¿No es nuestro camino por la tierra, en buena medida, la búsqueda de rastros de un mundo superior? A muchos nos parece evidente. Hay quienes no son conscientes de su búsqueda, mas andan detrás de lo mismo. Sólo que cada uno explora a su manera y da distintos nombres a lo que trata de asir. Que es siempre lo mismo. Algo hay que llena el vacío y que ilumina y da sentido. No es otra cosa este afán por recopilar y recordar las huellas del espíritu que pugna por revelarse y hacerse presente en obras de verdad y de belleza. Es lo que hacemos en TODO EL ORO DEL MUNDO. El espíritu que al hombre ilumina e ilumina a la naturaleza es la luz de otro mundo.
No busco con ánimo dogmático. Lo que no significa que mi búsqueda carezca, de partida, de certidumbres sólidas como una roca. Mas son certidumbres abiertas, las propias de la mente y de los sentidos del hombre, siempre mirando a lo trascendente pero siempre también limitado, olvidadizo y fácilmente turbado por el error o la ilusión. Por los poderes de la oscuridad, que se manifiestan en los ámbitos más diversos.
Así se explica, en todo caso, que después de haberme extasiado con Nerval, Baudelaire y Verlaine, vuelva a mi serie sobre San Juan Evangelista.
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Mientras tenéis luz, creed en la luz,
para que seáis hijos de la luz
(Jn 12, 36)
Habíamos quedado en lo concerniente a la oscuridad del mundo, relacionándola con la mentira y el error, con la esclavitud e incluso con la muerte, en oposición a la luz, la verdad, la libertad y la vida, que es lo que trae Jesús consigo, como Enviado del Padre para nuestra salvación. El soberano del mundo es, según Juan, el «príncipe de este mundo», el poder diabólico que niega a Jesús Salvador e Hijo de Dios, que promueve el mal y quiere no más que el triunfo de la muerte.
Quien acoge, en cambio, la palabra de Jesús, ha pasado de la muerte a la vida (5, 24). Donde ella resuena con vigor, allí ya está operando la resurrección de los muertos (5, 25), en virtud del agua y del pan de vida (4, 10; 6, 27), de la luz de vida (8, 12) de la resurrección y la vida (11,25; 14,6) que Jesús ha traído al mundo. Pero el mundo es enemigo de la vida. Porque, así como el «príncipe de este mundo» es esencialmente mentiroso, también es esencialmente homicida. Y el mundo es fiel a su soberano. Esto no es posible soslayarlo, a juicio de Juan y también en opinión de Rudolf Bultmann.
No es seguro que para Juan el diablo, el «príncipe de este mundo» represente una realidad. Pero sí representa, en cualquier caso, el poder al cual, con toda evidencia, el mundo se ha entregado al oponerse a Dios y, en la alternativa entre la luz y las tinieblas, preferir desde el principio las tinieblas.
Con todo, no tiene esta fuerza diabólica el carácter de una potencia cósmica opuesta a la luz y en cuyo poder haya caído la humanidad en virtud de un acontecimiento trágico del principio de los tiempos, que ha contaminado también con su mancha al mundo entero y a toda la materia. Ni es el mundo la creación de un demiurgo imperfecto, como sostiene el mito gnóstico. Es indudable que para Juan el mundo es creación de Dios. Pues, recordemos las primeras palabras de su evangelio (1, 1-3):
«En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios,
y el Verbo era Dios.
Este estaba en el principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por él,
y sin él nada se hizo de cuanto ha sido hecho».
Y el mismo Verbo, la Palabra, que es vida para la creación, es vida y luz para los hombres, como Juan dice enseguida (1, 4-5):
«En él había vida,
y la vida era la luz de los hombres,
y la luz en las tinieblas brilla,
pero las tinieblas no la acogieron».
Dios se revela ciertamente en la creación, en la naturaleza. Pero una fuerza oscura arrastra al mundo de los hombres a la oscuridad. Es la fuerza del error, de la ignorancia, de la ausencia de luz, que irremediablemente los llevaría a la muerte, si no fuera por la vida que viene al mundo en la figura del Hijo de Dios, el Salvator Mundi.
Luz y tinieblas, verdad y mentira, libertad y esclavitud, conceptos que provienen sin lugar a dudas del dualismo gnóstico, tienen en Juan, con todo, un significado especial. La luz es -y no sólo en Juan- la semilla de la salvación, que permite caminar en la luz y realizar obras dignas de la luz. Donde falta la luz, el hombre camina inseguro, como un ciego incapaz de identificar tanto su meta como los obstáculos que se le ponen en el camino.
Se da en todo caso una terrible paradoja en la circunstancia de que en un ámbito creado por Dios haya llegado a ser soberano «el príncipe de este mundo». Y que en este ámbito «oscuro», siga revelándose la Palabra como dadora de luz y de vida.
«La luz -afirma Rudolf Bultmann- es la claridad, luminosidad, dentro de la cual el hombre puede no solamente orientarse respecto de los objetos, sino que puede entenderse a sí mismo en el mundo y encontrarse a gusto. La luz ‘verdadera’ no es la claridad del día que posibilita la orientación en el mundo externo, sino la iluminación de la existencia por la que el hombre adquiere un conocimiento de sí mismo, le abre su ‘camino’, dirige su actuación, le da la claridad y la seguridad».
Así, pues, en tanto la creación es revelación de Dios y la Palabra creadora es luz para el hombre, por mucho se haya posesionado de su entorno la oscuridad, siempre está vigente para él la «posiblidad de un auténtica autocomprensión», la de entenderse como criatura.
Quien no hace uso de la posibilidad que la Luz le ofrece, quien la rechaza para eligir la persistencia en las tinieblas, es como si estuviera muerto.
Así lo dice Juan Evangelista, bien , llamado en la Iglesia ortodoxa ´Αγίου Ιωάννου του Θεολόγου, es decir, San Juan el Teólogo.
Hasta el próximo artículo de esta serie. Espero que la estén disfrutando tanto como yo.
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Nov 02, 2011 @ 11:14:22
Hola Lino:
El evangelio de Juan nos recuerda como iluminarnos nuevamente. Siempre hemos sido hijos de la luz, atrapados en la materia que se corrompe, y a la que, por efectos de su apariencia, le atribuimos realidad única. Pero ella viene también de la luz, sólo que cuando se manifiesta ante nuestros sentidos, se deforma, se muestra imperfecta. Al decir «deforma», es que no se hace correspondiente con «la forma», que identifica Plotino como el lugar desde donde emana todo. La materia visible es nada, es sólo un infinito espacio entre los átomos, es una ilusión. La realidad se esconde tras ella, si nos volvemos luz (la luz que sólo se ve en el mundo espiritual) seremos otra vez celestes y recobraremos nuestro lugar junto al Verbo.
Un abrazo en XTO.
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Nov 11, 2011 @ 02:02:15
Estimado Lino:
Eres el grillo que no permite que la conciencia descanse y se abandone placidamente al ocio!!!,,,,La luz es lo que deberiamos ser,y lograr ese objetivo es el problema que la humanidad tiene desde su creacion, acaso¿,perdimos el rumbo?,en que punto de la circunferncia nos desviamos? o en que nivel de la espiral de hechos nos separamos de las directrices del creador?…Si fuimos hechos a su imagen, porque me perdi?…Y MAS DE ALGUN OTRO JUNTO A MI,SUPONGO, nos alejamos de la luz.pero no perdimos la divinidad ,lo que nos conecta y mantiene cohesionados gracias a las micronesimas particulas de elementos minerales del macrocosmo que participan de nuestra materialidad y que compartimos en este nuestro mundo.
Tus escritos me obligan a escudriñar en este cerebrito perezoso y a deambular
por sus recovecos conocidos…pues los desconocidos aun no los he explorado intelectualmente,creo…
Gracias Lino,por regalarme unos minutos de introspeccion meditativa.has contribuido con unos Watts a mi lamparita !!!!!!!
AFECTUOSAMENTE
AURORA ROMO C.
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