Mi lengua es imperfecta. Hablo en imágenes, no porque quiera lucirme con palabras sino por la incapacidad para encontrar aquellas palabras. Pues no puedo pronunciar las palabras de la profundidad de otra manera.

Carl Gustav Jung, El Libro Rojo (Das Rote Buch), folio 1 recto.

(Meine Sprache ist unvollkommen. Nicht weil ich mit Worten glänzen will, sondern aus Unvermögen jene Worte zu finden, rede ich in Bildern. Denn nicht anders vermag ich die Worte der Tiefe auszusprechen).
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Muy expresivas son las palabras de Jung para describir el experimento que emprendió consigo mismo con el fin de atender al intensísimo flujo visionario e imaginativo por él experimentado a partir de los meses inmediatamente anteriores al comienzo de la primera guerra mundial y hasta por lo menos el año 1930. Ya tendremos ocasión de fijarnos en ellas con mayor atención.

Este proceso introspectivo, que comienza desarrollándose en paralelo a un estado anímico de gran inseguridad y angustia, y a partir de una voluntad que no es la suya consciente, es el que queda plasmado en el manuscrito que denominó el Libro Rojo. En este texto, el psicólogo suizo dejó constancia de la serie de fantasías propias de su imaginación activa, como asimismo de los productos de su actividad onírica y de sus recuerdos de infancia, hilvanado todo ello en un conjunto expositivo y narrativo, riquísimo en símbolos y en figuras mitológicas, con frecuencia expresadas en la forma de polícromas ilustraciones.


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La experiencia, que significa para él ahondar en lo más profundo de sus luces y de sus tinieblas, es tan fuerte que lo pone en el límite de la normalidad mental. Se suceden las alucinaciones y las imágenes catastrofistas, que luego adquirirán carácter premonitorio. Jung no sabe qué le pasa ni cuál es el origen de todo ese ejército de increíbles y vivísimas visiones. Pero trata con esfuerzo de poner orden en su mente hasta que de pronto adquiere consciencia de la relación de su actividad con sus ideas sobre el inconsciente psíquico del ser humano, concepción en torno a la cual ya adivina tal vez que habrán de girar sus futuras investigaciones científicas y sus preclaras teorías.

Comienza el libro explicando lo esencial de la experiencia vivida. Tal como se comentó en el artículo anterior dedicado al Libro Rojo, dice Jung de la fuerza poderosa que hizo presa de él para escribir este libro, la que le permitió imponerse al espíritu del tiempo, que le decía de su inutilidad.  Dice, entonces, del espíritu de la profundidad, que no cambia con las generaciones como el espíritu del tiempo, el cual le dio su fuerza y le permitió renunciar a su soberbia científica para bajar a las cosas más simples y primitivas del ser humano. Continúa diciendo:


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El espíritu de la profundidad tomó mi entendimiento y todos mis conocimientos, y los puso al servicio de lo inexplicable y de lo contrario al sentido. Me robó el habla y la escritura para todo lo que no estuviera al servicio de esto, es decir, de la fusión mutua de sentido y contrasentido, que da por resultado el contrasentido.

(Der Geist der Tiefe nahm meinen Verstand und alle meine Kenntnisse und stellte sie in den Dienst des Unerklärbaren und des Widersinnigen. Er raubte mir Sprache und Schrift, für alles das nich im Dienste dieses eines stand, nähmlich, der ineinander Schmelzung von Sinn und Widersinn welche den Übersinn ergibt).

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La síntesis de los contrarios -sentido y contrasentido- nos recuerda el ideal gnóstico. Es la que se lleva a cabo en el suprasentido, que es «es la vía, el camino y el puente hacia lo venidero» (Der Übersinn ist die Bahn, der Weg und die Brücke zum Kommenden).  Es también el suprasentido, ya lo dirá Jung, la vía hacia Dios, el camino del conocimiento de la imagen de Dios.

Luego seguiremos comentando lo que sigue del texto.


 © Lino Althaner
2014