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El llamado «Himno de la perla» es un relato novelesco y simbólico proveniente del libro apócrifo de los Hechos de Tomás. Es un texto perteneciente a la tradición gnóstica irania y narra el descenso del príncipe celeste al mundo perverso que Egipto simboliza, en una misión divina consistente en hacerse con la Perla Única que aprisiona una serpiente en el fondo del mar. Misión que se ve obstaculizada por la contaminación con la oscuridad que el héroe experimenta, pero que luego prosigue  su curso con su despertar, provocado por la carta que recibe de sus padres, la llamada que le recuerda su alto origen y la importancia del encargo que debe cumplir. Una vez que logra el príncipe su objetivo, puede volver al reino de su Padre (el Dios bueno) y vestirse una vez más con sus hábitos gloriosos.

Ivan Aivazovsky (wikipaintings.org)

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En su estilo libre y abierto, tan propio de los gnósticos, el relato refiere a elementos característicos del mito gnóstico: el descenso de la divinidad al ámbito cósmico, la centella escondida en el alma del hombre esclavizado y en toda materia, el Salvador cuya misión es restaurar esa chispa al entorno divino a que pertenece, la redención alcanzada una vez logrado su objetivo.

A continuación, el texto del «Himno» según aparece reproducido casi exactamente, aquí sin división estrófica, en la obra de Francisco García Bazán «La gnosis eterna»:

«Cuando era niño vivía en mi reino en la casa de mi padre, y en la opulencia y abundancia de mis educadores encontraba placer, cuando mis padres me equiparon y me enviaron desde Oriente, mi patria.

«De las riquezas de nuestro tesoro me prepararon un hato pequeño, pero valioso y liviano para que yo mismo lo transportara. Oro de la casa de los dioses, plata de los grandes tesoros, rubíes de la India, ágatas del reino de Kushán.

«Me ciñeron un diamante que puede tallar el hierro. Me quitaron el vestido brillante que ellos amorosamente habían confeccionado para mi, y la toga purpúrea que había sido hecha para mi talla.

«Hicieron un pacto conmigo y escribieron en mi corazón, para que no lo olvidara: «Si desciendes a Egipto y te apoderas de la perla única que se encuentra en el fondo del mar, en la morada de la serpiente que hace espuma, (entonces) vestirás de nuevo el vestido resplandeciente y la toga que descansa sobre él, y serás heredero de nuestro reino, con tu hermano, el más próximo a nuestro rango.»

«Abandoné Oriente y descendí acompañado de dos guías, pues el camino era peligroso y difícil, y era muy joven para viajar. Atravesé la región de Mesena, el lugar de cita de los mercaderes de Oriente, y alcancé la tierra de Babel y penetré en el reino de Sarbuj.

«Llegué a Egipto y mis compañeros me abandonaron. Me dirigí directamente a la serpiente y moré cerca de su albergue, esperando que la tomara el sueño y durmiera, y así poder conseguir la perla.

«Y cuando estaba absolutamente solo, extranjero en aquel país extraño, vi a uno de mi raza, un hombre libre, un oriental, joven, hermoso y favorecido, un hijo de nobles. Y llegó y se relacionó conmigo, y lo hice mi amigo íntimo, un compañero a quien confiar mi secreto. Le advertí contra los egipcios y contra la sociedad de los impuros. Y me vestí con sus atuendos para que no sospecharan que había venido de lejos para quitarles la perla e impedir que excitaran a la serpiente contra mí.

«Pero de alguna manera se dieron cuenta que no era un compatriota; me tendieron una trampa y me hicieron comer de sus alimentos. Olvidé que era hijo de reyes, y serví a su rey; olvidé la perla por la que mis padres me habían enviado y a causa de la pesadez de sus alimentos caí en un sueño profundo.

«Pero esto que me acaecía fue sabido de mis padres, y se apenaron de mí y salió un decreto de nuestro reino, ordenando a todos que vinieran ante nuestro trono, a los reyes y príncipes de Partía y a todos los nobles del Oriente. Y determinaron sobre mí que no debía permanecer en Egipto, y me escribieron una carta que cada noble firmó con su nombre:

«De tu padre, el Rey de los reyes, y de tu Madre, la Soberana de Oriente, y de tu hermano, nuestro más cercano en rango, para ti, hijo nuestro, que estás en Egipto, ¡Salud! Despierta y levántate de tu sueño y oye las palabras de nuestra carta. ¡Recuerda que eres hijo de reyes! ¡Mira la esclavitud en que has caído! ¡Recuerda la perla por la que has sido enviado a Egipto!

«Piensa en tu vestido resplandeciente y recuerda tu toga gloriosa  que vestirás y te adornará cuando tu nombre sea leído en el libro de los valientes,  y que con tu hermano, nuestro sucesor, serás el heredero de nuestro reino».

«Y mi carta, era un carta que el Rey selló con su mano derecha  para preservarla de los males, de los hijos de Babel y de los demonios salvajes de Sarbuj.  (La carta) voló como un águila el rey de los pájaros;  voló y descendió sobre mí y llegó a ser toda palabra.

«A su voz y alboroto me desperté y salí de mi sueño.  La tomé y la besé, quité el sello y la leí; y las palabras escritas en la carta concordaban con lo escrito en mi corazón. Recordé que era hijo de reyes, y libre por propia naturaleza.  Recordé la perla, por la que había sido enviado a Egipto, y comencé a encantar a la terrible serpiente que produce espuma. Comencé a encantarla y la dormí después de pronunciar sobre ella el nombre de mi Padre,  y el nombre de mi hermano y el de mi madre, la reina de Oriente;  y capturé la perla y me volví hacia la casa de mis padres.

«Me quité el vestido manchado e impuro y lo abandoné sobre la arena del país, y tomé el camino derecho hacia la luz de nuestro país, el Oriente.  Y mi carta, la que me despertó, la encontraba ante mí, durante el camino, y lo mismo que me había despertado con su voz, me guiaba con su luz. Pues la (carta) real de seda brillaba ante mi con su forma,  y con su voz y su dirección me animaba y me atraía amorosamente.

«Continué mi camino, pasé Sarbuj, deje Babel a mi lado izquierdo. Y alcancé la gran Mesena, el puerto de los mercaderes,  que está al borde del mar.  Y mi vestido de luz, que había abandonado, y la toga plegada junto a él,  de las alturas de Hircania mis padres me la enviaban, por medio de los tesoreros, a cuya fidelidad se los habían confiado,  y puesto que yo no recordaba su dignidad,  ya que en mi infancia había abandonado la casa de mi Padre,  de improviso, como los enfrentara,  el vestido me pareció como un espejo de mí mismo,  lo vi todo entero en mí mismo, y a mí mismo entero en él,  puesto que nosotros éramos dos diferentes,  y, no obstante, nuevamente uno en una sola forma.

«Y a los tesoreros igualmente, quienes me lo traían,  los vi de semejante manera, ya que ellos eran dos, aunque como uno,  puesto que sobre ellos estaba grabado un único sello del Rey,  quien me restituía mi tesoro y mi riqueza por medio de ellos,  mi hermoso vestido bordado, que estaba ornado con gloriosos colores,  con oro y con berilos, con rubíes y ágatas, y sardónices de variados colores,  también había sido confeccionado en la mansión de lo alto, y con diamantes habían sido festoneadas sus costuras.

«Y la imagen del Rey de reyes estaba pintada en todo él,  y también como los zafiros rutilaban sus colores. Y nuevamente vi que todo él se agitaba por el movimiento de mi conocimiento,  y como si se preparase a hablar lo vi.  Oí el sonido del canto que musitaba al descender, diciendo:  «Soy el más dedicado de los servidores  que se han puesto al servicio de mi Padre»,  y también percibí en mí que mi estatura crecía conforme a sus trabajos.  Y en sus movimientos reales se extendió hasta mí,  y de las manos de sus portadores me incitó a tomarlo.

«Y también mi amor me urgía para que corriera a su encuentro y lo tomara,  y así lo recibí, y con la belleza de sus colores me adorné.  Y mi toga de colores brillantes me envolvió todo entero,  y me vestí y ascendí hacia la puerta del saludo y del homenaje;  incliné la cabeza y rendí homenaje a la Majestad de mi Padre que lo había enviado hacia mí,  porque había cumplido sus mandamientos y él también había cumplido su promesa  y a la puerta de sus príncipes me mezclé con sus nobles;  pues se regocijó por mí y me recibió, y fui con él en su reino.

«Y con la voz de la oración todos sus siervos lo glorifican.  Y me prometió que también hacia la puerta del Rey de reyes iría con él,  y llevando mi obsequio y mi perla aparecía con él ante nuestro Rey.

Fin del himno que cantó en prisión el apóstol Judas Tomas».

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En una próxima entrada aportaré algunos antecedentes adicionales acerca de esta bella obra llena de espíritu religioso, de mágica fantasía y de intenso simbolismo, mágico, dando especial importancia a aquéllos orientados a facilitar su interpretación.

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