Unas ansias muy especiales nos perturban. Ellas son, precisamente, las de alcanzar la imperturbabilidad. Ya en varias ocasiones ha estado presente en este blog la reflexión acerca del anhelo referido, casi nunca del todo satisfecho.  Recientemente, en la entrada sobre Chuang Tse, el maestro taoísta, y su recomendación, paralela a la de Séneca, el filósofo estoico: No dejarse peturbar.

Un anhelo del hombre de todos los tiempos. Más que nunca tal vez, unas ansias del hombre actual: las de planear sobre los vaivenes de la existencia, en soberana quietud.

Los cambios que nos asedian, cada vez con mayor intensidad, ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación. Las transformaciones tecnológicas se empeñan en hacernos funcionar como robots, en circunstancias de que no somos autómatas. Las mareas de la vida nos agotan. Nos aburren los contratiempos, con frecuencia minúsculos o necios, que tienen con todo el poder de molestarnos. Buscamos un espacio que aniquile las preocupaciones y las prisas que nos mueven, a pesar de que tantas veces hemos podido comprobar su carácter ilusorio, su carencia de sentido.

Recuerdo a propósito a Mark Twain: ‘Soy un hombre con sus años a cuestas y he conocido muchos y grandes problemas -decía. Pero la mayoría de ellos nunca existió’.

Pues, claro, la presbicie o la miopía de nuestras visiones, si no el estrabismo, el astigmatismo o la simple ceguera, nos hacen también ver problemas donde no los hay. Y suele ocurrir que inventamos problemas para justificar burocracias y jerarquías, ocupaciones y vicios, usuras y ganancias, homicidios a escala individual, nacional o internacional (por cierto, para asegurar la paz). También de ello hemos discurrido en los espacios de Todo el oro del mundo.
.

Caspar David Friedrich – Acantilados de tiza en Rügen – image from wikipedia.org

Quizás nadie haya sido  tan expresivo y dramático para expresar someramente, en lenguaje poético, la aflicción del hombre, agitado por las olas de la vida, como el poeta romántico Friedrich Hölderlin. En su obra Hiperión, o el eremita en Grecia, se contiene ese poderoso y sublime poema que conocemos como la Canción del Destino, en el cual traza un magnífico paralelo entre la vida de los seres celestiales, que es pura espiritualidad imperturbable, y la existencia de los hombres, una y otra vez maltratados por la vida azarosa, enfrentados una y otra vez a un destino desconocido.

¡Camináis las alturas luminosas,
genios bienaventurados, sobre un suelo muy leve!
Las brisas divinas, espléndidas,
apenas os rozan,
tal como los dedos de la artista
rozan apenas las cuerdas sagradas.

Como un niño que duerme,
inconsciente del destino,
respiran los seres celestiales;
con pureza inmaculada
en humilde capullo, eternamente, 
florece en ellos el espíritu,
y sus ojos bienaventurados
contemplan en serena y eterna claridad.

En cambio a nosotros se nos niega
sitio alguno en el cual reposar;
se desvanecen y desploman
los hombres sufrientes, ciegamente,
hora tras hora,
como el agua que se precipita
de roca en roca,
ininterrumpidamente en lo desconocido.

(¡Ihr wandelt droben im Licht/ Auf weichem Boden, selige Genien!/ Glänzende Götterlüfte/ Rühren euch leicht,/ Wie die Finger der Künstlerin/ Heilige Seiten.// Schicksallos, wie der schlafende/ Säugling, atmen die Himmlischen;/ Keusch bewahrt/ In bescheidener Knospe,/ Blühet ewig Ihnen der Geist,/ Und die seligen Augen/ Blicken in stiller/ Ewiger Klarheit.// Doch uns ist gegeben,/ Auf keiner Stätte zu ruhn,/ Es schwinden, es fallen/ Die leidenden Menschen/ Blindlings von einer/ Stunde zur andern,/ Wie Wasser von Klippe/ Zu Klippe geworfen,/ Jahrlang ins Ungewisse hinab.)

*

Este maravilloso poema fue objeto de una admirable musicalización por otro gran artista alemán, cuya obra se ubica en la cumbre del romanticismo musical. Me refiero a Johannes Brahms.

Su música ilustra apropiadamente la contraposición señalada en el texto, reforzando ciertamente la palabra poética. Empieza la Canción del Destino con una majestuosa serenidad, marcada por el contenido timbal, en un modo musical que con bellos matices se despliega a través de las dos primeras estrofas, que describen la vida celestial. Pero luego, en la tercera, que dice de la existencia humana, se produce vigorosamente el cambio tremendo hacia un lenguaje musical que marca de manera crecientemente expresionista la desesperante incertidumbre de la vida de los hombres, que se desploman, de roca en roca, como el torrente de una cascada, hacia su incierto destino.

He elegido como enlace de video la versión de la Orquesta Promúsica, dirigida por Daniele Georgi, y el importantísimo acompañamiento del Coro Harmonia Cantata di Firenze, conducido por Raffaele Puccianti. La versión, captada en el Teatro Manzoni de Pistoia, es de marzo de 2012: http://www.youtube.com/watch?v=3nBt2uJ4H5A .

Disfrútenla sin apuro, escúchenla una y otra vez, con el texto a la vista. Les aseguro que es una obra maestra.

*

Volviendo a nuestro tema, el de la imperturbabilidad, parece difícil, pero no imposible. Nos es dado acercarnos, con rigurosa autodisciplina. Es más fácil, por cierto, en el entorno adecuado, en un cierto retiro del mundo. Mucho más difícil en medio de la vanidad de los negocios humanos, llenando registros, calculando intereses, comprando y vendiendo.

De como alcanzar la imperturbabilidad nos dicen, por ejemplo, el taoísmo y el budismo. (Lean, a propósito, las entradas sobre el Tao Te King, que ya deben sumar como una cincuentena.) También nos enseña la filosofía estoica, de Séneca y Marco Aurelio. Como asimismo los monjes, cenobitas, eremitas y místicos de todas las espiritualidades.

Séneca es muy inspirador. Él no era un hombre muy consecuente con lo que predicaba. Era un amante del lujo. Asesoraba a Nerón. Hasta que perdió su confianza, instante en que debió decidirse a tomar un baño en su propia sangre. Pero era un escritor maravilloso. Estoy seguro que, si no lo han leído, su pequeño tratado De la serenidad del alma los seducirá.

.

.
© 2012 Lino Althaner