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Simbolismo inagotable el de la rosa. Representa la rosa la perfección, la completa realización de lo que, por lo tanto, puede retornar a su origen, pues es del todo semejante a la Idea. La rosa es la belleza y la verdad, la pureza, lo sublime inmaculado.  Pero también está asociada a la pasión, la pasión amorosa y la pasión del que sufre, del que padece, física y espiritualmente.
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En el cristianismo, la rosa está asociada a María, Mater Dei, la rosa mística de la Letanía lauretana. También a a la pasión de Jesús de Nazaret. Así la adopta Martín Lutero como emblema -por el mismo diseñado- del movimiento reformista protestante. El símbolo del que padece, del que ha muerto, pero vive –vivit, dice el emblema.

Varias cosas nos dice sobre la rosa la poesía mística de Angelus Silesius, el poeta germano del siglo XVII, en un libro tan hermoso y poco conocido como es su Peregrino Querubínico. Una versión bilingüe en alemán y francés, de 1945, que adquirí en Buenos Aires a mi amigo Hernán Silva, de la librería Aletheia, se encuentra entre los tesoros de mi biblioteca.

Desde luego, para Silesius la rosa es un símbolo cristiano cargado de idealismo platónico o mejor neoplatónio. Esa rosa perfecta que ven nuestros ojos simboliza a aquella que florece en la eternidad divina, en el Empíreo, en el Paraíso:

La rosa que aquí admira tu mirada exterior
florece asimismo en la eternidad de Dios.
(I, 108)

(Die Rose, welche hier dein äusseres Auge sieht, / Die hat von Ewigkeit in Gott also geblüht).
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En esa intemporalidad inespacial en que las cosas se consuman en belleza, en perfección, en bien y en verdad. En que los opuestos desaparecen. En que las cosas pierden apariencia para ser lo que son.

Insiste Silesius en que lo Absoluto carece de razón de ser. Es simplemente porque es, porque allí mora el puro Ser original, increado, sin causa, del cual brotan las Ideas platónicas, las Formas del neoplatonismo.

Así, puede decir:

La rosa carece de porqué, simplemente florece.
Sin turbarse por sí misma, ni preguntarse si alguien la observa.
(1,289)

(Die Ros’ ist ohn warum, sie blühet weil sie blühet, / Sie acht nicht ihrer selbst, fragt nicht ob man sie sieht).

En la morada del Ser, no hay lugar para aparentar ni para poseer. Ni para adquirir o para intercambiar. Allí es suficiente con ser.

Este poema de Silesius, lo cita Jorge Luis Borges en la última de sus Siete Noches para referirse a la esencia de la poesía. Por cierto que no tendrá mucho sentido para  quienes son incapaces de sentir la poesía, o sea, según el mismo escritor argentino, maestro de la ironía y de la paradoja, para quienes deben generalmente contentarse con enseñarla. 

Y también nos dice el Peregrino Querubínico que ante Dios, que es el que es, nos debemos abrir como una rosa, para acercarnos a él:

A Dios recibirás con toda su bondad
si te abres a él como una rosa.
(III, 87)

(Dein Herz empfänget Gott mit allem seinen Gut, / Wann es sich gegen ihm wie eine Ros’ auftut).
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Vincent van Gogh – rosas rosadas (imagen de wikipaintings.org)

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Es esta la rosa inmarcesible, o sea, la que no se marchita. ¡Qué desgracia imaginar que esta rosa pudiera decaer, ajarse, ser presa del mal! La mayor pesadilla.

Pero William Blake tiene un poema sobre La rosa enferma:

Oh rosa, estás enferma;
El gusano invisible
que vuela por la noche,
en la tormenta ululante

ha encontrado tu lecho
de purpúreo goce.
y su amor oscuro y secreto
destruye tu vida.

(The sick rose // O rose, thou art sick; / The invisible worm / That flies in the night, /In the howling storm, // Has found out thy bed of crimson joy, / And his dark secret love / Does thy life destroy.)
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                              William Blake – The sick rose (imagen – wikipedia)

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Algo bello, algo grande, está siendo amenazado en este poema. ¿Es tan solo una beldad fugitiva, del mundo de carne y hueso? ¿Es algo más bien espiritual? ¿Es la centella sepultada, es la chispa que casi no brilla, es el fuego que amenaza con apagarse? ¿El espíritu del mundo que declina? ¿Es el gusano de las miserables apariencias que trata de imponerse sobre el espíritu inmortal?
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© Lino Althaner
2012