Profundidad, humildad, fragilidad

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En la entrada anterior comentaba los capítulos VII y VIII del Libro del Camino y de la Virtud (Tao Te King), de Lao Tse. Ellos aluden a la armonía que el ser humano debe respetar con motivo de su integración en la naturaleza de que forma parte,  y al  empeño que debe poner en actuar conforme a la sabiduría que expresan las energías cósmicas -del Cielo y de la Tierra-  para ser como son, imperturbables, indestructibles, perdurables.

El capítulo VIII nos dice específicamente del agua, de la cual el hombre debe aprender como símbolo de lo inferior que domina a lo superior, de lo débil que vence a lo fuerte, de lo mudable y flexible que se impone a lo rígido. De lo femenino, considerado comúnmente como lo frágil, lo indefenso, cuando la experiencia nos enseña que es lo más poderoso, dentro y fuera de nosotros mismos. Lo que posee auténtica fortaleza, por sí mismo, sin pose ni artificio. Aquello que, a quien se pone en el camino que le ha trazado la naturaleza, puede también destruirlo. Como el agua de un tsunami destruye a las viviendas adyacentes a la playa. 

Pero el agua es, marcadamente, símbolo de humildad. Desciende naturalmente a las superficies más bajas. Besa las profundidades. Se allana a la oscuridad. Es así como triunfa, abajándose, haciéndose inferior. No sólo lo dice el mencionado capítulo VIII. El capítulo LXVI se pregunta, por ejemplo, la razón de por qué los mares y los ríos puedan imponer su soberanía sobre todas las tierras, y contesta:

‘La razón de que el río y el mar puedan ser reyes de las cien riveras
es su tendencia a hallarse por debajo de ellas,
por eso pueden ser reyes de las cien riveras’.

El agua se ha vuelto aquí enseñanza para los señores, para los gobernantes y los reyes. Si se ponen por debajo del pueblo, impondrán naturalmente su soberanía. Como el agua la impone.
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Esta enseñanza se relaciona, por supuesto, con la de Jesús de Nazaret. Va dirigida a los humildes, para que permanezcan en su humildad. A los soberbios, para que abandonen su soberbia. Pues la soberbia es anuncio de desgracia. Lamentablemente, ésto sólo lo enseña la experiencia; no las palabras, por sabias que sean, habladas o escritas.

Además, como afirma el capítulo XLIII,

‘Lo más blando bajo el cielo
domina a lo más duro bajo el cielo.’

Qué mejor prueba que la del propio Jesús, cuya extrema humildad, cuyo calvario, resulta vencedor de toda soberanía humana, vencedor de la misma muerte.

Y como también expresa el capítulo LXXVIII,

‘No hay cosa bajo el cielo cosa más blanda y débil que el agua.
Sin embargo, en su embate contra lo rígido y duro, nada la supera,
es irreemplazable’.

Chuang Tse  es también muy expresivo en cuanto a la simbología relacionada con el agua. En el quinto apartado del libro XXXIII de su obra se relaciona el agua con la doctrina de la Nada y del Ser permanentes, que atribuye a los sabios Guan Yin y Lao Dan. De ellos se dice que, a pesar de su exterior débil y humilde, su realidad era el vacío interior y el respeto a todos los seres.
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El libro atribuye a Guan Yin*, supuesto discípulo de Lao Tse, las palabras siguientes:

»No os aferréis a vuestro yo, y los seres corpóreos se mostrarán tal cual son. Moveos como el agua. Con la quietud de un espejo, responded como el eco. Vivid ausentes, como si no existiérais; y en silencioso sosiego como la pureza del vacío. Si os hacéis iguales, viviréis en armonía, y si tenéis ganancia, perderéis. Nunca busquéis ser los primeros, antes poneos a la zaga de los demás.’

Chuang Tse pone estas otras palabras en boca de Lao Dan, esto es, del mismo Lao Tse:

‘Conoce lo masculino y conserva lo femenino, hazte barranco del mundo. Conoce el honor, mantente en la humillación, hazte valle del mundo.’

Mientras la generalidad de los hombres busca ponerse por encima de los demás, estar en primer lugar, sólo el hombre sabio sabe que sólo persevera verdaderamente quien se empeña en ser el postrero. ‘Asume todos los oprobios del mundo’. Así los evita. Sólo él no atesora; por ello le sobra. Es tranquilo en el obrar; por lo cual nunca se agota. Se mofa de la desmesura. No busca la felicidad, pero se conserva integro sin esfuerzo, con la mayor naturalidad. No le alcanza la desgracia.

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Hazte como el agua, insiste Chuang Tse. Toma lo profundo por fundamento, y por norma y principio la austeridad. Sé blando y flexible. Aprende, si es que la vida no te lo ha enseñado ya, que lo duro se quiebra.  Trata a todos con indulgencia, a nada ni a nadie ocasiones daño alguno. 

Tal es la cumbre de toda sabiduría.

Ojalá no fuera necesario llegar a saber de ella por la propia experiencia.

*Atención. No vayan a confundir a este Guan Yin con el bodhisattva budista del mismo nombre, equivalente a Avalokitesvara, que en la China tomó, junto con dicho nombre, figura de mujer.
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© 2012 Lino Althaner 

Como el Cielo y la Tierra (TTK 9)

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El Cielo, la Tierra, el Hombre. La armonía que ha de existir entre ellos es parte del orden natural. El ser humano, dotado de conciencia  y de voluntad, como asimismo de la capacidad de transformar su voluntad en acción y en obra, tiene una especial responsabilidad en la cautela de dicha armonía, cuya perturbación puede ser motivo de desgracia.   De allí que sea su deber el de ponderar cautelosamente los efectos de sus obras antes de actuar. De allí que deba rechazar toda acción desordenada o desmesurada.
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Es mala para el hombre, por otra parte, la progresiva lejanía de su entorno natural incontaminado. Pues la naturaleza es maestra del hombre. El hombre ha de observarla y aprender de ella para acomodar su existencia a las enseñanzas de tan sabia preceptora.  Debería tenerla siempre bien presente a su alrededor, en las altas y bajas mareas, en los ríos, en los valles y en los bosques, en el viento, la lluvia y la nieve, en las auroras y en los atardeceres. Pues si tiene dificultades para advertirla -por culpa, por ejemplo, de las ruidosas y apremiadas selvas de cemento que se ha construido- difícil le será escuchar su voz.

El hombre sabio -nos enseña Lao Tse- aprende de la naturaleza para hacerse semejante a ella. Para ser, en lo posible, como el Tao, presente en ella como un orden que espontáneamente se impone a todo cambio y a todo accidente, sin casi hacerse sentir.

El capítulo VII del Tao Te King nos dice de uno de los aspectos de la naturaleza que el hombre debe imitar. ¿El Cielo y la Tierra, por qué subsisten, por qué se perpetúan, por qué están por encima de todas las desgracias?  

‘Perdurable es el Cielo
y persistente es la Tierra.
Cielo y Tierra pueden durar largo tiempo
porque no existen para sí,
de ahí que puedan existir largamente.’

El Cielo y la Tierra existen largamente por cuanto no se afanan en perpetuarse. Porque no existen para sí, por ello prevalecen. Porque no hacen de la existencia su solo fin. El hombre, como la naturaleza, debe abstenerse de aferrarse a la ‘vida’. Si estima a la vida, debe cuidar si vida. Si quiere cuidar su vida, debe renunciar a la vida ilusoria, esto es, a las cosas exteriores, a las prisas, preocupaciones, ganancias y pérdidas, que hacen de la vida negación de la vida y del hombre un espectro alienado de su naturaleza.

Para dar la espalda a un destino engañoso y espectral,  para volver a la vida, la vida auténtica que sin quererlo se perpetúa en la naturaleza, debe el hombre renunciar a las apariencias de vida que lo encadenan a lo que él no es. Encadenamiento que es su esclavitud y es el origen de sus sufrimientos.

Así como la naturaleza se limita a ser lo que es conforme al orden del Tao, así debe ser el hombre. Carente de deseo y de interés, así es como ella prevalece.   Privada de todo egoísmo y de toda parcialidad, dotada de suma ecuanimidad, es así como el caos o la anarquía nunca la alcanzan. Eximida de toda preocupación o afán de predominio,  así es como alcanza su máxima eficacia.

‘Por eso el sabio se sitúa detrás y está delante;
no mirando por su persona, es el primero;
no mira por su persona (vida) y la conserva,
¿No es acaso porque no alberga deseos egoístas?
Así es como puede cumplir esos mismos deseos.’

Absteniéndose de los deseos egoístas, el ser humano se perfecciona y es exitoso en la tarea más difícil: la de hacerse a sí mismo.
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El capítulo siguiente -VIII- especifica en el agua el ejemplo que el hombre debe ver en la naturaleza. 

‘El hombre de bondad superior es como el agua.
El agua sabe favorecer a todos los seres, mas no lucha;
ocupa los lugares que la muchedumbre detesta
y así está cerca del Tao.
Sabe elegir el lugar donde vivir,
sabe preservar la calma de su mente,
sabe ser benevolente en su trato,
sabe ganarse la confianza cuando habla,
sabe poner orden cuando gobierna,
sabe usar de su talento cuando algo emprende,
sabe en qué momento debe moverse.
Siempre y cuando no luches
excusarás caer en falta.’

El agua es un símbolo al que la filosofía taoísta recurre con frecuencia. El agua tiene una natural tendencia a descender hasta los sitios más bajos u oscuros. No obstante, llenando las oquedades, es capaz de sobrepasar a lo que estaba, en principio, por encima de ella. Evita los obstáculos y eludiéndolos, los vence. Muy difícilmente los arrasa: sólo si alguien los ha puesto imprudentemente en su camino. Porque su curso, débil en apariencia, tiene increíble poder.

El agua es adaptabilidad, humildad. Como símbolo de lo inferior que domina a lo superior aparece en el capítulo 29 del Tao Te King. Como análogo a lo débil que vence a lo fuerte y a lo rígido, en los capítulos 43 y 78. Su transparencia, su insipidez, son atributos del Tao. Y del sabio taoísta, poco amigo de los sentimentalismos y de la verborrea de los discursos.

Imitando al agua, el hombre se hace como ella. Se acomoda a lo humilde. La quietud de su mente es profunda como el agua de un lago. A pesar de su sobriedad, de su poca afición a las muestras puramente formales de cortesía, no peca de falta de compasión, y en nadie genera desconfianza. Su orden es el del Tao. Sabe usar de su talento. Valorando la oportunidad de sus acciones, multiplica sus frutos.

¡Aprendan del agua! nos dice el Tao Te King.

El agua no lucha ni rivaliza. Impone simplemente la virtud natural de su magnífica eficacia.
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Así ha de ser el hombre sabio. A éste no le motiva compararse con los demás. No tiene interés en competir ni en rivalizar. Ni en luchar. El sabio sólo lucha consigo mismo.

Por lo cual termina el capítulo VIII:

‘Siempre y cuando no luches
excusarás caer en falta.’

Evitarás la desmesura.

¡Qué consejos para un mundo desmesurado! Alejado de la naturaleza.

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© 2012 Lino Althaner  

The mysterious female (Tao Te King, chapter 6)

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This is a commentary on chapter VI of the Tao Te King, the milenary book of chinese philosophy in which my mind and spirit use to relax from unrest from anxiety, during meditation.

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This chapter is a very short one:
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谷神不死,是謂玄牝。
玄牝之門,是謂天地根。
綿綿若存,用之不勤。

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The valley spirit, undying
Is called the Mystic Female

The gate of the Mystic Female
Is called the root of Heaven and Earth

It flows continuously, barely perceptible
Utilize it; it is never exhausted
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xue-yanqun-117 b

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‘Valle, espíritu, inmortal;

llámase ‘hembra misteriosa’.

El umbral de la ‘hembra misteriosa’
es la raíz del Cielo y de la Tierra.

Infinitamente sutil, parece perpetua.
Se usa sin que se consuma.

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The Tao, origin and order of nature, is here compared with a woman. And the woman, with a misterious valley, possesing an inmortal spirit. 

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 Xue Yanqun – Rights reserved

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The valley is the hollow. The emptiness that contains. That contains and gives. The vacuum, whose efficency never stops, the vacuum that emanates. The valley is like the female, that in her essence and in her physical and sexual conformation is a hollow and generous receiver of unending capacity and also a hollow that generates life. Very appropriate appears, then, the comparison of the woman with the valley, the vacuum, the Tao as spring of life and spirit in which beeings have their origin.  

The female is also unquenchable, as the virtuos efficiency of the Tao, the order that untangles everything and makes everything circulate in never ending development.  In its receptive capacity and also in its procreative function. That´s why the Book of the Way and the Virtue makes us think in a woman  to imagine the Tao, the origin, the order, the way. 

Misterious. Unfathomable. Abyssal. So is the woman. It is clear, then: when this chapter refers to the ‘mysterious’ or ‘mystic’ female, it tries to makes us think in the spontaneous efficiency of the Tao, for man unpredictable, imposible to understand in all its ineffable, inscrutable and obscure wisdom.

                                        Xue Yanqun – Rights reserved

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The image of the woman is then associated with the threshold of a door. According to Hélène-Maria Suárez Girard, who cites the french sinologist F. Jullien, the verses refer to a twofolded door, which remits to the idea, so familiar to chinese phylosophy, of the essencial polarity of every situation, and with the spontaneous and mysterious alternance of life, whose circumstances cease not to open and to close like the folds of a door.  A door by which reality constantly passes and renews itself in accordance to a process that only the wise man can discern. 

It is, indeed, a very beautiful idea, this that compares the Tao, the root and the course of Heaven and of Earth, origin and end of Nature and of all beeings, with a woman.

Xue Yanqun – Rights reserved

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It flows continuously, barely perceptible
Utilize it; it is never exhausted.

In its stillness, in its serenity, its virtue its continually revealed, without interruption. Its efficiency never stops.
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xue-yanqun8.

English version: by Derek Lin, www.Taoism.net, Tao Te Ching: Annotated & Explained, published by SkyLight Paths in 2006. Spanish version: Lao zi, «El libro del curso y de la virtud», traducción de Anne-Hélène Suárez Girard, 2011, Siruela. Images of the paintings by Xue Yankun were loaded from the blog Cuaderno de Retazos.

© 2014
Lino Althaner 

La naturaleza no es humana (TTK 7)

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El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia,
para ellos los seres son como perros de paja.
El sabio no tiene benevolencia,
para él los hombres son como perros de paja.
El espacio entre el Cielo y la Tierra,
¡cómo se asemeja a un fuelle!
Vacío y nunca se agota;
cuánto más se mueve, más sale de él.
Los muchos decretos acarrean un pronto desastre;
más vale conservar un reposado vacío.

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El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia
para ellos los seres son como perros de paja.
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O como se dice en otras traducciones, ‘no son humanos’. El Cielo y la Tierra simbolizan el cosmos, la naturaleza. Y la naturaleza no tiene sentimientos. Su eficacia, no deriva del estar dotada de humanidad o de benevolencia. Son éstas, cualidades eminentes de la filosofía de Confucio, que nuestro Libro del Camino y de la Virtud pone permanentemente en entredicho, pues las entiende como fruto de la mera convención, teñidas de hipocresía y orientadas más al bien del orden social y político que a las verdaderas necesidades del hombre.
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No es posible atribuir a la naturaleza tales virtudes. La naturaleza se rige por un orden distinto, difícilmente discernible por los hombres comunes. Es un orden menos aparente, más impersonal, que no es posible atribuir a buenas o malas intenciones: es un orden cósmico, un orden natural, no atribuible a nada parecido a la razón o al cálculo de los hombres. Es un orden benéfico, sí, siempre que el hombre sea capaz de descubrirlo y de ajustarse a él. Es es el orden que rige a las galaxias y a las estrellas inmutables en el tránsito permanente de su aparente inmovilidad. El bien y la ausencia de bien los reparte al margen de toda equidad humana.

¡Si el hombre fuera capaz de someterse a ese orden!

¿Y los ‘perros de paja’? Eran al parecer unas figuras usadas como ofrendas en las ceremonias funerales en la antigua China, que terminaban pisoteadas por los asistentes para ser luego incineradas. Con el símil de los ‘perros de paja’ se quiere decir precisamente de esa forma de actuar de la naturaleza, que impone a la humana condición su propio orden, sin consideración de circunstancias ni de atributos o calidades. Así, pues, la única vía que tiene el hombre para vivir en paz y sentirse a gusto en su condición, es la que lo lleva a comprender que él es también parte de la naturaleza, por lo cual debe aceptar el orden natural y ser capaz de insertarse armónicamente en él, sin hacer nada que pudiera perturbarlo.

El sabio no tiene benevolencia,
para él los hombres son como perros de paja.

El hombre sabio actúa en consonancia con la naturaleza y, más aún, trata de identificarse con ella. Por lo tanto, su trato con los hombres es semejante al que tiene con ellos la naturaleza. Aunque objetivo e impersonal, es un trato gracioso y benéfico para el hombre que actúa con medida, cuidando de ajustar su acción al orden y a las normas del cosmos. El sabio ha sabido descubrir, ese orden y sus normas, mirando alrededor suyo bien despierto, indagando en su diaria experiencia. Es lo que pide, por lo tanto, del resto de los hombres. Y si el sabio es el rey, el gobernante supremo -pues como tal suele entenderlo la filosofía china- no se relacionará con los hombres con zalamerías ni discursos elocuentes o promesas imposibles de cumplir, sino con la simple exigencia de que cada cual cumpla su papel en la vida sin perturbar la armonía imperante. Eso es lo que significa, a mi entender, que el sabio no tenga benevolencia, que parezca carecer de humanidad.

El espacio entre el cielo y la tierra
¡cómo se asemeja a un fuelle!
Vacío y nunca se agota;
cuanto más se mueve, más sale de él.

La enormidad del cosmos no parece tener límites ni ser susceptible de medición humana.  Es un espacio lleno de energía que nunca se agota. Inmenso es su poder. Como todas las cosas traspasadas por el Tao, es un poco semejante a él, la grandeza de la naturaleza. Insondable, inefable. Incomprensible. También el hombre debiera aprender del cosmos y dejarse atravesar, tal como él, por la virtud eficaz del Tao, sin jamás desconocerla. Pues así daría cuenta de su auténtica condición, sin insistir en desmentirla con sus deseos mundanos, con sus vanas ilusiones, con su febril búsqueda de realizaciones y de satisfacciones egoístas.

Tratemos de entender estos dichos. No son expresión de nihilismo, me parece a mí. No descartan la eficacia de las acciones humanas. Lo que sí desdeñan es la hipertrofia del quehacer y la urgencia sin sentido del humano caminar. Por lo cual tratan de reducir la acción humana a lo que sea rigurosamente necesario para su felicidad y para la armonía del mundo que lo rodea. Para que el Cielo, la Tierra y la Humanidad se muevan ajustados a la misma partitura, al mismo ritmo.
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Este capítulo V no parece dotado de mucha coherencia interna. Se pueden advertir en él tres partes bastante diferenciadas e independientes. La primera, concerniente a la falta de humanidad de la naturaleza y a la impasible objetividad e imperturbabilidad del hombre sabio. La segunda, que recién comentamos, relativa al espacio entre el cielo y la tierra. Y la tercera, que es un apéndice con mucho sentido, aunque no muy directamente hilado con las líneas anteriores:

Los muchos decretos acarrean un pronto desastre;
más vale conservar un reposado vacío.

Lo que en otras versiones suele traducirse como:

Las muchas palabras pronto se agotan;
más vale guardar el centro.

Significativas diferencias en la traducción. Prueba de las dificultades que es preciso superar para interpretar textos tan antiguos, y escritos en chino. Las distintas versiones se apoyan, no obstante, en este caso, en la misma dirección. Las muchas palabras, los muchos decretos, las muchas normas, son estériles. Las opiniones, las distinciones, las taxonomías, de poco sirven. Las discusiones y las oposiciones verbales no conducen a nada bueno para la humanidad. Su abundancia es la que ha hecho, en buena medida, que la eficacia del Tao parezca de pronto como ausente del mundo de los hombres.

El vacío o el centro original, hay que resguardarlo, hay que tratar de habitarlo. Ese centro es ‘el lugar hacia el que todo regresa, o todo converge, y, complementariamente, desde el que todo se difunde. El Centro es el lugar del Hombre como arquetipo e instancia cósmica, santo soberano de la tradición china o Santo taoísta. Es el espacio en que se entrecruzan el yin y el yang para producir el mundo, el lugar en que se sitúa el adepto en su meditación y el sacerdote en el ritual, desde y hacia el cual pueden comunicar con el Cielo igual que con la Tierra’. Así, pues, ‘el Sabio (o santo) es el que ha conseguido situar su existencia al nivel del surgimiento mismo de toda existencia’.

El centro vacío que hay que resguardar es el lugar del hombre original, aún no contaminado por la ilusión del mundo, aún no herido por el sufrimiento que le ocasionan sus deseos.  Es el hombre libre, natural, que no necesita de instituciones ni de normas para vivir en paz.

Tal es el capítulo V del Libro del Camino y de la Virtud (Tao Te King).

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Las citas en el párrafo antepenúltimo provienen de las obras de I. Robinet y F. Julien citadas en la traducción del Tao Te King de Hélène-Marie Suárez Girard (Siruela, Madrid 2009).
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© 2012 Lino Althaner

Se confunde con el polvo (TTK6)

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Este capítulo es importante para completar nuestro concepto del Tao, que he ido explicando en artículos anteriores, y dice al respecto:

El Tao es vacío que mana
más su uso no alcanza plenitud.
Abismal,
diríase el antepasado de todos los seres.
Mella lo agudo,
deslía lo enredado,
templa lo luminoso,
se confunde con el polvo.
Profundo,
diríase perpetuo.
No sé de quién es hijo,
parece anterior al emperador del Cielo .

Para hacer énfasis en una importante cualidad del Tao, parece importante remitirse a las dos últimas líneas de este capítulo:

‘No sé de quien es hijo,
parece anterior al emperador del Cielo.’
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Como el Cielo (tian) es la suprema entidad en el sistema filosófico confuciano, se quiere aquí marcar muy fuertemente la idea de que el Tao es anterior  a él, o incluso al mismo Dios, nombrado aquí como emperador del Cielo.  Se quiere aquí decir que el mismo Dios, si existiera, estaría subordinado al Tao y seria posterior a éste. O inclusive que el Tao, como espíritu absoluto que es origen de las cosas y anterior a todas ellas, sería una especie de suprema divinidad, claro que sin las características del Dios personal, del Dios creador de la religión occidental.

En las dos primeras líneas de este capítulo confluyen dos ideas que no aparecen tan claras en la traducción pero que, según los comentaristas, emanan de la ambigüedad de los caracteres chinos aquí utilizados.

Una es la de un recipiente donde todo confluye y que no llega a llenarse uno. Un receptáculo cuyo vacío interior, cuya oquedad, es capaz de ‘contener, recibir y producir infinitamente lo que es y lo que aún no es’. Cuyas virtudes nunca terminan de hacerse efectivas en la naturaleza y en la vida de los hombres. Otra es la de una corriente de aguas profundas, que surge borboteante y que luego, en su tranquilo fluir tiene la potencia para superar cualquier obstáculo.

En la dificultad de explicar la naturaleza completamente otra del Tao, podríamos pensar que el sabio autor del Tao Te King ha querido que pensemos al Tao como un recipiente que es capaz de contenerlo todo, que nunca se rebasa, y de cuyo interior fluye todo lo existente como el agua con su potencia inagotable. Así, pues, me atrevo a entender estas dos primeras líneas:

‘El Tao es vacío que mana
mas su uso no alcanza plenitud.’

Vacío fecundo del que todo emana incesantemente. Receptáculo ‘que todo lo abarca y adonde todo acaba regresando. Que no llega, sin embargo, a una plenitud’, pues ella implicaría, seguidamente,  una decadencia. Corriente de agua, profunda, abismal, que todo soluciona y que todo lo supera. A esas adjetivaciones -‘abismal’, ‘profundo’- se refieren precisamente las líneas tercera y novena de este capítulo.

En cuanto al símil del agua, todavía más explícito aparece en el capítulo VIII: ‘La bondad suprema -o el hombre de bondad superior- es como el agua’. Y aún más en el capítulo LXXVIII:

‘No hay bajo el cielo cosa más blanda y más débil que el agua.
Sin embargo, en su embate contra lo rígido y duro,
nada la supera,
es irreemplazable.’

Así, como el agua, que nunca se agota y que vence toda resistencia con su tranquila potencia, así ha de ser el sabio taoísta, pues él se debe identificarse con el Tao en su quieta eficacia. Cómo el vacío que nunca se llena, tampoco el sabio alcanza nunca la plenitud. La plenitud es la puerta del abajamiento.

Pero sigue el capítulo IV:

‘Mella lo agudo,
deslía lo enredado,
templa lo luminoso,
se confunde con el polvo.’
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El Tao es humilde, no manifiesta su brillo, su apariencia es del todo insignificante. Esto es, ‘se confunde con el polvo’. No es agresivo ni punzante. Fluye sin aspavientos ni complicaciones. Sin embargo, todo lo agudo lo mella, y lo enredado lo desenreda. Lo en exceso luminoso lo atempera.

Otro ejemplo para el sabio, que ha de vivir humildemente, confundido con la multitud, sin hacer ostentación de su sabiduría ante los demás. Sólo así, podrá llegar a compartir la eficacia virtuosa del Tao, que lo confuso lo vuelve claro y lo riesgoso o amenazante lo vuelve seguro y fácil de transitar.

Como el agua, profunda y clara, es abismal

‘profundo,
diríase perpetuo.’

Insondable, imposible de expresar con precisión, sino a través de inseguros acercamientos. 

Anterior a todo, incluso al Cielo, incluso a Dios:

 ‘No sé de quién es hijo,
parece anterior al emperador del Cielo.

 Tal es el Tao del Libro del Camino y de la Virtud.
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© 2012 Lino Althaner

No turbes la mente del pueblo 2 (TTK5b)

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Ahora continúo el comentario del capítulo III del Libro del Camino y de la Virtud (Tao Te King), que dejé anteayer interrumpido. No sin desplegar cierto esfuerzo interpretativo, analicé las primeras seis líneas del mismo.

Transcribo a continuación las líneas restantes, con su enunciado polémico, a lo menos en parte :

‘Así, en su gobierno el sabio
vacía las mentes,
llena los vientres,
debilita las voluntades,
fortalece los huesos,
para que el pueblo carezca de conocimientos
y carezca de deseos;
para que los astutos no osen actuar.
Practicando el no-hacer
reinará el orden universal.’
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Entendamos aquí al sabio, no como el hombre ‘que sabe’, que debe mostrar los conocimientos requeridos para escalar en la burocracia y en la sociedad, sino como el amante de la sabiduría taoísta, el que que ajusta su acción al no-hacer y su decir al no hablar, además de empeñarse por olvidar los saberes incompatibles con la naturaleza del Tao, que ha debido aprender a lo largo de su vida. Tales como el conocimiento de las leyes y los procedimientos, los ritos y los preceptos de la cortesía y de la ética formal.

Por lo demás, es sabio quien se abstiene de todo deseo de poder, de riqueza, de prestigio, y obra así pues entiende que toda esa ambición y esa codicia andan a la caza de puras ilusiones, y que todo ese quehacer es profundamente perjudicial para la esencia del hombre, para lo que éste es en sí mismo. Encontramos aquí una similitud con el postulado budista según el cual la causa del sufrimiento es el deseo. Y para no extrañarnos de ello, tengamos presente que la recepción de las ideas taoístas por parte del budismo daría origen a la rama chan de esta última religión, que al pasar a Japón recibiría el nombre de zen.
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Con estas explicaciones, se va haciendo la luz en las afirmaciones contenidas en este capítulo: si es gobernante sabio el que ‘vacía las mentes de los hombres’ y ‘debilita las voluntades’ para que el pueblo ‘carezca de conocimientos’ y ‘carezca de deseos’ es porque tal es también su mayor aspiración personal, difícil por cierto de alcanzar, la de dejarse llevar por el Tao, sin ideas en su mente, sin voluntad y sin deseos que lo distraigan en la vanidad de un hacer que pueda perturbar la espontánea eficacia de aquél. Y si ha de llenar los estómagos y fortalecer los huesos de sus súbditos, es porque tal es también una aspiración personal: disponer del alimento y de la fortaleza corporal que le permita alcanzar la longevidad en la imperturbable quietud del dominio de sí mismo.

Sobre todo se trata de que ‘los astutos no osen actuar’. Son éstos los que poseen el conocimiento y el talento necesario para arrastrar a los hombres a la competencia, al conflicto, a la disputa por el poder y por la fama, al derramamiento de sangre, a la guerra. Son éstos los maestros en engañarse a sí mismos para engañar a los demás. ¿Es posible identificar a los tales, en nuestro tiempo? Allí siguen estando presentes, los que quieren que el mundo gire en torno a ellos, los que quieren ordenar el mundo, los necios que ignoran el orden omnipresente tras las apariencias.

Los ‘astutos’ -en algunas traducciones se los denomina ‘inteligentes’ o ‘sabios’- serían los mismos ‘hombres de talento’ a que se refiere el comienzo de este capítulo III, esto es los que saben, ‘los eruditos -…- de las diversas escuelas, que siembran la confusión con sus doctrinas y recetas de poder’. Su ‘saber es pernicioso porque dispersa y aleja de lo esencial, por una parte, y también porque, al tratarse de un conocimiento buscado y adquirido, intencionado, impide «actuar sin acción». Además, ‘instituyen reglas y enseñanzas y, por ende, se ensarzan en una concatenación en que todo va complicándose cada vez más, en que todo es cada vez más insatisfactorio, y se embarrancan en esa complejidad’.* Los partidarios de las distintas escuelas serían hoy, por supuesto, según me parece, los hombres de partido que siguen perturbando la mente del pueblo y sembrando la confusión en su propio provecho. 

¡Qué espantosas consecuencias, si es que ellos se vuelven modelos del pueblo!  ¡Qué frustraciones! ¡Qué abundantes semillas de descontento! Quiere el sabio autor del Tao Te King que el pueblo se aleje de ellos.

En cambio, qué de beneficios, que de alegría para el pueblo, si se deja al buen gobernante actuar prudentemente conforme al orden natural, sin abandonar el wu wei, que es la acción cautelosa y mesurada que no pone estorbo a la espontánea eficacia del Tao. Así, la virtud (Te) del Tao todo lo regula, haciendo inútil toda excesiva regulación humana.

Claro que hay que tener presente que nuestro mundo está tan plagado de estúpidas y destructivas intervenciones, de exageradas regulaciones que nada solucionan, que el orden natural autorregulador no puede sino encontrar dificultades para imponerse. Cada vez es, por lo tanto, también más difícil que se haga realidad la sabia directriz del buen gobernante. 

Esta es mi opinión acerca de la enseñanza de este capítulo III del Libro del Camino y de la Virtud.

No hay que maravillarse, sin embargo, de que dichos como los contenidos en este capítulo hayan sido utilizados en la historia china -con apoyo razonable en la literalidad del texto- para fundamentar el sojuzgamiento del pueblo. A pesar de que lo que querría decir este capítulo es, según nos parece, todo lo contrario.

He citado en este artículo los comentarios al capítulo III de Anne-Hélène Suárez Girard, (Tao te king, Siruela,Madrid 2009) que hace referencia, por su parte, a la obra de Francois Jullien mencionada en la bibliografía de dicho libro.
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© 2012 Lino Althaner

No turbes la mente del pueblo (TTK5a)

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Parece especialmente necesitado de una interpretación, este capítulo III del Tao Te King.
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‘Si no prefieres a los hombres de talento,
el pueblo no rivalizará.
Si no aprecias los bienes inasequibles,
el pueblo no robará.
Si no exhibes nada deseable,
la mente del pueblo no se turbará.
Así, en su gobierno, el sabio
vacía las mentes,
llena los vientres,
debilita las voluntades.
fortalece los huesos,
para que el pueblo carezca siempre de saber y de deseos,
para que los sabios no osen actuar.
Actúa sin acción,
y nada hay que no regule.’

Si uno se atiene a la pura letra, que varía mucho, por lo demás, según la traducción, las expresiones del texto, aparte de oponerse al sentido común a que estamos acostumbrados, suenan decididamente maquiavélicas o muy despectivas para referirse al pueblo como destinatario del gobierno. Como el libro en general, el carácter ambiguo y hasta internamente contradictorio de este capítulo se presta a diversas interpretaciones, como asimismo a su aprovechamiento por tendencias francamente contradictorias. El carácter mismo de la lengua china en un texto antiguo y complejo hace que la tarea interpretativa se torne todavía más difícil. Y para qué decir, la circunstancia de que tengamos que contentarnos con traducciones del original.

Si el Tao Te King ha sido considerado muchas veces como un libro preferentemente dirigido a los gobernantes, a los reyes, este capítulo en especial lo parece todavía más. Se trata de recomendaciones, en principio destinadas a ellos, a quienes ejercen los poderes del gobierno y la administración del estado, aunque pueda sin mayor esfuerzo ser extendido su sentido con el objeto de ampliar su alcance.

 Nos dice este capítulo de una sociedad altamente estatizada. Por lo tanto, de un estado que gusta de intervenir en todos los aspectos de la vida de las personas, para lo cual requiere de una burocracia muy grande y muy especializada, apreciada por los gobiernos como un instrumento de control político y financiero. Los cargos públicos confieren poder y abren las puertas a la riqueza y a la consideración social, por lo cual son disputados por las facciones políticas en pugna y por los intereses económicos contrapuestos.

El capítulo III debe ser entendido como una reacción contra el confucianismo, cuya influencia prevaleciente en la sociedad china y en su organización estatal se trata de contrarrestar. Lo que se dice en este capítulo es ciertamente una defensa de postulados taoístas tales como los relacionados con el wu wei -el actuar mesurado-, con la acción espontánea, que se aprende más en la observación sabia de las fluctuaciones naturales que en el conocimiento formal, y que se aplica imitando a la naturaleza más que ajustándose los hombres a las virtudes, a los procedmientos y a los ritos derivados de una ética meramente externa. Dice también de la poca simpatía del taoísmo por el poder y las riquezas, que considera fuente de ilusión, de desazón y de conflicto.

Así comienza este capítulo:

‘Si no prefieres a los hombres de talento,
el pueblo no rivalizará.’

En la expresión ‘hombres de talento’ está la clave para entender estas líneas. Los ‘hombres de talento’ son ‘los que saben’, los letrados que han acumulado conocimiento; pero no cualquier conocimiento, sino el que ha sido definido por el estado para hacer a una persona merecedora de ocupar un cargo público. Son personas eruditas, que cimentan, además, su prestigio en el respeto de las virtudes que muestran en el trato social. Se trata de las virtudes típicamente confucianas, tales como la ‘benevolencia’, la ‘justicia’ y la piedad filial, así como el riguroso respeto de los procedimientos burocráticos y los rituales prescritos, por ejemplo, con motivo del culto a los antepasados.

Ya hemos visto que el Tao Te King no aprecia en particular a quienes ostentan este tipo de virtudes exteriores y formales, ni menos a quienes pretenden ejercer maestría sobre la base del saber y no de la auténtica sabiduría. No son ellos los indicados para hacer realidad el orden natural en el gobierno, del todo necesario para que de la sujeción a él se siga una eficacia bienhechora para el bien común. Los ‘hombres de talento’ no deberían, por lo tanto, ser preferidos para ejercer funciones públicas, menos si se trata de cargos importantes.

Por otra parte, hay que tener presente que el confucianismo abre formalmente las puertas de la burocracia a todos los hombres, al margen de su linaje, idea que pareció en su momento un avance en términos ‘democráticos’. Pero los cargos, altamente apreciados según se ha dicho, son pocos y demasiados los aspirantes. Se lucha por acceder a ellos, se compite con pasión, se hace uso de trampas, se recurre a todo tipo de influencias, se trata de descalificar al rival por cualquier medio. La concurrencia por los cargos públicos genera ambiciones, favorece envidias, promueve el conflicto y la lucha por el poder. Todo ello perjudica la salud de la sociedad.
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El capítulo empieza, por lo tanto, con una fuerte crítica a un estado que requiere para su gobierno y administración eruditos, conocedores de las normas, de las formas y de los ritos, ‘hombres de talento’, hombres que saben, sin duda, pero que carecen de sabiduría, en el sentido taoísta de esta palabra. Pero hay algo más. Si el estado requiere este tipo de idoneidad para ser administrado, es que el estado mismo es merecedor de una reforma que lo haga compatible con la presencia en él de hombres verdaderamente sabios.

Se hace énfasis, por otra parte, en las consecuencias negativas de la rivalidad, de la competencia, del conflicto social permanente que se da en la sociedad con motivo de la competencia y de la disputa por el poder, las riquezas y la fama.

Pero sigue este capítulo:

‘Si no aprecias los bienes inasequibles,
el pueblo no robará.
Si no exhibes nada deseable,
la mente del pueblo no se turbará.’

La acumulación de bienes por parte de quienes ejercen el gobierno, ostentándolos, sintiéndolos como prueba de su elevación, no es algo beneficioso para el bienestar de la sociedad, para el bien de las gentes. Lo esfuerzos que hay que desplegar para conseguirlos son altamente negativos para el hombre. El consumismo desenfrenado y la adicción que promueve, son males profundamente perturbadores. Su posesión y su lucimiento generan oscuros apetitos, ambiciones, envidias  y resentimientos que de pronto pueden desviarse por el camino del desorden y de la violencia. Las diferencias que genera la posesión desmedida de riquezas, en tanto dicen de falta de equidad y de miseria, suscitan descontento y rebeldía. Además, según la filosofía taoísta, el poder y las riquezas son prueba de la necedad de quien entrega su vida por el puro hecho de tenerlas. Y si los gobernantes hacen ostentación de sus riquezas, qué le queda al pueblo sino emularlos.

El Tao Te King no ve con buenos ojos la asociación del gobernante -ni de cualquier hombre- con la riqueza material. Ésta va comúnmente asociada con quienes ejercen actividades mercantiles. Pero los fines lucrativos de tales empresas son incompatibles con las actividades de gobierno. Sabido es que los grandes mercaderes conocen de formas de actuar que el pueblo no asocia con la honradez. Asociar a quien ejerce el poder político con la pura riqueza puede generar dudas acerca de la legitimidad y la pulcritud de ese poder. Además, es arriesgar a que aparezcan como modelos del pueblo y, sobre todo de la juventud, hombres valorados por los bienes que poseen más que por lo que son en sí mismos. Estos falsos modelos debilitan las virtudes, distorsionan los fines de la existencia y son fuente de infelicidad, de malestar social y de inconformismo.

La disputa por acceder a la burocracia es, a juicio del taoísmo, tan necia como la competencia por la acumulación desmesurada de riquezas. Despertar el apetito por los cargos o por los bienes, no es propio de un buen gobernante.

Esto es lo que nos dice hasta aquí, este capítulo III del Libro del Camino y de la Virtud.

Claro, esto fue escrito varios siglos antes de nuestra era. Probablemente no tenga mucho que ver con el mundo y la vida en nuestra deliciosa actualidad.

Sigo luego con los comentarios a este capítulo III.
La pintura es del artista chino Young Fu Lin y la he traído del blog Cuaderno de Retazos.
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© 2012 Lino Althaner.

El estado de máxima quietud

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Muchas centurias me separan de Chuang-Tse, quizás un poco ilusorias. En todo caso, no deja de ser portentoso verlo de nuevo presente en este espacio,  complementando con su antigua sabiduría mi reciente comentario del capítulo II del Tao Te King, libro escrito, según se afirma, por quien fuera, según parece, su Viejo Maestro (Lao=viejo + Tse=maestro).
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Yin Xin – retrato masculino – Rights reserved – image from yinxin.org

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He aquí lo que tiene que decirnos del principio de interacción y unión de los contrarios, a que se refiere ese capítulo:

‘Muerte y vida, ganancia y pérdida, miseria y éxito, pobreza y riqueza, así como sabiduría e ignorancia, infamia y gloria, hambre y sed, frío y calor, todo ello no es sino mudanza de las cosas y discurrir del destino. Síguense como el día y la noche, sin que el humano conocimiento alcance a discernir su principio. No tienen por qué alborotar la paz interior, ni deben introducirse en la mansión del espíritu. Es menester que éste permanezca en armónico bienestar, y que nunca pierda el contento; hacer que día y noche, de continuo, sea como una primavera para todos los  seres. Y así la mente podrá adaptarse y entrar en armonía con el mundo exterior’.

Del sabio cuya mente se adapta y entra en armonía con el mundo exterior, nos dice el maestro Chuang:

‘El nivel de las aguas tranquilas es el estado de máxima quietud,  y puede servir de modelo. En su interior guarda una extremada quietud y por eso en su exterior no se agita. Virtud es cultivar la armonía perfecta’. A quien cultiva esta clase de virtud, ‘los seres acudirán a él y no podrán abandonarle’.

Y agrega todavía más:

‘El sabio no tiene defecto, ¿para qué la virtud? No busca el beneficio, ¿para qué mercadear?’ Su sustento está en el Cielo. ‘Sustento del Cielo es recibir alimiento del Cielo; y si el sabio recibe alimento del Cielo, ¿qué necesidad habrá de los hombres? Tiene cuerpo de hombre, mas no sentimientos de hombre. Tiene cuerpo de hombre, y por eso vive entre los hombres; no tiene sentimientos de hombre, y por eso … no le turba ni altera la discusión ni le motiva el conflicto. ‘¡Cuán pequeño, y por eso pertenece al humano género! ¡Qué grandísimo, que se ha hecho uno con el Cielo!’

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Los párrafos de Chuang Tse son del capítulo V, apartado VI, de su libro, según traducción de Iñaki Preciado Idoeta (Kairós, Barcelona 2001).
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© 2012 Lino Althaner

La economía del Tao, presente en el haiku (TTK4)

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 Siguen a continuación mis comentarios al capítulo II del Tao Te King.

Uno de los principios en que se fundamenta la filosofía de este libro es el de mutua interacción de los contrarios.

Según su mente y  sus sentidos limitados captan las cosas y los fenómenos, la vida del hombre, enmarcada en las apariencias del espacio y del tiempo, puede de pronto parecer una cadena sin sentido de sucesos. La persona, nada más que una cáscara de nuez llevada y traída por corrientes imposibles de dominar. La relatividad, la impermanencia, parecen confundirla por doquier. En su afán por interpretar lo que ve como realidad, el ser humano advierte como se suceden el bien y el mal, la verdad y la mentira, la hermosura y la fealdad, lo recto y lo torcido, lo elevado y lo ínfimo, la paz y la guerra, en ininterrumpida e interminable, en agotadora contradicción. Por si fuera poco, lo que hoy le parece bueno, no es raro que mañana le parezca más bien malo. Lo que en un momento se le revela como  infelicidad insuperable, al momento siguiente es posible le sea semejante a la pura alegría de vivir.  No es infrecuente que lo que hoy parece tener los atributos del ser, de lo real, mañana se vuelva polvo, se transforme en nada. Así, la vida no puede sino asemejarse al caos. Un caos humano. Un caos social.

El hombre se empeña en ordenar el caos aparente.  Pretende definir lo bueno y lo malo y precisar los rasgos de la belleza y de la fealdad, de lo racional y de lo absurdo.  Puebla su vida de definiciones, de conceptos, de clasificaciones y jerarquizaciones. De visiones del mundo, de dogmas, de lo que son, a sus ojos, verdades o errores. Y lo vemos día a día, cómo se afana por sus ideas, se pelea por ellas, descalifica a quien no las comparte, se acerca al que las aprecia. Pero el mundo gira indiferente, se suceden las estaciones, las buenas y malas cosechas, las calmas y las tormentas. El hombre hace gala de sus sistematizaciones, de sus talentos y de su inteligencia. Mientras los terremotos y los tsunamis, indiferentes, siguen demoliendo las grandes construcciones. Siempre, por cierto, que los hombres sean imprudentes en sus edificaciones o insistan en construir en la playa, a la orilla del mar.

Pero la naturaleza por nada se altera. No cabe en ella el resentimiento ni la animosidad. En cambio, el hombre se afana, se urge. Y en su intento por ordenar, el hombre desordena. Adquiere conocimientos para dominar; elabora ingeniosos sistemas de ideas, incomprensibles filosofías hechas para el goce de los pocos que las entienden; construye artefactos, edifica el ‘progreso’, para sacar ínfimo provecho; inventa fronteras, discrimina, y luego se pelea por los límites, por las arbitrariedades que inventa, dominado por siniestras motivaciones. Persigue organizar la sociedad. Pero el Tao no sabe de izquierdas ni de derechas.
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La naturaleza no se altera. Sigue la tierra girando alrededor del sol. Siguen los cuerpos celestes sus evoluciones. Y el cosmos entero sus ciclos, sin que nada intervenga, sino el Tao invisible e indefinible que los atraviesa. Siguen las gentes naciendo y envejeciendo, siguen los hombres acarreando restos a los cementerios. Las cuitas de los hombres, siguen siendo las mismas. Los mismos sus sufrimientos. Pero el Tao también a ellos los atraviesa. Parece desordenarlos, pero los vuelve a ordenar y a sanar, tras las peores calamidades. Sin embargo, todo se complica si los hombres interfieren  demasiado, a su gusto y medida, sin considerar lo que importa verdaderamente.

Lo que importa de verdad es que hay un principio, un orden oculto que todo lo origina, que todo lo modela, que todo lo cambia, que a todo le da vida y que a todo le pone término. Hay una esencia sutil, hay un movimiento que todo lo ordena, sin necesidad alguna de que el hombre intervenga en sus formas de actuación. Si es que no se ajustan a ese origen y a ese orden -a ese camino que es el Tao- las discriminaciones humanas, bastante arbitrarias con frecuencia, y las humanas acciones, sólo pueden generar desorden.

En el mundo todos saben por qué lo bello es bello,
y así aparece lo feo.
Todos saben por qué lo bueno es bueno,
y entonces aparece lo que no es bueno.

Lo que para el hombre tiene el aspecto de bello o de feo, de bueno o de malo, de largo o de corto, de alto o de bajo, no es sino parte del juego de la naturaleza en su manifestación a la mente y a los sentidos, a los estados de ánimo y a los temperamentos.  Todos esos aspectos que asume lo que vemos, no es sino parte del ritmo inevitable de la naturaleza. Unas  a otras se engendran las corrientes acuáticas y las olas, espontáneamente, sin esfuerzo, para generar la visión de lo que para nosotros es el mar.

Por eso el ser y el no-ser se engendran mutuamente,
lo difícil y lo fácil se producen mutuamente,
lo largo y lo corto se forman mutuamente,
lo alto y lo bajo se completan mutuamente,
el sentido y el sonido se armonizan mutuamente,
delante y detrás se siguen mutuamente.

Tal como escribe un cometarista de este libro -el español Iñaki Preciado Idoeta- ‘los seres -y las fuerzas que en ellos se manifiestan- no son realidades aisladas e independientes -…-; todos los ámbitos de la realidad objetiva y todos los territorios de nuestro pensamiento son presentados en sus contradictorios condicionamientos. Todos representan una unidad de contrarios. Si uno de los aspectos no se da, tampoco se puede dar el otro’. Ello es lo que significa que el ser y el no-ser se engendran mutuamente.

La acción conjunta de las fuerzas contrarias -lo femenino y lo masculino, lo pasivo y lo activo, lo oscuro y lo claro- que interactúan en la naturaleza, hacen la realidad. Ellas se mezclan, surgen una de la otra, y no pueden ser concebidas aisladamente sino en su conjunto. Ellas son lo que son,  como la naturaleza es lo que es. Y que el hombre no intente domesticarla o reformarla. De ello sólo males pueden surgir.

La armonía que generan tales fuerzas, no siempre es fácil de percibir. Ni siempre es fácil de aceptar que esta allí. Y así, el equilibrio natural entre el Cielo y la Tierra es algo que al hombre suele pasarle inadvertido. Además, le resulta difícil aceptarlo. Lo pone en un pie de humildad, de subordinación, que su soberbia es incapaz de aceptar.  Consciente y voluntarioso, razonador desmesurado, egoísta y amante de la acción, tiene el ser humano -sobre todo el hombre asociado, institucionalizado, adocenado- la negativa propensión a alterar con sus empresas la armonía del cosmos. En el desprecio de la naturaleza, en la forma en que actúa con sus congéneres, en el descuido con que se trata a sí mismo, aparece ello con patente claridad. Al intervenir imprudentemente, produce una perturbación que dificulta el acuerdo natural de esas fuerzas. Pone un obstáculo a su inevitable equilibrio.

Son fuerzas que no actúan solamente en el mar, en los ríos y en los vientos, en las sequías y en los campos dispuestos para la cosecha. Están en todas parte. En la vida de los hombres, en sus emprendimientos, en sus instituciones, en la política, en la paz y en la guerra. Los contrarios actúan en todas partes. En todas ellas debe abstenerse el ser humano de perturbar el funcionamiento espontáneo de las fuerzas cósmicas, permitiendo que se imponga sin esfuerzo la sabiduría de la naturaleza, que es el orden del Tao.
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En la naturaleza el sonido y el silencio se complementan para producir una especie de música. En la acción de los hombres, el estruendo que destruye al silencio genera cacofonía y malestar. La acción de los hombres puede ser maligna. Aunque bienintecionada, si es excesiva, debe ser descartada. Es por ello que el Tao Te King recomienda respetar las leyes naturales, actuar mínimamente, no confiar demasiado en recursos humanos ni incurrir en soberbia. Insta al ser humano a ser consciente de que  el mismo es parte también de la unidad cósmica traspasada por el Tao, generador de equilibrio. Espontánea armonía, delicado equilibrio, en cuya virtuosa manifestación no cabe interferir.

Por eso el sabio se acomoda en el no-actuar,
ejercita la enseñanza sin palabras,
deja que los seres se desarrollen por sí mismos
y no los gobierna,
los deja y no los posee,
déjalos actuar por sí mismos y no se impone a ellos,
triunfa en su empeño, mas no se apodera del fruto.
Justamente porque no se apodera del fruto,
por eso mismo el fruto no le abandona.

Es por ello que el Tao Te King, el Libro del Camino y de la Virtud, recomienda el wu wei, el no hacer, o más propiamente, el hacer con mesura, con respeto, sin esfuerzo. Sin dar nada por propio. Sin desgastarse en razonamientos inútiles ni en demostraciones vacías. Sin interés. Dejando que en el hacer el buen Tao se manifieste, con la  misma justa economía y concentrada delicadeza con que se hace presente en un haiku, tan bello como éste:

Un árbol

Tierno saúz
Casi oro
Casi ámbar
Casi luz.

Quien actúa con tal mesura, con tal desinterés, con tanta humildad, triunfa en su empeño. El fruto no lo abandona. El fruto del sabio. El fruto verdadero.

Ya examinaremos otros capítulos del Tao Te King en que similares ideas son desarrolladas en sus ricas consecuencias. Pero esto es lo que me sugiere, por ahora, este capítulo II.

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Las imágenes corresponden a pinturas de Kuang Jia, pintor chino. Me las ha facilitado mi amiga Itsaso, del blog Cuaderno de Retazos. Y ese haiku maravilloso es de José Juan Tablada (1871-1945), poeta mexicano, y lo he tomado del blog Hendiduras Secretas, de mi amigo Julio Santizo Coronado.
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© 2012 Lino Althaner 

Lo que no puede nombrarse (TTK3)

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Comenzamos, de acuerdo a lo prometido, esta relectura del Libro del Camino y de la Virtud -el Tao Te King– atribuido al mítico sabio chino Lao Tse. Es esta una lectura no esforzada, lenta. Quisiera que profunda. Los comentarios son personales, no académicos, propios no de un especialista en filosofía china sino más bien de un simple estudioso que, enfrentado de pronto a este texto misterioso, debe sacar espontáneamente unas consecuencias razonadas de lo que va leyendo.

Nos encontramos, pues, nuevamente, frente al capítulo I del Libro, que incursiona en el concepto mismo de Tao como origen y como ley del universo:

‘El Tao que puede expresarse
no es el Tao permanente.
El nombre que puede nombrarse
no es el nombre permanente.’

Aquí se nos está hablando de una Realidad Suprema. Se trata de una realidad inaccesible a la mente y a los sentidos, ya lo hemos dicho. Ella es completamente ajena al mundo fenomenológico habitual, a la vida del hombre. Lo que aquí se nos dice es que esa Realidad Suprema no es susceptible de ser expresada. El origen de toda realidad, el más allá de toda apariencia, es inexplicable.

Si pudiera ser discernida, categorizada, expresada, no sería la verdadera Realidad Suprema. No sería el auténtico Tao.

Esta Suprema Realidad no tiene nombre. Es posible darle un nombre convencional, pero no un nombre aproximadamente revelador siquiera de lo que es en verdad. El mismo nombre que el Libro le asigna -Tao- no sirve para entenderlo con propiedad. Pues tao tiene, entre otras acepciones, la de ‘camino‘, ‘curso‘, ‘proceso‘, ‘orden‘, ‘ley‘, pero ninguno de tales significados es siquiera remotamente aproximado a lo que el Tao auténtica y esencialmente es.   Mucho más que cualquiera de ellos separadamente o que todos en conjunto. Intuimos su presencia, atisbamos los reflejos de su presencia, adivinamos su virtud y su eficacia. Pero ella misma, esa Suprema Realidad, es indescriptible.

Si pudiera ser nombrada con un nombre preciso, si pudiera ser descrita, ya no sería la Suprema Realidad, la Primera y la Última, de que hablamos. No sería el verdadero Tao, origen y orden del cosmos.
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Lee Zi Long – Rights reserved – image from Cuaderno de Retazos

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Sigue este capítulo:

‘El no-ser es principio del Cielo y de la Tierra;
el ser de los infinitos seres es madre.
Por eso con el permanente no-ser
se contempla la esencia escondida del Tao;
 con el permanente ser
se contemplan meros indicios del Tao.’

Esta Suprema Realidad es anterior al Cielo y a la Tierra, es decir, al cosmos, a la naturaleza. Pero en cuanto origen del Cielo y de la Tierra, su ser completamente Otra, indescriptible, inexpresable, indiscernible, su falta de atributos ontológicos, susceptibles de ser especificados o fundamentados, la hace más cercana a lo que ‘no es’, a la Nada, que al ser de las cosas y a la realidad de los fenómenos a que el ser humano tiene acceso. 

Es por ello que si quiere aproximarse al Tao, debe el hombre hacerlo desde la nada más bien que desde el ser. Es por ello tal vez que la proeza iluminativa, contemplativa y unitiva, sólo la alcanza el místico, de todo despojado, anonadado, en la lejanía de sí mismo, en la noche oscura, en la nube del desconocimiento.

Desde esa Suprema Realidad habría que descender tal vez un peldaño, por decirlo así, para hallar el principio del que nacen las cosas. Tal sería el que es definido por el texto como ‘madre de los infinitos seres’, de los entes que pueblan el cosmos, el hombre entre ellos. ¿El principio creador?

Y termina el capítulo I con estos versos:

‘Estos dos (no-ser y ser) tienen el mismo origen
aunque diferentes nombres;
tanto al uno como al otro puedes llamarlos misterio.
Misterio de los misterios,
llave de toda mudanza.’

Cuando el texto se refiere a los ‘dos’ que ‘tienen el mismo origen’, pareciera estar refiriéndose al yin y al yang, las dos fuerzas omnipresentes  en eterna oposición y síntesis  que estructuran el universo y explican las alternancias vitales y los cambios. Yo diría que ellas emanan del Tao para comenzar misteriosamente a manifestarse en cuanto a eficacia suprema en los movimientos del cosmos y en la experiencia de la vida.

‘Tal es el misterio de los misterios,
llave de toda mudanza.’

Claro es que todo este capítulo es metafísica pura, expresada en el lenguaje de la metafísica. Que no es, por cierto, el mismo idioma que se emplea para decir ‘este lápiz es mío’ o ‘esta comida no me gusta’. El lenguaje de la metafísica es más obscuro. Puede de pronto parecernos contradictorio. Ello no es extraño, pues se refiere la metafísica a un ámbito en el que no son válidas la lógica humana ni el Diccionario de la Academia.

El Tao Te King es un libro de sabiduría, de filosofía. No es, en principio, un libro religioso. O de teología. Con todo, el taoísmo derivó en religión, con el Tao Te King como uno de sus libros sagrados, por cierto, y Lao Tse como una figura sagrada. El concepto de Tao que se esboza en este capítulo I y se completa en otros -por ejemplo el XXV- es familiar al estudioso de las religiones. Ya nos hemos referido en otras entradas de este sitio al Ser Supremo de los místicos, del Pseudo Dionisio Areopagita, del Maestro Eckhart, de Juan de la Cruz. Al Dios de los sufíes y de los cabalistas. Al Dios extraño -lejano y ajeno- de los gnósticos antiguos. Al Dios que divisó Plotino sumido en trance extático.
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© 2012 Lino Althaner

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