El niño dentro de nosotros (2)

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Un libro es capaz de empujar al mundo

en otra dirección, cuando está escrito con sangre y fuego.
(Cary Baines, sobre El Libro Rojo, de C. G. Jung)


Algo más acerca de nuestro niño interior, conforme a la psicología junguiana.

Es bastante sabido que Carl Gustav Jung entiende al alma como una entidad sustancial y autónoma, distinta de la conciencia e inaccesible a la voluntad, en la cual se acumula de manera inconsciente la experiencia ancestral del ser humano. Es el alma, según él, una cantera inagotable de imágenes y de símbolos, que suele expresarse en la imaginación, en la visión, en el sueño. Es el ámbito en que habitan los arquetipos, motivos universales, frecuentemente expresados en la religión, en el mito, en la leyenda y en la poesía, que apuntan a la esencia común de la humanidad.  

Aquí nos cuenta Jung cómo, después de haber perdido el contacto con su alma, en la enajenación mundana del reconocimiento y de la fama, ha llegado a reencontrarse con ella. Una buena estrella lo guía de regreso hacia ella, lo que Jung celebra, pues ha llegado a intuir que no en el mundo sino que en la soledad profunda de su alma, allí ha de encontrarse con la esencia de sí mismo, con su auténtica individualidad.  Pues allí reside la sola posibilidad de realización plena. Dice entonces a su alma:

Dame tu mano, mi alma casi olvidada. Cuán cálida la alegría de volverte a ver, a tí, alma largamente negada. La vida me ha llevado nuevamente hacia tí. Queremos agradecerle a la vida, agradecerle todas las horas alegres y todas las horas tristes, agradecerle la alegría y el dolor. Alma mía, contigo he de continuar mi viaje. Contigo quiero ascender hacia mi soledad. (1)


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Pero ¿a quien encuentra Jung en lo más profundo de su alma? En el capítulo 2 (Alma & Dios) explica su descubrimiento de la imagen de Dios. ¿Y qué le muestra la imagen de Dios? La imagen de Dios es la de un niño. Se admira por cierto de esto y no puede sino preguntar:

¿Quién eres tú niño? Como niño, como niña, te han representado mis sueños; no sé nada de tu misterio. Disculpa si hablo como en sueños, como un borracho, ¿eres Dios? ¿Es Dios un niño, una niña? Perdona si hablo algo confuso. Nadie me oye. Hablo en voz baja contigo y tú sabes que no soy un borracho, un hombre confundido. … Qué asombroso me suena llamarte niño, tú que aun así sostienes infinitudes en tu mano. (2)

Dean White - Father & child

Dean White – Father & child


Lo que sigue es ya una alocución ejemplar de las que los hombres dirigen a Dios, cuando advierten su presencia en ellos mismos o en las circunstancias de la vida. Atisbamos una auténtica y profunda espiritualidad en estas hermosas palabras que Jung dirige a la imagen del niño que impera en su alma en forma de arquetipo, y que es un modelo para los seres humanos de todos los tiempos:

Yo andaba por el camino del día y tu ibas invisible conmigo juntando una parte y otra con sentido, y me dejaste ver en cada parte un todo. Quitaste allí donde yo pensaba retener, me diste donde nada esperaba, y una y otra vez causaste destinos desde flancos nuevos e inesperados. Donde sembraba, me robabas la cosecha, y donde no sembraba me dabas miles de frutos diversos. Y una y otra vez perdía el sendero para volver a encontrarlo. Allí donde nunca lo hubiera esperado. Sostuviste mi fe cuando me encontraba solo y cerca de la desesperación. Me permitiste, en todos los momentos decisivos, creer en mí mismo. (3)

Imagen policromada, Italia septentrional, segunda mitad s. XVIII

Imagen policromada, Italia septentrional, segunda mitad s. XVIII


Parece evidente. La imagen de Dios es aquí para Jung la imagen de un niño. El que vive en la profundidad de nuestra alma, en su realidad. Un supremo arquetipo de nuestra mente inconsciente.

(1) Gib mir deine Hand, meine fast vergessene Seele. Welche Wärme der Freude dich wiederzusehen, dich längst verleugnete Seele. Das Leben hat mich dir wieder zugeführt. Wir wollen das Leben danken, dass ich gelebt habe, für alle heiteren und für alle traurigen Stunden, für jegliche Freude und jeglichen Schmerz. Meine Seele, mit dir soll meine Reise weitergehen. Mit dir will ich wandern und aufsteigen zu meiner Einsamkeit.

(2) Wer bist du, Kind? Als Kind, als Mädchen, haben meine Träume dich dargestellt; ich weiss nichts von deinem Geheimnis. Verzeih, weil ich wie im Träume rede, wie ein Trunkener. Bist du Gott? Ist Gott ein Kind, ein Mädchen?. Vergieb, wenn ich verwirrtes rede. Niemand hört mich. Ich rede still mit dir, und du weisst dass ich nicht ein Trunkener, kein Verwirrter bin… Wie wunderlich klingt es mir dich Kind zu nennen, wenn du Unendlichkeiten in deiner Hand hältst.

(3) Ich ging auf dem Wege des Tages und du gingst unsichtbar mit mir, sinvoll Stück zum Stücke fügend, und liessest mich in jedem ein ganzes sehen. Du nahmst wo ich festzuhalten gedachte und du gabst mir wo ich nichts entwartete; und immer wieder von neu und unerwarteten Seiten führtest du Schicksale herbei. Wo ich säete raubtest du mir die Ernte, und wo ich nicht säete gabst du mir hundertfältige Frucht.



© Lino Althaner

2014

La verdad en el mito

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El universo es un misterio. La naturaleza es la imprecisa epifanía de una enorme potencia que se oculta. La vida parece un milagro, un milagro en que el hombre está en el centro, sin poder dar razón de sí, maravillado a la vez que temeroso, abismado.

El mundo sigue siendo el mismo. Pero nuestros ojos han cambiado. El positivismo racionalista predominante, aplastante más bien, trata de cerrar cada vez más nuestros sentidos al encanto. La ciencia, equivocadamente, dicta una pauta que es incompatible con el mito. Nuestra forma de pensar y de percibir el mundo ha cambiado. Ya no son los mismos nuestra forma de mirar y de escuchar. Cuando de pronto despertamos, es quizás tan solo para horrorizarnos del inmenso vacío que nos rodea. Vacío y sin sentido, productos del desencanto.

Esto ha ocurrido en todos los ámbitos de la cultura, incluso en aquellos que exigen una mayor apertura a lo invisible, esto es, a lo que se intuye como perteneciente a la esfera espiritual, como es el caso de la religión, de la poesía o de la música.

 

Thorvaldsen - Danza de las Musas

Bertel Thorvaldsen – Danza de las Musas


Pero el ser humano no está desprovisto de anticuerpos para combatir la maligna marea. La razón y la ciencia no son incompatibles con la visión espiritual. Así, pues, es deber de quienes esperamos, promover el retorno de las visiones del encantamiento. Y mientras nos sea permitido, regocijémonos en ellas.

El mito es una forma de encanto. Los antiguos recurrían a él preferentemente para intentar, encantándolo,  entender lo misterioso y lo invisible, lo inexplicable. Lo que parece carecer de sentido. Hasta el horror, el sufrimiento y las tinieblas los veían reflejados en el espejo del mito.  Así, hasta lo más insoportable lo apreciaban revestido de un manto de sentido y de belleza.  En esta experiencia, los griegos eran unos expertos. 

Los filósofos recurrían al mito para hacer entendibles sus teorías. Y a veces, cuando se hacía difícil la argumentación, sobre todo en asuntos metafísicos, se acordaban del mito para hermosear sus ideas con un justo barniz de poesía. Así lo hacía Platón, para quien el mito no era incompatible ni con la filosofía ni con la ciencia. 

 

Baldassarre Peruzzi -Apollo y las Musas

B. Peruzzi -Apollo y las Musas


Y para comprobarlo el Fedro, uno de sus diálogos más reconocidos, tanto por la altura de los temas que aborda como por la admirable dialéctica que en él se despliega y por la hermosura literaria del discurso. Compuesto en la época de madurez del genio filosófico de Platón, se trata en el de la inmortalidad del alma y de las ideas, de los dioses, del delirio amoroso en la inmediatez de la belleza, de la memoria  y de la escritura como medio para preservar la memoria. Y nada menos, como el mismo lo explica, para sembrar con su poderoso razonamiento en sus lectores la semilla inmortal de la sabiduría, que da felicidad al que la posee.

Para discurrir sobre estas materias, ubica Platón a Sócrates y a sus interlocutores a las orillas del Iliso, en las inmediaciones de Atenas, bajo la sombra de un gran plátano. Allí va a tener lugar el díálogo, en la compañía del canto de las cigarras. Pues es un mediodía de verano, y entonces el canto interminable de las cigarras se manifiesta en toda su intensidad.

Uno de los mitos que se exponen en este diálogo es precisamente el de las cigarras. Sócrates lo recuerda en el momento en que se disponen a hablar de la retórica, que no es aquí un arte orientado principalmente a conmover o convencer a un auditorio, ni menos para condicionarlo negativamente ni para desorientarlo, sino que es considerado como disciplina dialéctica al servicio del conocimiento serio y de la incesante persecución de la verdad.  

 

Virgil Solis - La Metamorfosis de Ovidio, 1562

Virgil Solis – La Metamorfosis de Ovidio, 1562


Imagina Sócrates que las cigarras que cantan incansables, entre ellas mismas dialogaran y mirando a los miembros del grupo, se preguntasen si no se tratara sino de unos hombres comunes que se han acercado a la sombra del plátano para echarse una siesta al arrullo de su canto.  Aunque espera que si las cigarras los ven dialogando sin ceder al efecto de aquél, sino perseverando en la indagación dialéctica, tal vez se allanen a otorgarles complacidas el don que han recibido de los dioses.

Fedón pregunta entonces acerca de la naturaleza de ese don. Para decir de él narra Sócrates el mito de las cigarras.

Y cuenta que, en otros tiempos, antes de que existieran las Musas, las cigarras eran hombres. Pero al aparecer las Musas y con ellas la música y el canto, algunos de ellos quedaron hasta tal punto embelesados de gozo, que se pusieron ellos mismos a cantar ininterrumpidamente, hasta el punto de olvidarse de comer y de beber, por lo cual pasaron de la vida a la muerte sin siquiera darse cuenta. Sin embargo, se originó en ellos la especie de las cigarras, «que recibieron de las Musas ese don de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no dejan de cantar hasta que mueren», con ocasión de lo cual ascienden a la morada de las Musas para contarles en qué medida las honran los seres humanos, y especialmente para comunicar a Calíope y a Urania quiénes son los que «pasan la vida en la filosofía y honran su música». Pues, por ser ellas las que tienen que ver con el cielo  y con los discursos divinos y humanos son también las que dejan oir la voz más bella».

¿Cuál es la enseñanza de este mito? Pues Sócrates se limita a decir al término de su relato: «De mucho hay, pues que hablar, en lugar de sestear, al mediodía».

 

Simon_Vouet Las Musas Urania y Caliope

Simon_Vouet Las Musas Urania y Caliope


El significado del mito es, más o menos, el siguiente. Imitemos a aquellos hombres que se volvieron cigarras en su perseverancia por no cejar en la búsqueda de la belleza que simbolizan con su canto persistente. Como ellos, no cedamos al sueño cuando debiéramos estar bien despiertos. Pero no nos olvidemos de nosotros mismos, hasta el punto de dejar de alimentarnos. Porque así como amamos la música, debemos también dejarnos conducir por el amor a la sabiduría, esto es, por la filosofía. Tendamos un puente entre ambos, el arte de la música y la filosofía, para que puedan estar presentes armónicamente en nuestras vidas. Cerremos, por lo tanto, los oídos a la música, cuando suena hechicera y adormecedora como el canto de las sirenas. Recordemos que las cigarras, después de muertas, acudirán al Parnaso a contarles a las Musas, y especialmente a Calíope y Urania, de cuan efectivo y equilibrado ha sido nuestro honrar a la música y a la filosofía. Y, por cierto, entre el diálogo o el estudio y la siesta al mediodía, prefiramos el primero.

Platón nos incita a interpretar el mito nosotros mismos. Pues él, por intermedio de Sócrates, es muy poco lo que dice para explicarlo. Como todos los mitos, encierra éste una verdad y una enseñanza. 

Además, éste nos recuerda el origen del refrán según el cual «el que nace chicharra muere cantando». Chicharra es sinónimo de cigarra o grillo. Los refranes son como los mitos. También están abiertos a la interpretación.

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Este canto de alabanza a Mnemosyne, la madre de las Musas, nos hace imaginar como tal vez sonaría la música en la Grecia de Sócrates y de Platón.

© 2014
Lino Althaner

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