La búsqueda de la Armonía

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El siglo XII es un siglo casi milagroso. Uno de los fundamentos de tal milagro se encuentra en la alianza del cristianismo con las doctrinas del neoplatonismo, que hicieron a las gentes ilustradas de la época especialmente susceptibles a las armonías del universo.  Uno de los centros del consiguiente movimiento espiritual estuvo en la ciudad de Chartres, a unos cien kilómetros al sudeste de París.  Él fue capaz de idear un completo sistema metafísico y una piedad religiosa cuyos resultados siguen constituyendo un modelo inigualado de civilización cristiana. 

El Cordero, los ángeles y los cuatro vivientes, con los santos y los elegidos - Apocalipsis de la Reina María (British Library)

El Cordero, los ángeles y los cuatro vivientes, con los santos y los elegidos – Apocalipsis de la Reina María (British Library)


Entre las personalidades que hay que destacar como cimentadoras de tal realidad está ciertamente la de Juan Escoto Erígena (815-877), que difundió entre los europeos doctos de la Edad Media las ideas de Dionisio Areopagita -actualmente conocido como el Pseudo Dionisio, para dejar sentado que no se trata del personaje homónimo mencionado en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (17,34). Las obras de este autor, probablemente un teólogo bizantino del siglo V o del VI marcado a fuego por las ideas neoplatónicas, dejaría su huella en el pensamiento, en la cultura y en el arte medieval y tendría una particular importancia en la mística, pareciera que no solamente en la cristiana. Pues también la obra del Pseudo Dionisio habría llegado a los medios musulmanes y judíos de la temprana Edad Media. Cabalistas y sufíes la habrían recibido.

Catedral de Chartres, rosetón norte

Catedral de Chartres, rosetón norte


Quisiera poner esto en contexto con lo que he dicho en otros artículos recientes de este blog acerca de las relaciones entre la música terrenal y la música de los mundos superiores, (V.  Música de las esferasCasa de Dios y Puerta del CieloEl ascenso del almaMúsica ¿ciencia o arte?) para reflexionar acerca de la relación existente entre los conceptos teológicos, cosmológicos y metafísicos propios de la humanidad del Medioevo europeo y el espíritu que impregna a la generalidad de las soberbias obras culturales de esa época. No solamente a las musicales. 

Hay que recordar, por ejemplo, que de la obra del Pseudo Dionisio Areopagita proviene la idea de los órdenes angélicos con sus tres coros ordenados en nueve jerarquías (serafines, querubines, tronos; dominaciones, virtudes, potestades; principados, arcángeles y ángeles), imaginados todos ellos como celestes conjuntos musicales que, reunidos conforme a una armonía perfecta y a una áurea proporción, cantan su alabanza al Creador en un eterno Te Deum. Se comprende entonces que Hildegarda de Bingen, a mediados del siglo XII, haya visto a los nueve órdenes de ángeles cantando indescriptibles cantos de alabanza.

La pregunta es entonces: ¿No revelan acaso las imágenes que aquí muestro, manuscritos, vidrieras, portales y sagradas geometrías, algo parecido; un afán de reconocimiento de la maravillosa arquitectura del universo, de su belleza natural, y un inspiradísimo empeño de agradecer al Creador con unas creaciones humanas dignas de tal fin?

Catedral de Chartres - transepto sur, portal central, tímpano

Catedral de Chartres, construida entre el siglo XII y el XIII – transepto sur, portal central, tímpano


Juan Escoto, en armonía con el pensamiento de Dionisio Areopagita, define a la música como «una disciplina que gracias a la luz de la razón recibe la armonía de todas las cosas que, en virtud de las proporciones naturales, están en un movimiento cognoscible». Tal armonía no es precisamente la música de los coros celestiales, sino la del cosmos, la de las esferas, y preferentemente de aquella región, situada entre la Luna y las estrellas fijas, que en su opinión es «la más serena, y está siempre en eterno silencio, salvo por la armónica sinfonía de los planetas», que sobrepasa todo lo conocido sobre la tierra.

La música de los hombres es un receptáculo de la armonía universal.  Pero, además, le parece un símbolo de la reconciliación de los contrarios a partir de los cuales fue creado el universo y que siguen conviviendo en él. A lo que no cabe sino afirmar que, en efecto, pareciera indiscutible que la música es un ejemplo más de armonía universal. Y también que los elementos aparentemente inconciliables se dan en ella la mano para dar origen a una armonía conjunta, a una sin-fonía.

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La música, como ciencia y como arte, es incluso más que eso. Mejor dicho, puede serlo. Sí, la música compuesta, interpretada y escuchada por los hombres, siempre que estos cuiden de hacer honor a su digna descendencia de las Musas, es para mí un intento de aproximación y de imitación. Pero su intento no tiene solamente como ideal la música de las esferas. Es que quisiera acercarse a la armonía impenetrable que sustenta al universo entero. A la música de los coros angélicos.

Pero insisto en preguntar: ¿son acaso esos intentos de reconciliación, esos simbolismos de armonía universal, esos intentos de acercamiento a la suprema armonía, algo exclusivo de la música medieval?

Catedral de Chartres - Geometría sagrada, proporción áureas, música de las esferas

Catedral de Chartres – Geometría sagrada, proporción áureas, música de las esferas


Un antecedente para la respuesta que se impone: «las catedrales góticas y románicas -afirma Joscelyn Godwin en La cadena áurea de Orfeo– fueron contempladas como imágenes de la Jerusalén Celestial, o en el nivel complementario ‘pitagórico’, manifiesto en la Catedral de Chartres y sus sucesoras, como encarnación de la inteligencia matemática, de acuerdo con la cual incluso las ciudades celestiales han de estar construidas».

Los ejemplos en otras áreas del quehacer humano se multiplican. Y fácilmente se llega a la conclusión de que es propia del espíritu de la época la especial sensibilidad para captar tales armonías y sus efectos en las distintas áreas del conocimiento, como también la enorme energía necesaria para transformar tales armonías en obra visible, hecha palabra, piedra, color y sonido. Y que el intento aquel de alcanzar la más sublime de las armonías se reflejó no solamente en la música sino que también en la arquitectura, en la poesía, en la pintura, en la escultura, y en fin, en todos las obras que definen ae ese mundo.

No solo el arte, sino también las ciencias, todo el trivium y el quadrivium, la espiritualidad y la disciplina religiosa, la cultura en su conjunto, sin perjuicio de la humana deficiencia propia de toda edad, habría sido en aquélla como un intento por reconocer y simbolizar la armonía inefable del más allá, por reflejarla, por imitarla y por agradecerla.

© 2014
Lino Althaner

La pintura como imagen de una imagen

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El retrato de un ser humano, la representación pictórica o escultórica de su cuerpo o de su rostro, es sólo una imagen de lo que representa. Pero lo representado, ese cuerpo o ese rostro, no son tampoco sino imagen de su forma ideal. El retrato es, pues, la imagen de una imagen, muy lejana a la auténtica realidad del individuo retratado. Con este fundamento, Plotino, el filósofo neoplatónico, se negó invariablemente a posar para un artista. Y decía al respecto, según testimonia Porfirio, su discípulo y biógrafo:

‘¿No basta con llevar esta imagen de la que nos ha revestido la naturaleza, acaso es preciso además permitir que dejemos tras nosotros una imagen de esta imagen, más duradera aún que la primera, como si se tratara de una obra digna de ser vista?’

La mera reproducción no es arte. Sólo merece nuestra atención la belleza de la forma ideal. Así, pues, solamente lo es aquél en el cual se revela  el modelo eterno y se descubre la idea cuya realidad sensible -un rostro o un cuerpo- es nada más que una imagen, un reflejo. El verdadero retrato debe, pues, superar la mera apariencia para alcanzar al verdadero yo, tal como es en sí mismo. Si el resultado es bello, que predomine en él la representación de la belleza interna, de tal modo que pueda decirse que la obra de arte reúne todo lo auténticamente hermoso que el artista ha podido encontrar en su modelo.
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Mohan – Rights reserved – image from Cuaderno de Retazos

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Con arreglo a tal concepto, mucha de la pintura que responde al calificativo de realista podría ser un tanto menospreciada, si es que se limita a la mera representación superficial, al efectismo exterior, más no se preocupa de ahondar en las profundidades de su modelo, en la hermosura interna, en la riqueza psicológica, ni reproducir los ecos del alma del modelo. 

Pero excepcionalmente ocurre el portento. La representación puede ser realista hasta casi el extremo verista de la reproducción fotográfica. Sin embargo, unos toques magistrales en el tratamiento pictórico del rostro, de la mirada, del gesto de las manos y del cuerpo en su conjunto, nos transportan de alguna forma a otra dimensión. Y se agregan el movimiento sugerido, el color de la vestimenta, el entorno humano y paisajistico de la pintura, para decirnos no de mera y externa apariencia, sino que también del espíritu que pugna por aflorar y decirnos de algo todavía más verdadero pero oculto, que es lo que presta su hermosura a la representación.

Como en la flor del poeta místico Angelus Silesius:

‘La rosa que aquí
contempla tu ojo exterior
ya ha ella florecido
en el seno de Dios.’

(Die Rose welche hier/dein äusseres Auge sieht/sie hat von Ewigkeit/in Gott also geblüht)
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©  Lino Althaner
2012

Un cuento de Rumi

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De Dios nada se podría afirmar, del Uno que todo lo trasciende, de aquel a quien no se puede ver ni nombrar. Pues estaría muy por encima de toda palabra, pensamiento o atributo que quisiera asignarle la razón. Sólo se lo podría conocer mediante la docta ignorancia o el saber no sabiendo propio de los místicos; sólo se lo podría hallar en la nube del desconocimiento. Si alguno, viendo a Dios, comprende lo que ve – afirma Dionisio Areopagita, quien tomó esta doctrina de los filósofos neoplatónicos – no es a Dios a quien ha visto, sino algo cognoscible de su entorno.

Él sobrepasa todo ser y conocer.

Pues Dios es inaccesible, inefable, indescriptible, inconmensurable, infinito. Dios sería, pues, lo del todo distinto, lo Otro. En relación con el ser de las cosas del espacio y del tiempo , de los entes accesibles a nuestros sentidos y a nuestra inteligencia, Dios sería la Nada. La idea es heredada por muchos místicos cristianos, Eckhart y San Juan de la Cruz, entre muchos otros.

Un poeta persa, Rumi, expresa esta idea a través de los labios de un hombre privado de fortuna, casi un mendigo. El cuento tiene el encanto de la paradoja con que frecuentemente se expresan las cosas importantes. Dice más o menos así:

Se celebra un gran banquete en el palacio real. Mientras se aguarda la llegada del rey, cada uno de los invitados se instala en el lugar apropiado a su rango. El mayordomo vigila que cada cual quede ubicado en el lugar que le corresponde. De pronto ingresa un hombre en la sala un hombre de lo más humilde, de pobrísima vestimenta, y se sienta en el sitio más importante. Horrorizado por su desfachatez, se acerca a él el mayordomo: -¿Eres acaso un visir? -Mucho más que un visir,  replica el  desconocido.    -¿Entonces, un primer ministro? -Mi rango es muy superior. -¿Acaso pretendes ser el rey, tú pobre desventurado? -Estoy por encima de él. -¿Estás loco que pretendes ser un profeta? -Soy más que un profeta. -¿No me digas que estás del todo enajenado y te crees Dios? -Yo estoy sobre Dios. -Sobre Dios sólo está la nada. -Esa nada soy yo, le responde el mendigo, que es un sufi a no dudarlo, un místico consciente de su unión con la divinidad.

Este cuento no dice sólo acerca de la naturaleza de Dios sino que también acerca de la esencia divina del hombre.
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© 2011
Lino Althaner

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