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¿Qué busca el hombre en la mujer? Prominentes respuestas a esa pregunta: las de Dante, de Goethe, de T.S. Eliot, que ya he comentado en este sitio. Dante Alighieri, encadenado por el amor de Beatriz, termina por encontrar en ella el camino espiritual que lo conduce al sumo arquetipo de la mujer en Occidente, la Virgen Madre de Dios. Goethe, por medio de Fausto, busca lo eterno femenino, asociado a su heroína Margarita, que también lo conduce a la Madre, con la que obtiene redención. Eliot encuentra a la Mujer en el peñón junto al mar, donde ante una imagen suya piden protección los pescadores que se juegan la vida en el mar, y sus madres, sus esposas y sus hijos. Es la misma Vergine Madre, figlia del tuo figlio, a quien el poeta florentino se dirige en el Canto XXXIII de la Commedia. Es la misma de Fausto y de Goethe.
Aunque siempre junto a ella una mujer real, de carne y hueso, una forma de hermosura y una sonrisa que nos pierde. Y nos redime.
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Hölderlin, el gran poeta, tenía también su Beatriz, tenía su Margarita. Se llamaba ella Susette. En su Hiperión, una obra romántica por excelencia, la llama Diotima. En ella personifica las más sublimes aspiraciones de su espíritu, en ella se encarna su amor a la alegría, su amor a la bondad sin disimulo, su amor a la belleza. La busca. La encuentra. La pierde luego y llora por ella.
Con estas palabras:
‘Sólo de vez en cuando puedo hablar un par de palabras sobre ella. Necesito olvidar todo lo que ella es, si debo hablar de ella. Tengo que fingirme como que vivió en tiempos antiguos, como si supiera algo de ella por una narración, si no quiero ser apresado por su retrato viviente y consumirme en el éxtasis y en el dolor, si no quiero morir la muerte de la alegría por ella y por ella la muerte del dolor.’
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‘¿No era ella para mí? Decidme hermanas del destino, ¿no era ella para mí? ¡A las fuentes puras pongo por testigos, y a los árboles inocentes que nos escucharon, y a la luz del día, y al Éter! ¿No era ella para mí? ¿No estaba unida a mí en cada nota de la vida?
‘¿Dónde está el ser que fuera tan capaz de conocerla como el mío? ¿En qué espejo se juntaban como en mí los rayos de aquella luz? ¿No tembló de alegría ante su propio esplendor cuando por primera vez lo descubrió en mi alegría? ¡Ah! ¿dónde está el corazón que, como el mío, le diera su plenitud y la recibiera de ella, que hubiera estado allí sólo para proteger el suyo, como hacen las pestañas con el ojo?
‘No eramos sino una flor, y nuestras almas vivían una en otra como la flor cuando ama y oculta sus tiernas alegrías en su cerrado cáliz.
‘Y a pesar de esto, ¿no me fue arrancada y arrojada al polvo como una corona usurpada?’
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‘Antes de que lo supiéramos ninguno de los dos, ya no nos pertenecíamos.
‘Ahora voy a la costa y miro hacia Calauria, allá lejos, donde ella reposa. Eso es lo que sucede.
‘¡Oh, pensar que nadie me presta su barca, sí, que nadie se apiada de mí y me ofrece sus remos y me ayuda a llegar hasta ella!
‘¡Sí, pensar que el bondadoso mar no queda en calma para que yo no me construya un bote y navegue hasta ella!
‘¡Quisiera abalanzarme al mar furioso e implorar a sus olas que me arrojen a la costa donde yace Diotima …!’
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‘Doy consuelo a mi corazón con toda clase de fantasías, me procuro cierto narcótico; pero sería mejor, sin duda, liberarse para siempre que ayudarse con paliativos; ¿pero a quién no le sucede lo mismo? Así, me contento con eso.
‘Yo ya he hecho lo que podía. Que el destino me devuelva mi alma.’
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Pero a su Susette-Diotima no la piensa el poeta Hölderlin como una guía que lo lleve a los brazos de la Madre que habría de mostrarle, como a Dante, la forma del Empíreo. La Mujer de Hölderlin se identifica más bien con Afrodita, la diosa griega del Amor, llamada Venus por los romanos. Como admirador del mundo griego, de sus valores, de su poesía, de sus formas de religiosidad, se lo representa en Afrodita, en quien ve, entonces, Friedrich Hölderlin, una instancia posible de salvación y renacimiento para el mundo, un mundo, tal como él lo veía, sumido en la rutina de la vida burguesa y de la hipócrita conveniencia.
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© 2012 Lino Althaner
May 29, 2012 @ 16:56:45
El Universo es femenino (no mujer) y si todos entendiésemos y aceptásemos esto, la armonía estaría bien instalada en esta humanidad.
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May 29, 2012 @ 21:31:59
El Tao Te King, por ejemplo, permanentemente nos está enseñando que en nuestras palabras y en nuestras acciones y expresiones de voluntad, debemos preferir la opción por el yin, el principio femenino, que favorece la pasividad, la confianza en la solución dada espontáneamente por la naturaleza, y que el yang, el principio activo y avasallador, masculino, debemos reservarlo para ocasiones del todo excepcionales. Saludos. Felicidades. Lino
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