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Las ansias por conocer no son de por sí encomiables. Así, Lao-Tze mira con desconfianza a quienes acumulan conocimientos, o bien para fundamentar sus ambiciones y sus ansias de dominación o para sembrar la semilla de doctrinas políticas o económicas y trenzarse a propósito en artificiales diferenciaciones generadoras de confusión o simplemente para vanagloriarse ante los demás de su erudición. Nos lo advierte sin ambigüedad: ese clase de saberes no está en armonía con el Tao ni favorece su eficacia. Como anota Anne-Hélène Suárez Girard en su traducción del Tao Te King (Siruela, Madrid 2009), ‘el conocimiento externo’ puede no hacer otra cosa que ‘dispersar la mente y alejarla de la esencia o del curso’.
Conocer a los demás, en cambio, es digno de alabanza. Conocerlos, por cierto, profundamente: no en sus identidades convencionales o en sus apariencias superficiales, sino en lo más cercano a sus auténticas personalidades y con el objeto de poder actuar virtuosamente, esto es, naturalmente, sin artificio ni esfuerzo, en los ámbitos que puedan afectarlos. Es de sabios conocer a los demás en esta forma.
Pero es de iluminados conocerse a sí mismos. Conocerse el hombre a sí mismo es saber de su debilidad y de su imperfección, de sus caídas y recaídas en la red de lo ilusorio, esto, es la impermanencia de su personalidad. Pero es también saber de la presencia en su vida del Tao que todo lo impregna y que todo lo ilumina con su luz natural, con su espontáneo poder de solución y de sanación, y es también, por lo tanto, intuir la capacidad -más que de vencer a los demás- de vencerse a sí mismo. Por lo demás, si es que se ha de imponer a los demás, no será compitiendo, rivalizando con ellos. Pues ello se opone, como se ha visto, al curso natural del Tao.
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Dice el capítulo XXXIII del Tao Te King:
‘Conocer a los demás es sabiduría ;
conocerse a sí mismo es iluminación.
Vencer a los demás es tener fuerza;
vencerse a sí mismo es ser poderoso.
Esforzarse en avanzar es tener voluntad;
saber contenerse es ser rico.
No alejarse de su sitio es durabilidad;
morir sin perecer es longevidad.’
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Más que esforzarse en extremo, tener aspiraciones que excedan la medida de la razón natural y querer concretar a toda costa sus deseos, lo que debe importar al hombre es saber dominarse, detenerse a sí mismo para dejar que la virtud de la inacción (wu wei) , esto es, de la acción no esforzada se imponga espontáneamente. Manteniéndose, además, en su lugar, sin manifestar descontento ni afanarse irrazonablemente, no se desgasta en actividades perturbadoras de su organismo, de su espíritu, de su dignidad humana. No perece. Como la vela que se apaga al acabarse el sebo termina su vida. Como el Tao lo manda.
Tal es la sabiduría del Tao Te King, el Libro del Camino y de la Virtud.
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Adornan esta entrada las maravillosas fotografías de Don Hong-Oai (1929-2004).
Mar 07, 2012 @ 21:50:02