte del misterio cristiano, a la que Eliot agrega: ‘Queen of Heaven’ (reina del cielo).
En la tercera estrofa, la plegaria por los muertos en el mar, estos es, por quienes terminaron el viaje en sus labios arenosos o en su garganta profunda, y por todos aquellos a quienes, en la hora de la muerte, no les ha alcanzado la palabra salvadora del ‘angelus perpetuo’.
Pero el mar es imagen de la vida. En definitiva, la plegaria a la ‘Vergine Madre’ es por todos los viajeros de la vida, por toda la humanidad. Que en el sentir del poeta solo halla la salvación en el motivo del Angelus, la oración que gira en torno a la Anunciación y a la Encarnación de Cristo.
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En el viaje de la vida, el hombre solo no es capaz. Una ayuda le es precisa. Por ello, la plegaria de la Virgen por todos aquellos que afrontan el azaroso periplo, está siempre vigente.
Precisa el hombre de una estrella que lo guíe en la travesía.
Figlia del tuo figlio. Queen of Heaven.
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Este artículo es reedición aumentada de uno anterior, de fecha 30.1.12: La versión de T.S. Eliot del eterno femenino.
La traducción al español de los versos de T.S. Eliot es de Esteban Pujals Gesalí (Cátedra, Madrid 2008).
La versión del «Ave Maris Stella» de Edward Grieg es el Coro del St. John’s College de Cambridge.
. ¿Qué busca el hombre en la mujer? Prominentes respuestas a esa pregunta: las de Dante, de Goethe, de T.S. Eliot, que ya he comentado en este sitio. Dante Alighieri, encadenado por el amor de Beatriz, termina por encontrar en ella el camino espiritual que lo conduce al sumo arquetipo de la mujer en Occidente, la Virgen Madre de Dios. Goethe, por medio de Fausto, busca lo eterno femenino, asociado a su heroína Margarita, que también lo conduce a la Madre, con la que obtiene redención. Eliot encuentra a la Mujer en el peñón junto al mar, donde ante una imagen suya piden protección los pescadores que se juegan la vida en el mar, y sus madres, sus esposas y sus hijos. Es la misma Vergine Madre, figlia del tuo figlio, a quien el poeta florentino se dirige en el Canto XXXIII de la Commedia. Es la misma de Fausto y de Goethe.
Aunque siempre junto a ella una mujer real, de carne y hueso, una forma de hermosura y una sonrisa que nos pierde. Y nos redime. ..
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. Hölderlin, el gran poeta, tenía también su Beatriz, tenía su Margarita. Se llamaba ella Susette. En su Hiperión, una obra romántica por excelencia, la llama Diotima. En ella personifica las más sublimes aspiraciones de su espíritu, en ella se encarna su amor a la alegría, su amor a la bondad sin disimulo, su amor a la belleza. La busca. La encuentra. La pierde luego y llora por ella.
Con estas palabras:
‘Sólo de vez en cuando puedo hablar un par de palabras sobre ella. Necesito olvidar todo lo que ella es, si debo hablar de ella. Tengo que fingirme como que vivió en tiempos antiguos, como si supiera algo de ella por una narración, si no quiero ser apresado por su retrato viviente y consumirme en el éxtasis y en el dolor, si no quiero morir la muerte de la alegría por ella y por ella la muerte del dolor.’ .
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‘¿No era ella para mí? Decidme hermanas del destino, ¿no era ella para mí? ¡A las fuentes puras pongo por testigos, y a los árboles inocentes que nos escucharon, y a la luz del día, y al Éter! ¿No era ella para mí? ¿No estaba unida a mí en cada nota de la vida?
‘¿Dónde está el ser que fuera tan capaz de conocerla como el mío? ¿En qué espejo se juntaban como en mí los rayos de aquella luz? ¿No tembló de alegría ante su propio esplendor cuando por primera vez lo descubrió en mi alegría? ¡Ah! ¿dónde está el corazón que, como el mío, le diera su plenitud y la recibiera de ella, que hubiera estado allí sólo para proteger el suyo, como hacen las pestañas con el ojo?
‘No eramos sino una flor, y nuestras almas vivían una en otra como la flor cuando ama y oculta sus tiernas alegrías en su cerrado cáliz.
‘Y a pesar de esto, ¿no me fue arrancada y arrojada al polvo como una corona usurpada?’ .
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‘Antes de que lo supiéramos ninguno de los dos, ya no nos pertenecíamos.
‘Ahora voy a la costa y miro hacia Calauria, allá lejos, donde ella reposa. Eso es lo que sucede.
‘¡Oh, pensar que nadie me presta su barca, sí, que nadie se apiada de mí y me ofrece sus remos y me ayuda a llegar hasta ella!
‘¡Sí, pensar que el bondadoso mar no queda en calma para que yo no me construya un bote y navegue hasta ella!
‘¡Quisiera abalanzarme al mar furioso e implorar a sus olas que me arrojen a la costa donde yace Diotima …!’ .
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‘Doy consuelo a mi corazón con toda clase de fantasías, me procuro cierto narcótico; pero sería mejor, sin duda, liberarse para siempre que ayudarse con paliativos; ¿pero a quién no le sucede lo mismo? Así, me contento con eso.
‘Yo ya he hecho lo que podía. Que el destino me devuelva mi alma.’
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Pero a su Susette-Diotima no la piensa el poeta Hölderlin como una guía que lo lleve a los brazos de la Madre que habría de mostrarle, como a Dante, la forma del Empíreo. La Mujer de Hölderlin se identifica más bien con Afrodita, la diosa griega del Amor, llamada Venus por los romanos. Como admirador del mundo griego, de sus valores, de su poesía, de sus formas de religiosidad, se lo representa en Afrodita, en quien ve, entonces, Friedrich Hölderlin, una instancia posible de salvación y renacimiento para el mundo, un mundo, tal como él lo veía, sumido en la rutina de la vida burguesa y de la hipócrita conveniencia. .
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Profunda meditación acerca del tiempo y de la trascendencia, Cuatro cuartetos es uno de los grandes poemas de T.S. Eliot (1888- 1965). La tercera parte de él lleva por título The Dry Salvages, alusión a un pequeño grupo de rocas, con un faro, en la costa de Massachussets. El poeta medita en torno a los ríos y al mar, al mar que todos llevamos dentro, a nuestra esencia de viajeros, navegantes del mar de la vida. A nosotros nos interesa particularmente su cuarta sección:
Señora, cuyo altar se yergue sobre el promontorio, ruega por todos los que navegan, por aquéllos cuyo afán es la pesca, por todos los ocupados en lícito comercio y por los que a éstos conducen.
Reza también una oración por las mujeres que a sus hijos o a sus maridos vieron partir y no volver: Figlia del tuo figlio, reina de los cielos.
Y ruega asimismo por los que en barcos navegaban y acabaron viaje sobre la arena, en los labios del mar, o en la garganta oscura que no ha de rechazarlos o allí adonde no llega el angelus perpetuo de la campana del mar. .
Ivan Aivazovsky - La muerte del barco - wikipaintings. org
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En el original inglés:
Lady, whose shrine stands on the promontory, Pray for all those who are in ships, those Whose business has to do with fish, and Those concerned with every lawful traffic And those who conduct them.
Repeat a prayer also on behalf of Women who have seen their sons or husbands setting forth, and not returning: Figlia del tuo figlio, Queen of Heaven.
Also pray for those who were in ships, and Ended their voyage on the sand, in the sea’s lips Or in the dark throat which will not reject them Or wherever cannot reach them the sound of the sea bell’s Perpetual angelus.
Esta sección de The Dry Salvages se inicia evocando la visión de un santuario de la Virgen, ubicado en el promontorio rocoso frente al mar, desde el cual es posible extender la mirada hasta el horizonte. El poeta se dirige a la Señora pidiéndole que interceda por ‘todos los que navegan’, porque tienen un trabajo relacionado con el medio marítimo – la pesca o el comercio, por ejemplo – y ‘por los que a estos conducen’.
En la segunda estrofa le pide también por ‘por las madres que a sus hijos/ o a sus maridos vieron partir/ y no volvieron’. Ocasión en que, a modo de encendida alabanza, inserta el apelativo con que Bernardo de Clareval inicia su himno a la Madre de Dios en el canto XXXIII del Paradiso de Dante: ‘Figlia del tuo figlio’ (hija de tu hijo), alabanza paradojal sólo comprensible como parte del misterio cristiano, a la que Eliot agrega: ‘Queen of Heaven’ (reina del cielo).
En la tercera estrofa, la plegaria por los muertos en el mar, en sus labios arenosos o en su garganta profunda y por todos aquellos a quienes, en la hora de la muerte, ha parecido no alcanzarles la palabra salvadora del Hijo de Dios, simbolizada aquí con la figura del ‘angelus perpetuo/ de la campana del mar’.
Pero el mar es imagen de la vida. En definitiva, la plegaria a la ‘Vergine Madre’ es por todos los viajeros de la vida, por toda la humanidad. Que en el sentir del poeta solo halla la salvación en el motivo del Angelus, la oración que gira en torno a la Anunciación y a la Encarnación de Cristo. .
Iván Aivazovsky - Después de la tormenta - wikipaintings.org
. En el viaje de la vida, el hombre solo no es capaz. Una ayuda le es precisa. Por ello, la plegaria de la Virgen por todos aquellos que afrontan el azaroso periplo, está siempre vigente. Sin límite aparente.
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Dante, Goethe, T.S. Eliot. Tres visiones de lo Eterno Femenino. Coincidentes en la imagen de la Mater Gloriosa.
Figlia del tuo figlio. Queen of Heaven.
La traducción al español es de Esteban Pujals Gesalí (Cátedra, Madrid 2008)
Por los caminos de Juan Evangelista, San Juan el Teólogo, me he encontrado con Juan de Yepes, el doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz.
Recorriendo los escritos de Juan Evangelista hemos advertido cómo la existencia humana es, en la doctrina que contienen, una constante oscilación entre la luz y las tinieblas, donde la luz es equivalente a la verdad, a la vida, y a la libertad, y las tinieblas son la mentira, la muerte y la esclavitud. Temática que hemos relacionado con la influencia gnóstica en el evangelio y las cartas de Juan. En el centro de ella está la circunstancia de que el mundo, sujeto como está al poder del mal, ha llegado ser el ámbito de la ilusión y la mentira, de la irrealidad que conduce a los hombres al despeñadero. Así, entonces, las luces que el mundo ofrece no son más que apariencias, puestas allí no para iluminar y redimir sino para perder en las tinieblas. Del mismo modo, engañoso es el conocimiento que el mundo procura como medio de conocer la realidad. La libertad que el mundo ofrece es en su esencia esclavitud. Y el camino de vida que pone a nuestra disposición es vía hacia la muerte. Sólo rechazando las alternativas mundanas y optando por acoger el mensaje de Cristo, la luz del mundo, tiene el hombre la posibilidad concreta de acceder a la verdad, a la libertad y a la vida que es propia de los «hijos de la luz».
¿Tienen estas concepciones algún vínculo con la mística de San Juan de la Cruz, que tanto énfasis hace en la noche oscura como vía hacia la iluminación? Por cierto que sí.
Del símbolo místico de la noche oscura hay antecedentes previos a Juan de la Cruz, por ejemplo en ciertos autores musulmanes. Pero es el místico español del siglo XVI quien lleva este tema a su máximo desarrollo, tratándolo extensamente en sus grandes tratados -la Subida del Monte Carmelo- como también en sus poesías.
Se trata, en el fondo, de lo siguiente. Las apariencias del mundo son, para el místico, definitivamente incapaces de acercarlo al objeto inefable, casi inalcanzable, de sus anhelos. Más aún, son lo del todo contrario a lo que él busca, que es la unión con Dios. Ellas, expresadas en todo lo que el mundo llama luz, conocimiento y libertad, sólo lo alejan de la luz que el desea para sí. Así, todo lo que el mundo dice que el hombre es, debe él rechazarlo, si quiere acercarse a la experiencia de Dios. Todo lo que el mundo le ofrece es perdición. También las luces que el mundo le ofrece, luces de conocimiento y de reconocimiento, no son sino impedimentos en la búsqueda de la luz de verdad. Por el contrario, en lo que el mundo denomina ‘tinieblas’ sólo allí reside, según Juan de la Cruz, la posibilidad de iluminación. En lo que el mundo llama ‘ignorancia’, está allí la posibilidad de conocer.
Entrarse en la noche oscura es negación del mundo. Es un proceso arduo, laborioso, que no pasa tanto por los deleites espirituales o los estremecimientos placenteros del éxtasis, sino más bien por el rigor, manifestado en extremos de disciplina en el ejercicio humano de la negación. Pero no sólo es negación de las cosas del mundo, es también, como necesaria consecuencia, negarse a sí mismo y abolir los apegos al mundo. Si la tarea es coronada por el éxito, el hombre tendrá justo título para exhibir el título de héroe del espíritu, cuyo camino termina en las puertas que se abren al Uno que lo es Todo. Así de claro lo dice Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo, I, 11-13. En la nada del mundo, nos dice, no quieras ser algo, poseer, saber o gustar algo. Has de negarlo todo si deseas gustar lo que buscas de verdad. Si quieres saber de verdad, acógete a lo el mundo llama ignorancia, a la santa intuición espiritual. En las luces del mundo, no hallarás la verdad ni la vida ni la libertad. Recuerda que son tinieblas. Más bien las encontrarás en en el rechazo de esas luces y en lo oscuro de tu intimidad, allí donde mora el espíritu de Dios. Alli donde aparece la Luz del Mundo.
Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada; para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada; para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada; para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas; para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes; para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees; para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo; porque, para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo; y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer;porque si quieres tener algo en todo,no tienes puro en Dios tu tesoro.
En esta desnudez halla el alma espiritual su quietud y descanso, porque no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad -…-
Este razonamiento paradojal, propio de los exploradores de la trascendencia, que no andan a la busca del mero conocimiento mundano pues persiguen la sola verdad, no puede sino fascinar a T.S. Eliot (1888-1956) el gran poeta inglés, que en sus Cuatro Cuartetos se embarca en el desafío poético de definir el punto de encuentro del tiempo con lo intemporal, de lo finito con el infinito, del hombre con Dios. Son páginas brillantes -también más accesibles que las enigmáticas de La tierra baldía– en que la búsqueda del poeta se encuentra con la respuesta del místico. En la segunda parte de este gran poema, toma Eliot prestadas las palabras de Juan de la Cruz para decirnos que allí está una de las claves del encuentro.
Estamos en la segunda parte de los Cuatro Cuartetos, East Coker, sección III:
Para llegar allí, para llegar adonde eres, desde donde no eres, Debes seguir un camino que no conoce el éxtasis. Para llegar a lo que no conoces Debes seguir un camino, el de la ignorancia. Para poseer aquello que no posees Debes seguir el camino de la privación. Para llegar a ser lo que no eres Debes seguir el camino por el cual no eres. Y lo que tú no conoces es lo solo que conoces Y lo que posees es lo que no tienesY es donde no eres donde estás. (T. S. Eliot, Four Quartets, East Coker III)
Este es el original en inglés: You say I am repeating Something I have said before. I shall say it again. Shall I say it again? In order to arrive there, To arrive where you are, to get from where you are not, You must go by a way wherein there is no ecstasy. In order to arrive at what you do not know You must go by a way which is the way of ignorance. In order to possess what you do not possess You must go by the way of dispossession. In order to arrive at what you are not You must go through the way in which you are not. And what you do not know is the only thing you know And what you own is what you do not own And where you are is where you are not.
He subrayado la última línea para hacer énfasis en la idea de que, conforme al poeta, aquí donde estamos, querido lector de este artículo, inmersos en las luminosas oscuridades del mundo y sus apariencias de saber, no es donde somos de verdad. Aquí es donde somos no más que apariencias. Es otra la luz que nos hace ser de verdad, aquella de que dicen el Evangelio y las cartas de Juan el Teólogo.
Recordemos, en todo caso, que tanto para el místico como para el poeta, la muerte física no es equivalente a oscuridad. En la sección final de los Cuatro Cuartetos resplandece la frase:
The end is where we start from.
Es decir,
El fin es donde comenzamos (a ser). Tres testigos de que es así: Juan Evangelista, Juan de la Cruz, T.S. Eliot.
Las pinturas son de Francisco de Zurbarán (1598-1664).
Este blog ya ha completado un mes de vida. Para celebrarlo de manera que se ponga de manifiesto mi agradecimiento a Lino por su estupenda colaboración, he decidido dar noticia de los dos últimos libros que ha publicado, que a mí me parecen excelentes.
El primero lo preparó Lino en un décimo piso, todavía atrapado en la red de que luego se libró, con la ayuda de unos enanos. El libro, que se titula La hora violeta, deriva buena parte de su contenido de poemas escritos con bastante antelación a su lanzamiento el año 2009, a los cuales el autor fue agregando otros cuantos concernientes a su entorno más reciente. Salió humo de aquel piso para dar a luz este libro, editado bajo el alero de una muy metafísica editorial, Festina lente, y con la ayuda valiosa de la imprenta Alvimpres y de mi amigo Carlos Hanssen. Una fina edición con un sobrio y cuidado diseño.
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Su nombre se lo debe el libro a la hora cantada por T. S. Eliot en su Tierra baldía, la hora vespertina en que el poeta le dice hasta mañana al trabajo a que lo tiene amarrado la necesidad. Es la hora en que estira los brazos un tanto amodorrado, se pone el sombrero de poeta y sale al aire libre a vivir, a pensar en serio, a soñar y a volar como saben estos extraños individuos. Recordemos que Eliot era empleado del LLoyd’s Bank en Londres.
At the violet hour, when the eyes and back Turn upward from the desk, when the human engine waits Like a taxi throbbing waiting, -…- At the violet hour, the evening hour that strives Homeward, and brings the sailor home from sea.
Tales los versos de Eliot, que no traduzco por no inferirles una ofensa.
En el libro de Lino Althaner la hora violeta comienza a las cinco y media, justo en el momento en que
suena una campana en el cementerio y se mudan el cuerpo y la mente y dicen hasta luego y vuelven a ser santas benditas las manos en su oficio y los ojos y oídos y la lengua otra vez olvidan sus cadenas
y aunque sigue el afán de las termitas a esa hora rescata el cerebro las palabras de un día y las une a otras formas y figuras las trenza en un diseño con cariño y les presta una alas lo más aptas para que puedan volar
no es la hora blanca y hueca es la hora sonrojada la hora de los ojos y las manos los oídos y la lengua la hora en que respiran aire fresco es la hora que aborrecen las termitas incapaces de roerlas
Tal es la hora violeta. El libro nunca estuvo en librerías. Fue distribuido artesanalmente, si así se pudiera decir, y corrió de mano en mano sin un solo peso de por medio.
Mi amigo Carlos expresó su entusiasmo aprobatorio en la contraportada, diciendo que el contenido del libro «es una invitación a sentarse en la tarde de los días, un timbre para llamar al espíritu, que siempre contesta cuando impera el silencio -…-, allí donde el enfrentamiento con el ser es inevitable y necesario. Allí donde la intuición profunda es, definitivamente, la verdadera razón -…-, para luego agregar que «el poemario nos hace vibrar como partículas electromagnéticas que alcanzan todos los espacios. Nos hace invisibles porque nos saca del mundo, nos muestra la vida en su dimensión completa: anversos y reversos, dobles y opuestos». Los ángeles del poeta – afirma bellamente- y «sus muertos, sus espacios, sus horas tardías y silencios, son las manifestaciones de lo que vive junto al ser humano, visiones que se traen desde lo infinito, con la ayuda de una mente que no se resigna a dejar de recordar, que manifiesta y crea, proyectando para que los veamos, chispazos de todos los cielos». Y a modo de resumen: «Ideas que se materializan en formas. Formas que son poemas. Poemas que nos hacen ver más allá de las sombras».
En forma del todo inesperada, La hora violeta se ganó un positivo comentario en una publicación periódica cultural, y nada menos que en Humanitas (N° 57, año XV, p. 195), la revista de antropología y cultura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Luego de glosar en forma muy elogiosa varios de los poemas contenidos en el libro – así, por ejemplo, Siervo de la tierra, Firenze y Homo sapiens , el reseñador – Marcelo Jarpa – califica a Lino como un autor capaz de congregar misterio y eternidad en poesía dotada del «don, tan difícil de encontrar, del genuino fuego poético».
Lino, que es muy aficionado a la emblemática, insistió en incluir, como entrada y cierre del libro, la imagen siguiente:
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Que corresponde al monograma de nuestro Hermano Mayor.
El contenido de La hora violeta está siendo difundido en este sitio. También será incluido en el blog Los versos de Lino, que por ahora tiene el status de privado. Pero la única forma de conseguir un ejemplar del mismo es contactando a su autor, arriba a la derecha en la página Contacto.
Luego les cuento del otro libro de Lino Althaner, Estado del tiempo.