Que no os abandone la riqueza, efesios, para que salga a la luz la prueba de vuestra vileza.
Heráclito
La metamorfosis del mundo, según Ernst Jünger
La cita de Heráclito proviene del fotolibro El mundo transformado, en el cual ese testigo privilegiado del siglo XX que fuera Ernst Jünger (1895-1998), muestra la imagen del mundo en el período anterior a la segunda guerra mundial. Aparte de una introducción, fotografías y breves comentarios dan su estructura a esta obra, que ilustra cómo la utopía del progreso indefinido por el camino de la diosa Razón, ya escarnecida por la barbarie de la primera guerra, insiste en proyectar al hombre civilizado a cimas aún más elevadas de insensatez y salvajismo.
El libro – contenido en un volumen en que hallamos también otra obra de Jünger, El instante peligroso – nos dice de las esperanzas cifradas en la técnica, que claramente manifiesta su inclinación a posicionarse decisivamente en todas las áreas de la actividad humana. Su pretensión, la de aumentar la eficiencia productiva y financiera por el camino del mecanicismo, el automatismo, el adocenamiento y la deshumanización. En ese entorno, el hombre no es sino un esclavo del trabajo, un competidor de la máquina y una marioneta de los grandes señores del dinero y de la guerra, a su vez marionetas de otros señores, todavía más grandes, más oscuros y tremendos. Y se proyecta hacia una atemorizante sequía espiritual.
Este libro esta formado por imágenes fotográficas que con la leyenda o comentario alusivo que las acompaña, revelan una contradicción y expresan con cierta ironía el momento material y espiritual de una época de extremismos inconciliables: lujo y hambre; libertad, manipulación y sojuzgamiento; expresividad de la apariencia y ocultamiento o encapsulamiento de la realidad. Vulneración descarada de la norma por el mismo poder que la impone a los demás. Nos da claramente la impresión de que las situaciones que aquí aparecen como denunciadas, cada vez se han ido volviendo más comunes para nosotros. Casi hasta transformarse en rutinarias, cotidianas, e incorporarse a nuestra vida como parte de la normalidad.
Si pudiera decirse del apogeo de ese proceso en pocas palabras, habría que situarlo en el Gulag, en Auschwitz e Hiroshima y Nagasaki, aunque sus imágenes, que dirián también del Instante peligroso que se multiplica, no pertenecen a este libro, sino a uno que está por hacerse, en el cual tendrían ellas que aparecer junto a otras todavía más cercanas a nosotros, habitantes del siglo XXI. Más expresivas todavía para decir de ruptura y de ocaso. Más vergonzosas que aquellas para ilustrar el creciente proceso de desnaturalización de la orgullosa condición humana civilizada. A las cuales le falta su capítulo de cierre.
El instante peligroso.
Al mundo transformado le corresponde, según Jünger, una conciencia del peligro crecientemente aguda. De allí el nombre de la segunda parte de este volumen: El instante peligroso. A una mayor conciencia del peligro contribuyen, ya en 1931, año en que el libro fue compuesto, la técnica aceleradora y multiplicadora y los medios de comunicación, que llevan a todos los rincones del planeta información vívida, cada vez más fresca, acerca de asesinatos masivos, accidentes de aviación y descarrilamientos, terremotos y tsunamis, inundaciones y aludes, explosiones y conflagraciones, grandes robos y estafas, manifestaciones violentas y brutal represión policial. El peligro genera desorden, conduce a la anarquía. Y ya nadie se siente seguro. La visión prospectiva de Jünger se proyecta al hombre del siglo XXI, fanático y esclavo de la seguridad y de los grandes negocios asociados a ella, que se extienden desde los barrotes en las ventanas hasta las alarmas omnipresentes, las mil formas del contrato de seguro y los sistemas de espionaje electrónico.
La manifestación estruendosa del peligro genera imágenes extremadamente atractivas. Lo eran en 1931. Ahora lo son más. Nadie quiere perdérselas, porque son espectaculares, a veces muy coloridas, y también porque les ocurren a otros. Pobres gentes, dice una voz. Pero otra comenta: que bueno que no estuve allí. La caída de las torres gemelas o el maremoto de Fukushima, como espectáculo, son más emocionantes que cualquier película. Y sin efectos especiales. Son también para el libro que está por hacerse.
No puede dejar de mencionarse la circunstancia de que esta segunda parte del volumen se vuelve todavía más interesante como consecuencia de que la imagen fotográfica, de suyo poderosa, se ve fortalecida por narraciones de testigos presenciales de los momentos peligrosos mostrados en el libro.
A propósito de estos dos libros, contenidos en un solo e imponente volumen (Pre-textos, 2005) una simple pregunta: ¿no será que así como las imágenes de Jünger anunciaban la magna insanía de la segunda guerra mundial, las que nosotros contemplamos día a día, confortablemente instalados frente al aparato de televisión, nos llevan también a un escenario de horror incalculable?
Todavía es tiempo de pensar en la forma de evitarlo.
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Nov 17, 2011 @ 08:58:25
Lino: sólo agregar que, a partir de la existencia individualizada de los seres humanos, es que ellos siempre intentan explicar los fenómenos desde afuera y no compenetrándose, formando parte de los mismos. Por eso no pueden explicarlos, ni siquiera con la más avanzada ciencia y su brazo que es la tecnología. De allí que se muestre en apariencia impactado ante la visión de una catástrofe física como las que expones. No se siente formando parte de ellas; no le afecta, porque cree no estar en ella, no ha sido afectado en sus relaciones ni en sus posesiones. Le impresiona la muerte de otro hijo – no el suyo – pero no sufre por ella. Jünger sabía esto, y denuncia la sumisión a todos los estímulos. Utilizando un mito gnósitico, podría decirse que son formas de arcontes dominadores, al servicio del demiurgo principal. La salida: sólo la muestra el espítitu, oculto bajo enormes capas, en apariencia no traspasables.
Un abrazo en XTO.
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