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Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: alabar sobrenaturalmente al Supraesencial renunciando a todas las cosas. Como los escultores esculpen las estatuas. Quitan todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza … Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven.’
Pseudo Dionisio Areopagita, La Teología Mística
Antes de entrar propiamente en materia, quisiera decirles que acerca del motivo del escultor que cincela el mármol para hallar la obra de arte escondida, ya he tratado en entradas anteriores. Así, pues, les ofrezco el enlace para acceder a ellas.
Dicho lo cual les recuerdo que en el capítulo 17 del libro de los Hechos de los Apóstoles se dice de la estancia de Pablo de Tarso en Atenas y de los discursos que dirigía a los habitantes de la ciudad, centro cultural del mundo helénico, con el objeto de abrirles los ojos al mensaje de Jesús de Nazaret. Según la narración, una de las doctrinas cristianas que a los griegos resultaba especialmente difícil de entender era de la de la resurrección de los muertos, tanto así que muchos se habrían burlado por tal motivo de la prédica paulina.
Con todo, algunos atenienses se manifestaron favorables al cristianismo. Entre ellos, un tal Dionisio Areopagita (Hch 17, 34). De este personaje, se dice también que su fe estaba relacionada con la circunstancia de que, años antes, encontrándose en Egipto, donde proseguía los estudios que había comenzado en Atenas, había advertido el eclipse solar acontecido a la muerte de Jesús.
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Antoine Caron – Dionisio Areopagita y el eclipse de sol (Museo Getty. Los Ángeles).
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Fueron atribuidas, durante mucho tiempo, a este Dionisio Areopagita varias obras teológicas de enorme interés y de gran influencia en el pensamiento cristiano posterior: tales son los libros titulados Los nombres de Dios, la Jerarquía Celeste, la Jerarquía Eclesiástica y la Teología Mística, que integran, junto con otros escritos menores, el llamado Corpus Dionisiacum. Son obras en que la doctrina cristiana es entendida a la luz del pensamiento idealista de Platón y del neoplatonismo posterior. Durante casi un milenio, estos libros fueron considerados doctrina revelada, nada menos que a un discípulo de Pablo el Apóstol, pocos años después de la muerte de Jesús.
La investigación histórica parece haber demostrado, sin embargo, que el Corpus Dionisiacum fue compuesto con fecha bastante posterior, probablemente en el curso de los siglos IV o V, por un monje del ámbito bizantino, tal vez sirio o alejandrino, muy influenciado por las sublimes enseñanzas de Ammonio Saccas, de Plotino y sobre todo de Proclo, uno de los últimos filósofos neoplatónicos. Hoy día es frecuentemente mencionado como el Pseudo Dionisio Areopagita, para enfatizar la necesidad de no confundirlo con el Dionisio del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Uno de los aspectos que enfatiza la doctrina teológica y mística de Dionisio se relaciona con la imposibilidad de revestir a Dios de atributos humanos, por lo cual no es posible hablar de Él por la afirmación de lo que es sino más bien por la negación, por lo que no es. Su absoluta trascendencia lo hace inalcanzable a los sentidos y a la mente humana, incapaz de compararlo a cosa alguna, ni de atribuirle semejanza o desemejanza con ningún fenómeno humano o terrenal. Esta doctrina, que Dionisio hereda de Platón y de Plotino por vía de Proclo, habría de ejercer una gran influencia en la mística cristiana -la de Eckhart, por ejemplo, o de San Juan de la Cruz-, y se puede encontrar también su huella en los escritos místicos vinculados a otras religiones, por ejemplo, en el sufismo musulmán y en la mística judía.
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La única posibilidad de acercamiento a las luminosas tinieblas de la divinidad se halla, según Dionisio, en la total humildad, en el despojo evangélico de toda posesión y afición y en la convicción de la insuficiencia de la visión humana, además por cierto de la creencia en la hermandad con el Señor Jesús y en la fidelidad a su enseñanza de caridad y de misericordiosa.
Dios es la Supraesencia, la Causa Primera. ¿Qué nos dice de ella Dionisio el Pseudo Areopagita? Su lenguaje tiene el estilo sublime y paradojal que será también el de una buena parte de la mística cristiana posterior. Toda palabra se hace insuficiente ante la trascendencia divina, a la vez simple y despojada de limitación. La suerte de perplejidad de quien escribe se traspasa al lector, que intenta comprender:
‘Esta Causa no es alma ni inteligencia; no tiene imaginación, ni expresión, ni razón de entendimiento. No es palabra por sí misma … ‘No podemos hablar de ella ni entenderla. No es número ni orden ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni semejanza ni desemejanza. No es móvil ni inmóvil, ni descansa. No tiene potencia ni es poder. No es luz, ni vive ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni tiempo. No puede el entendimiento comprenderla, pues no es conocimiento ni verdad. No es reino, ni sabiduría, ni uno, ni unidad. No es divinidad, ni bondad, ni espíritu en el sentido que nosotros lo entendemos. No es filiación ni paternidad ni nada que nadie ni nosotros conozcamos. No es ninguna de las cosas que son ni de las que no son. Nadie la conoce tal cual es … Y toda negación se queda corta ante la trascendencia de quien es absolutamente simple y despojado de toda limitación. Nada puede alcanzarlo.’ (Teología Mística, capítulo 5).
Más allá de toda luz, de todo conocimiento, afirma Dionisio, ‘los misterios de la Palabra de Dios son simples, absolutos, inmutables en las tinieblas más que luminosas del silencio que muestra los secretos. En medio de las más negras tinieblas, fulgurantes de luz ellos desbordan. Absolutamente intangibles e invisibles, los misterios de hermosísimos fulgores inundan nuestras mentes deslumbradas’ (idem, capítulo 1).
Aquí describe con acierto lo que es el éxtasis místico.
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Recomienda, por lo tanto, a su amigo Timoteo, el único camino que procura cierta, segura más siempre indefinible cercanía:
‘Renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son. Deja de lado tu entender y esfuérzate por subir lo más que puedas hasta unirte con aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo, serás elevado espiritualmente hasta el divino Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia,
‘… la misericordiosa Causa de todas las cosas’, que es ‘elocuente y silenciosa , en realidad callada. No hay en ella palabra ni razón, pues es supraesencial a todo ser. Verdaderamente se manifiesta sin velos, sólo a aquellos que dejan a un lado ritualismos de cosas impuras … y se abisman en las Tinieblas donde, como dice la Escritura, tiene realmente su morada aquel que está más allá de todo ser.’ (Ibidem).
Algo así como la ‘noche oscura’ a que aluden con frecuencia los grandes místicos.
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Y eleva su oración para obtener la gracia y la fuerza necesaria para perseverar en la renuncia que hará posible al hombre acercarse a la ‘luminosa oscuridad’ de Dios:
‘¡Que podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad! ¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento! Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: alabar sobrenaturalmente al Supraesencial renunciando a todas las cosas. Como los escultores esculpen las estatuas. Quitan todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza … Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven.’ (Teología Mística, capítulo 2).
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En artículos recientes hemos dicho de ciencia y de mística. He comentado las reflexiones de algunos de los más grandes científicos del siglo XX acerca de la forma de pensar de los místicos y de sus frutos intelectuales, de las intuiciones surgidas de las profundidades de la mente -consciente e inconsciente- de sabios como Dionisio. Conocedores de los grandes escritos producidos por el pensamiento místico, los estudiaron con mucha detención con el objeto de indagar en la posibilidad de encontrar en estas formas de razonar una ayuda capaz de auxiliar a la ciencia en su tal vez interminable búsqueda.
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Las tres imágenes intercaladas corresponden a ilustraciones de uno de los libros visionarios –Scivias-de Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), recientemente proclamada por el papa Benedicto doctora de la Iglesia.
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© 2012 Lino Althaner
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